lunes, 15 de junio de 2015

Buceando en la identidad. Austerlitz, W. G. Sebald


Anagrama, 2007

          Lo tenía desde hacía tiempo, cuando lo compré por recomendación de un librero, aun a sabiendas de que se trataba de una historia triste. Como uno tiene que tener buena disposición de ánimo para enfrentarse a la tristeza, esperó hasta este momento.

          Jacques Austerlitz es un excéntrico, apasionado por la arquitectura, quien se encuentra con el narrador en la estación de Amberes a mediados de los ’60 y cuya relación entre ambos se mantendrá hasta casi fines de siglo pasado, cuando Austerlitz decide legarle todo su material fotográfico.

         La novela tiene dos partes bastante bien definidas. Al principio, el narrador nos hace saber cómo se conocieron, la naturaleza del vínculo –por momentos, cercano; en otros, distante- mientras Austerlitz repasa sus apreciaciones artísticas de cúpulas, fortalezas y edificios públicos, tanto en Bélgica como en Inglaterra.

         Luego, a medida que nos adentramos en la historia del personaje, ésta cobra intensidad. Austerlitz encarna el desarraigo y la pérdida de historia personal. Es un refugiado judío, que llega de niño a Gales hacia los años ’40 escapando del Holocausto; criado por la familia de un predicador, crece con otro nombre hasta que le notifican el verdadero. A partir de ahí, inicia un periplo por descubrir su origen, que lo traslada a Praga. Allí recupera su identidad y su historia familiar a través de quien fuera una vecina de su madre. Pero no termina en ello; visita el gueto de Theresienstadt –el campo de concentración checo- donde se supone murió su madre.

         Este libro no es una novela sino una guía de viaje profusamente acompañada de fotografías que dan testimonio de la vista de cada una de las escenas descriptas por Austerlitz. Es una guía no sólo en sentido arquitectónico sino también a través de la historia de Europa de mediados de siglo XX, que el protagonista utiliza mientras intenta rescatar su pasado del olvido. En este sentido, el ejercicio de evocación de Austerlitz bucea tanto en los hechos históricos como en su propio interior, pues la memoria se ejercita sobre aquello que se ha perdido, que ya no está, no sobre lo que uno posee. Así, al pasar las páginas, el lector transita monólogos, interpretaciones que orillan el ensayo y toda una gama de elementos literarios que dan vida a sensaciones, hallazgos y esperanzas.

           Coloquial, el texto destaca a un narrador que siempre oficia de referente, de manera que llega a nosotros lo que dijo Austerlitz de lo que oyó de otro/s –creo que se dice narrador intradiegético-. Si bien original, a veces resulta cansadora esta forma de escalón con el que se presenta el relato principal. Por lo demás, es un libro distinto, con bastante nostalgia e introspección.

12 comentarios:

  1. No sabes la de tiempo que llevo queriendo ler a Sebald en serio. Su libro de poemas me dejó algo desubicado, me gustó mucho pero me pareció hasta exótica la manera de escribir, no demasiado al uso para un autor europeo, me pareció difícil de encuadrar. La novela que traes está muy en línea con lo que suelo leer, no me queda más remedio que hacerme con ella y leerla ya a pesar de los pesares y me anima que digas que es "distinto", ¿se parecerá a los poemas? Un abrazo.

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    1. Lo he leído un poco empujado por la circunstancia, Yossi. Pero no me ha defraudado -cosa habitual en autores más contemporáneos- y me ha dejado un cierto sabor agridulce en boca.
      Sí es un libro distinto; no se hace apología ni detracción ninguna. Más bien, ha sido lo que nos ha tocado en suerte y asumimos esa circunstancia, buena o no. Tiene de bueno esa búsqueda de la propia identidad, de la pertenencia.
      Se hace lento en algunas partes, pero vale la pena.
      Un fuerte abrazo para ti!

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    2. Sí, lo que me explicas es lo que extraje de la reseña. Parece que va muy enla línea de Kertész, que hasta se extraña a su vuelta a Hungría.

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    3. Kertész! Sí, Yossi, tienes razón. Está en la misma línea.
      Un abrazo.

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  2. Revivir el pasado a través de las fotos me recuerda "La lluvia antes de caer" de J.Coe, aunque el Holocausto y los campos de concentración y exterminio alemanes seguramente añaden más seriedad a la novela de Sebald. La verdad es que lo que más me llama son sus reflexiones acerca de la arquitectura, así que me lo apunto y voy a buscar.
    un abrazo

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    1. Lo que más lamento es que no hayamos podido compartir un café en esta ciudad mientras tú estabas aquí, Polaca. Lo cierto es que debo agradecerte que, debido a nuestro intercambio de lecturas, me has aportado un gran número de autores de ese origen que desconocía. Valgan estas líneas para mi reconocimiento.
      Respecto de Sebald, se vuelve lento de a ratos, pero es interesante. Y la arquitectura... nunca pensé que podría ser vehículo de una narración.
      Un gran abrazo, Agnieszka.

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  3. Rehuyo de esta temática, solo la aguanto un poco con Nemirovsky y porque no queda otra opción. Tampoco te veo entusiasmado como para romper mi tradición así que este lo dejamos pasar. No dejo pasar la oportunidad de mandarte un beso.

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    1. Al final voy a creer en que te va muy bien el rol de 'novia fugitiva', Norah. Solo te falta calzarte unas zapatillas, y a correr, como Julia Roberts!
      Es un libro algo denso. No se por qué te imagino para lecturas más ágiles. Ya sabes, el proverbio dice: 'Agua que no has de beber... átala a un poste'. Ja, ja!
      Un beso, Maja!

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  4. Las fotografías tienen esa capacidad tan poderosa de la evocación. Pero me llama más la atención la arquitectura como hilo conductor de los recuerdos. Que sea un tanto "cansadora" hará que primero le eche un vistazo y pulse las sensaciones. Ya veremos.

    Un abrazo

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    1. La primera parte, donde se repasan los detalles arquitectónicos es un poco más llevadero; la historia de su búsqueda de identidad familiar, algo más denso. Fíjate primero y verás si es un libro para ti.
      Un gran abrazo, Ana.

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  5. Puede haber otros momentos de la historia en los que se produzca en masa la pérdida de identidad de una generación, pero me parece que pocas deben superar a los que vivieron en la década de los 30 y 40 del pasado siglo en Europa. Fueron 45 millones de personas los que se movieron de su país por diversos motivos durante la II Guerra Mundial, cifra que no se suele considerar importante porque la supera el número de muertos. Juntas dan la dimensión de la tragedia.

    El tema puede dar mucho juego según cómo se exponga, parece que el medio utilizado por el autor es diferente a lo habitual.

    Interesante lectura.

    Abrazos!!

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    1. Es escalofriante la cifra que expones, Luna. A eso debiéramos sumarle los de la Primera, que si bien fueron menos, la mayoría murió de tétanos -algo por lo que hoy no muere casi nadie, y sólo hablamos de un siglo después!-.
      Sí, la lectura resulta interesante, pero tienes que estar dispuesta a tomarte tu tiempo. No apta, por ejemplo, para cierres de ciclo...
      Un abrazo grande!

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