martes, 29 de septiembre de 2015

Por las calles de Lima. Punto de fuga, Jeremías Gamboa


Alfaguara, 2014

             Lo había seleccionado de un comentario, intentando hallar algún novel autor de literatura sudamericana. Al parecer, éste contaba con el espaldarazo no menor de un connacional multipremiado; nada menos que Mario Vargas Llosa, cuyas palabras de encomio fueron inmediatamente utilizadas como ariete de promoción por la casa editora, incluyéndolas en una faja de portada confeccionada a esos efectos.

             El presente libro reúne ocho relatos ambientados en la capital peruana. En general, sus personajes son jóvenes que trashuman la ciudad de Lima desgranando soledad, nostalgia y desencuentro, en medio de rascacielos deshabitados, bullicio ensordecedor y tránsito incesante. El autor no escatima ningún elemento urbano capaz de identificar los distintos barrios, sus plazas y su gente, utilizando rondas nocturnas, llamadas telefónicas, reuniones de trabajo o de amigos y reencuentros casuales que conllevan consabidas demoras, retrasos, frustraciones que ponen de manifiesto la carencia de comunicación y el grado de aislamiento que viven sus  personajes.

              Hay en todos estos relatos un vacío existencial, una conjunción de miedos, prejuicios y una tensión interior que hacen que sus protagonistas tiendan a buscar una dosis de alivio en una huida hacia adelante, sin futuro. Algunos de ellos la dirigen hacia sí mismos, mientras que otros lo hacen hacia la marginalidad. Por eso lo atinente del título: los puntos de fuga son puntos de proyección de líneas que dependen de la perspectiva, del punto de vista del observador.

            Con una prosa directa, fluida y sustanciosa, en la que abundan ciertos modismos locales –conocidos o totalmente entendibles en el contexto-, Gamboa pergeña una serie de cuentos que hablan de la necesidad de pertenencia, del miedo al fracaso, de la búsqueda de un medio de comunicación que nos saque de esa abulia e indiferencia sociales, responsables de una atmósfera opresiva que se vuelve mucho más notoria en las metrópolis. Un libro distinto, con una fina mirada posmoderna de nuestras sociedades latinoamericanas.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Claros de sol. Las solidaridades misteriosas, Pascal Quignard


Galaxia Gutenberg, 2012

             Llegué a él a través de varios comentarios en la blogosfera. Quignard es un autor al que hay que disfrutar como un bocado exquisito. Dueño de una prosa magnífica y de una mirada singular sobre la naturaleza humana, sus textos siempre desgranan curiosas observaciones acerca de nuestras pasiones y vínculos.

         Claire Methuen es una traductora políglota que abandona su actividad laboral y su lugar en París para retornar a un pueblo de la costa bretona donde pasó su infancia, con motivo del casamiento de una pariente. Con casi cuarenta y siete años, sólo cuenta con un hermano, Paul, cuatro años menor, y un par de hijas a las que no suele ver seguido. El encuentro fortuito con su vieja profesora de piano dispara la ocasión de que ambas mujeres vivan juntas. La opción resulta propicia para renovar la relación con Simon, su primer amor, y restablecer el deteriorado vínculo que aun mantiene con Paul.

            Hay varios planos para mencionar. En principio, está la tendencia de Claire a alcanzar un cierto grado de equilibrio con la naturaleza; a rodearse de silencios y disponer su interior hacia la ecología y el cuidado del medio ambiente. Después, está esa pasión imposible de consolidar con Simon –casado y con hijos- que arrastran desde la infancia y sólo pueden vivir clandestinamente. Luego, aparece esa suerte de simbiosis que viven los hermanos, que no necesita de las palabras, construida a base de gestos y señales más que de pláticas,  donde cada uno brinda el espacio al otro para ser quien es, sin realizar juicio de valor alguno sobre sus acciones. Quignard también hace lugar para la relación homosexual de Paul con el cura Jean –con delicadeza y sin crítica- y la adopción de Claire, como hija, por parte de su maestra, la señora Ladon.

            Si a esto le sumamos los comentarios de personajes locales, de manera que la composición de la vida en torno a Claire se completa con la opinión de quienes la han rodeado, tenemos un entramado sutil y conmovedor, no exento de diálogos jugosos y descripciones brillantes mezclados con un matiz de tibieza y nostalgia que hacen del texto más una acuarela que una pintura de carácter. Es que Claire solo puede ser feliz en la fugacidad que le otorga un instante; en el resto del tiempo su vida se vuelve gris y obsesivamente monótona y desesperada. Ella disfruta de esos claros de sol, pequeños conos de luz que aparecen en medio de densos nubarrones y que iluminan momentáneamente determinada área.

