jueves, 31 de octubre de 2013

Ser y parecer. Las mentiras de la noche, Gesualdo Bufalino


Anagrama, 1998

             Había leído algo acerca de la obra del autor cuando, en un puesto de libros usados sito en un parque, me puse a hablar con el librero una tarde de domingo y, entre otros menesteres, vaya sorpresa, tenía disponible un ejemplar de esta novela –que él mismo, en posesión de otro volumen no había leído-. Al pasar el tiempo, viéndonos periódicamente, nos fuimos preguntando recíprocamente sobre su lectura, con respuesta negativa de ambos. No quise esperar más.
            Cuatro condenados a muerte comparten su última noche en el calabozo de una fortaleza ubicada en una isla de la que resulta imposible escapar. Todos ellos, miembros de una conjura,  han intentado fallidamente atentar contra la vida del rey y han sido capturados. El responsable del cadalso les ofrece un salvoconducto: serán hombres libres si cualquiera de ellos escribe el nombre real del jefe de la conjura, que responde al epíteto de Padreterno. Para ello, arbitra un mecanismo de sufragio de manera de impedir conocer al delator. Antes de la ejecución, él vendrá por la urna para conocer su contenido.
            Acompaña a los reos –un aristócrata, un poeta, un estudiante y un soldado- un falso fraile que, habiendo padecido la tortura, será ejecutado junto a ellos la mañana siguiente. Es éste quien propone contar una historia que merezca ser narrada y que de sentido a sendas vidas, para abordar con hidalguía las largas horas de vigilia que preceden el final.
            Ambientada en el siglo XVIII en territorios borbónicos, en estilo coloquial y fluido, Bufalino se permite cuestionarnos acerca de la validez de la verdad. ¿Cuánta verdad hay en cada uno de esos relatos? ¿Son parte de la vida de sus protagonistas o tan solo sombras ficticias que sus febriles mentes han construido para confundir o entretener a los presentes? ¿Dónde concluye la verdad y dónde comienza la ficción? ¿o es que nada es real? Acaso no sea más que un juego de espejos, en el que ser y parecer intercambian sus roles. El contrapunto entre los narradores y sus reflexiones en una circunstancia tan extrema da paso a un fantástico final que cierra la novela.
            Es un libro breve aunque muy poético, con sólidos personajes perfectamente delineados y descripciones de sentires y emociones propias de seres humanos, que se disfruta mucho y nos deja pensando. Recomendable ciento por ciento.

sábado, 26 de octubre de 2013

Murmullos descuidados. Un héroe de nuestro tiempo, Mijaíl Y. Lérmontov


Nórdica, 2007

            Siempre que puedo, abrazo con cierto grado de fanatismo cualquier novela de origen ruso que ande dando vueltas. Particularmente, aquellas que datan del siglo XIX y que, a lo largo de los años, se han hecho de una reputación bien merecida. No es fácil encontrar la presente, puesto que este título –si bien reconocido ampliamente- no suele ser incluido en catálogos de importantes casas editoras que destinan colecciones a literatura universal. Salvo unas pocas, la mayoría elude obra y autor. Afortunadamente, Nórdica ha rescatado del ostracismo –si no del olvido- un volumen considerado señero de las grandes novelas rusas de fines de aquel siglo y principios del XX.
            Esta novela relata las andanzas de Grígori Alexandrovich Pechorin, un joven oficial ruso quien, a principios de la década de 1820, es destinado a los territorios del Cáucaso –Chechenia, Georgia, Osatia-. Un narrador –que, supongo, es el autor- se vincula con el capitán Maxim Maxímich en medio de un viaje. Éste, propenso a contar anécdotas, refiere ciertos hechos que tienen como protagonista al oficial Pechorin, haciendo una semblanza del mismo y exponiendo su manera de ser y pensar. Con el paso del tiempo, el capitán y el narrador se reencuentran en otra aldea y tienen la suerte de cruzarse con el mismísimo Pechorin durante unos minutos. La frialdad expresada por éste respecto del capitán, lo incomodan tanto que decide dejar en manos del narrador una especie de diario que Pechorin había escrito con antelación y que el capitán guardaba celosamente. En posesión de esos documentos, nuestro autor nos narra otros hechos del personaje principal.
            El libro está organizado con un prólogo y dos partes. La primera contiene dos capítulos que resumen el encuentro de narrador y capitán y los sucesos relatados por éste, junto a un primer episodio del Diario de Pechorin. La segunda, incluye los últimos dos capítulos del Diario. Además, esta edición se acompaña de un prólogo de Vladimir Nabokov, que resulta nada despreciable para comprender la estructura de la obra y objetivos.
            De la lectura, se deduce que Pechorin encarna al joven inescrupuloso y arribista, capaz de alcanzar sus fines sin reparar en los medios a utilizar para conseguirlos. Así, se reconoce frío y calculador, con poca confianza en el género humano y sus emociones.
            Lo destacable es su estructura. Primero, un narrador habla con otra persona acerca de un tercero; luego, el segundo refiere al tercero y, por último, el tercero se hace narrador a través de un Diario. De esta manera, Lérmontov nos hace ir y venir en el tiempo, en una suerte de avance en espiral. Además, es sorprendente el peso que adquieren los ‘murmullos descuidados’ de los que, a lo largo del relato y en muchas oportunidades, los protagonistas se valen para ponerse sobre aviso de lo que se trama contra ellos.
             En estilo coloquial y fluido, el libro mantiene su solidez en base a relatos enlazados entre sí por medio de sus personajes, que alternan protagonismo en aras de sostener el equilibrio y la coherencia interna del mismo. Lérmontov no aborda un tema de actualidad mas, al desnudar en sus líneas los cambios que su sociedad reclama, no deja de ser una obra referente.

