domingo, 28 de diciembre de 2014

Cuestión de dignidad. Los santos inocentes, Miguel Delibes


Planeta, 1993

           Lo tenía en una de las colecciones que supieron salir semanalmente en los puestos de diarios, allá por 1993. Una interesante selección de títulos, unida a una sólida encuadernación en cartoné y un precio más que módico no dejaron mucho campo a la duda. Lo cierto es que, desde entonces, si he leído diez de ellos, es decir bastante. Será porque aun los guardo en cajas o porque no se encuentran a mano, que son pocas las ocasiones que me tomo la molestia de ir a por uno de ellos. En este caso, Utopía me lo recomendó y lo fui a buscar.

            Si queréis saber cómo era la vida rural durante el franquismo en España, pues éste es el libro. Régula, quien tiene a Paco de pareja, sirve al señorito Iván en su coto de caza en Extremadura, tiene varios hijos -entre los que se cuenta una discapacitada- y un hermano desdentado e ignorante, Azarías, que sólo se ocupa de pelar las aves para su patrón y darle de comer al Gran Duque, un búho al que ha cobrado cariño y que le responde. Al poco, éste muere y Azarías es despedido. Paco pasa a colaborar en las batidas de caza de Iván preparándole las armas y recogiendo las piezas abatidas, hasta que un accidente –debido a la vejez de Paco- impide a éste continuar su tarea. Azarías toma su puesto, pero Iván comete el error de matarle su nueva mascota.

            Delibes compone en esta novela un sórdido y doloroso cuadro de situación de las clases iletradas, casi sin acceso a la educación y sometidos como animales a los caprichos de los que detentan el poder. Cuando la libertad es una fantasía; la vida, un suplicio cotidiano y el maltrato una moneda corriente, ¿qué les queda a aquellos a quienes sus derechos les fueron conculcados, a quienes les han arrebatado la dignidad de seres humanos? A veces, sólo resta hacer justicia por la propia mano…

        Con pocos elementos geográficos, un puñado de personajes secundarios y un vocabulario adecuado a la necesidad literaria, el autor construye una narración tan fluida y coloquial como conmovedora. Pocos libros me han resultado tan sentidos como éste, donde la indigencia, el segregacionismo y la marginalización van acompañados de una conciencia de la defensa de aquellas cosas que nos resultan indispensables para seguir sobreviviendo, aun a pesar de las circunstancias adversas.

              Un libro angustioso como memorable, con múltiples lecturas y con un mensaje: el rescate de la dignidad. 

martes, 23 de diciembre de 2014

Impresiones. Damas chinas, Mario Bellatin


Anagrama, 2006

          Lo apunté por recomendación y, al poco, la opinión se dividió. Unos lectores decían que era una obra importante, que representaba muy bien el estilo literario del autor –ganador de algunos premios- y que era poco menos que un modelo de buena literatura. Otros, que el libro carecía de coherencia, que se volvía intrascendente hacia el final y que era un ejemplo de cómo hacer literatura barata. Lo hice descansar un par de años desde su compra, hasta que los ánimos de tirios y troyanos se aquietaran un tanto.

         Un ginecólogo narra en primera persona su vida familiar, con un vínculo conyugal deshecho por la costumbre y la falta de comunicación, una hija distante y un hijo drogadicto que muere en circunstancias poco felices. Con este panorama, el protagonista suele frecuentar prostíbulos de diversa calaña, tratando de no repetir ni lugar ni mujer.

       Un día, en medio de una consulta profesional, esperando el tratamiento oncológico de una paciente, se acerca al hijo de ésta, que está sentado en la antesala y el niño le cuenta una historia, que tiene mucho de fantasía y onirismo.

           La primera parte, donde se describen profesión, familia y sexualidad extramarital, el tono elegido es frío e impersonal, como el de una crónica forense. La segunda, durante el relato del niño, es más cálida, pero en ambos casos se sienten ajenas al relator.

            Hay dos planos interesantes. Uno, el contraste entre el profesional que se encarga de traer hijos al mundo y la indiferencia que él mismo destina a los propios. Otro, la importancia que le otorga a una narración surrealista y funambulesca –que bien podría ser pura ficción-, en marcada oposición con los hechos que lo tienen de personaje principal tanto en la muerte del hijo como en su sed de sexo.

         Fluido, coloquial, con un estilo aséptico y monótono, Bellatin compone dos historias con distintos matices que se solapan y contraponen, sin un objetivo claro pero con elementos comunes donde lo unitivo es esa mirada descarnada y lejana que el ginecólogo utiliza para sus apreciaciones. Por momentos, evoca las pinceladas de los maestros impresionistas, donde el contraste del colorido solo se traduce en una obra acabada cuando se las aprecia en conjunto.

