domingo, 1 de julio de 2012

El análisis de un fanático. La orgía perpetua, Mario Vargas Llosa


Alfaguara, 2011


             Llegué a este ensayo por recomendación de un ex – alumno devenido en Licenciado en Letras. Él mismo me había sugerido leer la traducción de Madame Bovary reseñada hace unos meses y, al informarle que ya había concluido su lectura, mencionó este trabajo de Vargas Llosa como colofón de cierre, de manera de no perder un análisis profundo de esa magnífica obra. Por otra parte, si bien había leído alguna novela del autor, nunca había incursionado en sus trabajos como ensayista, por lo que parecía haber llegado la ocasión.
             Nadie que no fuera un seguidor fanático, obsesivo, apasionado defensor a ultranza de la obra de Flaubert, podría haber emprendido –y escrito- jamás semejante tarea. Desde el inicio, el grado de erudición acerca del texto que se analiza no sólo es manifiesta, sino rayana en la exégesis. Vargas Llosa se mueve a lo largo del libro con una soltura evidente, dando sobradas muestras del manejo del contenido, al que debe haber leído muchísimas veces, más por devoción que por necesidades literarias, y al que cita continuamente en lengua francesa original –de manera de no incurrir en ningún desatino debido a una mala traducción- con el fin de reafirmar sus conclusiones.
            El libro se divide en tres partes. En la primera, el autor rememora sus primeros contactos con la novela de Flaubert y el por qué de su loca pasión por él. En la segunda, analiza con precisión tanto al escritor y su estilo, como a la obra misma. Allí, repasa las relaciones entre hombres y cosas, el dinero y el amor, los distintos tiempos que marcan la historia y cómo Flaubert va cambiando de narrador a medida que desarrolla el relato, así como el uso de las palabras en cursiva y el estilo indirecto libre, entre otros. En la última, explica por qué considera a Madame Bovary la primera novela moderna. Entre sus consideraciones, destaca que es una exposición de la mediocridad cotidiana lo que la convierte en antiheroica; que para ello Flaubert se valió de la forma en que expuso los hechos;  el uso del monólogo interior y la aplicación de una técnica que sólo describa y no juzgue a los personajes.
            Finalmente, Vargas Llosa expone una acerba crítica al negocio editorial actual, con sus dos tendencias marcadas: una literatura ‘de consumo’, donde los contenidos y técnicas se repiten y sólo se les cambia el maquillaje, y una literatura ‘experimental’, fuera del circuito, que se jacta de ser para pocos y aspira a ser vanguardista. Dice textualmente:
“De un lado, por obra de los mecanismos trituradores de la oferta y la demanda de la sociedad industrial o los halagos y chantajes del estado-patrón, la literatura es convertida en un quehacer inofensivo, en un instrumento de diversión benigno, privada de lo que fue siempre su más importante virtud, el cuestionamiento crítico de la realidad […], y el escritor en un productor domesticado y previsible, que propaga y fomenta los mitos oficiales, perfectamente sumiso a los intereses reinantes: el éxito, el dinero, o las migajas de poder y confort que el Estado dispensa a los intelectuales dóciles. De otro lado, la literatura se ha vuelto un saber especializado, sectario y remoto, un mausoleo superexclusivo de santos y héroes de la palabra, que han cedido soberbiamente a los escritores-eunucos el enfrentamiento con el público, el mandato de la comunicación, y que se han enterrado en vida para salvar a la literatura de la ruina: escriben entre sí o para sí, dicen estar empeñados en la rigurosa tarea de la investigación verbal, en la invención de formas nuevas, pero, en la práctica, multiplican cada día las llaves y las cerraduras de ese recinto donde han encarcelado a la literatura, porque, en el fondo, alientan la terrible convicción de que sólo así, lejos de la promiscua confusión donde reinan, todopoderosos, los medios de comunicación masivos, la publicidad, y los productos seudoartísticos de la industria editorial que alimenta al gran público, puede en nuestros días florecer, como orquídea de invernadero, clandestina, exquisita, preservada del encanallamiento por códigos herméticos, asequible sólo a ciertos esforzados cófrades, una auténtica literatura de creación”.
            A este fenómeno contrapone a Flaubert, quien habiéndose percatado del nacimiento del escritor profesional, se oponía a publicar todo aquello que escribía.
            Realmente, el trabajo del escritor peruano es colosal. Desgrana y disecciona tanto a Madame Bovary  como a su autor. Por todo –y no sólo por lo citado-, bien vale la pena leerlo.
Marcelo Zuccotti

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