viernes, 29 de junio de 2018

Volverse adulta. Las chicas de campo, Edna O'Brien


Errata Naturae, 2014

I.

            Hizo furor apenas salió al mercado, a principios de 2014. No había espacio en la blogosfera en el que no se encontrara al menos un comentario. Parecía que una autora ahora redescubierta pasaba a encarnar la gran literatura irlandesa del siglo XX, en paridad con James Joyce, nada menos. Con el tiempo, los ardores se fueron apagando y hubo quien se atrevió a esbozar unas líneas tildándola, si no de mediocre, al menos de indiferente. Cuatro años me parecieron un lapso de tiempo prudente para encarar una lectura algo más objetiva.

II.

            Caithleen Brady es una aplicada teen ager que destaca en la escuela local en una aldea lejana a Dublín. Vive con escasos recursos junto a su madre y teme a su padre quien, por efecto del abuso del alcohol, tiende a golpear seriamente a ambas. Tiene una amiga y compañera, Baba, con quien mantiene una relación de amor/odio. Un día se hace acreedora de una beca para estudiar en un colegio de monjas, lugar al que han de asistir las dos –Baba, sin beca-. Un accidente familiar fuerza el destino de Caithleen y, tras algunos años de internado junto a Baba, deciden escapar del claustro y alcanzar la gran ciudad, donde se tendrán que valer por sí mismas.

III.

             El valor de la amistad, el despertar de la sexualidad, la diferencia entre la dureza de la vida en las aldeas respecto de las metrópolis son algunos de los temas que O’Brien retrata maravillosamente en esta suerte de Bildungsroman, una novela de formación. Ello, sin eludir una crítica mirada a la Irlanda de los años cincuenta del siglo pasado, con los devastadores efectos del alcoholismo sobre las familias y el estrecho rol que le asignaba a las mujeres la tradicional sociedad católica irlandesa.

IV.

            Destaco la fluidez del estilo narrativo que vuelve muy amena la lectura, y la composición psicológica de los personajes que O’Brien elabora, con una protagonista madura, que no pierde el aplomo aún en las escenas más difíciles junto a un puñado de personajes secundarios que acompañan perfectamente la evolución de la trama. El texto resuma autenticidad; no hay detalles en los que el lector detecte la ficción y la narración en primera persona es otro acierto de la autora. Si bien el estilo puede parecer bastante simple o ligero, nunca se vuelve superficial. Y la voz de Caithleen es siempre la de una adolescente con ganas de crecer, de volverse adulta.

V.

            No es la gran novela irlandesa, profunda y épica, pero en su frescura juvenil revela aspectos de la necesidad de emancipación de las mujeres y da cuenta del movimiento migratorio que éstas han hecho desde los medios rurales hacia los centros urbanos en busca de mejores oportunidades y, por qué no, de cierto grado de igualdad y liberación. Interesante propuesta.

viernes, 22 de junio de 2018

La magia de crecer. Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, Maya Angelou


Libros del Asteroide, 2016

I.

            Apenas apareció por estas costas decidí llevarlo porque estaba al tanto de su contenido y me parecía una bocanada de aliento en medio de tanta mediocridad. Mientras lo hojeaba, me preguntaba cómo podrían narrarse circunstancias dolorosas sin poner el énfasis en el dolor ni victimizarse. Creo que el libro vino a explicarme justamente eso: se puede vivir con dificultades y afrontar situaciones angustiosas sin necesidad de regodearnos en ese pasado triste y trágico, y hacer de ello la plataforma de lanzamiento para una vida más plena.

II.

            Este libro narra la infancia de su autora, hasta el momento en que es madre, a los dieciséis años. Angelou enfrenta varios problemas, a saber: en principio, es negra en un pueblo donde los blancos viven literalmente separados de ellos –y quienes se consideran recíprocamente poco menos que casi humanos-. Además, su familia es pobre. Sus jóvenes padres se separan y dejan la crianza de ella y de su hermano Bailey al cuidado de la abuela en un pueblo de Arkansas mientras prueban fortuna en California. Si bien su Yaya tiene una proveeduría con la que subsiste, los recursos no huelgan. Para colmo, la enseñanza religiosa tradicional restringe las posibilidades y aspiraciones para las mujeres. Contra ello deberá batallar la pequeña Maya.

III.

            En sus páginas desfilan escenas de violencia, de racismo, de despertar sexual y también de ilusiones y fantasías. Mas lo realmente destacable es que Angelou las relata con una mirada cálida, sin recelos ni rencores, tomando siempre las enseñanzas que pueden sacarse aún de vivencias atroces. Y lo hace con naturalidad, sin acudir a golpes de efecto. Por otra parte, el texto abunda en gestos de ternura y cierta dosis de humor sano que condimentan la trama volviéndola mágica. Porque lo que transmite Angelou en todo momento es la magia de crecer, de asumir la identidad, de apropiarse de ese Yo irrenunciable.

IV.

          La vida pueblerina entre negros –con su manto de protección y solidaridad-; el descubrimiento de la gran ciudad -y la consiguiente vulnerabilidad-; la relación entre padres e hijos, entre hermanos y entre amigos; la necesidad de referentes de la propia raza, el sexo y la maternidad son los temas por los que se desliza esta suerte de memorias de la autora, que no renuncia nunca ni a su raza ni a su compromiso con la sociedad a la que pertenece.

V.

            En estilo extremadamente ameno, con una pluma ágil y divertida, Angelou reconstruye un pasado difícil y lo convierte en un canto a la vida. Un libro esperanzador, indispensable para todo buen lector.

viernes, 15 de junio de 2018

El costo de las apariencias. Una cena en casa de los Timmins, William M. Thackeray


Periférica, 2016

I.

