domingo, 5 de mayo de 2013

Ambos lados de un final. La sentencia de muerte, Maurice Blanchot


Pre-Textos, 2002

            Lo vi en un escaparate de una librería y recordé que estaba incluido en los afamados ‘1001 libros’ que todo lector debería leer a lo largo de su vida. Mi experiencia anterior con Blanchot había estado teñida de cierto disgusto, debido al hecho de haber tenido que abonar poco menos que una fortuna por un libro que tenía escasísimas páginas y al que había concluido al arribar a mi domicilio, después de un viaje en microomnibus. Creo que le quise dar una nueva oportunidad.
            Leer a Blanchot requiere de una buena dosis de concentración, puesto que lo importante no es tanto el relato, sino cómo va hilvanando las ideas, capaces de sugerirnos escenarios sin describirlos por completo. En esta ocasión, el libro posee dos partes. En la primera, narra las peripecias de su relación con J., una mujer que padece una enfermedad terminal a la que solo le asisten con terapias paliativas, esperando el anunciado desenlace. Sin embargo,  los plazos de su deceso se alargan y, por momentos, hasta parece curada. Aquí, Blanchot es testigo privilegiado de cómo la muerte se aproxima, hasta que a él mismo le toca presenciar la partida.
            En la segunda parte, la irrupción de Nathalie, una desconocida que se adentra en la oscuridad de su habitación una noche, dispara una narración acerca de las peripecias del propio Blanchot como protagonista respecto de su enfermedad. Es el frío sepulcral de los cuartos –que remeda al de los cuerpos muertos- y la indolencia de no sentir nada, el objeto del relato. Aquí despliega imágenes cotidianas, de citas y desencuentros, en un clima poco menos nebuloso cuando no enigmático.
            Ambientados en el París de 1938, en pleno inicio de la Segunda Guerra Mundial, estos hechos son evocados diez años más tarde como una suerte de ejercicio literario. Porque el arte del autor está en el manejo de las palabras, con un particular talento en crear atmósferas, en decirnos la mitad de las cosas y hacer que el lector construya la otra parte del relato que no figura en el texto.
            Es un libro distinto, que tiene mucho de ensayo y de desarrollo literario de un relato basado en experiencias personales -reales o no-. Mas vale advertir al desprevenido lector, que si bien el libro no llegar a contar con ochenta páginas, la densidad de su contenido requiere una lectura concienzuda, en entornos distendidos y sin distracciones. Decididamente, más para la mesa de luz en un ambiente climatizado, que para el bullicio de las vacaciones en la playa.
           
Marcelo Zuccotti

4 comentarios:

  1. A la lista pero ya... y creo que tú apoyarías la moción. Estoy en una racha de novela francesa propiciada por un libro de Laurence Cossé, recomendable a medias pero con muy buenas referencias entre las que está Blanchot. Un abrazo Marcelo :)

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    1. Amigo Yossi, debo hacerte una advertencia. Los libros de Blanchot se caracterizan por escasez de páginas, en razón inversa a su densidad. Quizás pueda servir de modelo a quienes realizan construcciones que tienen que ver más con la filosofía que con la novela, aunque lo reconozco 100% literario. Ojalá disfrutes de él. Un fuerte abrazo.

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  2. Blanchot, no he leído nada suyo y no me importa en este caso que sea un ensayo, son lecturas en las que de vez en cuando, cuando tengo la mente despejada, me sumerjo.
    Me parece una buena propuesta para acercarme al autor
    Besos

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    1. Es un autor para leer con tiempo; nada de apuro. Además, Silvia, medita muy bien no sólo qué va a decir sino cómo. Se nota su esfuerzo por adecuar lo más posible las palabras a los sentires. Ojalá sea de tu agrado. Un beso.

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