          Con una prosa muy poética y extremada fluidez literaria, el libro resulta ameno y coloquial. La forma en que está construido el relato me recordó al Modiano de En el café de la juventud perdida y al Capote de Desayuno en Tiffany’s. Y esa relación entre Claire, Simon y Paul, quienes no pueden estar en contacto del todo, pero que confinados en un espacio tampoco pueden dejar de ejercer influencia mutua, evocó la teoría de los quarks, hoy tan en boga en el mundo de la Física. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

e-book 3. Juegos de seducción. Aguas primaverales, Iván Turgueniev


Siglo XXI, 2000

           Leer a Turgueniev es siempre garantía de buena literatura. Por eso, cada tanto, me doy una vuelta por sus obras. Ésta particularmente la tenía hacía bastante pero, poco habituado a leer directamente desde el ordenador, fue quedando rezagada debido a su formato digital. La situación cambió al trasladarla a la tablet, lo que me permitía disponer de ella en todo momento sin hacer esfuerzo.

            La vida de Dimitri Sanin se encuentra en su período final, al borde del tedio. Para dejar de atormentarse con cavilaciones acerca del sentido de vivir, sin encontrar respuesta satisfactoria, decide revisar algunos cajones en los que atesora elementos del pasado. En medio de ellos, surge una vieja cajita con una crucecita de granates, lo que dispara emociones y recuerdos. A partir de allí, se narra la historia que tiene a ese objeto como símbolo.

            La historia se sitúa en Francfort, Alemania, alrededor de 1840, cuando Sanin contaba con sólo veintidós años de edad y debía partir para Berlín. En una circunstancia fortuita descubre a Gemma Roselli, hija de un confitero italiano, y queda prendado de su belleza. La joven es la prometida de un tendero; un buen partido con quien nada hay en común entre ambos. Un insulto al honor de Gemma proferido por un oficial alemán es la ocasión para que Sanin resuelva batirse a duelo con él y salvar la reputación de la joven. Victorioso del lance, la noticia llega a oídos de Gemma quien abandona su promesa de enlace y reconoce su amor por el joven ruso.

            Pero Sanin no cuenta con solvencia económica suficiente para asegurar el bienestar de la familia Roselli. Deberá vender sus posesiones en Rusia para afincarse junto a ellos. Por azar, choca con un viejo amigo de la escuela, Polozoff, que se ha casado con una mujer de recursos, tan ávida de la compra de tierras como de conquistar corazones ingenuos. Así, María Polozoff tiende su red de seducción alrededor de Sanin, quien se ve atrapado por la bella mujer, renunciando a su amor por Gemma. El relato finaliza con un resumen de lo ocurrido a Sanin en los treinta años siguientes; la conversión en esclavo de María Polozoff, su humillación y oprobio hasta su caída en desgracia y el regreso a San Petersburgo. La aparición de la crucecita moviliza a Sanin a saber qué ocurrió con Gemma.

          Fluido, el relato discurre entre escenas de amor, disputas caballerescas y juegos de seducción que atraviesan toda la trama. Maestro en el arte narrativo, con un estilo literario sólido y con inmejorable elaboración psicológica de personajes, Turgueniev construye un clásico triángulo, oponiendo al más prístino y puro amor entre jóvenes en una experimentada mujer en la lid de la conquista y el capricho.

            Finalmente, el texto, relativamente breve, permite entrever parte de la sociedad de su tiempo. Allí están los matrimonios arreglados por conveniencia, el destacado rol del comerciante burgués aunque palurdo, las ínfulas de los recién llegados y, en medio de esto, la defensa del honor, la caballerosidad y la timidez propia de dos adolescentes que hacen sus primeras armas en el amor. Una obra concisa, bien narrada… y bien rusa.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Tríptico Françoise Sagan 3. Algunas cosas nunca cambian. ¿Le gusta Brahms?

 

Ediciones G.P., 1971

            La última novela reunida en este volumen aborda los avatares de una relación desigual. Paule es una decoradora de interiores cercana a los cuarenta, quien está enamorada de Roger, un empresario del transporte algo mayor que ella y con quien mantiene una relación de pareja sui generis desde hace seis años. Este vínculo respeta la libertad por sobre todas las cosas y en base a esto cada cual puede obrar como mejor le parezca sin que el otro se sienta ofendido.

