RBA, 1993
Transitando
el final de viaje de mi Año Ruso no podía –ni quería- dejar fuera de esta épica
a Nabokov, sobre todo en su obra más renombrada. Había otras obras suyas por
las que hacer opción, pero preferí encarar aquello que ha sido considerado una
revolución en las letras. Aparecida en 1955, supuso un cambio de paradigma
acerca de las relaciones entre niños y adultos, pues exponía situaciones que
hasta ese momento sólo se murmuraban en voz baja.
La historia comienza con un prefacio
de John Ray Jr., quien ha recibido un manuscrito de un tal Humbert Humbert, un profesor
europeo de treinta y siete años a la sazón, quien recala en Ramsdale, E.E.U.U.,
en 1947, y renta una habitación a la viuda Charlotte Haze, sólo después de
haber visto a su seductora hija de doce años, Dolores (Lolita), de quien queda
prendado.
Para mantenerse cerca de la niña,
Humbert decide casarse con Charlotte, aún sin sentir amor. Ésta descubre el
diario de aquél –donde apunta su obsesión por Lolita- y, en su despecho de
mujer engañada, saldrá precipitadamente de su casa, muriendo atropellada por un
auto. El ahora padre legal irá en
busca de su hija a un campamento veraniego para comunicar la noticia y, luego
de que Dolores confiese su inicio sexual con el hijo de la organizadora,
consumarán su relación pedófila.
Tras dos años de relaciones y de
viaje por E.E.U.U. en automóvil, Lolita se fuga con Clare Quilty, un dramaturgo
con quien se ha puesto de acuerdo previamente. Algún tiempo después, los
avatares de la vida la fuerzan a escribirle a Humbert solicitándole dinero para
trasladarse con su marido, Richard Schiller, a Alaska, donde éste ha conseguido
un buen empleo. Está embarazada y son pobres. Humbert la visita y, a cambio del
dinero, le pide el nombre del hombre con quien se fugó. Una vez obtenido,
decide asesinarlo.
Nabokov relata esta perversión entre
un adulto y una púber desde la persona de Humbert; su estilo es descarnado
aunque movido por la pasión que el protagonista siente por su nínfula. El lector asiste al carácter
enfermizo del vínculo, puesto que el coqueteo propio de Lolita –que le otorga
poder sobre Humbert- sucumbe ante la necesidad de éste de poseerla, con el
consiguiente deterioro moral del que, al menos Humbert, es plenamente
consciente. El autor bien se cuida de no caer en el intento de una apología;
sólo refiere los hechos con cierta emoción.
Rescato la composición psicológica
de los personajes centrales, la fuerza narrativa del argumento central –novedoso
para la época- y el estilo escogido. Lo único opaco es la violenta escena
final, más propia de un grotesco o vodevil que de un adecuado cierre de novela.
Un libro distinto, con mucho de sufrimiento y una pizca de escándalo.
Párrafo aparte merecen las versiones de esta obra adaptadas a la pantalla grande. Existen dos: la primera es de Stanley Kubrick, de 1962, y la siguiente es de Adrian Lyne, de 1997. Las comparaciones son odiosas, pero puestos a opinar, las palmas se las lleva la de Kubrick.
Párrafo aparte merecen las versiones de esta obra adaptadas a la pantalla grande. Existen dos: la primera es de Stanley Kubrick, de 1962, y la siguiente es de Adrian Lyne, de 1997. Las comparaciones son odiosas, pero puestos a opinar, las palmas se las lleva la de Kubrick.