lunes, 28 de diciembre de 2015

Una vuelta por los arrabales. Cannery Row, John Steinbeck


Navona, 2008

             Quizás no sea su obra más renombrada ni tampoco la más representativa, pero sin duda posee esa mirada inquisidora acerca de la sociedad de su tiempo, tan propia de Steinbeck. Hacía bastante que quería leerlo; decidí intercalarlo con un grupo de setas francesas que me habría de procurar para finalizar el año. No pude conseguir una edición del film que, basado en este título, protagonizaron Nick Nolte y Debra Winger en 1982, de la mano de David S. Ward. De todas maneras, disfruté de su lectura.

          Cannery Row es el nombre que lleva el suburbio de Monterrey, en California, destinado mayormente a la elaboración y envasado de conserva de pescado, particularmente de sardinas. El autor sitúa a sus personajes durante la Gran Depresión, donde dinero y trabajo escaseaban.

               Allí se dan cita Doc, un solitario investigador científico; Lee Chong, el hábil tendero local que no sólo hace negocios sino que provee a su clientela –y asiste a los demás dando crédito-; Dora, la madame del burdel local y Mack y sus muchachos, vagabundos reacios al empleo pero de gran corazón, quienes se apropian de un tugurio para capear la falta de vivienda. Son tiempos de carencias pero no de desaliento. Todo mantiene su equilibrio hasta que Mack y los suyos deciden dar una fiesta sorpresa a Doc por considerarlo un buen tipo. El exceso de whisky unido a otros infortunios cambiarán los planes de lo que se habían propuesto y entrarán en juego los demás personajes para que el fracaso inicial se convierta en un éxito inolvidable.

           Con personajes sabiamente delineados, una gran dosis de humor y escenas poéticas no exentas de emoción, Steinbeck compone un retrato fidedigno del entorno portuario de la Costa Oeste de los E.E.U.U., donde cohabitan gente de pueblo con estibadores, prostitutas, soldados y ladrones en medio de bares ruidosos, hedor a pescado y un ruido infernal, con una burbujeante geografía que combina bosques de pinos, cabañas, almacenes de ramos generales, galpones de chapa y sórdidos suburbios que dan vida a los arrabales donde bulle la vida.

            Fluida y coloquial, la novela se lee rápido dejando un sabor muy agradable y un mensaje esperanzador: que aún en los momentos de necesidad extrema, siempre habrá un motivo de festejo si existen solidaridad y amistad verdadera.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Dilema moral. El mar y veneno, Shusaku Endo


Ático de los Libros, 2011

             Este libro lo había sugerido Carol hace ya un par de años atrás, antes de ser mamá y silenciar –estimo que momentáneamente- su espacio. Al poco, en medio de la Feria del Libro local de ese mismo año, lo encontré y llevé. Haciendo espacio en mi ya abarrotada biblioteca lo vi esperando y lo encaré, pues había pasado algún tiempo sin visitar a ningún autor de origen nipón.

           Jiro Suguro es el parco médico que atiende al narrador del prólogo, enfermo de un neumotórax, a quien hay que infiltrar una aguja con cierto talento; de otra manera, sufrirá mucho. Picado en su curiosidad, intenta averiguar quién es ese facultativo tan diestro, descubriendo su singular pasado.

            La historia se traslada a fines de la II Guerra Mundial, donde Suguro y su compañero Toda son residentes en la sala de Cirugía Uno del Hospital de Fukuoka, a cargo del Dr. Hashimoto. A los reiterados bombardeos de los B 29 se le añade la sensación de derrota inminente del pueblo japonés. En ese clima de escepticismo, el ejército local decide realizar vivisecciones con algunos prisioneros estadounidenses capturados, de manera de que la muerte de los mismos permita avanzar en ciertas áreas de la medicina, particularmente en la lucha contra la tuberculosis, patología muy extendida en las islas. Invitados a participar ambos compañeros, Suguro se arrepiente enormemente y decide al final no tomar partido en ello. Pero ha sido mudo testigo de lo ocurrido y, por tanto, cómplice de los hechos.

