Planeta, 1998
Confieso
haber sido un adicto a la serie Conexiones,
aparecida en estas costas a principios de los 80s cuyo conductor era un
caballero de locuacidad vertiginosa y de ademanes convincentes. El doblaje se
había hecho por encima de la voz original, lo que volvía algo dificultosa la
comprensión, pero las relaciones establecidas entre los descubrimientos y las
invenciones que nos han conducido a la moderna tecnología, divulgados a la
audiencia en esas sesiones, pagaban con creces el esfuerzo. Pasado el tiempo,
volví a encontrar a Burke en papel, a través de la versión en español de Scientific American, donde tenía una
columna. El haber visto el libro en una mesa de usados y llevarlo fue un mismo
y único hecho.
Estructurada en veinte capítulos de
distinta naturaleza, Burke intenta mantener la ilación entre uno y el
siguiente, a veces acertadamente y otras sin tanta fortuna. Por sus páginas se
deslizan la génesis de las experiencias que han hecho posible los adelantos
tecnológicos de lo que hoy nos parece indispensable –motores de explosión, luz
eléctrica, teléfono y computación, entre muchos otros-; además, repasa el
origen de la geología, antropología, botánica, psicología, filología y otras ciencias
a través de una secuencia de contenido no siempre bien conectada pero sí
respetando la cronología de los hechos descriptos.
Por otra parte, las historias se
suceden unas a otras, párrafo tras párrafo, de manera que se puede comenzar
leyendo acerca de cosmética y concluir el capítulo con la inauguración de
transatlánticos de lujo, habiendo pasado por la fiebre del oro, las telas de
Oriente, la peste irlandesa de la papa, etc. La forma elegida por Burke de
mantener las expectativas y la curiosidad semejan al vuelo del moscardón, cuya
trayectoria siempre es en línea recta, pero en zig-zag.
Sólo adolece de dos debilidades. La
primera es que tiende a regresar en el tiempo al analizar determinados hechos,
con los cuales el lector puede fácilmente perderse. Si bien el propio autor
propone seguir el curso a través de una serie de anotaciones al margen –que
permiten saltar las páginas para continuar con la misma historia-, lo cierto es
que seguir la lectura de esa manera convierte al derrotero en caótico. La otra,
inane para Burke, es la traducción. Realmente, hubiera sido mejor hallar a
alguien más conocedor en la terminología técnica y científica que aquellos a
quienes le cupo el titánico trabajo. Hay errores de interpretación –algunos
groseros- y de sintaxis que, si bien no empañan el motivo, vuelve por momentos
tedioso lo que se ha intentado fuese fluido.
Por lo demás, el texto es ameno,
coloquial y se lee bien. En una época en que todo se consulta por la Red –se guglea, al decir de los más chicos-,
este libro puede ser un buen elemento disparador para jóvenes curiosos, quienes
pueden encontrar en su contenido un profuso y divertido resumen de la historia
de las ciencias.