domingo, 24 de febrero de 2013

Lazos de sangre. Tu y yo, Niccoló Ammaniti



Anagrama, 2011

           Se conjugaron dos razones no despreciables para leer esta breve novela, a saber: mi total desconocimiento tanto del autor como de su obra –lo que ocurre en el noventa y nueve por ciento de los casos de escritores contemporáneos, convirtiendo una de aquellas en mera excusa- y la otra –más de fuste-  de haber visto no se bien en qué suplemento de espectáculos de un periódico local, el anuncio del regreso de Bernardo Bertolucci a la pantalla grande, después de más de una década sin filmar, con una versión basada en esta obra. El film no ha arribado aun a estas costas, lo que sin duda inclinó mi balanza interna en pos de su elección.
            El libro es una evocación de su protagonista, diez años después de ocurrido, de un hecho que sólo contaría como una de las tantas anécdotas curiosas en la vida de un ser, si no tuviera sus consecuencias en el presente.
            El hijo menor de la familia Cuni, Lorenzo, cuyo padre está casado en segundas nupcias, es un púber de escasos catorce años con tendencia al aislamiento y a la introversión. Sólo gusta de jugar a un video juego y leer algunos libros de Stephen King. Aprovecha una semana de vacaciones escolares para mentir a sus progenitores que se irá a esquiar invitado por la madre de una compañera, y ocultarse en un sótano del condominio donde vive –que oficia de depósito de trastos- con el fin de disfrutar de su soledad. En medio de su experiencia, una casualidad lo lleva a entablar relación con su media hermana, Olivia, nueve años mayor, fruto del primer matrimonio de su padre, con quien no ha tenido mayor contacto a lo largo de su existencia. De temperamento resuelto y adicta a las drogas, la necesidad la lleva a solicitar asilo en ese sórdido sótano y cierto grado de asistencia fraternal. Así, ambos compartirán durante algunos días las vicisitudes de la vida en común, llegando a saber un poco más uno del otro. Esta convivencia forzada determinará el fin de la infancia de su personaje principal y su ingreso al mundo exterior.
            Narrada en primera persona del singular, el libro resulta ameno y coloquial. Ambientada en Roma del año 2000, Ammaniti recurre a muy pocos elementos narrativos para transmitirnos una atmósfera intimista y sensible, construida por un niño tímido y neurótico, un padre ausente, una madre sobreprotectora y una hermana de carácter ‘difícil’. Pero también permite entrever las características del comportamiento de su protagonista tanto como una mirada descarnada y actual acerca de aquellos que pertenecen a una clase social acomodada, exponiendo todos sus miedos, que sobrenadan como una medusa por la superficie de un mar embravecido.
            Fluido, el pequeño libro se lee fácil y rápido, sin dejar mayores huellas. Puede resultar oportuno para leer durante un viaje.

