Minúscula, 2009
Conexión.
Es la única palabra que acude a la hora de interpretar los hechos. Este título
salió a relucir cuando Agnieszka -que emitió su opinión aquí- decidió descender a los infiernos del nazismo.
No pude conseguir el libro de Borowski que recomendaba, pero éste estaba
disponible. No medió comunicación ninguna entre ambos –aunque yo le sugerí que me
avisara-, pero lo leímos en el mismo momento.
Después de viajar al Holocausto
judío con Kertész, había una lógica consecución con el tema, pues completaba de
algún modo lo sucedido. En aquél, se narraban los horrores de Auschwitz y
Brunewald; aquí, otros no menos significativos acaecidos en toda Polonia. Dio
la casualidad que, sin mediar comunicación alguna, ambos decidimos enfrentarnos
a estas páginas.
Es una compilación de relatos donde
Nałkowska, miembro de la Comisión de Investigación de los Crímenes Hitlerianos
que, en 1946, se ocupó en señalar lo sucedido durante el nazismo y acusar a los
responsables, destaca aquellos que resultan sobresalientes. Así, repasa algunas
historias de los sobrevivientes y de quienes tuvieron algún rol que cumplir en
la maquinaria de la solución final –forma
eufemística del genocidio- de millones de judíos.
Un médico encargado de hacer jabón
con la grasa de los cadáveres; la tortura y el hacinamiento de una madre y su
hija; las atrocidades perpetradas en los guetos polacos; el abandono de un
herido al fugarse –pues ayudarlo acarreaba el fusilamiento-; el permanecer
durante todo un día de pie en medio de un frío glacial; los ultrajes que
debieron soportar las prisioneras; los condenados que cavaban las fosas para
los cadáveres gaseados o guillotinados; el destino de los niños y ancianos a la
cámara de gas, son parte de esta obra testimonial, en la que se narra toda una
colección de horrores que ha tenido como fin último el exterminio de una raza.
Con poco menos de un ciento de
páginas, esta obra rescata del olvido y la aquiescencia un cúmulo de vivencias
que espeluznan, de modo que las historias resultan difíciles de transitar.
Varias veces he tenido que detenerme en su lectura; la profundidad del horror
narrado así lo requería. Es doloroso tomar conciencia que tales abyecciones
fueron infligidas por unos seres humanos a otros, cuando sabemos que los
propios animales –sin el dilatado ejercicio de la razón- no serían capaces de
hacerlo entre ellos mismos.
Conciso y directo, sin veleidades
literarias y con mucho de entrevista periodística, la autora expone un abanico
de acciones inhumanas perpetradas sobre el pueblo judío, en su mayoría de
origen polaco –pues allí se concentraba la mayor colectividad europea-. Un
libro duro, difícil de asimilar, no apto para lectores impresionables.