            Basado en una historia real, Endo plantea a los lectores el dilema moral en que se debate el asistente: si toma parte de la experiencia, quedará manchado para toda la vida por segar vidas humanas a las que se juró proteger; si no lo hace, otro ocupará su lugar y no sólo será testigo del avance científico, sino que se le adelantará. Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo negarse a ser parte de una investigación que puede servir al futuro de la medicina, a la que sólo un puñado de médicos ha sido invitado a participar? Por otro, ¿cómo no arrastrar el estigma de culpabilidad de sendas muertes a lo largo de su vida?, ¿puede alguien mantenerse pasivo ante tamaño atropello?, ¿existe justificación posible para semejante horror?

           La obra se divide en tres partes. La primera narra las alternativas de los avatares del hospital hasta la llegada de los prisioneros. La segunda se ocupa de los testimonios de una de las enfermeras asistentes y del interno Toda, además de la preparación de los prisioneros para su vivisección. Finalmente, se detalla la experiencia en que participan Toda y Suguro –de las otras dos que se nombran no se tienen datos-, hasta el desenlace.

            Endo no hace juicio de valor; deja que lo haga el mismo lector. Sólo narra los hechos de manera neutra. No intenta ser morboso ni truculento; las escenas de vivisección se relatan sin detalles innecesarios. Pero sí deja entrever el clima revanchista del ejército sobre sus rivales; la atmósfera derrotista y hastiada de la población nipona respecto del sinsentido de la guerra y las luchas intestinas propias de cualquier rama de actividad en las que se compite por un puesto de renombre.

            Fluido, con prosa directa y cierto grado de reflexión, la historia de Suguro nos sumerge en un mar de preguntas de difícil respuesta. Nos participa de cierto grado de conformidad social y búsqueda de excusas fáciles para hechos atroces. Un libro que llama a la introspección sobre nuestras decisiones respecto al debido respeto que merece la vida humana.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Efecto dominó. Amsterdam, Ian McEwan


Anagrama – Página 12, 2012


         He leído algunas de las obras de McEwan y siempre me ha parecido un escritor interesante, con obras equilibradas que incluyen cierta dosis de sorna e ironía. Por este trabajo le otorgaron el Booker Man Prize en 1998, motivo suficiente para zaherir mi curiosidad. Cuando un periódico local dispuso lanzar una colección de títulos entre los que se incluía, en edición económica, no dudé en llevarlo. Máxime, con las dificultades que ya acarreaba hacerse de un ejemplar.

          La otrora seductora columnista de modas Molly Lane ha dejado este mundo, después de una larga agonía con la que fue perdiendo memoria y terminó desconociéndose ella misma. En su funeral se dan cita el famoso compositor Clive Linley; el director del periódico El Juez, Vernon Halliday; el ministro de Asuntos Exteriores y candidato a primer ministro, Julian Garmony, todos ellos en algún momento amantes de la difunta y, como es de esperar, su opulento marido George Lane. A pocos días de esa ceremonia, unas fotos tomadas por Molly -que estaban en poder del viudo- en las que aparece el funcionario en actitud comprometedora son entregadas por aquél al pope de la prensa opositora al gobierno –Vernon- para su publicación. Este simple hecho origina una serie de situaciones entre los protagonistas cuyas imprevisibles consecuencias se revelarán al final de la novela.

            Con su característico humor negro y una cuota no despreciable de sátira, McEwan construye una historia donde unas fotos antiguas disparan la ocasión de saldar viejas deudas atragantadas entre los protagonistas, con una suerte de efecto dominó, por el que una acción deriva en otra, y así sucesivamente, haciendo que el texto fluya rápidamente hacia su desenlace.

          Pero lo que se inicia como un escrito prometedor naufraga a poco de andar. En principio, hay una asimetría notoria entre el desarrollo de sus personajes; no sólo Clive Linley es el más logrado, sino que los demás, en comparación, sólo resultan superficiales. Por otra parte, de la sorda batalla librada entre él y Vernon se sabe mucho más desde su punto de vista que del de su oponente. Si a esto le agregamos el inverosímil final, tan poco convincente que parece escrito por un amateur, la novela no está a la altura que supo alcanzar el autor en alguno de sus trabajos precedentes.