Marcelo Zuccotti

martes, 19 de febrero de 2013

Memorias de un joven escritor. París era una fiesta, Ernest Hemingway


Lumen, 2013

           Después de ver el ya célebre film ‘Medianoche en París’, que enamoró a gran parte de su platea y encendió un sinnúmero de románticos corazones, intenté allegarme un ejemplar de aquello que fuera su musa inspiradora: el libro de Hemingway que dio origen a la realización cinematográfica, asumida por el versátil y siempre vigente Woody Allen. Afortunadamente, apareció una nueva edición mientras pasaba mis vacaciones, justo cuando me quedaba sin material de lectura.
            Para ser riguroso, Hemingway escribió una serie de artículos hacia el final de su vida, que fueron compilados en este trabajo, publicado años después de su muerte. Claro, su contenido –que abunda en nombres propios y seres vivos de entonces- no hubiera podido ser exhibido en vida del autor, sin correr el riesgo de que la Justicia se hiciera presente –estimo- por medio de cuantiosos y/o vocingleros reclamos.
            En sí mismo, Hemingway ofrece al lector una parte de su vida antes de volverse célebre, ambientada en el París de ‘los años locos’, cuando junto a su esposa Hadley y su hijo Bumby habitaban en la Ciudad Luz –ambos con poco más de veinte años de edad-, siendo él aun un periodista –en realidad, un corresponsal-, que además escribía cuentos.
            Mas no sólo es una suerte de memorias del autor, sino un reflejo de la actividad y el bullicio que tenían lugar en la bohemia artística y cultural de ese París de posguerra. Así, por sus páginas desfilan reconocidos nombres, tales como Gertrude Stein, Ford Madox Ford, Ezra Pound, Pablo Picasso, James Joyce, T. S. Eliot, y otros no tan renombrados como el pintor Pascin, Evan Shipman y Ralph Cheever Dunning.
Quila Quina, San Martín de los Andes, Neuquén, Argentina
            Sin lugar a dudas, la influencia recíproca ejercida entre el autor y F. Scott Fitzgerald acaparan lo jugoso del texto. En un estilo campechano, algo rústico y sin contemplaciones, Hemingway describe con lujo de detalles tanto la personalidad de Fitzgerald como la relación entre éste y su esposa Zelda, a quien tilda de envidiosa y acusa solapadamente de ser causa de la decadencia del autor de The Great Gatsby, novela que elogia.
            También repasa su propia vida en la pobreza, cuando la decisión de transformarse en escritor lo obligó a renunciar al periodismo; sus inviernos en el poblado de Schruns; su amistad con Sylvia Beach –la otrora dueña de la archiconocida librería ‘Shakespeare & Co’- y su pasión tanto por el esquí como por el box.
            Párrafo aparte merece su mea culpa acerca de su enamoramiento y posterior divorcio de Hadley, a quien dedica unas líneas haciéndose cargo de lo acontecido entre ellos, valorándola sobremanera.
            En suma, una selección de ‘notas marginales’ de carácter biográfico, que nos transportan a esa ‘belle èpoque’ donde todo parecía fácil y posible. Fluido, ameno y dinámico, el libro se lee rápidamente y se disfruta mucho con los comentarios de un Hemingway maduro.

Marcelo Zuccotti

jueves, 14 de febrero de 2013

Una épica china. Sorgo rojo, Mo Yan



El Aleph - Océano, 2012

             A partir de los últimos meses del 2012, este chino de 58 años nacido Guan Moye y que ha adoptado el seudónimo Mo Yan (“No Hables”) se ha vuelto célebre al ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura de ese año. La polémica con él estalló cuando voces literarias y artísticas de nacionalidades diversas lo apostrofaron de “prostituta literaria”, “hombre del régimen” u “hombre de paja”, entre otros epítetos. Con semejante carta de presentación de un ilustre desconocido -como lo era para quien esto escribe hasta el día de la proclamación del premio-, mi curiosidad me llevó a comprar –y posteriormente leer- este título ni bien apareció en los escaparates de una conocida y tradicional librería de Buenos Aires.
            El libro es una ‘biografía no autorizada’  del comandante Yu Zhan’ao, abuelo del narrador –se supone que el propio Mo Yan-, que incluye la historia de amor con su abuela –prometida y casada con un leproso por arreglo entre familias-, la resistencia china a la invasión japonesa de 1940 y detalles de la vida aldeana en medio de un entorno bélico.
            Sangriento y por momentos truculento, sus más de quinientas páginas se dividen en cinco capítulos, en los que el sorgo rojo se halla omnipresente, ya sea como alimento de la hambreada población, como protección para los defensores, como fuente de ingresos a través de la elaboración de un destilado alcohólico o bien como materia indispensable para sepultar los cadáveres después de los enfrentamientos.

Mo Yan en Villa La Angostura, Neuquén, Argentina
            Así, el comandante Yu aparece como héroe y superviviente de la guerra, acompañado de Douguan, su hijo –y padre del relator-, nunca a la altura de su padre. Yan utiliza el recurso literario del elemento histórico para moverse hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, intercalando historias pasadas y futuras en medio del núcleo narrativo. Esta construcción vuelve más amena la lectura que, de otra manera, podría resulta demasiado lineal y aburrida.
            Las luchas contra la opresión japonesa, las rencillas entre colaboracionistas y milicianos chinos, las disputas familiares y de poder en la aldea son repasadas por el autor con lujo de detalles, convirtiendo al texto en una suerte de epopeya libertaria cruel, aunque no exenta de cierto romanticismo. No por nada el realizador Zhang Yimou la llevó a la pantalla -con gran éxito- en 1987.
            Escrita en forma de crónica, donde la acción es tan protagonista como sus personajes principales, la historia mantiene la tensión y la emoción en la mayoría de sus páginas hasta el final.
            Por último, ¿es una obra literaria o un instrumento de propaganda política? Es difícil evaluar cuánto tiene de novela épica y cuánto de material de adoctrinamiento. Sospecho que el libro refleja un poco de cada uno. Pero sí hay que hacerse de tiempo y ser valiente para atravesar sus líneas hasta el fin.