lunes, 21 de octubre de 2013

Canoa canadiense. Mi vida querida, Alice Munro


Lumen, 2013

           Una simple y total desconocida. Ésa hubiera sido mi definición de Alice Munro a principios de este año. Alguna noticia de ella tuve a través de la Red, claro, por lo que me había hecho de un par de ejemplares de su autoría, de manera de tener algo a mano para incursionar en sus letras y no correr el riesgo de evidenciar mi absoluta ignorancia como con Mo Yan. Mas mi habitual recelo hacia los libros de relatos, unido a una difícil selección de títulos a leer durante el año en curso la relegaron a una prudente espera. La proclamación como ganadora del Nobel de Letras 2013 los sacó del letargo; quise saber quién era Munro. ¿Cholulo –cotilla-, yo?
            Este libro contiene una serie de cuentos no tan breves y un apartado en el que la escritora ha reunido cuatro relatos de naturaleza autobiográfica. Ambientados todos en pueblos y ciudades del Canadá, Munro despliega su arte narrativo partiendo siempre de hechos concretos de la vida cotidiana. Así, puede servirse de un viaje en tren de una madre con su hija pequeña desde Vancouver a Toronto, de una maestra en medio de un instituto de enfermos tuberculosos, de la relación entre un policía casado y una jovenzuela de una aldea, de un pozo de grava que se llena con agua de lluvia o deshielo, de detalles en vínculos familiares, de una propuesta de matrimonio que no se materializa, del chantaje de una dependienta respecto de una relación clandestina, de un regreso tras la guerra, de la visita a un médico especialista o del reencuentro tras muchos años de quienes tuvieron amoríos cuando jóvenes, para provocar un giro en lo que hasta allí era pura anécdota y mostrarnos otras facetas de los sentimientos y emociones que anidan en sus personajes.
            La sensación que el lector adquiere al recorrer sus páginas semeja a la de un navegante de kayak o canoa canadiense quien, fluyendo con la corriente de alguno de los caudalosos ríos que abundan en esas tierras, atraviesa rápidos y escollos no sin dificultad, para alcanzar remansos donde la soledad y la belleza del paisaje se vuelven indescriptibles.
            Escrita con estilo ameno y coloquial, la lectura resulta dinámica y entretenida. Hacia el final, la narración se vuelve más íntima y Munro repasa escenas de su vida infantil. La muerte de una amiga, la asunción de malos pensamientos, el chismorreo del pueblo y una historia familiar acerca de la casa donde vivió la niñez son elementos disparadores de una cosmovisión de la vida que asombra y emociona. Dueña de un talentoso poder de observación, el arte de Munro está en la forma en que construye sus relatos, no tanto en su contenido.
            En suma, es un libro placentero, que se disfruta mucho y despierta la necesidad de repetir la experiencia. Absolutamente recomendable para personas sensibles.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Memorable verano. Antigua luz, John Banville


