miércoles, 27 de marzo de 2013

La soledad, al cuadrado. Huir, Jean-Philippe Toussaint



Beatriz Viterbo, 2007

            Había salido una recomendación de este título en no se qué revista hace un par de años. Cuando anunciaron el lanzamiento de una nueva novela, recordé su nombre y busqué el libro anterior. Debo reconocer que la literatura francesa contemporánea es de mi agrado. Particularmente, en lo que concierne a la narración urbana. Por eso decidí su lectura.
            Este es un libro que plantea una dicotomía. ¿Cómo puede una pareja disociarse, de manera tal que mientras la mujer envía a su cónyuge a un viaje a la China – a encontrarse con un supuesto socio de ella-, que no es otra cosa más que un encubierto viaje de placer, se encuentre afrontando la muerte de su padre quien, por razones familiares y personales, habitaba la isla de Elba hacía varios años ya?
            Existe un notorio contrapunto entre ambos esposos. Mientras ella –Marie- se pasa los días en un hotel, encargándose del funeral de su padre, su marido –quien narra la historia- anda de un lado para el otro en medio de China, corriendo sus propias aventuras, sobre todo nocturnas. Por momentos, me recordaba esos films de acción y violencia ambientados en Oriente, al estilo ‘Lluvia Negra’.
            El desencuentro de la pareja es tan evidente que, en la escena del responso, donde sólo se conocen ambos cónyuges, con un montón de circunstantes alrededor –que sólo asistían a la misa habitual-, la soledad de ambos personajes es tan abismal que conlleva la ruptura en ciernes de la pareja. Por último, la secuencia final en medio del mar, el reencuentro de los protagonistas y el abandono hacia el llanto y la reflexión, me han parecido de lo más emotivo.
            No hay una gran historia; más bien hay un relato de grandes soledades, incompatibles y penosas, entre dos que poco tienen en común y quizás ya nada para decirse ni esperar. La soledad, esa protagonista silente, se ha adueñado del escenario.
            Ambientado contemporáneamente, el libro es fluido, ameno y se lee rápido. Sólo permite un par de meditaciones. ¿Hasta dónde se puede hacer frente a algo que ya dejó de ser significativo? ¿Cómo podemos decir adiós en circunstancias adversas? Una lectura para sacar provecho.

Marcelo Zuccotti

viernes, 22 de marzo de 2013

Un judío, entre la nostalgia y la ilusión. No tan distinto, Marcelo Birmajer



Norma, 2005

            No es uno de los libros más conocidos del prolífero Birmajer; más bien resulta uno de aquellos que ha pasado por las librerías sin pena ni gloria. De hecho, me costó encontrarlo. Yo sólo había leído un comentario –o un párrafo- sobre su contenido y quise indagar.
            Saúl Bluman es un comerciante judío del barrio de Balvanera –más conocido por Once- en Buenos Aires y a los cuarenta años de edad ha perdido a su querida esposa Berta, víctima de un accidente automovilístico. Al tercer año de duelo, decide recorrer nuevamente las costas de Israel, donde fue feliz junto a su cónyuge. Así se inicia una de las dos partes en que se divide esta novela, que tiene como epicentro las ciudades de Jerusalem y Tel Aviv. Hospedado por el hijastro de un primo a quien no conoce, dentro de una comunidad ortodoxa, alternando con noches de hotel, Saúl irá trasegando el dolor de su pérdida y el recuerdo de un pasado común con Berta, a la vez que se preguntará por la existencia de Dios y su propio sistema de creencias.
            Tiempo después, ya en la segunda parte del libro, con motivo de una entrevista que intenta capturar sus experiencias del viaje, destinada a un programa de la Colectividad, se vincula con su entrevistadora, Bea, iniciando una nueva relación que se consuma años más tarde. Debido a su cumpleaños, ésta decide invitarlo a descubrir Cuba -lugar que ella ya ha visitado-, junto al sol de las playas de Varadero y la calidez de La Habana. En pleno disfrute del amor, conoce a un personaje prófugo de la Justicia, capaz de volver los muertos a la vida. Al ayudarlo a escapar de la isla, en compensación materializa nuevamente a Berta, quien sostiene una charla con Saúl, antes de desaparecer para siempre. A partir de aquí, Saúl se libera de la nostalgia y se dispone a profundizar su relación con Bea.
            Con un texto fluido y ágil, Birmajer compone al típico judío no practicante, que se debate entre el gnosticismo y la fe de sus ancestros. Por otro lado, nos presenta la emotividad de su protagonista, tironeado entre la melancolía por el amor perdido y la ilusión del hallazgo de uno nuevo. No se por qué, pero Saúl me recordó al Yasha de “El mago de Lublin”, de Isaac Bashevis Singer, reseñado en este espacio. Como si hubiera habido una reelaboración del personaje y una adecuación a la narrativa. Si bien se acude a elementos más propios del género fantástico, esta corta novela se lee fácilmente, dejando un sabor dulzón y esperanzador.
           