               Por lo demás, es un libro breve bien escrito, que no justifica ni la euforia de quienes lo ensalzan ni las diatribas que le propinan sus detractores. Será cuestión –como siempre- de hacer experiencia y leer otras obras del autor.

jueves, 18 de diciembre de 2014

El placer de leer. Los libros son tímidos, Giulia Alberico


Periférica, 2011

            Leí la reseña de Silvia y lo rescaté. No soy muy partidario de los libros en los que se relata en primera persona la experiencia de lo que hemos leído –considero que cualquiera de nosotros podría (y puede) elaborar su propia lista-, pero parecía estar tan bien narrado que, al fin y al cabo, lo apunté y lo llevé cuando estuvo disponible.

         Alberico nos cuenta cómo se fue acercando en su infancia y parte de su pubertad a ciertos títulos que resultan imposibles de soslayar; Servidumbre humana, ¡Qué verde era mi valle!, Nido de víboras, ¡Adiós, Mr. Chips!, son algunos que se citan, junto a Matar un ruiseñor, Resurrección, Sartoris y Voces de un día de verano, entre muchos más.

         Por sus páginas también desfilan Homero, Virgilio, Eurípides y Dante en lo que se refiere a clásicos, y a autores locales, como Vasco Pratolini, Giovanni Verga, Giorgio Manganelli y Alessandro Manzoni.

      Toda la obra es un repaso de las lecturas que, tanto los maestros de escuela como los bibliotecarios y otras muchas personas allegadas a la autora, le han sugerido en aquel tiempo, sirviéndole el conjunto, de base a su formación literaria y académica.

     Por momentos resulta emotivo y conmovedor, con sus cuestionamientos a determinado autor o título, con su experiencia a flor de piel respecto de lo que ha ido encontrando en ellos. Asimismo, el lector se vuelve partícipe mientras transita las páginas de ese mundo literario que se ha forjado a partir de buenas elecciones y grandes descubrimientos personales. Hay una suerte de empatía con su narradora, como si cada uno de nosotros –buenos lectores- nos sintiéramos identificados con semejante derrotero.

         Fluido, breve, muy ameno y expresivo, los recuerdos de su protagonista inician nuestro propio recorrido evocador, que se entremezcla con el texto en una suerte de universo paralelo entre autor y lector. En ese aspecto, nos lleva de nuevo a momentos felices, donde la lectura ha sido el centro de atracción. No es un gran libro, pero fortalece el corazón.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Fuiste mía un verano. Villa Triste, Patrick Modiano


Anagrama, 2009

             Decidí probar suerte con este título después de que la Academia Sueca le otorgara el Premio Nobel de Literatura a su autor días atrás. Contaba ya con algún tiempo en mi biblioteca junto a otros de su autoría y pretendí compaginar el texto con la versión cinematográfica que existía; lamentablemente, el film no ha sido convertido al formato DVD aun, por lo que sólo puede obtenerse descargándolo de la Red o bien en una copia en VHS.

             El libro narra el recuerdo que su protagonista, quien se hace pasar por el conde Víctor Chmara, posee de los hechos sucedidos una docena de años antes, cuando contaba con dieciocho años, a principios de los ’60, en una localidad francesa cercana a la frontera suiza, en la región de Alta Saboya. Intentando escapar del riguroso alistamiento que lo conduciría al frente de la guerra con Argelia, Chmara se oculta durante el verano en ese rincón de provincia, alojándose en una suerte de hospedaje familiar.

           Allí, entra en contacto con una joven actriz, Yvonne Jacquet, de quien se enamora, y con un amigo de ésta, el médico homosexual René Meinthe –algo mayor que ella-. Entre los tres componen un grupo que deambula entre un puñado de personajes mundanos que se reúnen por motivos de descanso o vacacionales.

         Lo destacable de esta la novela es su mirada melancólica. A la languidez que acompaña la chatura provinciana y el ocio estival, le opone una historia de amor juvenil, fresca y lozana, aunque sin demasiado futuro, todo ello en medio de una sociedad aburrida, cuya estructura colonial se derrumba.

          Para componer el relato, Modiano intercala el pasado con el presente, disparado a través de un encuentro fortuito con Meinthe muchos años más tarde. Esa superposición temporal fortalece el núcleo narrativo y sostiene la coherencia interna de las acciones, brindándole fluidez y continuidad.

           Por lo demás, el estilo literario resulta ameno y coloquial, con escenas bien delineadas y algún que otro elemento tomado del vodevil. Quizá no sea una muestra del mejor Modiano, pero conserva una visión descreída y algo decadente de la realidad suburbana que es su sello característico.

lunes, 8 de diciembre de 2014

La insatisfacción tiene cara de mujer. Arlington Park, Rachel Cusk


Lumen, 2008

            Es lo único que encontré de ella, andando por las librerías. Sabía que escribía muy bien y era dueña de una mirada crítica hacia la sociedad contemporánea. Al hallarlo, el librero me advirtió que no iba a ser muy grato; por eso esperó pacientemente su oportunidad.