Marcelo Zuccotti

sábado, 9 de febrero de 2013

Una elegía para los muertos. Los Living, Martín Caparrós



Anagrama, 2011


            Hace un tiempo se me ocurrió abordar este título por curiosidad, pues ha recibido el Premio Herralde de Novela 2011; por otra parte, ya había leído varios trabajos de investigación de Caparrós, propios de su labor como periodista, tales como “La guerra moderna” y su ya célebre “La Voluntad”, coescrita con Eduardo Anguita.
            Esta novela presenta dos planos que se desarrollan en paralelo. Por un lado, está la historia de Nito, un chico que tuvo la particularidad de nacer el mismo día en que Perón moría. A la muerte, omnipresente desde el inicio de su vida, se le une la ausencia de la figura paterna, dado el temprano deceso de éste. Inteligente, aunque no dotado de atractivos físicos, su infancia transcurre junto a una madre joven, con una pareja con la que convive –que intenta ocupar el rol de padre sin lograrlo- y con una vida cotidiana de clase media urbana. Las dudas que genera un comentario sobre los desaparecidos, devendrá en un cuestionamiento sobre los hechos ocurridos alrededor del accidente que puso fin a la vida del padre, conduciéndolo a un encuentro con quien fuera el autor material de la misma. Un escrito formulado a manera de venganza por el curso que su vida tomó después del accidente, dispara en Nito el ejercicio de un don del que hará uso y abuso para ganarse la vida: amedrentar a sus congéneres contándoles cómo quizás sea su muerte. Así, se convierte en un charlatán profesional que, en manos de un ‘pastor’ inescrupuloso, allega nuevos fieles a la ‘Iglesia’, hasta que son amenazados y decide abandonar su lugar.
            Alternativamente, se nos hace saber al término de cada sección cómo surge la idea y en qué consta la ‘preparación’ que va teniendo Nito a fin de transformarse en la imagen principal del proyecto de los “Living”. Un seudo artista frustrado, que entiende el arte como un hecho revolucionario –tan propio de los años ’70- cuestiona cómo el culto a los muertos –y la muerte en sí misma- ha tenido relevancia en cada sociedad, partiendo de las primeras comunidades llegando a la actualidad. Desde las pirámides egipcias hasta la cremación, los grupos humanos han encontrado siempre una forma de enfrentar el único hecho que nos hace diferentes del resto del mundo animal: el tener que sobrellevar diariamente en nuestra conciencia la certeza de que vamos a morir de alguna manera. Y una vez muertos, pasaremos a ser parte del pasado. ¿Qué pasaría –se pregunta el artista- si en vez de ser olvidados y no dejar más que un tibio recuerdo de nuestro paso mortal –que va extinguiéndose con el tiempo- pudiéramos seguir presentes en nuestras familias, embalsamados, en nuestras propias casas? Ambas historias, entonces, se entroncan en un desenlace tan desopilante como original.
            Narrada por el protagonista toda su historia, el lector va conociendo las distintas facetas de la personalidad de Nito que lo conducen a ser quien es. Caparrós va construyendo paso a paso –con mucha maestría- a ese chico introvertido, tímido, cuyo acontecer lo va convirtiendo en una suerte de profeta moderno de la muerte. Hacia el final, un narrador nos participa de la evolución de la idea central –responsable del título del libro- y qué ocurrió con cada uno de los personajes principales.
            En estilo coloquial, la obra no resulta todo lo amena que se desea mientras se relata la vida de Nito. El hecho de intercalar otras situaciones que tienen que ver con el futuro del personaje a fin de capítulo actúa como elemento disparador de la curiosidad del lector, que no sabe bien hacia dónde va la historia hasta casi su conclusión. Ésta se resuelve, de manera rápida y efectiva, en las últimas páginas.
            Mientras leía, acudieron a mi memoria ciertos elementos literarios y televisivos. Así, el personaje de un fraudulento pastor –encarnado por Steve Martin en el film “Leap of Faith”-; los “happenings” setentistas del Di Tella; el tema de las “vidas desperdiciadas” –cuando los que no tienen trabajo son parte de la basura que toda sociedad moderna prefiere ignorar, tan bien expuesto por el sociólogo Z. Bauman en un trabajo homónimo-; la cultura de lo kitsch y el posmodernismo, todo en un collage de imágenes, junto a una burla socarrona y algo soberbia de una clase dirigente esnob y superficial, de la que el autor se vale para criticarlos, incluyendo slogans de publicidad y de campaña que tanto la farándula como el cotilleo político del medio local nos han brindado –y nos brindan- desde el regreso a la democracia hasta el presente.
            Un libro compuesto de una idea muy original, bien llevado, con personajes creíbles y lenguaje adecuado, algo lento en sus tramos medios pero con un final que ronda entre el sarcasmo y la diversión, puede ser una buena opción a la hora de acercarse al universo literario de Caparrós.
Marcelo Zuccotti

