martes, 24 de abril de 2012

Génesis de la novela moderna. Madame Bovary, Gustave Flaubert


Colihue, 2008

            Una profesora de Letras me sugirió el año pasado leer a Stendhal y luego a Flaubert, para comparar no sólo los estilos, sino cómo se modificaba la literatura a partir del último. Yo ya había incursionado en los relatos de éste, pero no había hecho frente aun a un trabajo tan minucioso como colosal. No por nada le llevó más de cuatro años escribirlo.
            Si se quiere, la historia de una joven provinciana enamoradiza, fantasiosa e ingenua, cuya única pasión es beber el amor –¡la vida!- a raudales, hasta sus últimas consecuencias, resulta si no trillada, previsible. Pero el arte de Flaubert se manifiesta completamente en los detalles con los que va componiendo sus personajes. Un hombre sin grandes luces pero con aspiraciones sociales –Bovary- toma por esposa a Emma; un boticario servicial, a la vez que pedante, ambicioso y bien pagado de si mismo –Hommais- y el entorno que brinda una sociedad conservadora y pacata, que no escatima en aburrimientos varios, es el escenario indispensable donde se suceden los distintos adulterios, mentiras y engaños que conducen al trágico desenlace de la protagonista.
            Pero no es una novela simple. Desde la construcción de los personajes hasta los objetos de los que se vale Flaubert para describir cada una de las escenas están pensados cabalmente. Así, a medida que las cosas se humanizan, las personas se deshumanizan, hallando una paridad tan representativa como inquietante. Por momentos, Emma asume el rol masculino al tomar decisiones trascendentes, y una gran cuota de rebeldía no disimulada hacia la sociedad tradicional se hace presente en todo el texto. El gesto final de la ruptura de la carta de renuncia al amor, después de haber disfrutado durante horas de su propia sexualidad -¡en un carruaje!- con aquel a quien estaba destinada es, de por si, la imagen más elocuente de que no se puede luchar contra la pasión que anida en nuestros corazones.
            Yendo a su estructura, el uso de los tiempos verbales va definiendo lo que el autor ha diseñado sobre cada hecho, y el paso de un narrador que describe en detalle, a un relator inmaterial o a otro que filosofa sobre el acontecer –en todos los casos, adecuado para mantener el ritmo que, por otra parte, no es homogéneo, puesto que, por momentos, se lentifica e inmediatamente se acelera-, aporta un estilo propio a quien se lleva del lenguaje para provocar las reacciones del lector, sin dejar de mantener la coherencia del texto.
            Párrafo aparte merece el uso del estilo indirecto libre, del que Flaubert hace uso y abuso para pasar del mundo exterior al interior, muchas veces valiéndose de la pregunta retórica. Un recurso magistral en manos de quien lo ejerce con maestría, que varios autores contemporáneos han copiado y utilizado hasta el agotamiento.
            Por todos estos elementos, pero también por plantear una realidad social, donde se cuestionan la individuación, los alcances de la maternidad, los prejuicios puritanos y el ejercicio de la plenitud del gozo sexual –aun a expensas de los costos que estos conllevan-, es un libro con múltiples planos de análisis, tanto como de enseñanzas. Recomendable ciento por ciento.

Marcelo Zuccotti

martes, 17 de abril de 2012

Una investigación profunda sobre un período doloroso. El tiempo del “Proceso”, Hugo Quiroga