Alfaguara, 2012

           Impulsado por los buenos comentarios de otros lectores, unido al entusiasmo generado por su novela anterior –que publiqué en este mismo espacio-, salí en búsqueda de su último trabajo firmado por él y no bajo el seudónimo de Benjamin Black, pues considero que Banville se supera como novelista en cada nueva publicación.
            En esta ocasión, Alexander Cleave nos narra en primera persona su enamoramiento e inicio sexual con la madre de su mejor amigo, la señora Gray, cuando ella contaba con treinta y cinco años de edad y él tan solo quince. Los recuerdos de aquel memorable verano acuden a su mente con insistencia, junto a una multitud de detalles que se entrelazan, careciendo de orden y de autenticidad, pues el protagonista, al hacer acopio de memoria, no puede afirmar que algunos de ellos no sean creaciones de su propia fantasía, habiendo transcurrido medio siglo desde ese entonces. Es decir, la evocación es mitad verdad y mitad fábula.
            A la vez, nos notifica su profesión de actor de teatro, por lo cual es convocado a participar en un proyecto cinematográfico, teniendo a su cargo el rol protagónico. En el guión se narra la historia de un farsante adulto, alguien que se ha hecho pasar por otro y enamora a una jovenzuela mediante ardides inescrupulosos –que no es otro que Axel Vander, el protagonista de ‘Imposturas’-, a quien él debe encarnar. Por otra parte, nos enteramos que su vida cotidiana junto a Lydia, su esposa, ya solo es una fachada donde ambos intentan ocultar el dolor que supone el asumir el suicidio de su única hija, de veintisiete años y con evidentes síntomas de inestabilidad emocional,  en un pueblo de la costa italiana, ocurrido diez años atrás.
            En base a una prosa ágil y floreada, Banville construye una ficción con un manojo de personajes secundarios y una serie de circunstancias hábiles en las que alterna su pubertad, el pasado familiar y su condición de artista, donde la historia supuestamente principal, que tiene mucho de complicidad y aventura juvenil, declina en favor de otra, más personal, dolorosa y triste, que debe sobrellevar ahora que ha envejecido.
            En cierta medida, la estructura del relato se asemeja al estilo utilizado en ‘El mar’, basado en un tríptico ‘recuerdo infantil – situación dolorosa – acontecer actual’, sólo que en éste anuda las últimas dos partes a través del viejo personaje aparecido en ‘Eclipse’ e ‘Imposturas’, conformando con el presente una suerte de trilogía.
            Entretenido, con muchos guiños al lector y abundantes reflexiones de alguien que analiza su vida y se encuentra con su propio vacío existencial, el libro se lee rápido y deja un sabor agridulce, con mucho de nostalgia e introspección.

viernes, 11 de octubre de 2013

Apología de la amistad. El sobrino de Wittgenstein, Thomas Bernhard


Anagrama, 2010

            Empujado por otros lectores a incursionar en las letras de Bernhard, decidí hacer mis primeras armas con este volumen corto, que viene precedido por un reconocimiento mundial y ha colocado a su autor en la cúspide de los escritores austríacos más relevantes del siglo pasado.
            Escrito en primera persona, Bernhard describe su relación con Paul Wittgenstein, sobrino del afamado filósofo Ludwig, con quien ha mantenido una relación de amistad con características particulares. Así, expone que el vínculo fue construido por ambos, aun a sabiendas de las enormes diferencias de apreciación que mantenían respecto de los hechos artísticos. Bernhard reconoce que esa amistad ha requerido de ingentes esfuerzos de uno y otro para sostenerse en el tiempo.
            Recluido en un hospital debido a una cirugía de tórax en 1967, el autor comparte el predio con su amigo aunque se encuentran en pabellones distintos; uno, en el de los que intentan recuperarse de una enfermedad pulmonar, el otro, en el manicomio donde son atendidos aquellos que presentan rasgos de locura. Su salud se encuentra tan debilitada que se le hace imposible allegarse hasta el pabellón donde se halla Paul y, en todo ese lapso sólo han podido encontrarse una única vez, más por tenacidad de Paul que por sus propias posibilidades.
            Con una prosa repetitiva, ansiosa y reconcentrada, Bernhard repasa cómo se conocieron, qué rasgos de la personalidad de Paul le atrajeron sobremanera, por qué se hicieron amigos y la importancia de la presencia de Paul en su vida, haciendo de este análisis descarnado y minucioso una apología, un canto a la amistad.
            También incluye su mirada crítica sobre su propio trabajo de escritor y exhibe sin pudor su total descreimiento de los premios que se les otorgan, a los que considera más de índole política y comercial que un motivo de reconocimiento a la trayectoria literaria. El episodio que relata una premiación nacional no tiene desperdicio. Por otra parte, desmenuza los trastornos de Paul –muchos de los cuales parece haber compartido con su tío- sin establecer juicio, pues comprende cabalmente sus obsesiones y exabruptos, su naturaleza excéntrica y desordenada, haciendo una despiadada burla a lo que la sociedad considera ‘normal’.
            Finalmente, escribe este libro para expurgar en parte su sentimiento de culpa por haber abandonado al amigo, negándose a visitarlo en sus últimos tiempos, porque el dolor de asumir el deterioro de los momentos finales le habría causado mucha más angustia que la ausencia; de esta manera, rescata del olvido y la intrascendencia la historia común que los ha tenido por protagonistas de una amistad sui generis.
            Es un texto denso, escrito casi de corrido, con frases que se repiten machaconamente, pero que bien vale la pena atravesar porque su contenido lo amerita. Sin dudas, un muy buen libro.