Marcelo Zuccotti

domingo, 17 de marzo de 2013

Fantasmas a la hora del te. Mil grullas, Yasunari Kawabata



Emecé, 2010

            Ya son varios los títulos de este autor japonés que he visitado y debo reconocer que nunca deja de sorprenderme su talento descriptivo a la hora de crear atmósferas. Seleccioné este libro porque se lo signa particularmente entre lo más representativo de su estilo literario y coincide con una nueva reedición que la casa editora brinda a sus ansiosos seguidores, después de años de ausencia en las librerías.
            En esta ocasión, Kawabata desarrolla el clásico triángulo amoroso utilizando la tradicional ceremonia del té y toda la simbología de sus célebres tazones. Kikuji Mitani, hijo de un acaudalado señor, es invitado a una de estas ceremonias con motivo de cumplirse el cuarto aniversario de su defunción. Con poco más de veinte años, Kikuji es persuadido por una antigua amante de su padre, Chikako, a fin de presentarle a la joven Inamura, una muchacha de belleza sensual a quien considera adecuada para ser desposada por el casadero Kikuji, sobre quien pretende influir. Mas aparece un contratiempo; la viuda señora Ota, acompañada de su hija Fumiko, se hacen presentes –sin ser invitadas- en la reunión y amenazan con desbaratar el plan urdido por Chikako.
            Así, se nos hace saber que el difunto señor Mitani, muy amigo del señor Ota, desplazó de sus atenciones a Chikako en beneficio de la señora Ota, al haber enviudado ésta –puesto que ella y su pequeña hija no tenían cómo enfrentar la vida-. Por despecho, Chikako ha maltratado y despreciado a la señora Ota, alertando a la esposa del señor Mitani.
            Kikuji –un joven voluble e inexperto-, al concluir la ceremonia es abordado por la señora Ota quien, dado el parecido físico con su padre, confunde el ayer con el hoy, y la evocación de esa relación con el ausente los conduce al sexo. A partir de allí, las mentiras, los celos y un brutal sentimiento de culpa en cada uno de los protagonistas, se alternan con el carácter hereditario de los cuencos, capaces de hablar por sí mismos como testigos silentes del pasado inmediato, todo ello dispuesto en un brumoso escenario de posguerra, propicio para que los fantasmas de los muertos sobrevuelen continuamente el relato.
            Como siempre, la novela de Kawabata se resuelve trágicamente hacia las páginas finales. La desesperanza, los remordimientos, la codicia y el sacrilegio de deshonrar la memoria de los que ya no están, no pueden alcanzar otra conclusión.
            Con un estilo minimalista, enfocado en el desarrollo de la psicología de sus personajes, y una trama sólida, Kawabata se las ingenia para hacernos partícipes de su desencanto, su desazón por la pérdida de un glorioso y ancestral pasado histórico y su rechazo a la modernidad japonesa en la que discurrió sus últimos años. Recomendable.
            Marcelo Zuccotti

