jueves, 19 de enero de 2012

El mito del doble en versión turca. El castillo blanco, Orhan Pamuk

                                         
Mondadori, 2007

     Anduve como un carrusel durante un par de años intentando encontrar “El astrólogo y el sultán”, de este autor, célebre a partir de un comentario de Updike, y que luego del descubrimiento le valiera a Pamuk el reconocimiento de la crítica literaria y, más tarde, el Premio Nobel de Literatura. Nada, ni el más mínimo indicio. Hasta que se me ocurrió consultar la Red en detalle; ahí me desasné que Mondadori le había cambiado el nombre, convirtiéndolo en éste que nos reúne. El por qué del cambio permanece en el misterio.
     Se inicia con una tradición cervantina: el relato fue descubierto por Faruk Darvinoglu en 1982, en un polvoriento y desvencijado archivo de la prefectura de Gebze, al igual que Cide Hamete Benengeli lo hacía saber sobre el manuscrito que da vida a “El Quijote”.
     Ambientada a mediados de siglo XVII, narra la historia de un científico italiano que, en viaje desde Venecia a Nápoles, es capturado por piratas turcos siendo luego vendido a un bajá, quien lo dona a un sabio de su círculo, con la intención de aprender de él sus conocimientos y de sondear cuánto ha avanzado la ciencia en Occidente.
     Así las cosas, ambos hombres –cuyo parecido físico es sorprendente- traban relación personal, de amo y esclavo, donde el italiano colabora con el turco en la elaboración de fuegos de artificio. Al correr los años, asesoran al sultán –un niño que crece- en sus requerimientos. La peste, la guerra y la suerte adversa los empujan a tomar una decisión imposible: que cada cual se apropie de la identidad del otro.
     El libro no solo desarrolla la trama de ambos personajes, sino que retrata las distintas miradas de Oriente y Occidente sobre un mismo hecho. La religión y la ciencia, las sociedades y sus creencias y la influencia recíproca que dos seres tan opuestos –y tan hermanados- ejercen entre sí, son también motivos de reflexión y exposición de las disímiles perspectivas que se enfocan desde cada punto de vista. Tanto se entrelazan los protagonistas, que se termina dudando de quién es en verdad el que relata los hechos.
     El final contiene una apostilla donde el propio Pamuk nos revela sus secretos, contándonos cómo escribió la obra, de qué armas, giros e ideas se valió y los varios títulos que le aportaron imágenes y secuencias.
     De una solidez formidable, con una prosa austera y contundente, en estilo coloquial, resulta una excelente obra para adentrarse en el universo de Pamuk y su visión particular de quien cabalga entre dos culturas.


                                                                                  Marcelo Zuccotti

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