viernes, 27 de marzo de 2015

Conexiones. Niveles de vida, Julian Barnes


Anagrama, 2014

            Leer a Julian Barnes es siempre una invitación a una lectura sentida, emotiva, donde encontramos el vocablo más apropiado a la descripción de los sentimientos más profundos y, por ello, más comprometido. Si bien él mismo se encarga de sostener que el lenguaje nunca será el medio más idóneo –si alguno hubiera- para expresar sentires, lo cierto es que en sus obras abundan pasajes que provocan si no empatía, al menos reflexión.

            Este libro no es una novela in stricto sensu. Tampoco es un conjunto de relatos independientes. Más bien es una conjunción sobre el amor, el desencuentro, el dolor y la aflicción debido a la pérdida; una meditación sobre el duelo formulada en voz alta, para que todos tengamos acceso a aquello que anida en el interior de los que han tenido la desgracia de perder su compañero/a de la vida.

            En una primera parte, se entremezclan fotografía y vuelos en globo, a través de la figura de Nadar –en verdad, Félix Tournachon-, quien albergaba la intención de fotografiar desde el aire la ciudad de París y convertirse en el ojo de Dios. En la segunda, se narran los hechos entre Fred Burnaby, un aventurero inglés interesado en los viajes en globo, y su declarado amor –frustrado- por Sarah Bernhardt. Ambas escenas están ambientadas en el siglo XIX.

            Finalmente, la tercera parte es un soliloquio que Barnes realiza ante el vacío propiciado por la pérdida de Pat, su esposa durante treinta años. La historia que narra no me es ajena; en el último año de su existencia, Pat y Julian visitaron Argentina y Chile –algo de lo que Barnes deja testimonio en su contenido-, de lo que he sido un ínfimo testigo ocasional. La declaración de un amor inconmensurable, más allá de la existencia y del tiempo, que ocupa casi la mitad final del texto, toma ribetes de profesión de fe y entrega sin medida a aquella que, aun ausente, mantiene su presencia en cada hecho, en cada momento. En este aspecto, no es un texto melancólico ni nostálgico; resume la imposibilidad de alguien que ha compartido la esencia de su vida con otro, en siquiera proponerse seguir adelante, porque su futuro carece de sentido sin su compañía. Es una descripción soberbia de aquel que tiene que elaborar el duelo, pero no sabe cómo ni tampoco qué sentido tiene.

            Fluido, con cierto sesgo existencialista y dueño de una prosa que oscila entre la mesura y la pena desnuda, Barnes compone uno de sus mejores textos personales. Así, el libro expone distintos vínculos entre seres humanos. Por momentos, he evocado a James Burke, en su exitoso ciclo titulado Conexiones; por otro, la última parte me recordó a C. S. Lewis en su análisis del dolor de la pérdida, que ya he comentado en este espacio. Por todo, un libro interesante.

viernes, 20 de marzo de 2015

Jóvenes de ayer. Los viejos demonios, Kingsley Amis


Lumen, 2011

          Este libro me lo recomendó un ex – alumno con quien compartimos el placer de leer. Para colmo, por este título le habían otorgado el afamado Booker Prize a Amis en 1986. Si a esto le agregamos que fue el padre del célebre Martin Amis, ya eran muchos los motivos por el cual leerlo.

          Cuatro parejas de amigos galeses, quienes mantienen un vínculo desde sus años mozos y se conocen demasiado bien –todos ahora en sus sesentas- reciben la sorprendente noticia que el matrimonio Weaver, después de décadas de ausencia en el vecindario, han decidido retirarse de su vida londinense y radicarse en las inmediaciones. Alun, un frustrado escritor pero reconocido por encarnar frente a las cámaras de TV el rol de abanderado de Gales, y Rihannon, otrora dueña de una belleza proverbial, van a ubicarse en las cercanías, con lo que las historias de juventud se reavivan y el pasado renace.

            Así, nos enteramos que el conductor mediático ha sido –y es aun- un gran mujeriego, que ha tenido amoríos con las esposas de todos sus amigos; y que su bella cónyuge conserva sus encantos, con los que despierta la envidia de sus viejas amigas. El resto, lo aportan las escenas domésticas entre los personajes.

         Lo destacable de esta novela no sólo son las circunstancias que enfrentan sus protagonistas –que bien podrían enmarcarse dentro de lo que se conoce como ‘comedia de situaciones’ o, simplemente, sitcom- sino que además se exponen celos, adulterios y otras bajezas propias de la naturaleza humana junto al deterioro que el paso del tiempo ha infligido a esas parejas, que se mantienen unidas más por inercia que por motivos valederos.

            Ambientada en el Gales de los ’80, la narración hace gala de un fino humor inglés que descree absolutamente en la amistad y camaradería, acompañado de memorables borracheras, en las que las mujeres no van a la zaga de sus maridos y compiten mano a mano en sus ingestas etílicas.

