jueves, 29 de octubre de 2015

Instrumento de Dios. Oración por Owen, John Irving


Tusquets, 1989

           Fue hace año y medio atrás que nos encontramos con un compañero profesor de Letras y, en medio del clásico intercambio de títulos para recomendarnos, él disparó éste sin dejar de hacer una clara alusión a la difícil tarea de hallar un ejemplar, puesto que era un libro viejo y agotado. Semanas después, yendo a buscar un libro de Barnes en una tienda de usados, se me dio por mirar los anaqueles. Y allí estaba, como esperándome.

            John Wheelwright cuenta con diez años y vive en el pueblo de Gravesend, en el estado de New Hampshire, E.E.U.U. Estamos en 1952 y Owen Meany, un alfeñique de su misma edad, con problemas de crecimiento y voz de pito, es su mejor amigo. La mala fortuna hace que en la última pelota a batear en un intrascendente partido de béisbol, Owen la golpee certeramente y con ella mate a la madre de John que pasaba por las inmediaciones. Éste, hijo natural, quien desconoce la identidad de su padre, es cobijado por su padrastro y su abuela en la vieja casona que ésta posee. El accidente sólo fragua así una amistad que se prolongará más allá de la muerte de Owen, años después.

            Por su parte, Owen es un ser contrahecho pero con una rara inteligencia y un notable poder de clarividencia. Durante una representación de Canción de Navidad, de Dickens, ve en la lápida de Ebenezer Scrooge, escrito su propio nombre y la fecha exacta de su muerte. Y en un sueño que le ronda frecuentemente se le aparece el momento crucial, con total claridad y objeto.

            Rescato tres planos de este libro colosal. Primero, la amistad verdadera y sin bajezas de los dos protagonistas, capaz de aceptar las limitaciones que la vida les ha impuesto a cada uno –el escaso cuerpo y la voz de Owen; la muerte de la madre y la poca agilidad de pensamiento de John- sin hacer juicio crítico, compartiendo la escuela, el deporte y la vida en general. Owen es quien lleva la voz cantante en todo aquello que protagoniza, pero nunca podría ser él mismo sin la presencia de John, en una extraña tanto como efectiva simbiosis.

          Otra arista es el tema de la fe. John pertenece a una iglesia, pero no practica. Su madre, por otros motivos, hace que cambien de iglesia –y de creencia- como quien cambia de indumentaria. Owen es un hombre de fe; su vida está  signada por citas evangélicas, de manera que asume el rol de ser un instrumento de Dios, una suerte de nuevo Mesías, de quien John encarnaría a su discípulo amado, pues es John quien narra la historia de Owen hasta su último minuto y quien se vuelve creyente y clama por él en su ausencia. Irving no deja pasar la ocasión para separar la fe religiosa personal -y como tal, subjetiva-, del culto institucional al que crítica de hipócrita y acomodaticio.

            Además, en el medio de todo está Vietnam. Owen decide enrolarse en el ejército y graduarse de subteniente, con la firme voluntad de ir al frente, pero su endeble cuerpo se lo impide y solo puede encontrar trabajo como asistente de bajas, un eufemismo para aquellos oficiales destinados a entregar los cadáveres de los caídos a sus familias. John pide prórroga mientras asiste a la universidad para graduarse, pero al concluir sus estudios es llamado a filas. Owen, quien conoce la falta de decisión de su amigo para desertar, soluciona el problema con la anuencia de John, no sin costo. Irving se vuelve un furibundo crítico de esa guerra sin sentido que costó la vida de miles de jóvenes estadounidenses, emitiendo cifras de bajas a medida que la escalada de violencia en el sudeste asiático aumentaba y pone en boca de Owen su sentir: ¿cómo vamos a salvar a los survietnamitas si, para liberarlos de los norvietnamitas y del Vietcong, bombardeamos su territorio y a su gente?

