miércoles, 30 de agosto de 2017

Crónicas de trincheras. Relatos de Sevastópol, Lev N. Tolstói


Alba, 2013

I.

‘En Sevastópol no me convertí en un general de las armas, sino de las letras.’

          Ésta fue la frase, ubicada en la contratapa del libro –en una edición exquisita en cartoné-, que me decidió. No sabía que Tolstói había participado en la Guerra de Crimea como alférez de artillería y que sus impresiones fueran recogidas en un libro de crónicas, con tintes más periodísticos que novelescos. A sabiendas del reconocimiento de sus trabajos más renombrados, llamó mi atención éste, con que inicia su tarea de escritor –aunque antes había escrito tres novelas de carácter autobiográfico-.

II.

            Tolstói llegó a Sebastopol en noviembre de 1854 y partió tras la caída de la ciudad en septiembre de 1855. El libro compila de primera mano su experiencia durante el largo asedio de once meses que les fuera infligido a las tropas rusas por parte de la alianza anglofrancesa – otomana antes de la evacuación final.

III.

            El texto se compone de tres relatos. El primero, con fecha de abril de 1855, refiere a la situación de la ciudad de marras hacia diciembre de 1854. En él puede hallarse el primer contacto del relator con la guerra, los proyectiles, el cañoneo y, fundamentalmente, con la realidad de los heridos, sus mutilaciones, el barrial de las trincheras, rescatando sólo de ello el espíritu ruso de amor a la patria.

IV.

            El segundo, de fecha de junio de 1955, se ocupa de las relaciones entre la oficialidad rusa y los soldados. Tolstói deplora sobremanera la soberbia y altanería de los oficiales, que se consideran aristócratas, haciendo uso de sus títulos de nobleza –príncipes, barones, etc.- cuya pompa no va a la zaga de su cobardía, quienes detestan tener que ocupar un puesto en los bastiones en los que campea la muerte. Dividido en dieciséis capítulos breves, da cuenta de los recelos mutuos y de cómo, al avanzar la guerra, va cambiando el comportamiento de los mismos.

V.

            Por último, el tercer relato –de diciembre de 1855- captura la derrota hasta la evacuación de la ciudad, en agosto de ese año. Lo hace a través de veintisiete capítulos en los que se narran las peripecias de dos hermanos que ponen fin a sus vidas al servicio de la patria. La capitulación conlleva una sensación de fracaso oportunamente manifestada por Tolstói, quien exhibe su postura pacifista en contra de los horrores de la guerra. Un libro escrito al calor de los hechos, con una pluma ágil, amena y una observación minuciosa, que resulta buena propuesta para iniciarse en las letras del gran maestro ruso.

viernes, 25 de agosto de 2017

Incunables 6. Alegorías del Japón. Kwaidan, Lafcadio Hearn


Ediciones Librerías Fausto, 1977

I.

            Me encontró hurgando en la batea de un puesto de libros usados un lunes feriado, un par de años atrás. Llamó mi atención el buen estado de conservación que llevaba el ejemplar que en poco cumpliría cuarenta años de vida. Era una primera edición local de febrero de 1977. La casa editora –con su cadena de librerías- ya había desaparecido. Recordaba someramente de qué iba el contenido y lo llevé, no sin antes oír la voz del librero que me ponderaba sus virtudes.

II.

            Este volumen compila los relatos reunidos bajo del título de marras, en una edición de Boston de 1904, y otros aparecidos otra de New York, en 1949. Hearn nació en 1850 en un isla griega bajo el protectorado inglés y después de varias idas y vueltas se radicó a partir de 1889 en el Japón, donde concluyeron sus días en 1904. Perspicaz observador de su entorno, pudo absorber in situ el clima de fábulas y leyendas exóticas que constituían el bagaje cultural de la sociedad japonesa de ese tiempo.

III.

            Espíritus que se corporizan, venganzas misteriosas, hombres que se convierten en peces, duendes y espectros que anuncian catástrofes… elementos todos de los que se vale Hearn para crear una atmósfera mágica de ensueño, donde los protagonistas entremezclan sus vidas con seres de naturaleza onírica o legendaria. Habitualmente, estos relatos se ambientan en un Japón medieval o ancestral –se aluden ciertos períodos en el texto- que fortalecen el carácter mítico de la narración, sin caer en plena fantasía.

IV.