Homo Sapiens, 2004


            No se si en este espacio comenté alguna vez mi denodado interés por la historia política contemporánea argentina. Confieso que son más los libros en mi haber acerca de estos temas que los que abarcan todo otro tipo de literatura. Pero, siendo franco, los últimos años he destinado un tiempo mínimo a la lectura de aquellos, pues había llegado a saturarme el haber dispuesto muchos años a la lectura de los distintos análisis, perspectivas y enfoques que la historia argentina ha deparado a todos sus ciudadanos a lo largo del último siglo. No obstante, vuelvo a ellos de manera intermitente.
            La lectura del presente título la disparó un enorme periodista vernáculo –José “Pepe” Eliaschev- al hacerse presente en un programa televisivo local que, entre otras cosas, intentaba que el entrevistado recomendara al menos tres libros a la audiencia. Eliaschev, entre los suyos, recomendó éste, que también se encontraba entre mis títulos a leer en esta materia.
            El Proceso de Reorganización Nacional, desde el golpe de Estado del General Jorge Videla hasta el traspaso del mando a Raúl Alfonsín, a manos del General Reynaldo Bignone es, cuando no brutal, nefasto y aciago, extremadamente doloroso en todos sus términos. Recorrer este período de nuestra historia es adentrarse en la oscuridad, la desidia y el mayor sinsentido político.
            Yendo al texto, éste posee tal grado de organización que resulta difícil sustraerse a tamaña estructura. Luego de una presentación, donde el autor aborda el enfoque que dará al curso de su desarrollo, se pasa al análisis del funcionamiento del sistema político argentino, la legitimación y la dominación militar, al igual que su descomposición. Después, el libro se divide en tantas partes como presidentes arrojó al poder: Videla, Viola, Galtieri y Bignone.
            La sensación que el lector va adquiriendo a través de sus páginas es de una irremisible fatalidad. Esa percepción que hemos tenido muchos de nosotros –durante ese período- del carácter inevitable de lo que acontece. Algo de lo que aun no terminamos de desprendernos y sigue dando vuelta en medio de nuestra sociedad como un cadáver insepulto, como una náusea. Esa imagen de que nuestro vuelo no puede despegar ni elevarse debido al lastre de historia que se resiste a pasar al olvido. Porque aun sigue siendo presente.
            Hay algo que subyace. No tiene que ver con los desaparecidos, ni con la repercusión política de los hechos de gobierno. Ni siquiera con los condicionamientos que se intentó poner a la transición democrática en su momento. No. Tiene que ver con los verdaderos beneficiarios económicos del Proceso; con aquellos que se han mantenido en el anonimato pero que han podido obtener pingües ganancias estando relativamente cerca del calor oficial. Esos a quienes se han denominado “aguas vivas” porque siempre están a flote, sin mediar partido o signo distintivo. Una clase parasitaria, sin más señas personales que el beneficio.
            Descubrirlos, denunciarlos e intentar que la Justicia tome cartas en el asunto se desprende de la natural lectura de este texto sucinto, escrito sin apasionamientos, sin identificaciones ideológicas, pero con un gran respeto no sólo de las instituciones sino de las personas, que componen la célula democrática en cada hogar. En nosotros, pueblo, está la responsabilidad de hacernos cargo de aquellos que son nuestros representantes.
Marcelo Zuccotti

viernes, 13 de abril de 2012

Haciendo justicia a través de la palabra. El fantasma de Canterville y otros cuentos, de Oscar Wilde.

   
                                              Editorial Sol 90, 2000
                                                   Colección Clarín


     Los relatos de Oscar Wilde son de una exquisitez inusitada. Posee seis cuentos maravillosos que navegan entre la ficción y lo fantástico, dejándonos una moraleja en cada uno de ellos. Todas las historias reclaman a gritos solidaridad, igualdad y amor entre las personas; denunciando lo que es injusto, vergonzoso e insensible.
   
     El fantasma de Canterville. Este es el primer cuento y el que da título al libro. Es, lejos, el mejor. Es el más extravagante, inesperado, ingenioso y en el que destila mucho humor. Narra la historia de cuando el ministro de América míster Hiram B. Otis compra el Castillo de Canterville y se traslada a vivir allí con su familia. Todos le indican que está cometiendo un grave error porque allí vive, hace más de tres siglos, el fantasma de Canterville. Las personas que lo habitaron dan por sentado esto, con pruebas fehacientes: varias de ellas quedaron con severos trastornos. Pero tanto míster Otis como su familia hacen oídos sordos a los consejos y habitan el Castillo. Los Otis lo pasan genial, a diferencia de los otros individuos que vivieron allí. “-Mi distinguido señor –dijo míster Otis-, permítame que le ruegue encarecidamente se engrase esas cadenas. Le he traído para ello una botellita de engrasador “Tammany-Sol-Naciente”. Dicen que una sola aplicación es eficacísima (…). Voy a dejársela aquí, al lado de los candelabros, y tendré un verdadero placer en proporcionarle más, si así lo desea.”.
Es un relato desopilante en el que Wilde se las ingenia para sorprendernos en cada línea.

      El cumpleaños de una infanta. El desdén y la humillación son los protagonistas de está fábula. El centro de atracción de la fiesta de cumpleaños es la fealdad, lo diferente y lo inocente, dejándonos boquiabiertos de tanta crueldad y de tanta insensibilidad. “… parecía feliz y estaba lleno de viveza. Cuando los niños se reían de él, él reía tan alegre y libremente como cualquiera de ellos, y al acabar cada baile les hacía la más ridícula de las reverencias, sonriéndoles y saludándoles como si fuera uno de ellos, en vez de ser una cosa tan deforme, que la naturaleza, en un momento de buen humor, había modelado para entretenimiento de los demás.”.

     El pescador y su alma. Es la historia de un joven pescador que quiere despojarse de su alma para obtener el amor de una sirena: “¿De qué me sirve mi alma? No la veo. No la toco. No la conozco. La arrojaré lejos de mí y viviré contento con mi sirenita.”. El relato transcurre con diálogos entre el pescador y su alma. El “escuchar” es una virtud que muy pocos tienen a la hora de ponerla en práctica y en éste cuento, es un claro ejemplo de ello, nos la sitúa ante nuestros ojos.