           Es curioso que a McEwan lo hayan premiado por este libro, cuando ese mismo galardón ya se le había negado dos veces por novelas mucho más reconocidas. Eso, al menos, levanta suspicacias sobre premiación y premiado. Ameno y coloquial, resulta entretenido de a ratos, pero sin dejar recuerdo.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Infancia en guerra. Gárgaras con alquitrán, Jáchym Topol


Lengua de Trapo, 2008

              Lo rescaté de un comentario aparecido en la blogosfera acerca del autor, y conseguí dos de sus obras, editadas por el mismo sello, cuando en verdad intentaba hacerme de un ejemplar de ‘Hermana’, libro emblemático que sacó a Topol del anonimato. Deambulando una noche en medio de mi biblioteca, lo encontré e inicié su lectura.

           Ilja es apenas más que un mocoso, un niño cerca de los diez años, que comparte su vida con otros refugiados en un pueblo perdido dentro de la Checoslovaquia de Dubcek. Las monjas que los asisten en el Hogar, una suerte de orfanato, obligan a hacer gárgaras con jabón de alquitrán a los niños que mienten. Un buen día de 1968, el ejército invasor soviético traslada a las monjas –a quienes jamás volverán a ver- y los niños quedan desvalidos, a merced de sí mismos. Algunos morirán a manos de otros niños o de los soldados –checos o rusos- y el resto se valdrá de sus propios recursos para salir adelante, ya sea con unos u otros.

         Topol utiliza sabiamente los sucesivos cambios de bando de Ilja para mostrarnos la crudeza de la guerra, enfocada desde los dos frentes en pugna con realidades totalmente distintas: allí están las fuerzas del Pacto de Varsovia, intentando disciplinar a una díscola sociedad checa que combate con todas sus armas la opresión del oso ruso con una vanguardia militar que cuenta con mucho brío pero sin pertrechos adecuados y que no resultan de eficaz oposición al poderío desplegado por los primeros.

            Con elementos simples y cotidianos, el autor construye un relato verosímil, narrado desde la observación de un pequeño, a quien toca ser testigo ocular de actos de violencia de toda índole, atropellos, vejaciones varias y que aprende a sobrevivir en medio de una guerra sin otra ayuda que su sentido común y cierta dosis de inteligencia.

             Los deseos de diversión y de tranquilidad, los sueños y las fantasías del pequeño Ilja se intercalan con la agresión brutal, las violaciones a los derechos y la codicia de los militares rusos, cuya ocupación va ganando terreno a medida que la escalada bélica se torna más cruenta. 

              De estilo directo y coloquial no carente de lirismo, Topol va desgranando las reales características del conflicto. Un libro que evidencia los horrores de la guerra desde la mirada por momentos aguda y siempre inocente de un niño a quien la vida obligó a crecer rápidamente.


martes, 8 de diciembre de 2015

Aullidos nocturnos. Perros que cantan, Colum McCann


Muchnik, 2001

           Azuzado tanto por el éxito que ha tenido una de sus últimas obras, así como por la visita que el autor, auspiciado por la Embajada de Irlanda en Argentina, ha efectuado a nuestro país el pasado mes de agosto, decidí ponerme en campaña y conseguir los libros disponibles en el mercado. El amable diálogo sostenido con el público en esa ocasión, desató mi curiosidad de ver sobre cuáles eran sus temas y la elección recayó en éste, uno de sus primeros trabajos.

McCann firmando autógrafos en Buenos Aires; al fondo, el embajador Justin Harman

            Conor Lyons es un joven que vive en Estados Unidos y se toma un par de semanas de licencia para visitar al viejo, quien vive en una casa derruida en Mayo, un pueblo de la campiña irlandesa, en lo que estima será su último encuentro. Conor nos relata en primera persona la sórdida decadencia de su padre –astrado, sucio, apestoso-, cuya única tarea es capturar un gran pez al que supuestamente ha visto río arriba. Entretanto, un narrador se ocupa de contarnos la historia de Michael, quien fuera criado por dos hermanas protestantes y de las que heredó una vieja cámara de fotos con la que decidió recorrer mundo, más como aventurero que como profesional.

            Así, el lector acompaña el derrotero de éste, quien comienza a sacar fotos a la gente del pueblo a mediados de la década del ’30, se muda a España durante la Guerra Civil y se traslada al desierto de Chihuahua, en México, en busca de una mujer que ha visto en una foto. A quien encuentra es a Juanita, otra mujer con la que se casa y a la que fotografía desnuda infinidad de veces a través de los años -debido a su proverbial belleza-, como burdo intento de detener el paso del tiempo. Hasta que un buen día Juana, cansada de esperar el regreso a México, abandona el hogar sin dejar huella.