            Para finalizar, cabe decir que John narra la historia en tiempo presente, en un prodigioso ejercicio de memoria. Es 1987, tiene cuarenta y cinco años, vive en Toronto, y da clases de Letras en un colegio de niñas; sigue tan soltero y virgen como cuando vivía Owen. Aun frecuenta la casona que la abuela les legó, para encontrarse con su padrastro todos los meses de agosto. La crítica literaria que incluye sobre Thomas Hardy, Robertson Davies, Alice Munro y otros autores no tiene desperdicio.

           Fluida, construida con protagonistas entrañables, una galería de personajes secundarios bien delineados y una prosa amena, con escenas emotivas y otras desopilantes que conducen al lector al borde de la carcajada, la novela es el reflejo de una amistad a prueba de balas, que perdura en el tiempo más allá de la muerte y se convierte en un canto de esperanza para todos aquellos que hemos sufrido una pérdida.

        Si lo ven en algún escaparate de usados, llévenlo sin dudar. Librazo imperdible; lo mejor que he leído en lo que va del año. Y probablemente, entre mis mejores diez títulos.

               Gracias por la recomendación, Javier!

sábado, 24 de octubre de 2015

Oscuridad polar. Paisaje aproximado, Peter Stamm



Acantilado, 2003

               La reseña de Offuscatio en Goodreads era lacónica, apenas un renglón en el que no estaba convencida de gustarle pero lo había disfrutado. Tomé el guante echado así, sin más, con la corazonada de hallar algo distinto. Decidí intercalarlo con otra lectura más densa.

           Estamos en un pueblito noruego ubicado en el Círculo Polar Ártico. Kathrine cuenta con veintiocho años, un hijo y trabaja en la aduana. Casada en segundas nupcias con Thomas, descubre que toda la historia que éste le ha contado de sí mismo son puras mentiras. Abandona su casa, su hijo y su trabajo, y toma rumbo hacia el sur en busca de Christian, un danés al que conoció en una de sus visitas a la planta conservadora de pescado, que se encuentra en París. La novela se ocupa de las peripecias de ese viaje de ida y vuelta.

            Destaco en esta obra una mágica simbiosis entre la oscuridad polar, que confina a su gente a vivir muchos meses de noche, sin más compañía que una aurora boreal o un tenue resplandor, al calor de los faroles, en una especie de semivida, un letargo que parece mimetizarse con la blancura del entorno nevado y congelado, y la oscuridad que genera la mentira, ejercida con la intención de deslumbrar fugazmente a un incauto, una vez que se descubre.

          Stamm construye un relato simple, descarnado, con un puñado de elementos propios de estas frías y austeras latitudes y una mínima galería de personajes secundarios, que acompañan muy bien a su protagonista. Allí están la madre, que advierte y aconseja pero no se entromete; el viejo capitán de barco, que trata de conquistarla sin éxito; el viajero accidental, afable y timorato; el amigo de la infancia, eterno enamorado de Kathrine, y ambos maridos, que sólo se ocupan de sí mismos.

               Al decir de su autor, ¿qué es la mentira sino nuestro estado más habitual? Al fin y al cabo todos mentimos y eso no cambia nada. Nadie es como dice ser; todos nos rodeamos de un armazón, un disfraz para poder interactuar con los demás sin exponernos innecesariamente. Y a veces, lo más importante está delante de nuestras narices, al alcance de la mano y no somos capaces de descubrirlo. 

           Con estilo minimalista, escasez de recursos y descripciones, Stamm compone un libro breve que inquiere sobre la naturaleza del amor, los vínculos familiares, las oportunidades de cambio y la búsqueda de la felicidad. Un buen comienzo con este autor.

lunes, 19 de octubre de 2015

Cambiando el pasado. 22/11/63, Stephen King


Random House Mondadori, 2012

          Subyugado por la recomendación de Norah, quien lo ha puesto por las nubes, no me quedaba más que encontrarlo y leerlo. Lamentablemente, sólo pude hallar una edición completa, mucho más onerosa y voluminosa que la de bolsillo, más accesible en todo sentido. Cerca de un año ocupó una porción no menor de mi estantería destinada a libros voluminosos. Sentí que era su momento –o el mío- para encararlo.

