viernes, 30 de septiembre de 2011

El alumno superó al maestro. La conjura de los necios, de John Kennedy Toole



Anagrama, 1980
            
     Cuando me recomendaron La conjura de los necios emprendí su lectura con cierto recelo, pues ella venía acompañada de la frase: “es el mejor libro que leí”. Ya en otras oportunidades, al finalizar, la entusiasta afirmación no reflejaba en lo más mínimo mi apreciación. Sabido es que hay gustos tan diversos como personas habitan el mundo.
     Para unos, algunos títulos son sensacionales y, para otros, se aburren en las primeras páginas. Por eso la literatura es tan rica y tan amplia que alimenta los corazones de todos los lectores. Uno elije la narrativa que más les guste y el momento más apropiado para llevarlas acabo. Y creo que éste, fue el mío.
     Desde el comienzo, el libro se perfila como una historia desopilante, estrambótica y con mucho sentido del humor.
      …El Plymouth siempre era fácil de localizar en los aparcamientos del supermercado. La señora Reilly subió dos veces a la acera intentando sacar el coche del aparcamiento y dejó la impresión de un parachoques Plymouth 1946 en el capó del Volkswagen que estaba aparcado detrás.
—¡Oh, mis nervios! —dijo Ignatius.
     Estaba espatarrado en el asiento, de modo que por la ventanilla sólo se veía la cúspide de su gorra verde de cazador, que parecía la punta de una prometedora sandia. Desde atrás, que era donde él se sentaba siempre, pues había leído en algún sitio que el asiento contiguo al del conductor era el más peligroso, Ignatius observaba con desaprobación las torpes y disparatadas maniobras de su madre.
—Sospecho que has demolido prácticamente el cochecito que alguien aparcó inocentemente detrás de este autobús. Sería aconsejable que salieses de aquí antes de que vuelva su propietario.”
     Recuerdo que al leer está escena largué una carcajada en el subterráneo y me sentí intimidada por las miradas de varios pasajeros que compartían el vagón conmigo; por lo que cerré mi bocota y seguí con la lectura lo más disimuladamente posible.
     Uno se preguntaría: ¿qué hijo de 30 años dejaría a una madre jubilada manejar borracha? Pero Ignatius Reilly es uno de esos hijos que las dejan ir borrachas al volante, mientras que él supervisa desde el asiento trasero.
     Ignatius es de esos hombres que rompen la regla del estereotipo. Tiene 30 años, vive con la madre –que es viuda-, y se ha tomado ciertas atribuciones después de haberse graduado en la universidad; su única actividad consiste en escribir los pensamientos en los cuadernos “Gran Jefe” para cuando sea un escritor famoso y tenga que desplegar toda su sabiduría en contra del sistema actual. Se pasa la mayor parte del tiempo acostado o mirando algún programa de televisión. Deambula dentro de la casa con un “camisón rojo de franela” y unas chancletas, que hacen un ruido espantoso al andar. Tiene comportamientos de un niño de 5 años: lleva un reloj pulsera de Mickey Mouse; le gusta mirar dibujos animados la mayor parte del tiempo; toma el café con leche en un tazón de Shirley Temple; grita desaforadamente, en la sala del cine, cuando mira películas para niños dejando rastros de pochoclos diseminados alrededor de él, así como aureolas de salsa le quedan impregnadas en su camisa; pega carteles en la puerta de su habitación para que la madre no lo moleste; o los ataques que da a una caja de buñuelos de mermelada: “…ofreció al patrullero Mancuso una caja de pastas rota y grasienta que parecía haber sido sometida a un destroce insólito por alguien que intentara sacar todos los buñuelos a la vez. Al fondo de la caja, el patrullero Mancuso encontró dos mustios fragmentos de buñuelo, de los que, a juzgar por los bordes humedecidos, alguien había sorbido la mermelada.”
     Las descripciones que despliega Toole son sensacionales y extravagantes; pareciera que uno lo estuviese viendo. Ignatius es alto, gordo, hipocondríaco crónico, renegado, pesimista Me niego a «mirar hacia arriba». El optimismo me da náuseas.”-. Es un hombre que no pasa desapercibido a los lugares que va, por su vestimenta anticuada, sus comentarios y los monstruosos eructos que brinda mientras habla.
     La relación entre la madre y el hijo es un tanto simbiótica; de manera tal que el complejo de Edipo parece no haberse superado. Ignatius la hace sentir culpable porque ella lo deja solo en la casa para ir a jugar a los bolos con sus amigos y, en otros momentos, se comporta como si fuera el marido: “… ¿Vas a pasarte toda la tarde entreteniendo a este caballero, madre? He de recordarte que voy a ir esta noche al cine y que tengo que estar listo para llegar a las siete, porque quiero ver los dibujos animados. Creo que deberías empezar a preparar algo de comer…”.
     Ignatius Reilly es un excelente estratega. Posee gran destreza y agilidad para sus respuestas a la hora de dar vuelta todo tipo de diálogo. Cuando algo no le gusta, comienza a quejarse de que su válvula pilórica se le cierra y amenaza con desmayarse.
     La primera vez que me nombraron el libro, me dijeron: “Ignatius Reilly es increíble”. Y es que el personaje alcanza más protagonismo que el autor de la obra, - logrando que “el alumno supere al maestro”-. Es fascinante saber que Ignatius Reilly es más conocido que John Kennedy Toole; hasta tiene su perfil creado en Facebook. Es que la ficción supera la realidad. Ahora, de ser así, yo me estaría preocupando por la cantidad de fans que tiene Ignatius Reilly
     La conjura de los necios es una divertida historia, que tiene algunas escenas muy grotescas y sarcásticas -te arranca más de una carcajada- y, en otras, cuesta un poco avanzar. De todas formas se lee fácil; es ameno y se disfruta con su compañía.

                                                                                                      Claudia Perez