            McCann elabora un personaje –Conor- que a su vez crea a otro –su padre-. Los pormenores de esta relación, que intenta ser recuperada después de muchos años de ausencia e indiferencia, se intercalan con la historia de Michael y lo acontecido entre él y su esposa y los motivos que llevaron a ésta a salir de la escena familiar. Padre e hijo se convierten así en dos coyotes, esos perros que cantan al decir de los indios mexicanos, aullando cada cual por motivos distintos la ausencia de Juana, a quien jamás volvieron a ver.

        Con diálogos escasos de palabras, muchos gestos sobreentendidos y una sólida construcción de sus personajes, McCann despliega un abanico de metáforas sobre el amor, el egoísmo, el arte, la memoria y la vida cotidiana en una novela que alcanza cotas importantes de lirismo y llama a la reflexión sobre los vínculos familiares, los afectos y las pasiones que nos unen y desunen. Como iniciación a sus letras, un libro más que prometedor.

jueves, 3 de diciembre de 2015

El hombre desnudo. Donde dejé mi alma, Jérôme Ferrari


Demipage, 2013

           Mucho se ha escrito acerca de la novela por la que el autor obtuvo el premio Goncourt en 2012, catapultándolo a la fama. Pero mi naturaleza tozuda decidió indagar sobre su obra y hallé ésta, cuya traducción es posterior al galardón, aunque su aparición es anterior al mismo.

            Esta novela resume la vida del capitán André Degorce quien, habiendo sido parte de la Resistencia contra la ocupación alemana en 1944, ni bien concluyó la Segunda Guerra Mundial se enroló en el ejército; fue enviado a Indochina, donde participó en la derrota de Dien Bien Phu –y sobrevivió al martirio de sus captores-, y luego fue llamado a manejar la inteligencia en la lucha contra la guerrilla de liberación de Argelia.

            Son dos las voces que lo componen y tres protagonistas. En principio, está la historia del capitán Degorce en Argelia; sus métodos de obtención de información basados en la tortura de detenidos y delaciones surgidas mediante extorsiones varias, sin otra meta que eliminar cada célula terrorista, despojado de toda humanidad y ética para con el adversario. En ella, se incluyen los diálogos entre él y Tarik Hadj Nacer, alias Tahar, jefe del ejército rebelde a quien Degorce captura, no sin rendir culto a su rango. Por otra parte, está el testimonio –doloroso- del teniente Andreani, quien fue salvado y acompañado por Degorce en Vietnam, que constata la renuncia y traición de su ídolo ante un terrorista por el que no valía la pena rebajarse.

            Degorce encarna así al patriota francés que fue deportado al campo de concentración alemán, formó una familia y se hizo militar, para finalmente ser partícipe de la lenta agonía del imperio colonial francés, que lo ha hecho desistir de las ilusiones juveniles y de la dignidad de ser humano. En ese sentido, Degorce es el hombre desnudo: se ha quedado sin esperanzas, moral ni sentido de pertenencia. Tahar representa a los movimientos de emancipación que ya Francia no podrá detener; alberga la certeza del triunfo final y anticipa la independencia de esos pueblos. Andreani simboliza al militar francés, miembro de la OLAS, quien no puede comprender el desmantelamiento de las colonias de ultramar y critica la política de De Gaulle, y todo el cariño y el reconocimiento que guardaba por Degorce se transforma en un amargo desprecio.

         Ferrari compone con una magnífica construcción psicológica de los personajes, en menos de doscientas páginas, una novela densa, reflexiva, poliédrica, que si bien se ambienta durante tres días de 1957 en una población argelina, arrastra la historia muchos años más allá. Cada capítulo, a más de la trama, contiene reflexiones del propio Degorce y finaliza con un apéndice en el que Andreani se dirige retóricamente al capitán, narrándonos los cambios que se van suscitando en su personalidad. ¿Cómo recuperar el rol en la sociedad después de haber infligido tamaños horrores a sus semejantes?, ¿qué queda de la sana camaradería en condiciones misérrimas cuando se pacta con el poder?, ¿cómo sobrevivir al fracaso continuo?

       En suma, un libro sustancioso, que se pregunta por la culpa, la autocompasión, la debilidad y el desánimo de saber que al fin y al cabo nada tiene sentido. Más que apropiado para iniciarse en la obra de Ferrari.