martes, 12 de marzo de 2013

El juego del gato y el lector. La interpretación de un libro, Juan José Becerra


Candaya, 2012

           Un matutino local había hecho el comentario de este libro –que tiene a una lectora como coprotagonista- un domingo en su página central, cuando aun esta edición española no había arribado a nuestras costas. ‘¡Vaya!, debe ser interesante’, me dije. Apenas tuve noticia de su llegada, lo fui a buscar –hipotecando parte de mi vivienda, dicho sea de paso-.
            Mariano Mastandrea es un escritor que ha publicado una novela titulada Una eternidad la cual, por razones de índole comercial, de marketing o simplemente de oferta y demanda, ha terminado sus días en una mesa de saldos de nuestra Avenida Corrientes, famosa tanto por sus librerías como por sus salas de espectáculos. Entre decepcionado y molesto, Mastandrea se pasea diariamente por allí como por el resto de la ciudad, intentando descubrir a alguien que esté leyendo su libro para tener su opinión. Recorre distintos barrios y parajes por este motivo, rayano en la obsesión, hasta que un día, en una línea de subterráneos, da con una joven y bonita mujer que porta en sus manos un ejemplar del mismo. La persigue y aborda en un banco del Jardín Botánico cuando ésta se dispone a leer, sin más presentaciones que la de ser el autor del libro y querer saber por qué lo lee. A partir de allí se entabla una relación entre escritor y lectora, que se convierten en pareja. Al menos, mientras Camila Pereyra –conocida como ´La loca de los libros’- concluye con la lectura de la novela.

Becerra en Plaza Sarmiento, San Martín de los Andes, Neuquén, Argentina

            Lo interesante del texto es cómo Becerra entrelaza la ficción y la realidad de ambos personajes, haciendo continuas alusiones al libro de Mastandrea, de manera que las personas físicas terminan siendo personajes de la narración. Por otra parte, demuestra admirable ejercicio en la composición de sus psicologías, pues a un autor depresivo y ensimismado, que solo cree en el fracaso como destino del arte, le contrapone una lectora crítica que vive con sus padres, desprejuiciada y obsesiva, quien sólo ve por -y a través de- la literatura, último bastión de una realidad efímera y banal.
            Becerra también hace uso del arte en beneficio del texto, incluyendo el análisis de una serie de cuadros de Edward Hopper en los que las mujeres leen –o hacen que leen-, con los que Camila decide decorar el departamento de un ambiente y escasa ventilación en el que vive  Mastandrea. Así, le confiere al relato mayor profundidad y riqueza, pues los va vinculando con lo que sucede entre sus protagonistas.
            Finalmente, el estilo coloquial de la narración, unido a su dinámica ágil y amena, hacen del libro una lectura entretenida que no elude reflexiones filosóficas sobre la literatura, el arte, el amor y el placer. Y deja abierta la puerta para el debate –eterno- sobre quién resulta más importante: quien lee o quien escribe.