          Jake Epping es un profesor de literatura en la medianía de sus treinta, que vive en Maine, E.E.U.U., en 2011. Divorciado recientemente de una mujer alcohólica, por azar se ve envuelto en una particular situación: puede viajar a 1958 y, entre otras cosas, salvar a Kennedy de su asesinato. Lo que comienza como un desafío y una aventura extemporánea, se complica al poco de andar. Descubre el amor junto a Sadie Dunhill, una bibliotecaria que llega a su entorno laboral y con quien compartirá más de cinco años de relación hasta que, intentando cumplir el proyecto de salvar la vida del presidente, toda su historia tenga un cierre agridulce.

            Hay varios puntos a favor. King entremezcla la historia real de Lee Oswald y su familia con otras de ficción, que le permiten configurar una trama sólida, en base a un ex - marido psicótico y un puñado de personajes que resultan necesarios para desarrollar la narración. Además, el relato se vuelve directo, construido a través de un montón de elementos temporalmente correctos que refuerzan el carácter de historia novelizada, sin traspiés ni baches. Por otra parte, King deja bien en claro que las modificaciones que se realizan en el pasado tienen sus consecuencias a largo plazo, con lo cual, el regreso del protagonista a su tiempo al fin del relato, conlleva la aceptación de todo aquello que él mismo se encargó de cambiar… o tendrá que volver a cambiarlo.

            Si bien hasta el final la novela mantiene en vilo al lector, el desenlace no me parece a la altura del resto. Se vuelve un tanto sensiblero para compensar lo poco creíble del futuro que el protagonista ha desencadenado –uno de los tantos posibles-. Sí está profusamente documentado; el autor nos cuenta en las últimas páginas su trabajo de investigación a la hora de pergeñar una historia sobre la que estuvo dando vueltas casi cuarenta años.

        El resultado es un buen libro; bien narrado, con historias secundarias interesantes, diálogos bien provocados y una historia coherente. Podría haberse ahorrado un centenar de páginas, pero en el balance no está mal. No es una maravilla, pero entretiene. De estilo coloquial, resulta ameno y muy apropiado para un viaje en crucero o para llevar de vacaciones a la playa.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Versión Original 7. Claus y Lucas, Agota Kristof


Quinteto, 2009

           La reseña apareció a fines de 2010 en otro espacio, y la rescato porque el libro ha devenido emblemático con el correr de los años. Afortunadamente para los lectores, hoy es de fácil acceso; por aquella época, había que saber a quién acudir para que facilitara algún ejemplar.

          
             Primero fue la recomendación de un amigo, asiduo lector, de esta trilogía. Luego, espoleó mi curiosidad una seguidora de este espacio, con una reseña del libro en el suyo –y una propuesta rayana en el desafío-. Finalmente, fueron los buenos oficios de un librero de alma que hicieron posible su lectura. Vaya a los tres mi reconocimiento en esta oportunidad y, en ellos, a todos aquellos por los que el virus de la lectura –siempre en germen- se esparce.

            Este libro son tres libros, aunque no componen precisamente una saga, o por lo menos no pareciera. De hecho, me consta que cada uno de ellos había aparecido en una edición anterior sin sus compañeros. El primero, se llama El gran cuaderno, en plena alusión adonde estos gemelos, de corta edad y abandonados por su madre -con motivo de la guerra- en manos de una abuela a la que ni siquiera conocían, vuelcan sistemáticamente todo lo que aprenden de la vida cotidiana en un paraje de frontera, cuya única oportunidad de supervivencia es realizar las tareas de la granja, sin asistencia, con la sola presencia de la despiadada abuela y algunos personajes que permiten tales aprendizajes. Lo destacable es la carencia absoluta de sentimientos de los chicos, capaces de hacer ejercicios para soportar el dolor, el hambre y hasta matar sin cuestionarse moralmente ningún acto.