domingo, 6 de octubre de 2013

Retrato de milicia juvenil. El teniente Gustl, Arthur Schnitzler


Acantilado, 2006

           Un compañero de ruta en la autopista bloguera signaba hace poco dos trabajos de Schnitzler, entre los que se encontraba esta joya literaria, brevísima en su extensión pero magnífica en su caracterización y trasfondo. Ya había visitado ‘La señorita Elsa’ del mismo autor, del que algo expresé en este mismo espacio y ‘Relato soñado’, que dio origen al film Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick, en otro ya desaparecido.
            El teniente Gustl es un soldado vienés del siglo XIX que se aburre soberanamente al asistir a un oratorio. No ve la hora que concluya para poder disfrutar de otros placeres –mujeres, puros, cena-. Mientras tanto, observa a las damiselas de los palcos y plateas y medita acerca de sus conquistas, su pérdida en el juego y, fundamentalmente, el tener que enfrentar un duelo de caballeros en la tarde del día siguiente debido a una ofensa al pundonor militar que otro invitado le infligió en medio de una reunión.
            Utilizando la técnica del monólogo interior –tan sabiamente desarrollada por el autor a través de toda su obra- nos enteramos por el propio Gustl que llegó a la milicia al haber sido expulsado del colegio, que es muy propenso a la vida fácil y disoluta del juego, los amores superficiales y la parranda. Pero también nos muestra su soberbia de oficial militar, su cobardía ante la muerte y la variabilidad de su humor según las circunstancias, lo que puede ocurrir de un momento a otro. Capaz de decidir su suicidio porque un pastelero –a quien ve diariamente- lo trata de imbécil a la salida de la función del teatro –pero incapaz de llevarlo a cabo-, pasa de la angustia que supone dejar este mundo por propia voluntad ante la imposibilidad de ajusticiar al agresor a la más exultante euforia al enterarse del deceso de aquél a la mañana siguiente.
            Su naturaleza inestable y voluble se pone de manifiesto en cada pensamiento que Gustl aborda, sea respecto de sus amigos, su familia o del entorno que frecuenta. En base a una sólida construcción de su protagonista, que dilapida dinero en apuestas, vive gracias a los aportes que le gira su madre y tiene de amante a una mujer casada con la que no asume compromiso ninguno, Schnitzler se encarga de retratar entrelíneas lo que él considera el modelo de militar austríaco: un jovenzuelo que abraza la carrera castrense por descarte, sin convicción, más afecto a los halagos y reverencias que al patriotismo, y siempre dispuesto a servirse de los beneficios que el reconocimiento social y las prebendas militares le otorgan, tanto como a defeccionar ante la primera detonación de cualquier pistola.
            Ameno y coloquial, el libro se lee rápido dada su brevedad y contenido. Las composiciones de Schnitzler resultan tan reales, que se ha ganado con justicia un buen lugar en mi biblioteca.

martes, 1 de octubre de 2013

Versión Original 2. La muerte de Virgilio, Hermann Broch


Alianza, 2007


             Como lo había anunciado, nuevamente publico un texto escrito anteriormente. En esta ocasión, el mismo apareció en marzo de 2010, luego de su auspiciosa lectura, durante los meses de verano. El primer párrafo hace alusión a un amigo personal y a la Feria del Libro local, de 2009.

