viernes, 7 de octubre de 2011

Una divertida parodia de la sociedad de nuestros días


Anagrama, 2003
            Mis amigos lectores más cercanos coincidían en advertirme la escasa trascendencia de su contenido, desalentando mi lectura como quien acaso debiera rehuir una propiedad signada por una maldición. Debió ser justamente por eso que, haciéndome eco de una sugerencia de Claudia, acepté la propuesta y me tomé el tiempo para leerlo.
            Si existiera un personaje más bizarro y desmañado, seguramente no empalidecería a éste. Ignatius J. Reilly es un gordinflón treintañero, que vive en una desvencijada casa de Nueva Orleans junto a su madre viuda, sin intención ninguna de trabajar ni aportar más que gastos y problemas. Pero además tiene ínfulas de gran hombre, habiendo estudiado en la universidad, con lo cual trata de sobrellevar su cómoda existencia escribiendo triviales relatos testimoniales en una serie de cuadernos comunes. Siempre, claro está, a expensas de su madre.
            La necesidad familiar de dinero destinado a saldar deudas obliga a este perezoso vividor a proveerse de alguna remuneración, para lo cual primero desembarca en una empresa textil en debacle –de la que es removido al promover una huelga entre los trabajadores con el fin de desplazar a su jefe administrativo-, pasando luego a pertenecer a una empresa de vendedores ambulantes de salchichas, a la que no engrosa tanto sus arcas como a su propia panza.
            Acompañan a semejante protagonista una madre cincuentona con ganas de dejar de vivir miserablemente; una compañera de estudios, que en toda postura política ve motivos suficientes para tener sexo; un policía de patrulla que no es estimado en lo más mínimo por su jefe; una copera con aires de bailarina; la dueña de un boliche de mala muerte que trafica pornografía; el joven playboy heredero de una fábrica textil –que pretende deshacerse de ella-; su esposa, que sólo intenta poner en práctica la caridad aprendida en panfletos de psicología, con la empleada más antigua de la fábrica –en edad de jubilarse-, y un negro que –empujado a conseguir trabajo por las autoridades policiales- hace las delicias del lector con los comentarios más sagaces, plenos de acidez y sarcasmos acerca de su condición de negro y de lo que acontece en su derredor. El cóctel resulta más que explosivo; desopilante.
            Lo más destacable es la manera cómo Toole va hilvanando la trama a través de sus personajes. Cada uno de ellos compone un estereotipo definido, pero absolutamente convertido en un garabato de si mismo. Desde el negro que habla en dialecto comiéndose las eses, hasta la vieja empleada que va a trabajar en camisón, todo resulta una gran parodia destinada a hacernos reír desde el inicio al final. Ni hablar del mastodóntico personaje principal, embustero, ventajero y holgazán, adicto a ver películas sólo para criticarlas. Realmente, toda la obra resulta un disparate tragicómico.
            Si bien reconozco que entre las líneas hay una crítica mordaz a la sociedad de consumo, los intelectuales y el “establishment”, a la vez que es divertida y amena, no puedo dejar de señalar –a mi entender- que la misma está sobrevaluada en la consideración de la crítica. Tal vez, como alguien de mi entorno supo apuntar, las ventas de este libro –galardonado en 1981 con el Pulitzer- se vieron incrementadas al hacerse pública la tragedia del autor, y de su madre, que tardó once años -después de la muerte de aquél- en conseguir no sin arduos esfuerzos que alguien lo publicara. Un premio, pues, para tanta constancia.
            Marcelo Zuccotti

3 comentarios:

  1. tremendo libro...y "la biblia de neón" del mismo autor tb

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  2. Gracias por el comentario, Joaquín. No sabía que "La biblia de Neón" era de Toole!. Ahora, sólo me falta conseguir el libro, porque el CD de Arcade Fire con ese título ya lo tengo, Saludos!

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