domingo, 4 de octubre de 2015

Soledades. Erec y Enide, Manuel Vázquez Montalbán


Random House Mondadori, 2002

             Lo apunté de esa infame lista de libros que hay que leer antes de morir. Un poco llevado por los casos policiales de Pepe Carvalho, el inspector encarnado por Eusebio Poncela en la pantalla; otro poco, por sus recetas culinarias aparecidas en otros libros suyos –que no tienen desperdicio ninguno-. Lo cierto es que ésta se sale de madre y enfoca otra realidad. Cuando lo vi, lo llevé; ahora, sólo lo tuve delante de mis ojos para dedicarle el tiempo necesario.

           Julio Malasanz es un erudito en historia medieval sobre los mitos del rey Arturo y el Santo Grial. Cuenta con setenta años de edad y vive en las inmediaciones de Barcelona, en medio de una acomodada familia catalana. Por su labor de catedrático y sus investigaciones ha de recibir el premio Carlomagno a su trayectoria, en uno de los tantos congresos dispuesto por el acotado cenáculo de seguidores. Por otra parte, su esposa Madrona, dueña del real equilibrio familiar, comienza a pergeñar la reunión de Navidad, que tendrá a Julio y al resto de su familia –en particular, su sobrino Pedro y su pareja, Myriam- como protagonistas, en caso de que éstos abandonasen momentáneamente su participación en Médicos sin Fronteras, una ONG destinada a la atención médica de los pobres en territorio americano.

            Tres historias componen la novela. Don Julio, un autista por opción, ha sabido separar su mundo del resto de su familia. Conocedor como pocos sobre la materia de sus desvelos, hace años que mantiene una relación paralela con Myrna Taylor, otra catedrática diez años menor. Pero este encuentro propiciado por su premiación auspicia también el fin de esa relación. Madrona, fiel a su crianza e historia familiar, aunque moderna en sus acepciones, se ve envuelta en un episodio con ribetes conyugales, al que le resulta difícil desestimar, por derivaciones que implican a uno de sus cuñados. A esto debemos sumarle el descubrimiento de una afección que limita su futuro. Por último, Pedro –sobrino en realidad, pero considerado hijo de la pareja a partir de la muerte de su padre, hermano de Madrona-, narra las peripecias vividas junto a su mujer en medio de la selva centroamericana, donde se debaten entre el trabajo profesional de asistir a los indigentes y luchar contra los poderosos, sean éstos de extracción guerrillera, narcotraficantes o parte del elenco gubernamental.

            Lo que transmiten todas estas historias es que cada cual se encuentra en un estado de soledad mayúsculo. Julio, quien si bien ha de celebrar su galardón, es notificado por su amante de tantos años que la relación ha llegado a su fin; Madrona, a quien su médico personal avisa de lo avanzado de su enfermedad, irreversible en este estado. Pedro y Myriam, participantes del asistencialismo, se vuelven incomprendidos en medio de una sociedad feudal que cuestiona su quehacer –puesto que si asisten a la población indígena, ésta nunca cesará de reclamar su parte en las tierras que les son usurpadas-. Así, cada uno de ellos vive su soledad de manera distinta y aislada, sin posibilidad de comunicar su realidad porque los demás no podrían comprenderla.

          Rescato el talento narrativo del autor, capaz de transmitirnos toda la crudeza de las circunstancias –y las reflexiones que disparan- con una prosa fluida, amena y grata al lector. Con un cúmulo de escenas desesperadas no exentas de cierta dosis de humor, el autor construye un relato sólido. Un muy buen libro, para recomendar.

10 comentarios:

  1. Y yo sin descubrir todavía a este autor. Parece que sería una buena opción para empezar. Saludos.

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    1. Puede ser un buen inicio a sus letras, Ana. Fue mi primer V. Montalbán y ha salido airoso. Gracias por darte una vuelta.
      Un beso.

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  2. Le falta pasión y así no vamos muy lejos. Que sí, que vale lo de la soledad y vuelta otra vez a la historia de los amantes y los heroicos voluntarios pero todo el tiempo he tenido la sensación de que es muy frío.
    Un beso para vos.

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    1. Puede que lo parezca, pero su prosa fluida lo compensa en gran medida. No obstante, comparto contigo en que podría haber puesto un poco más de calor en sus letras. Pero de ahí a descartarlo... hay un trecho largo.
      Un abrazote, Maja.

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  3. Yo tampoco me he estrenado con el autor- su detective me da demasiado repelús. Lo tendré en cuenta cuando quiera leer algo español, cosa que no ocurre a menudo, jaja. Besos

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    1. Reitero que es un buen libro, por más que sus otras obras no sean de nuestro agrado.
      Ja, ja, eres injusta con los autores españoles; los hay y buenos.
      Un beso, Agnieszka.

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  4. Acabo de revisar mis estanterías, nueve novelas leídas, algunas de ellas del famoso Carvalho, y una sin leer, justamente esta que comentas. Del detective Carvalho me encantaba la vertiente culinaria, de hecho he ido a algunos de los restaurantes que salían en sus novelas, por ejemplo Casa Leopoldo en pleno Rabal de Barcelona, y a los que era asiduo.
    Vázquez Montalbán escribía novela negra cuando casi nadie lo hacía, cuando no estaba de moda ni era un género de prestigio. Y lo hacía bien.
    Leeré esta que tengo pendiente.

    Abrazos!!

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    1. Sí, casualmente esa vertiente culinaria es la que más me ha gustado de la serie Carvalho! Has podido recorrer su propio camino!
      No soy partidario de la novela negra, pero lo respeto mucho; más ahora, que dices que ha sido un pionero en el género.
      Hazte de de un lugar para leer éste. Lo vale.
      Un gran beso, U-to!

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    2. No sé si sabes que Andrea Camilleri, otro escritor de negra, tiene como protagonista de su serie al detective Salbo Montalbano, en honor de Vázquez Montalbán.

      Te puedo asegurar que tenía muy buen gusto culinario ;)

      Abrazos!!!

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    3. Sí! Alguno de los casos de Montalbano anda por aquí; el que me gustó mucho, a pesar de lo poco que lo he leído, es Sciascia, otro autor de novela negra.
      Otro abrazo!

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