            Basado en relatos de tradición oral, con un estilo directo y ameno, Hearn construye un mundo de ficción en el que todo puede acontecer y donde sus personajes se ven sometidos al antojo de aparecidos o figuras del más allá, indefensos e incapaces de reaccionar. Es ese mundo alegórico, del que es imposible desprenderse y con el que deben aprender a convivir los hombres, el nervio conductor de esta breve colección de cuentos, por demás agradable.

domingo, 20 de agosto de 2017

Versión Original 19. El doctor Zhivago, Boris Pasternak


Anagrama, 1991

             No quería transitar mi Año Ruso sin rescatar la reseña de esta obra, que vio la luz hace algo más de seis años, porque retrata muy bien los cambios en la sociedad rusa tras la Revolución Bolchevique. Añado que, respecto del último párrafo en el que se alude a la realización cinematográfica de 1965, existe una nueva versión filmada para TV en 2002, con Keira Knightley en el protagónico, bajo la dirección de Giacomo Campiotti. La nota de color ha sido que, aunque existen multitud de ediciones, buscando afanosamente la portada de la que poseo en la Red, tomé nota que no sólo se encuentra ausente, sino que el libro mismo se halla descatalogado en Anagrama, por lo que tuve que editar una fotografía de mi volumen a fin de disponer de presentación (y convertir al ejemplar en un incunable).


            Después de leer a Mandelstam y Ajmátova, la curiosidad me llevó a buscar al autor, signado por estos mismos como un referente de la época, no sólo en lo que hace a la literatura rusa –rebelde y contestataria- durante el stalinismo, sino también como uno de los más solidarios respecto de sus pares a la hora de sobrevivir con dignidad –si es que aun se pudiera-dentro del régimen soviético bajo la Cortina de Hierro. La lectura recayó, entonces, en su obra más reconocida, celebrada por todo Occidente durante la Guerra Fría como símbolo de rechazo al comunismo, por lo que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1958.

            La novela relata la biografía de Yuri Zhivago, desde la pérdida de su madre, acaecida en sus primeros años de vida, hasta su propia muerte y entierro. Podría decirse que consiste en una historia de amor dentro de las cambiantes situaciones políticas que se sucedieron desde el zarismo hasta la conducción de Stalin, siempre sin traspasar las fronteras. Porque si algo encarna el personaje principal es la esencia rusa, más allá de toda bandera; la vida social y solidaria, la naturaleza religiosa –cristiana- de ser y su visión del pueblo hambriento, la guerra y las revoluciones.

          Ambientada a partir de 1913, narra los años de formación de Zhivago como médico, dando paso a la constitución de una familia, donde su acendrada amistad con Tonya Gromeko se ve transformada en matrimonio; su desarrollo profesional en el frente durante la Primera Guerra Mundial y el descubrimiento de la pasión junto a Lara Antípova. Pero fundamentalmente, Zhivago es un poeta; reconocido en sus años mozos, sospechado de “tibio” después de la revolución bolchevique, su no afiliación al partido lo convierte en opositor, por lo que debe refugiarse dejando su entorno familiar y geográfico, amparándose en los escasos lugares que le van quedando a los perseguidos políticos y pasando toda clase de penurias, tanto afectivas como físicas y económicas.

       Lo magistral de la novela radica, en mi humilde entender, en dos características. Una, la construcción del relato principal, a partir de un sinnúmero de personajes inconexos en su inicio cuyos aconteceres se van entrelazando a medida que transcurre la historia, otorgándole mayor solidez a la narración cuanto ésta más se desenvuelve. Al principio, el lector se pierde en una serie de situaciones diferentes, con diversos protagonistas, de manera que el “Censo de personajes” con que se abre la presente edición resulta no solo acertado sino indispensable.

            La otra, es la sutileza de Pasternak de utilizar la trama principal –la historia de un amor prófugo, pero no por ello menos visceral- para mostrarnos todos los cambios que tienen lugar en la vieja Rusia zarista, cuando deviene la guerra contra Alemania y luego, ante el ascenso del socialismo bolchevique. Es esa pintura de alto contraste –que tanto semeja al impresionismo pictórico- entre las descripciones del deterioro de las condiciones de vida de las clases acomodadas, la falta de organización de la producción del nuevo gobierno y las persecuciones y purgas varias que tienen lugar, junto a la belleza de los paisajes naturales en los que se ven envueltos sus personajes lo que resalta ese amor puro, nacido al calor de los acontecimientos, sin quererlo y sin buscarlo. Además, el estilo poético y coloquial siempre presente en los diálogos como en la ilación es lo que convierte a un relato que podría tildarse de épico y costumbrista, en una gran obra literaria. Cierran sus páginas las poesías que Yuri Zhivago escribió en su exilio, poniendo de manifiesto el talento del Pasternak poeta, devenido narrador.

            Párrafo aparte merece la puesta en pantalla de Carlo Ponti, dirigida por David Lean en 1964. Sus casi tres horas de duración resultan amenas, sin golpes bajos ni sentimentalismos injustificados. Pero se trata de un guión adaptado en muchas de sus escenas, en las que se toman ciertas libertades que no figuran en el texto original –razón por la que el hijo de Pasternak nunca estuvo conforme con ella-, con lo que se pierde parte del carácter y la fuerza narrativa del escrito. Sí es de destacar la fotografía del film, su banda sonora –aun reconocible en nuestros días- tanto como los roles protagónicos de un joven Omar Shariff y una bella Julie Christie, quienes encarnan la historia de amor.