            En La prueba se narra la historia de Lucas, una vez que Claus cruza la frontera y escapa. Con la abuela muerta y un cura como única compañía, Lucas entra en crisis debido a su soledad, que se ve parcialmente disminuida por la llegada de una joven con un hijo en sus entrañas. Sin credencial que acredite su identidad, Lucas encarna al “inexistente”, poniendo a prueba varias veces al lector en su fe de que realmente los mellizos existen y no son solo parte de la imaginación del protagonista –reforzando la idea inicial sostenida desde el anagrama con que se construyen ambos nombres-. El relato se vuelve sórdido de a ratos, donde no se escatima alguna alusión socarrona al “partido” dirigente. Acompañado por unos personajes que oscilan entre lo funambulesco y fantasmagórico, Kristof se las arregla para mostrarnos todo tipo de desencuentros y sinsentido, como si la vida sólo fuera eso, un padecimiento sin fin.

            Finalmente, La tercera mentira está dividida en dos partes. En la primera, un supuesto Claus ya adulto y enfermo, decide volver a su pueblo desde el extranjero para morir en él. El relato, que comienza en primera persona del singular, intercala sueños, digresiones acerca de la infancia –que pone en entredicho lo narrado en el primero de los libros- y una obsesiva búsqueda del hermano. En la segunda parte, Kristof expone el encuentro entre ambos hermanos. Nos devela que Claus es en realidad Lucas, totalmente negado por su gemelo, quien se ha encargado de su madre sabiendo su preferencia por el hijo ausente. También cuenta con digresiones a la infancia, pero aquí la historia es otra; una lucha entre los padres de los gemelos debido a una relación espuria termina en una tragedia con una madre enloquecida, un padre muerto y un hijo (Lucas) que se da por desaparecido. Quien se hace cargo de Claus es la amante del padre, que da a luz una niña y entonces se narra la historia de ambos medio – hermanos. Al parecer, este libro resulta una reelaboración de la historia del primero, con los mismos personajes pero en circunstancias totalmente distintas.

            En suma, la contundencia de las frases cortas, la falta absoluta de principios morales y un estilo narrativo descarnado y brutal hacen de 'El gran cuaderno' el más sólido y original de los libros. Los restantes, sólo aportan matices acerca del totalitarismo, las fuerzas que han llevado al enfrentamiento a Europa y construyen una fábula desde una perspectiva local. No obstante, el conjunto es ameno y fluido, con algunas escenas bizarras y otros condimentos que lo hacen llevadero.

viernes, 9 de octubre de 2015

Hablar de lo indecible. Respiración artificial, Ricardo Piglia


Anagrama, 2001

         Fue uno de los primeros libros que incluí en mi prístina lista de títulos, allá a fines de 2009, cuando aun no incorporaba más que algunos, porque parecía ser EL libro de Piglia a leer. Como, en general, soy poco dado a encarar obras de autores nacionales contemporáneos, el volumen durmió un sueño de más de cinco años. Quiso el destino que Piglia decidiera publicar sus más de trescientos cuadernos de diarios, que cubren más de cincuenta años, en tres volúmenes editados por la misma editorial, justo cuando concluí su lectura. Dado lo complejo del material, dividiré la reseña en diversas partes.