 Hermann Broch en Cafayate, Valles Calchaquíes, provincia de Salta, febrero de 2010.
             Andando por la última Feria del Libro local, el Flaco se llevó un ejemplar del autor, que compone la trilogía “Los sonámbulos”. Pasados los días, al comentarle a mi otro etílico amigo el cotilleo propio de la visita, me señaló este título como el sobresaliente de toda la obra de Broch. Después de buscarlo afanosamente por todo Baires, “rechiflado en mi tristeza” y “sin plata y sin fe”, se me ocurrió preguntar en una histórica librería de Recoleta, donde tuve la fortuna de hallarlo. Esa fue la primera de las fortunas. La segunda, fue la que tuve que pagar. La tercera, a continuación.

           Es un librazo, no sólo por sus 566 páginas –y el peso que esto acarrea- sino fundamentalmente por su contenido. Es la historia del poeta Virgilio, que vuelve desde Grecia junto al César Augusto,  ya muy enfermo y al que le restan pocas horas de vida, acompañado por un cofre en donde guarda los rollos que componen la Eneida. El libro se divide en cuatro partes, cada una signada por los cuatro elementos: agua, fuego, tierra, éter.
            La primera, es la llegada al puerto de Brindis (Brindisi), donde tiene lugar el festejo del arribo que coincide con un nuevo onomástico del César, para lo cual Virgilio debe ser llevado en litera en medio de las callejas, donde recibe los insultos de la gente común, sobreviviendo en su propia miseria, pues creen que el transportado desea “hacerse notar”. Una situación que evoca el Vía Crucis de Jesús –que, cronológicamente, padecerá años después-.
            La segunda, conducida por el aumento nocturno de la fiebre, es una construcción llena de representaciones oníricas, donde se entremezclan alucinaciones, ensueños y realidad, –con esos seres imaginarios que tan bien retrataba el Bosco en sus pinturas-. Pero el lirismo conque Broch los describe es maravilloso. En medio de esta imaginación febril surge en Virgilio el  convencimiento de que su vida ha sido sólo palabras, que la grandeza del conocimiento al que él aspiró sólo puede  alcanzarse con la realización de la muerte y, por lo tanto, su obra, la Eneida, es incompleta y debe ser quemada como tal. Los amigos de toda la vida, que se dan cita para enterarse de su salud, al escuchar esto se alarman.
            En la tercera parte, se entabla el encuentro entre el César y el poeta. Es aquí donde el debate sobre el objeto de la poesía se contrapone con el poder del Estado y la obra de gobierno. Augusto sostiene que no hay menos conocimiento en gobernar que en toda manifestación artística. El contrapunto es indescriptible pues cada uno argumenta con razones y defiende denodadamente su punto de vista (aunque el César lo hace para evitar la quema de la Eneida, porque refleja la gloria del Imperio creado por él y, por ello –esgrime-, la obra ya no pertenece al autor sino a su pueblo).
            Por último, la entrada en la muerte, como si la vida que se apaga alcanzara la plenitud a medida que se despega; como si la última entrega de ésta fuera la verdadera razón para adquirir el más puro conocimiento, siendo su consecuencia lógica, sin solución de continuidad entre ambas, es de una belleza de tal magnitud que conmueve y emociona hasta las lágrimas. Esa vigilia final recuerda el “pianísimo” en que concluye la 9ª sinfonía de Mahler, donde el compositor imaginaba su propio ingreso en la muerte.
            Pero no es solo esto. En su interior hay otros tópicos. La reflexión sobre la necesidad de la belleza y del arte (y cuándo éstos se vacían de contenido); la discusión acerca del rol de la risa como oposición a la manifestación artística –tema central de “El nombre de la Rosa”, de U. Eco-; la necesidad de volver a las fuentes, donde la muerte es un elemento más para renacer (“en mi fin está mi principio” shakespeareano); la certeza de que todo tiene un ciclo que cumplir y que sólo puede superarse una vez cerrado el círculo al que se encuentra destinado (el eterno retorno de Elíade); y finalmente la disolución del lenguaje, porque cuando se accede al conocimiento absoluto, el lenguaje se torna innecesario, una limitación, un sin sentido (algo que asocio con la música del “Cuarteto para el Fin de los Tiempos”, de O. Messiaen), son sólo parte de los elementos incluidos, plenos de agudezas y poética.
            En suma, este libro, lleno de imágenes, escenas, reflexiones y evocaciones, ya comparte con “Los hermanos Karamazov”, de Dostoyevski y “Memorias de Adriano”, de Yourcenar, el ser uno de los tres mejores libros que leí en mi vida, lo que no es poco.