Marcelo Zuccotti

jueves, 7 de marzo de 2013

La fuerza del destino. El viento que arrasa, Selva Almada


Mardulce, 2012

           Claudia –quien había iniciado un taller de escritura con la autora- espoleó mi curiosidad y me hice de un ejemplar de esta novela, con el objeto de entrar en contacto con su universo literario. Por otra parte, me pareció una buena oportunidad para actualizar mis lecturas de noveles autores locales, que comienzan a trascender en el medio.
            Al reverendo Pearson se le ha descompuesto el automóvil en medio de la ruta que lo conducía hacia una reunión con otro pastor, y no tuvo más remedio que ir a repararlo al taller mecánico del Gringo Brauer, en un paraje semiperdido del Chaco argentino. Pearson es acompañado por su adolescente hija Leni y Brauer tiene un ayudante –Tapioca- de edad comparable a la joven. Ni Brauer ni Tapioca son creyentes y Pearson encuentra en ello el motivo para ejercer su ministerio.
            ¿Es posible quitarle a quien nada posee la razón que lo mantiene vivo? ¿Es lícito despojar a alguien de un vínculo generado a través de los años por el solo hecho de cumplir con una misión celestial? ¿Se puede negar la existencia de la sociedad y retrasar sine die la partida de quien amamos por no sentirnos abandonados y quedarnos solos? ¿Cuánto importa el pasado a la hora de decidir cambiar de rumbo? Estas son algunas de las cuestiones morales que plantea Almada en este libro, por lo demás tan escueto como rotundo.
            Escasez de elementos, prosa sucinta, adecuada composición psicológica de los personajes y parca descripción ambiental son las características destacadas de esta obra en la que se conjugan un minucioso conocimiento del modus operandi de sectas y religiones, junto a un profundo poder de observación de la realidad social de nuestro ‘hinterland’. La soledad, la rutina, el fanatismo, el carisma, la existencia de otro mundo más allá de lo cotidiano, se dan cita en este texto que declara la imposibilidad de luchar contra la fuerza del destino de todo ser humano: crecer y hacernos cargo de nuestra propia vida.
             Un libro ameno y fluido, con protagonistas logrados, que invita a la reflexión del lector, forma una inestimable trilogía para no pasar por alto. En este sentido, es un auspicioso debut de Almada como novelista.

Marcelo Zuccotti

viernes, 1 de marzo de 2013

El misterio de crecer. Los peces no cierran los ojos, Erri De Luca


Seix Barral, 2012


            Había tenido noticias de él hacía mucho tiempo, pero recién lo vi en las góndolas de novedades el pasado mes de agosto. Recordé el argumento principal y, incentivado por su escasez de páginas, lo llevé inmediatamente.
            ¿A qué edad se alcanzan los conceptos de amor, equidad y justicia?, ¿cuál es la fecha exacta en la que abandonamos ese período prístino y mágico llamado infancia? Esto se trata en el libro cuyo contenido se vuelve sentimental y empático.
            Ambientado en Nápoles de los ‘60, cuando el protagonista –ahora sexagenario- tenía 10 años de edad, narra la historia de un chico que en un verano al cual solía ir de vacaciones, en medio de lances de pesca y paseos con los otros chicos, descubre la importancia del género femenino y hace su primer acercamiento. Con un padre buscando trabajo en Nueva York y una madre que, al ser participada de emigrar, decide quedarse en Nápoles, el protagonista nos sumerge en un mundo perimido, un verano de playa vivido intensamente.
            Las primeras fantasías, las excursiones de pesca, las trifulcas infantiles, el repaso de la historia familiar en la inmediata posguerra, son el condimento que el autor utiliza para conducirnos al descubrimiento del amor y del sentido de justicia. Autobiográfica, la novela intercala reflexiones del autor con hechos sucedidos a posteriori de la narración principal, siendo ya un muchacho trabajador, estudiante y militante político. Su manera de asumir la historia italiana a través del cine resalta la imagen del chico que se convertirá en hombre.
            En todas las páginas hay una continua evocación de aquel pasado, con algo de nostalgia pero sin lamentaciones. Emotivo, el relato nos descubre el misterio de crecer, de ‘hacernos grandes’, de ‘romper el cascarón’ y tomar la propia vida en nuestras manos, a partir de la aceptación del propio esquema corporal, intentando darle el adecuado uso a la palabra y comenzando a ser consecuente con lo que se piensa. El deslumbramiento del primer beso es, entonces, el colofón de esta serie de cambios que implica ingresar en la pubertad y adolescencia.
            De Luca ha sabido entretejer en un conciso volumen parte de su historia personal, su mirada aguda de la sociedad que lo ha rodeado y exponerlo magistralmente con dulzura y cariño no exento de sensualidad y melancolía. Tan fluido como breve, es un libro para regalarle al corazón.

Marcelo Zuccotti