            En realidad, es el egoísmo de Roger, incapaz de comprometerse con ninguna mujer -porque la rutina de una relación seria lo aburriría al poco- el responsable de que Paule se sienta sola aun estando junto a él. Ella alberga la esperanza de que alguna vez Roger le proponga vivir definitivamente juntos; sin embargo, él desestima esa opción, pues sostiene amoríos con jovenzuelas a las que frecuenta, abandonando en la soledad a Paule varias noches a la semana.

            El delicado equilibrio logrado por la pareja se desestabiliza al aparecer Simon, hijo de una clienta de Paule, quien al conocerla queda prendado tanto de su belleza como de la finura de sus modales. Solo que Simon es catorce años menor. Así planteada la trama, Paule deberá optar por su amor por un hombre que no está dispuesto a aferrarse a ella, siguiendo sus instintos de Don Juan, o por un hombre mucho más joven, de quien no está enamorada pero que resulta ser mejor compañía para sus días –aun siendo consciente del probable carácter efímero del vínculo-.

Sagan de vacaciones en Villa de Merlo, San Luis, Argentina

           Con una prosa nuevamente precisa y un argumento interesante, la lectura fluye rápidamente. Paule encuentra en Simon un compañero ideal, con intereses comunes, además de ser un joven atento y servicial, sin otra preocupación que complacerla; y no le importa correr el riesgo del murmullo social que genera la diferencia de edades porque sabe del amor de él. Pero su verdadero amor es Roger, quien no puede más que proponer un estilo de pareja ‘cama afuera’. Ella tendrá entonces que decidir qué hacer.

            Toda la novela está atravesada por un tinte de desencanto, de esperar lo que nunca llega. Es que en un amor no correspondido algunas cosas nunca cambian. Lo único novedoso, que alivia en parte esa sensación de frustración y agobio, es la llegada de alguien que –porque nada es perfecto- no cuenta con la experiencia necesaria en relaciones de pareja ni con la edad apropiada para una mujer adulta.

            Con protagonistas psicológicamente bien construidos y sólida estructura narrativa, Sagan se inmiscuye en los recovecos del alma humana, en un triángulo amoroso -que nunca llega a constituirse del todo-, y que hacia el final se vuelve previsible.

          Éste era el título al que hice referencia al inicio de este tríptico, pues mi madre recordaba con cierto beneplácito el film al que dio origen. Su estreno tuvo lugar en 1961, bajo la dirección de Anatole Litvak con el título Goodbye again –en español se conoció como No me digas adiós y en la pantalla local como ¿Le gusta a Ud. Brahms?- siendo sus protagonistas Ingrid Bergman junto a Yves Montand y a un jovencísimo Anthony Perkins.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Barranca abajo. Suave es la noche, Francis Scott Fitzgerald



Alfaguara, 2011


            Buscando otro libro se me dio por preguntar si –aún- existía alguna versión de este título que estuviera disponible. Quedaba solo este ejemplar; con lo cual no podía más que llevarlo. Me preguntaba si Fitzgerald podría haber sido capaz de escribir algo más significativo que su novela ícono de toda una época, El gran Gatsby. Lo que sigue, es la respuesta.

              La historia de Nicole y Dick Diver comienza en la Riviera francesa en 1925, cuando ambos, norteamericanos de origen, contaban con poco más de treinta años y un par de críos, y se extiende durante algunos años después.

            El libro se divide en tres partes. En la primera se repasan los sucesos sobresalientes de esas memorables vacaciones, con su entorno de gentes de diversa naturaleza y donde se establecen los caracteres psicológicos de sus personajes; luego, en el inicio de la segunda, se efectúa una suerte de flashback para hacernos conocer la historia previa, cómo se conocieron y llegaron a formar una pareja; a partir de allí se desarrolla el resto de la trama. Finalmente, se acude al desenlace –quizás un poco previsible- de toda la historia.

              El protagonista central es Dick, sobre quien recae el grueso de la novela. Dueño de un don de gentes sin igual, capaz de conformar y divertir a personalidades totalmente opuestas, encarna al consabido anfitrión de fiestas y reuniones. Su esposa, de una belleza sin par, lo acompaña en sus andanzas. Pero lo que aparenta ser una vida sin preocupaciones y frívola, no logra ocultar el delicado equilibrio interno que la sostiene. Nicole es una enferma esquizofrénica y Dick, su marido y psiquiatra personal, cada vez se inclina más a la bebida y a la conquista de mujeres jóvenes como vías de escape.