      El Príncipe Feliz. Es la historia dónde los seres más inéditos se hacen eco de los más carecidos, siendo éstos ignorados por el municipio, cual historia calcada de la actualidad. “-Cuando estaba vivo y tenía un corazón de hombre –replicó la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas, porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el cual no está permitida la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. (…) Así viví, y así morí; y ahora que estoy muerto me han elevado tanto que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de la ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más remedio que llorar.”. La estatua del Príncipe Feliz instalada en el medio de la plaza ve resguardarse del frío a una golondrina, que se aloja a sus pies antes de emprender viaje hacia el verano de Egipto, y le pide que le de una mano para repartir el oro que lo envuelve a los más necesitados.

     El Ruiseñor y la Rosa. Es la historia de un estudiante que lamenta no tener una  rosa roja en su jardín para regalarle a la mujer que adora; condición que ella le impuso para bailar con él en la fiesta que organiza el príncipe. Ruiseñor escucha sus lamentos y va en busca de la rosa. Pero el único rosal que da flores rojas tiene heladas las venas, tiene marchitas los capullos y el huracán le partió las ramas. Tantas son las súplicas que Ruiseñor hace al rosal que éste accede; pero le pide que entregue la sangre de su propio corazón, cosa que él hace a cambio de algo: “Lo único que os pido a cambio es que seáis un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque esta lo sea.”. Es una fábula donde la ingratitud y la indiferencia son los protagonistas; en el cual, los que más tienen creen tener el “poder” suficiente y certero para humillar a los que menos tienen. Como si del dinero saliese ese derecho, cual innato creen que es.

     En El Amigo Leal, nos habla de cómo tiene que ser una amistad leal con todas las letras, pero lo cuenta indirectamente desde la vereda del frente, mostrándonos el lado egoísta, egocéntrico, tacaño. En donde no hay lugar para lo recíproco. Un pardillo le narra la historia de dos hombres que decían ser muy buenos amigos entre sí a una vieja rata de agua. “El pequeño Hans tenía muchos amigos,  pero el más allegado a él era el gran Hugo, el molinero. En realidad, era tan allegado el rico molinero al pequeño Hans, que no visitaba nunca su jardín sin llevarse un gran ramo de flores de los macizos o un buen puñado de lechugas suculentas; o sin llenarse los bolsillos de ciruelas y cerezas, según la época.”. El pardillo utiliza este relato para que la vieja rata de agua tome conciencia de lo que realmente significa ser leal. Un verdadero ejemplo que se debería aplicar hoy día.


                                                                                                    Claudia Perez

jueves, 5 de abril de 2012

La infidelidad al maestro. La plenitud de la señorita Brodie, Muriel Spark

          Dicen que es el mejor libro que ha escrito. No podría ser tan categórico; mucho menos  cuando he llegado a él por recomendación de otros lectores, sin haber leído nada acerca del resto de la obra de la autora. Lo cierto es que resulta entretenido, divertido, con cierta dosis de realidad -no exenta de sarcasmos varios- y muy significativo, para un docente como soy.
           Jean Brodie es una maestra nada convencional del último curso de la primaria de un instituto privado. Cuando el programa que debe cumplir supone muchos datos históricos y fechas, Brodie se encarga de hablar de aquellas cosas que tienen que ver más con el fluir de la vida que con el aprendizaje escolar: el amor, el arte, su propia historia y todo aquello que les supondrá a esas niñas no caer en el sometimiento de ningún varón. Para eso, crea un formidable grupo cohesionado: aquellas que son elegidas para convertirse en “la créme de la créme”. Así, un grupúsculo mínimo –que no sobrepasa la media docena de alumnas- acompaña a su maestra para aprender a apreciar el arte en todas sus expresiones, tanto como a tomar el té y hacer confidencias.
           Enemistada con sus colegas así como con la directora –quien no ceja en su afán de encontrar la manera óptima de deshacerse de la maestra díscola-, Brodie posee una personalidad a la que nada se le escapa, tanto en la observación como en la percepción.
           De carácter más bien ecuménico y con cierto tinte vanguardista, la construcción de Jean Brodie como personaje principal es magnífica. Una mujer situada en la cuarentena, a quien se le conocen algunos amores –y un “flirt” con un colega-, que intenta preparar a las niñas no para el devenir social, sino para la vida. Dueña de una visión más amplia que sus colegas, enseña cómo llevar el sombrero, cómo tratar con los varones para no ser sometidas por ellos y, fundamentalmente, cómo ser independientes en un mundo donde el género masculino parece dominar el futuro.
            Su caída en desgracia -debido a la traición de una de sus pupilas- con el pedido de renuncia consiguiente; el contacto que mantuvo con ellas a lo largo de los años y la visión que cobraron las mismas de sus enseñanzas y ejemplos, son parte no menos sustanciosa del relato, en el que identificaciones y rechazos se despliegan por igual.
           Ameno, fluido y coloquial, narrado en tercera persona, con diálogos entre una de ellas –la responsable de la traición, que deviene en monja- y sus viejas compañeras, el libro resulta fresco y se disfruta plenamente, con la misma informalidad y seguridad en sí misma que despliega la señorita Brodie, en su plenitud.


Marcelo Zuccotti