TRAMA

            Emilio Renzi es un joven escritor que en su primer libro narra una historia familiar. Su tío, Marcelo Maggi, protagoniza la novela, dado que él, casado con la hija de un aristócrata local, decide abandonarla para irse con una prostituta. Detenido por un robo fraguado y encarcelado, al cumplir su condena  se instala en una ciudad de frontera desde la que mantiene con su sobrino un intercambio epistolar. En verdad, Maggi intenta escribir la historia de Enrique Ossorio, secretario privado de Rosas, a quien se acusa de traidor o doble agente, que fugó hacia Brasil y, llevado a California por la fiebre del oro, se hizo rico, volviendo a Copiapó, Chile, donde se suicida poco antes de la caída de Rosas en 1852. Su nieto, Luciano Ossorio, receptor final de los papeles de su abuelo, es el suegro de Maggi -con quien mantiene fluidas conversaciones mientras dura la relación, y a quien lega el contenido-. El resto, se trata de lo ocurrido con Renzi al llegar a la ciudad fronteriza para encontrarse con Maggi y con los papeles de Ossorio.

ESTRUCTURA

            El libro se divide en dos partes. En la primera, titulada Si yo mismo fuera el invierno sombrío, Piglia nos pone en antecedentes. Al inicio, Renzi narra en primera persona la historia de Marcelo Maggi y su mujer. Luego, pasa al intercambio con su tío, quien le sugiere entrevistar a su suegro, el ex-senador Luciano Ossorio; el segundo capítulo recoge los pormenores de esta entrevista. El tercero, intercala papeles de Enrique Ossorio -ya en poder de Maggi- con algunas apreciaciones personales, la imposibilidad de coordinar el trabajo para darle forma literaria y la aparición de Arocena, un oscuro investigador que viola la correspondencia intentando hallar un mensaje cifrado en el contenido.

            La segunda, Descartes, comienza con la llegada de Renzi a la ciudad de frontera, narrada por el polaco Vladimir Tardewski –una suerte de Witold Gombrowicz literario-. Después, Renzi retoma el protagonismo para que entre ambos surja lo más interesante del libro, reunido en torno a la crítica literaria. Allí, Piglia/Renzi se da el lujo de postular que Borges fue el escritor que vino a cerrar una forma de hacer literatura argentina en el siglo XIX; que es Roberto Arlt quien indica el camino a seguir para el siglo XX –escribiendo desde otra óptica y con otras normas narrativas-, y se permite sugerir a través de Tardewski/Gombrowicz un encuentro entre Hitler y Kafka en la Praga de los años ’20. También, contrapone el razonamiento de Descartes –donde la base de todo cuestionamiento lógico es la duda- con el pensamiento de Hitler, quien sostiene que todo debe ser planificado, sin dejar resquicio a duda alguna.

ESTILO

            La novela es poliédrica y compleja. Utiliza elementos del género policial y del epistolar, mezclando cuestiones filosóficas y devaneos metafísicos en medio de monólogos, cartas, diálogos y demás elementos discursivos. Por otra parte, Piglia hace un uso extensivo del narrador interdiegético. Lo sobresaliente siempre es la crítica literaria. La mención a Wittgenstein y su obra sobrevuela toda la segunda parte, probablemente la más rica.

TRASFONDO

            Confieso que había leído la mitad del volumen cuando me acerqué a la Jefa de Carrera del Profesorado de Letras -con quien comparto afinidades literarias- y le transmití mi desconcierto. Cuando repasé las líneas y hallé esa pregunta -¿cómo hablar de lo indecible?-, comencé a darme cuenta hacia dónde Piglia nos obligaba a mirar. Escrito en pleno Proceso de Reorganización Nacional, el autor habla con solipsismos, evasivas, acerca de lo que ocurría a su espalda: tortura y desaparición, aquello de lo que nadie se animaba a hablar.

            Ambientada en 1979, donde se encuentran Luciano Ossorio, Renzi y Maggi, la historia se retrotrae a 1850 con Enrique Ossorio y sus papeles. Todos sus personajes son marginales pero conservan una versión distinta de los hechos; asumen así la versión de los que no tienen voz. Porque la historia se convierte en relato oficial: se vierte en palabras una forma de ver y explicar la realidad; aunque no sea espejo de lo Real, sino la manera en que el Poder se apropia del discurso para indicar cómo la sociedad debe ver esa realidad.