          En esta ocasión, Fitzgerald construye un relato que abunda en datos biográficos tanto suyos como de Zelda, su esposa, de manera que el límite entre la ficción y la realidad se desdibuja. A las necesidades de tratamiento de Nicole, que desbordan las posibles contenciones de Dick, se une un futuro cada vez más sombrío, tanto por la adicción de éste al alcohol –que cambia su humor notablemente y, con ello, su pertenencia a la sociedad que solía albergarlos-, como por la falta de diálogo entre ambos que los aísla y autodestruye. Es ese declive social que acompaña al deterioro de la relación entre esposos el nervio narrativo de esta obra, que describe como ninguna otra el pasaje de una época de gloria y de vida despreocupada –la que otorga una profusión ingente de recursos económicos-, a otra mucho más opaca –téngase en cuenta el famoso crack de octubre del ’29, al que el autor hace tímida alusión pero no soslaya en sus efectos-, que deriva a sus personajes principales y a la trama en sí hacia una toma de distancia.

            Ameno y coloquial, el libro fluye en ese descenso, del que los propios protagonistas son conscientes a la vez que incapaces de hacerle frente para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Un trabajo notable –y premonitorio- de Fitzgerald y su propia vida.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Tríptico Françoise Sagan 2. Pasajeros del hastío. Las maravillosas nubes


Ediciones G.P., 1971

           La segunda novela que compila el volumen que compone este tríptico narra las peripecias de un matrimonio mal avenido. La historia comienza en Florida, E.E.U.U., donde Josée, de origen francés, disfruta de una temporada de vacaciones junto a su esposo norteamericano, Alan, y una pareja de amigos. La obsesión de Alan por su esposa es posesiva y la falta de seguridad en sí mismo la empuja hacia un adulterio, no consumado en los hechos. Cercanos a los treinta años y dueños de suficiente riqueza para dilapidar, los protagonistas abandonan la calidez de la Florida para retornar a Nueva York.

        La parte siguiente se inicia con un reencuentro entre Josée y un viejo amigo suyo, Bernard, quien, al tanto de los problemas conyugales, le sugiere que abandone a su marido. Cansada de soportar escenas de celos, Josée decide volar a Francia y refugiarse durante un tiempo en soledad, en la campiña normanda, de donde la rescata Bernard y la traslada a París. Allí, en medio de cócteles y relaciones superficiales, se reconcilia con su marido.

          En la escena final, Alan propone tener una casa propia y ambientarla, para que Josée mantenga contacto con su gente, mientras él se dedica a la pintura. Una mujer algo mayor que ambos, conocida por medio de otros vínculos –que flirtea con Alan- sugiere a éste realizar una exposición de sus telas. Con la reaparición en escena de Marcos, un antiguo amante de Josée, se desbaratan todas las intrigas, lo que conduce a un desenlace predecible.

          Alan encarna al joven guapo e inteligente, maníaco – depresivo, manipulador y neurótico, capaz de tomar la apariencia de un niño tierno y desvalido, para transformarse en el más brutal celoso en un breve intervalo de tiempo.

            Josée es la típica consentida, que alterna fiestas, gentes y lugares de moda a los que asiste la burguesía acomodada, sin involucrarse afectivamente con nadie. Así, cada uno con sus características y desde sus perspectivas contribuyen a la enfermiza relación que mantienen, incapaces de abandonar el uno al otro, pues Alan teme no saber retener a su bella esposa, y Josée no puede pensar su vida sin las facilidades que otorga una vida holgada, sin esfuerzos. Es el hastío de una vida ociosa la que socava el vínculo; las que le hacen desear a Josée convertirse en algo tan deletéreo y fugaz como una nube parisina de otoño.


Sagan en el balcón, con la Sierra de Comechingones de fondo, Argentina

            Con una prosa precisa y buena construcción psicológica de sus personajes, el libro resulta fluido. Esa gente frívola, que no posee mayores contratiempos ni grandes objetivos es nuevamente el objeto de observación de Sagan, a quienes expone con crudeza y desparpajo a través de una mirada crítica y cínica. 

       Sin llegar al nivel de Buenos días, tristeza pero con elementos bien presentados, una galería de personajes secundarios perfectamente delineados y diálogos sutiles, la novela retrata con bastante fidelidad los avatares de un estrato social muy de moda en los pasados años ’60. Otro fresco de época.