            No puedo saber cómo siente una mujer –no lo soy-; mucho menos de aquella que cumple con el mandato familiar de hacer un buen matrimonio, ser esposa abnegada y tener hijos, después de graduarse en una profesión y hacer ejercicio de ella, aunque son muchas las que me rodean –sobre todo, en mi actividad laboral- que se encuentran en esta condición. Lo que sí sospecho es que sus vidas no son todo lo glamorosas que muchas veces nos quieren hacer creer, de la misma manera que lo intentan esa multitud de magazines y canales de cable diseñados para el consumo de estas mujeres, mal llamadas ‘amas de casa’ o ‘jefas de hogar’. De este lado oscuro, que en susurros y en confidencias entre amigas suele aparecer, es lo que trata esta novela.

           Arlington Park es un barrio en las afueras de Londres donde muchas parejas de clase alta o media alta tienden a elegir por ser un lugar selecto para aquellos que ostentan toda gama de recursos económicos, lo que se dice ‘un buen pasar’. Pero detrás de esa máscara de bienestar y autosuficiencia se ocultan celos, envidias, frustraciones varias y un núcleo condensado de insatisfacciones de un grupo de esposas y madres, cuyo denominador común es haber renunciado a ser ellas mismas para vivir una vida de ficción en función de su familia y sus descendientes.

            Estructurada en una serie de capítulos en los cuales un puñado de amigas y conocidas entre sí, todas ellas en la treintena, van desgranando los sinsabores de su vida en un único día lluvioso, Cusk compone un relato que expone la abulia de estas mujeres respecto a sus parejas, la carga que supone tener que hacerse cargo de los hijos y los quehaceres domésticos, el supino aburrimiento de pertenecer a una clase social acomodada -que para mantener la permanencia tiene que demostrarlo-, y toda una serie de situaciones que sólo materializan el vacío y el sinsentido en que están sumergidas sus vidas cotidianas, siempre al borde del colapso.

            Con un estilo directo y desenfadado, la autora muestra entre burlas y cierta dosis de humor la otra cara que la modernidad y el exitismo pretenden ocultar. Por momentos, estas mujeres me recordaron la serie Desperate Housewives aunque, claro, con más clase. Buen libro.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Radiografía del dolor. Una pena en observación, C. S. Lewis


Anagrama, 1997

             Me pareció curioso que aquel que adquiriera fama literaria debido a la saga de Narnya y otros relatos, más destinados a un público juvenil, pudiera realizar un ensayo sobre el dolor de la pérdida personal y exhibírnoslo. Fue casi imposible hallar un ejemplar durante años, hasta que un día revolviendo la batea de libros usados de un librero del parque cercano descubrí que estaba esperándome.

            C. S. Lewis encara un análisis del dolor que supone la muerte de su pareja, Helen, quien llegó a su vida tardíamente y conquistó su corazón y su amor en los pocos años que compartieron, antes del deceso de ésta por cáncer. Respecto de esta historia, existe una realización llamada Tierras de penumbra, dirigida por Richard Attenborough, que puede acompañar el relato.

            ¿Cómo seguir viviendo cuando todo aquello que era la vida misma dejó de tener sentido?; ¿cómo no dejarse ganar por la melancolía y la nostalgia sin bastardear la plenitud de la felicidad alcanzada, cuando el tiempo comienza a obrar en esa dirección, dejándonos tan solo la tibieza de un recuerdo de la persona amada, incapaz de remedar siquiera la presencia física de la ahora ausente? Este es el nervio conductor de este breve ensayo.

            Dividido en cuatro partes, Lewis indaga qué ocurre con la imagen del ausente y su significado; cómo continuar el propio camino sin caer en expresiones comunes de autocompasión y melancolía; cómo enfrentar el conflicto que supone creer en la existencia de Dios y no responsabilizarlo del deceso del que amamos. Finalmente, en un tono más íntimo y personal, que revela un costado místico, Lewis sostiene una charla con su Dios, a manera de intento de explicar lo inexplicable: la pérdida del ser amado.

             La angustia que supone el lugar vacío, la asunción de una soledad sin futuro, la necesidad de hacer el duelo y permitirse el cuestionamiento de la fe –con menoscabo de las convicciones religiosas- son los temas centrales que el autor expone en este ciento de páginas, que tienen mucho de radiografía del dolor.

             Fluido, sincero y dolido, sus párrafos destilan una pena mayúscula, unida a la tristeza que genera la ausencia y una introspección personal que no omite socavar los cimientos de su fe. Un ensayo duro, tanto como esclarecedor.