            Fluido y coloquial, con golpes de efecto que fortalecen la trama, la lectura resulta amena y entretenida. Una mirada ácida acerca de esos jóvenes de ayer que se conservan juntos por años y en cuya intimidad las cosas jamás son como se muestran. Un libro muy inglés.

viernes, 13 de marzo de 2015

Vitral criptográfico. La tierra baldía, T. S. Eliot


Cátedra, 2006


           Lo tenía en la estantería hacía tiempo ya, pues sabía de las bondades de la obra, pero me faltaba un empujón para encararlo. El mismo, provino de dos circunstancias; la primera, del personaje homónimo del autor que aparecía fugazmente en el film Midnight in Paris, de W. Allen, que me lo recordó. La otra, a través de la entereza de Utopía para entregarse a la lectura de Finnegan’s Wake cuyo aliento disparó la lectura.

            Me gusta la poesía como género. Sospecho que en ese puñado de palabras, que respetan o no métricas y rimas, se halla un eslabón poco frecuente pero tan necesario para la expresión como la razón: la intuición, la sensación. Leer poesía es un ejercicio que se vincula con la emoción. Lo que no imaginaba es que ese ejercicio podría volverse tan complejo.

            Este libro son muchos libros. Eliot construye su poema utilizando siete lenguas, una multitud de referencias a autores y filosofías tan dispares como Dante, Shakespeare, el sermón de Buda, los Upanishads, los Evangelios, sin privarse de la leyenda del Santo Grial, mancias como el Tarot y las realizaciones de Wagner basadas en los mitos (Tetralogía de los Nibelungos, Parsifal).

            Realmente, el contenido resulta enigmático, oscuro y críptico. La idea principal que sobrevuela todo el poema es que el alma humana, para encontrar su plano de realización, necesita despojarse de todo trasfondo material y de satisfacción de su placer y atravesar la desolada tierra de sus pulsiones y anhelos, para así poder alcanzar la plenitud espiritual. Pero su enfoque no es muy esperanzador.

           El texto se compone de fragmentos que responden a espacios temporales superpuestos, con inclusiones antropológicas y exposición de estados de conciencia en los que el pasado y el presente son reelaborados de manera de reflejar una realidad que excede lo temporal. Es así que el estilo elegido semeja a un vitral, donde cada fragmento aporta una suerte de coloratura al conjunto, otorgándole unidad sin por ello perder su identidad propia. Por otra parte, su contenido se vuelve tan abstruso que el propio autor sintió la necesidad de incluir cierta dosis explicativa hacia el final de la obra.

             Afortunadamente, como tantas otras veces, esta edición de Cátedra cuenta con un análisis de obra y autor que permiten esclarecer muchos de los símbolos ocultos en su estructura.

        Junto con el Ulises de Joyce, parece ser otro ejemplar de experimentación literaria de la pujante vanguardia modernista, propia de los comienzos del siglo XX. Tan desconcertante como interesante.

viernes, 6 de marzo de 2015

En el frente. Compañía K, William March


Libros del Silencio, 2012


              Fue el comentario de un amigo el que lo sugirió hace ya un tiempo. Al poco, yendo en búsqueda de otros títulos, no pude soportar la tentación de verlo y no llevarlo. Fue una elección afortunada; algunos meses después, al fallecer su director, la casa editora decidió cerrar sus puertas definitivamente. Hallar algún título remanente se ha vuelto toda una quimera.

        Este libro narra la historia de una compañía de Marines norteamericanos que se alistó voluntariamente para participar en el frente francés de la Primera Guerra Mundial, en 1917. A través de sus páginas no sólo encontramos los horrores propios de muertes espantosas y mutilaciones varias, sino los actos más viles y cobardes, defecciones y psicosis de guerra, entre escenas de violencia y desesperación.

            Lo original no es tanto el estilo directo y descarnado de las descripciones de los hechos, sino la manera en que March, partícipe y espectador a la vez, decidió estructurar esta suerte de protesta anónima del sinsentido de la guerra, utilizando ciento trece relatos –que llevan el nombre y apellido de cada integrante de la unidad de combate- cuyo contenido entremezcla las historias y en los que hasta los muertos pueden indicarnos qué les ocurrió.

            Acompaña al ejemplar una Introducción en la que se intenta comparar el presente con Trampa 22, de Joseph Heller, y Sin novedad en el frente, de E. M. Remarque, libros de marcado antibelicismo. Lo interesante es que el libro de marras fue escrito en 1933, mucho antes que los otros, volviéndose así un precursor de la denuncia.

          Las expectativas de la llegada al frente, las acciones y sus consecuencias, los pormenores del día a día y de la desmovilización y la reinserción en la sociedad de aquellos que pudieron sobrevivir, aun heridos, son expuestas en detalle, sin eludir el drama ni el humor irónico, en un grupo de jóvenes al borde de la locura tanto como de la muerte.

               Un libro que enseña como ninguno la realidad del frente de guerra y que exhibe sin pruritos el despropósito de semejante espanto. Crudo y aleccionador.