             Por momentos, profundo, y de a ratos, distendido, el libro fluye lentamente. ¿Qué valor tiene el lenguaje a la hora de relatar hechos? ¿Se puede narrar lo real, lo que ocurre realmente, o sólo podemos acercarnos desde una interpretación subjetiva? ¿Nos podemos librar de la propia historia con solo contarla? Son algunas de las preguntas que me dejó Piglia para reflexionar. Un libro distinto.

domingo, 4 de octubre de 2015

Soledades. Erec y Enide, Manuel Vázquez Montalbán


Random House Mondadori, 2002

             Lo apunté de esa infame lista de libros que hay que leer antes de morir. Un poco llevado por los casos policiales de Pepe Carvalho, el inspector encarnado por Eusebio Poncela en la pantalla; otro poco, por sus recetas culinarias aparecidas en otros libros suyos –que no tienen desperdicio ninguno-. Lo cierto es que ésta se sale de madre y enfoca otra realidad. Cuando lo vi, lo llevé; ahora, sólo lo tuve delante de mis ojos para dedicarle el tiempo necesario.

           Julio Malasanz es un erudito en historia medieval sobre los mitos del rey Arturo y el Santo Grial. Cuenta con setenta años de edad y vive en las inmediaciones de Barcelona, en medio de una acomodada familia catalana. Por su labor de catedrático y sus investigaciones ha de recibir el premio Carlomagno a su trayectoria, en uno de los tantos congresos dispuesto por el acotado cenáculo de seguidores. Por otra parte, su esposa Madrona, dueña del real equilibrio familiar, comienza a pergeñar la reunión de Navidad, que tendrá a Julio y al resto de su familia –en particular, su sobrino Pedro y su pareja, Myriam- como protagonistas, en caso de que éstos abandonasen momentáneamente su participación en Médicos sin Fronteras, una ONG destinada a la atención médica de los pobres en territorio americano.

            Tres historias componen la novela. Don Julio, un autista por opción, ha sabido separar su mundo del resto de su familia. Conocedor como pocos sobre la materia de sus desvelos, hace años que mantiene una relación paralela con Myrna Taylor, otra catedrática diez años menor. Pero este encuentro propiciado por su premiación auspicia también el fin de esa relación. Madrona, fiel a su crianza e historia familiar, aunque moderna en sus acepciones, se ve envuelta en un episodio con ribetes conyugales, al que le resulta difícil desestimar, por derivaciones que implican a uno de sus cuñados. A esto debemos sumarle el descubrimiento de una afección que limita su futuro. Por último, Pedro –sobrino en realidad, pero considerado hijo de la pareja a partir de la muerte de su padre, hermano de Madrona-, narra las peripecias vividas junto a su mujer en medio de la selva centroamericana, donde se debaten entre el trabajo profesional de asistir a los indigentes y luchar contra los poderosos, sean éstos de extracción guerrillera, narcotraficantes o parte del elenco gubernamental.

            Lo que transmiten todas estas historias es que cada cual se encuentra en un estado de soledad mayúsculo. Julio, quien si bien ha de celebrar su galardón, es notificado por su amante de tantos años que la relación ha llegado a su fin; Madrona, a quien su médico personal avisa de lo avanzado de su enfermedad, irreversible en este estado. Pedro y Myriam, participantes del asistencialismo, se vuelven incomprendidos en medio de una sociedad feudal que cuestiona su quehacer –puesto que si asisten a la población indígena, ésta nunca cesará de reclamar su parte en las tierras que les son usurpadas-. Así, cada uno de ellos vive su soledad de manera distinta y aislada, sin posibilidad de comunicar su realidad porque los demás no podrían comprenderla.

          Rescato el talento narrativo del autor, capaz de transmitirnos toda la crudeza de las circunstancias –y las reflexiones que disparan- con una prosa fluida, amena y grata al lector. Con un cúmulo de escenas desesperadas no exentas de cierta dosis de humor, el autor construye un relato sólido. Un muy buen libro, para recomendar.