viernes, 9 de marzo de 2012

Una historia de amor durante la Belle Epoque. El gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald


Plaza y Janés, 1997

            Me había costado mucho esfuerzo encontrar esta célebre novela en los escaparates de las librerías. De hecho, tuve que contentarme con un ejemplar usado, después de varios meses de haberme conformado con su versión en lengua inglesa. Bastó con que dejara pasar cerca de un año, para que dos casas editoras decidieran reeditarla simultáneamente.
            La historia de amor entre Jay Gatsby y Daisy Fay – Buchanan es bien sabida. Ellos se conocen en tiempos de la Primera Guerra Mundial; él debe partir hacia el frente y tarda en regresar lo suficiente como para que ella se despose con Tom Buchanan. A partir de entonces, Gatsby intentará recuperar a su viejo amor, para lo cual no escatima en costos. La trama es narrada por un primo de Daisy, Nick Carraway, en primera persona, como un mero espectador de los acontecimientos que se suceden.
            Existen varios planos de lectura de esta novela. En primer lugar, la historia de sus personajes. La frivolidad que otorga el dinero, unido al placer que permite el uso frecuente de él, es el nervio conductor del relato. Pero también Fitzgerald nos muestra el hastío y la mediocridad a que ha conducido ese mismo poder de tenerlo todo sin esfuerzo alguno. Un matrimonio en el que la infidelidad ya ha hecho aparición y una vida de lujos y ostentaciones que no pude enmascarar o aletargar el supino aburrimiento en que se encuentran sus protagonistas, es la contracara de esa opulencia en que se debaten.
            Por otra parte, no hay duda de que Gatsby está perdidamente enamorado de Daisy; en su afán de que ella vuelva a elegirlo como cinco años atrás, exhibe un poder ilimitado en fiestas y reuniones en su mansión, de manera de lograr impactarla. Pero Daisy no está enamorada de otra cosa que no sea el dinero y lo que éste puede brindarle.
            Ambientada en Long Island hacia inicios de los años ’20, Fitzgerald despliega ante nuestros ojos toda la gama de novedades tecnológicas que la clase alta puede detentar. Así, el teléfono, los costosos automóviles y otras joyas de la modernidad son presentadas como íconos de poder. No es casual que toda la novela esté bañada en uno de los inventos más revolucionarios de principios de siglo XX: la luz. Es justamente la iluminación la gran protagonista de ella; con su brillo o sus claroscuros, los personajes cambian de geografía como de estados de ánimo. Y tiene su contrapunto en los paisajes cenicientos de los alrededores, donde una clase obrera y pobre debe sobrevivir a su entorno.
            Mas también la obra se revela crítica con la sociedad de consumo. La emergencia de las finanzas –como medio de expansión de una economía imperialista- no puede ocultar la corrupción y el engaño en que viven todos sus personajes. Gatsby hace dinero con el delito; la amiga de Daisy comete faltas en su juego de golf; Daisy engaña a Tom sin amar a su amante; aquél mantiene un amorío extramatrimonial. Es una gran hipocresía la que sobrevuela e inficiona todo el relato; como si esa clase social tan admirada, acostumbrada a hacer lo que quiere, fuera, en el fondo, solo chabacana y mediocre.
            En resumen, escrito en un estilo fluido y ameno, el libro resulta una pintura de la clase poderosa norteamericana durante los Años Locos, muy bien retratada.

Marcelo Zuccotti

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