         Tanto la novela como la película, ambas se cuentan entre los clásicos de todos los tiempos.

martes, 15 de agosto de 2017

e-book 20. Alas de libertad. Las virtudes del pájaro solitario, Juan Goytisolo


Alfaguara, 1994

I.

            Iniciarse en las letras de Juan Goytisolo nada menos que con este título era todo un desafío, acaso una quimera. Estaba advertido de la complejidad, tanto de estructura como de contenido, pero había llegado como respuesta a un ruego personal a mis amigos lectores y no quería –ni quiero- dejar de ser agradecido con aquellos que me han facilitado buenos libros como el presente, favor que Yossi Barzilai me lo allegara hace algo más de dos años.

II.

           Libro raro si los hay. Según el propio autor, ‘es la Obra Completa de San Juan de la Cruz la que vertebra la estructura de la novela’, aunque hace plena referencia al Cántico Espiritual y entronca con la tradición sufí de la mística musulmana –particularmente con la obra de Ibn al Farid, a la que también alude-. En principio, carece de núcleo narrativo; es más un montaje de escenas que se superponen unas a otras, que una novela en sentido estricto. De esa manera, Goytisolo sólo sugiere posibles cursos de acción que el lector deberá elaborar.

III.

             Del poliédrico texto rescato un par de planos principales. En principio, no hay un solo narrador sino voces que van cambiando y relatando distintos aspectos, pero el principal protagonista se solapa con la figura del Santo: parece ser un estudioso del Cantar de los Cantares a quien han apresado en un edificio y sometido a cierta clase de tortura –como lo hacía el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición-. Fuera del edificio, ha habido una catástrofe cuya naturaleza no está clara: podría ser de origen nuclear -se habla de radiación, becquerels, etc.- o de una epidemia de HIV –sugerido a través de la aparición de la Parca en medio de un grupo de mujeres que prestan servicios de carácter prostibulario-.

La versión que gentilmente me allegó Yossi Barzilai

IV.

           Otro plano lo ocupan contrapuntos entre onirismo y realidad; la vida mística y la mundana; el libre albedrío y la obediencia totalitaria que impone el poder. Así, ese pájaro solitario que evoca Goytisolo ya no es aquél que encarnaba el alma del hombre según el Santo, sino que ahora se ha convertido en emblema de libertad, capaz de contagiar a otros pájaros como él, por lo que debe ser apresado, confinado y destruido, para que los demás no sigan su ejemplo. 

V.

              Goytisolo construye un relato totalmente original, no siempre evidente para el lector, pero que se disfruta si éste participa del juego propuesto. Eso sí, lo hace a través de una prosa exquisita, con ribetes poéticos y líricos en muchos pasajes, que valen el esfuerzo de armar la novela con entera libertad; ejercicio arduo pero satisfactorio. Un gran libro, sin duda.

jueves, 10 de agosto de 2017

El Don apacible. Libro 4, Mijaíl Shólojov


DeBolsillo, 2009

            Última entrega de esta epopeya rusa de inicios del siglo XX, que comienza con el avance indeclinable de las fuerzas comunistas. Constituido por dos partes finales, Shólojov concluye su relato alcanzando el año 1921 y la consolidación del poder soviético.

            En la Séptima Parte, se dan indicios de la derrota final de los insurrectos y del Ejército Blanco. Los cosacos han tenido que cambiar de margen del río Don, dejando atrás propiedades y bienes. La pelea sigue siendo sostenida, pero es desigual. Las defecciones cosacas son cada vez más numerosas; se han hartado de luchar y sólo desean volver a sus aldeas, a sembrar y cosechar –algo que el autor deja muy en claro en toda la novela-. Y la ayuda que propician los zaristas lejos está de ser real. Para colmo, los oficiales blancos no dejan pasar oportunidad para hacer sentir a la oficialidad cosaca –entre ellos, nuestro protagonista, Grigori Mélejov- la diferencia de educación y civilidad, tratándolos de paletos e ignorantes.

          Desencantado de la propuesta blanca, Grigori termina en la desembocadura del Don en el mar de Azov, dispuesto a embarcar hacia costas turcas, como la gran mayoría de las divisiones del Ejército Blanco. Pero… sólo hay lugar para unos pocos elegidos. Por lo que decide volver a la aldea, cueste lo que cueste.

