viernes, 7 de septiembre de 2012

Una mirada masculina acerca del amor. Alta fidelidad, Nick Hornby


Anagrama, 2011

            Un par de mis libreros proveedores me lo habían apuntado tan sobremanera, que no me hubo de quedar otra que hacerme de un ejemplar. Mientras esperaba su turno en esa ya infinita ‘queue’ de títulos que habrán de ser leídos, la exposición del film basado en esta obra por parte de unos amigos aceleró mi decisión de leerlo. Cuestiones laborales impidieron mi participación en la puesta de la película; no obstante ello, lo encaré decidido a concluirlo.
            Rob Fleming es el prototipo de rockero de los ‘70 –de los que aun existen un sinnúmero- cuya pasión es la música ‘de culto’. Con casi treinta y seis años, mantiene una tienda de discos antiguos denominada Championship Vinyl –un nombre tan decadente como quienes son parte de él, clientes y parroquianos- en las afueras de Londres. Rob es de esos fanáticos que hacen un ‘top five’ de cualquier cosa: los mejores de todos los tiempos; los de blues, etc. Por supuesto que los ingresos que devenga la tienda son irrisorios, pero su pareja, Laura, se ha hecho cargo de los costos. Al menos, hasta que se cansó de él y decidió marcharse con otro.
            El libro abre con ese ‘top five’ de mujeres que le destrozaron el corazón a Rob (¡el que no incluye a Laura!). Luego, el relato pasa a los motivos por los que Laura decidió abandonarlo. Todo contado en primera persona; casi como un libro testimonial.
            Cualquier miembro del género masculino se sentirá identificado con alguna de las descripciones que Hornby realiza de nuestro imaginario. Cuando no resulta del no saber cómo tratar con las mujeres, se presenta en forma de dudas de cómo acercarnos a ellas.
            Si bien los planteos que realiza acerca del amor, la muerte, la amistad están todos embebidos de esa atmósfera de incerteza y miedos en que se debate su protagonista, el libro resulta tan ameno cuanto adolescente. Sabe como a que Rob, Barry y Dick (los ‘empleados’) pertenecieran a una clase de tímidos a los que la vida les sucede; como si no tuvieran más injerencia en ella que tolerar lo que les depara, sin poder incidir significativamente en lo que acontece.
            El final se vuelve previsible y la novela decae un tanto. Pero las reflexiones de su personaje principal no están exentas de una mirada filosa acerca de la música y su entorno:
“¿Qué fue primero, la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música? ¿No te convierten todos esos discos en una persona melancólica? Hay quien se preocupa, y mucho, de que los niños pequeños jueguen con armas de fuego, de que los adolescentes vean vídeos en los que la violencia es moneda corriente; nos da miedo que esa especie de cultura de la violencia termine por tragárselos como si tal cosa. A nadie le preocupa en cambio que los niños escuchen miles, literalmente miles de canciones que tratan siempre de corazones destrozados, de rechazos y abandonos, de dolor, tristeza, pérdida.”
            Por lo demás, el libro se lee con cierta agilidad, aunque en sus tramos medios puede resultar algo monótono. No obstante, es divertido, interesante y recomendable para quienes guardan un adolescente en el corazón.
Marcelo Zuccotti

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