viernes, 1 de febrero de 2013

Recuerdos de provincia. Tres cuentos, Truman Capote



Anagrama, 2007

            Era un libro destinado a ser regalado –o regalarse, según se viera- y que apareciera depositado en el consabido arbolito la Navidad pasada. Eso hice al elegirlo, y lo dispuse con mi propio nombre. Después de leer a Capote en ‘Desayuno en Tiffany’s’ -cuyos comentarios aparecieron en este mismo espacio-, sentí la necesidad de visitar su literatura nuevamente, ahora en forma de un breve compilado de cuentos.
            Ya presente en su título, el libro contiene ‘Un recuerdo navideño’, ‘Una Navidad’ y ‘El invitado del día de Acción de Gracias’, relatos que tienen como base los recuerdos que Capote posee de su infancia en Alabama, donde un padre de vida ligera y una madre totalmente despreocupada de otra cosa que no fuera ella misma decidieron depositar al pequeño Truman –Buddy, para los íntimos- allá por los años ’30, en plena Depresión económica. Sostenido por el clan familiar materno –los Faulk-, contando con siete años de edad, Buddy se entiende solamente con una tía solterona –Miss Sook-, de más de sesenta, cuya característica sobresaliente es ser casi una niña debido a un retraso madurativo, y su perra ratonera, Queenie.
            En todos los textos, editados en diferentes épocas de su vida, Capote evoca nostálgicamente aquellos días en el sur, donde el dinero escaseaba y la vida transcurría en medio del contacto con lo cotidiano, alejado totalmente de lo que después sería su vida urbana. Pone en evidencia que ese trío conformado por Miss Sook, Buddy y Queenie tiene raíces sólidas afirmadas en los afectos, la honestidad y la interdependencia.
            En el primero, Buddy rememora la última Navidad compartida con la viejecita de cabello albo, antes de que él fuera obligado a tomar estudios en un colegio militar. Las tartas de temporada, la forma de hacerse de unos míseros centavos y la alegría compartida al remontar cometas que ambos se regalaban, conmueven al lector desprevenido, porque todas las líneas trasuntan una suerte de complicidad y de armonía que solo puede narrarlas quien las lleva arraigada en su corazón.
            En el segundo, nos cuenta su propia vivencia al ser enviado a pasar una Navidad junto a su padre, en la cual Buddy pierde la ilusión de Papá Noel –al ver a su padre poniendo los regalos- y, de paso, nos muestra la disipada vida del mismo que, al decir de su ex – esposa, se las ingenia con su figura y don de gentes para vivir del dinero de las mujeres que suele frecuentar –que, sin excepción, son mayores que él-.
            En el último, Buddy nos hace saber cuán mal la ha pasado en la escuela, siendo el objeto de escarnio de uno de sus compañeros, cuatro años mayor. Y las enseñanzas que le dejaron los sucesos vividos junto a su otrora enemigo un día de Acción de Gracias.
            El estilo fluido y coloquial, que resume en breves frases el diario quehacer y los sentimientos de sus protagonistas, hace que despierten en el lector empatía y cariño por el objeto de la narración. Un libro de pocas páginas para regalarle al corazón en alguno de esos días que necesita una dosis grande de afecto.

Marcelo Zuccotti