            En la Octava Parte, Grigori toma consciencia de su realidad familiar. Su hermana menor se ha casado con el asesino de su hermano; su madre y su padre, así como su hermano, su cuñada y su esposa, han muerto. Solo restan sus hijos –niño y niña de corta edad, al cuidado de ellos- y el amor incondicional que le guarda Axinia Astájov, esposa de su vecino. Pero no tiene suerte. Su cuñado, ahora presidente del Comité Revolucionario de la aldea, está dispuesto a delatarlo, obligándolo a migrar nuevamente. Como fugitivo es descubierto y puesto a las órdenes de un viejo amigo, que planea una insubordinación debida a la exacción en especies que el gobierno soviético realiza a los cosechadores, tomando gran parte de su trabajo. Desde allí, se suscitan nuevas aventuras de este viejo combatiente al que la vida ha obligado a estar a la altura de las circunstancias. Habiéndose convertido en un bandido y saqueador, decide abandonar a sus compañeros y volver a su hogar, aún a sabiendas del costo de ello. Y el costo es altísimo. Sin claudicar, Grigori regresa a su aldea, con toda una historia a cuestas y muchos muertos por los que hacer silencio.

            Un final acorde a la épica narrada por Shólojov a lo largo de dos millares de páginas. No esperaba menos, aunque se podrían haber ahorrado un ciento de ellas, lo menos. Las descripciones del entorno geográfico son parte destacable de todo el relato; como si el autor se hubiese pasado horas en la observación de los movimientos de la naturaleza en la región.

            En mi humilde opinión, aborda muy bien un periodo no muy claro de la historia rusa y de los cosacos, antes de ser sometidos al poder soviético. Pero no está a la altura literaria de Tolstoi, Chéjov o Dostoyevski, con personajes mucho más elaborados desde el aspecto psicológico que los que ofrece Shólojov en su extensa obra.

sábado, 5 de agosto de 2017

Desde el patio interior. El mundo, Juan José Millás


Planeta, 2012

          Es muy vasta la obra de Juan José Millás como para seguir ignorándola. Con varios títulos suyos en mis estantes, había leído buenos comentarios en la blogosfera acerca de éste, galardonado con el Premio Planeta 2007. No es que la premiación hubiera ablandado mi postura –que señala, justamente, que los premios son motivo suficiente para no leerle- sino que a otros lectores les había resultado un libro querible, al abordar temas de su infancia. Como se había armado revuelo -si el reconocimiento había llegado por la obra o por la trayectoria de Millás-, decidí averiguarlo por mí mismo.

            El libro se estructura en cuatro relatos donde el propio Juanjo, cuarto hijo de un total de nueve, narra en primera persona parte de su biografía – tal vez lo fuese-. Así, en el primero repasa la sensación de un frío que cala los huesos, del que aún adulto no ha podido desprenderse. Ese frío lo lleva asociado a la mudanza de toda la familia desde Valencia a Madrid, que con la remanida excusa de que ‘allí hay más oportunidades de mejorar’ los padres encaran el traslado a un suburbio de esa capital, descampado y solitario, sin poder ocultar la estrechez de recursos y el estado de pobreza que lo obligaba, dejando así la costa soleada y cálida en aras de un lugar más amplio, aunque más gélido espiritualmente hablando.

            Luego, desarrolla lo que considero el nervio central del texto: la calle, o el ombligo del mundo de Juanjo. Pero no lo enfoca desde la ventana de su casa; se apropia de la cosmovisión que brinda un ventanuco ubicado en el interior de un sótano, a ras del suelo, de la casa de un amigo vecino. Desde allí, Juanjo reelabora su relación con los demás, sus amigos, su gente, su familia. Esa mirada se extenderá a lo largo del libro hasta el final.

            La tercera propuesta surge del frustrado primer amor. La muerte de su amigo le ha generado un vacío que sólo podría llenarlo una tibia relación con su hermana. Pero ésta le confiesa que él no le resulta interesante y, ante ello, sólo puede hallar refugio en la fantasía. Una fantasía que finalizará en un encuentro sincero entre ambos, muchos años después en Nueva York. Y finalmente, encara una anécdota tragicómica. Con su tendencia a aplazar los estudios, Juanjo es dirigido a una academia donde lo prepararán para acometer con éxito sus exámenes. Pero los maestros ejercen la violencia física con sus alumnos –a veces, de manera sádica-, con lo que el protagonista no encuentra mejor salida para evitar los castigos que confiarle a sus padres que desea ser sacerdote misionero. Por esa razón, se lo llevan a Valladolid a iniciar el curso en el seminario.

            Con estilo coloquial y ameno, Millás compone un libro emotivo, plagado de buenas historias nacidas en el patio interior de su biografía, con personajes que generan empatía en el lector y hacen de él una buena lectura. Como nota opaca, Millás se florea a sí mismo, refiriéndose continuamente a sus otros títulos y a su obra en general, lo que recarga al lector con una suerte de envanecimiento personal que no aporta nada y lo aleja del núcleo narrativo. No obstante, el libro se disfruta y fluye rápidamente.