            Dicen que las letras de Thackeray no iban a la zaga de las de Dickens, los representantes más conspicuos de la literatura inglesa de la era victoriana. Sólo que el realismo naturalista del último carece de cierta nota satírica que sí ha sido el sello distintivo del primero. Y esta brevísima obra demuestra palmariamente ese costado burlón, tras una mirada perspicaz de esa clase media que intentaba copiar a la aristocracia, sin poseer los recursos necesarios. La escasa extensión de páginas me permitió intercalarlo entre otras lecturas.

II.

            El señor Timmins comete el error de comprar cosas y algún regalo a su esposa con unos ingresos extra que la profesión leguleya le ha deparado. Este simple hecho dispara en la señora Timmins la tantas veces postergada realización de una cena en su casa, donde pueda ponerse de manifiesto la prosperidad de la familia, a la vez que originar envidia en sus amistades más cercanas. Para ello, no escatima los pocos fondos disponibles aún –sin tomar en cuenta las deudas que mantienen con los proveedores de lo cotidiano- para llevarla a cabo, participando a una veintena de conocidos –por los que no sienten apego alguno- en una casa minúscula y económica, de algún barrio periférico, donde resulta imposible sentar a más diez personas en su sala y con paredes cuyo espesor es tan delgado que permite escuchar los sonidos en las casas vecinas.

III.

             Thackeray describe con maestría y oficio a una típica familia de clase media con aspiraciones sociales. Allí está el marido permisivo y mediocre, su esposa insatisfecha y una suegra entrometida, dándose aires cuando el presupuesto no lo permite, con el único objeto de aparentar más de lo que pueden. De más está suponer lo que ocurrirá: la velada se transformará en algo no deseado y el costo será el ridículo.

IV.

            Con un puñado de personajes perfectamente delineados, situaciones grotescas y escenas hilarantes, aunque no desopilantes, Thackeray se burla de toda una clase social que intenta vivir más allá del alcance de su propio bolsillo, algo que aún mantiene cierta vigencia en diversos estratos. De estilo coloquial, ameno y fluido, resulta una buena opción para adentrarse en el universo literario del autor cuando se dispone de un par de horas de ocio.

viernes, 8 de junio de 2018

e-book 29. Cordón umbilical. Mi madre, Richard Ford


Anagrama, 2010

I.

            Es un libro de tintes autobiográficos que Richard Ford quiso allegarnos como un reconocimiento que él mismo tributara a quien en vida fuera Edna Akin, su madre, que entre otras cosas tuvo que cargar con que su propia madre se largara de su casa conyugal tras un boxeador algo más joven siendo ella pequeña, haciéndola pasar por su hermana.

II.

            Su única asistencia a una escuela fue con unas monjas de Santa Ana; se mudaron muchas veces de localidad debido al trabajo del padrastro; se enamoró y casó con Parker, el padre del autor, en 1928 y juntos conformaron una pareja sólida, que se llevaba bien, viajaban mucho y juntos, hasta que la muerte de Parker en 1960 la dejó casi sola y con un adolescente algo díscolo.

III.

             Ford narra en poco menos que un centenar de páginas su relación con Edna, a la que agradece el clima de libertad responsable en el que lo crió, su intención continua de ayudarlo –como supongo hacen todas las madres-, sus múltiples cambios de actividad, su único amorío después de Parker y, fundamentalmente, los últimos años, donde Edna debió enfrentar un cáncer de mama que retornó y al final la llevó de este mundo.

La versión digital, en otra gentileza de Epublibre
IV.

            En una atmósfera intimista y coloquial, Ford va ofreciendo escenas donde ambos son protagonistas de lo acontecido entre ellos, como quien exhibe una serie de fotografías de un álbum familiar que conforman parte de esa evolución que se ha mantenido a lo largo de los años como una continuidad del cordón umbilical que alguna vez los había unido. Un libro emotivo y cariñoso.

V.

            Párrafo aparte merece mi elección de este libro. Mientras leía las páginas que Ford destinó a la enfermedad de su madre y su posterior deceso, no pude dejar de identificarme con ellas, puesto que, tan hijo único como él, yo también he tenido que vérmelas con circunstancias semejantes aunque en otro contexto y tiempo, aprendiendo a hacer frente a una insoslayable agonía que, por más que se asuma racionalmente, nunca alivia el dolor que supone la pérdida de la propia madre, que en mi caso tuvo lugar el pasado 30 de marzo. Sirvan entonces estas líneas para recordarla con todo mi amor de hijo y mi agradecimiento eterno por haberme legado la gran pasión familiar que ha sido siempre la lectura.

viernes, 1 de junio de 2018

El mar de la fertilidad. 2. Honor, pureza y muerte. Caballos desbocados, Yukio Mishima


Alianza, 2012

I.

            En este segundo volumen de la tetralogía, ambientado en Osaka y Tokio entre 1932 y 1933, el amigo de Kiyoaki Matsugae, Shigekuni Honda –verdadero protagonista de esta novela-, se ha convertido en juez del tribunal de apelaciones en Osaka. Con treinta y ocho años, casado y sin hijos, su carrera en la Justicia japonesa es prometedora, debido a su equilibrio emocional y a lo acertado de sus dictámenes. Pero un encargo personal del presidente del tribunal trastoca toda esa seguridad en sí mismo -basada en el uso puro de la razón- instalándole una duda impensada: la posibilidad de una reencarnación.

II.

            Enviado a un santuario donde se desarrolla un torneo de kendo, Honda descubre en Isao Iinuma, un joven que no llega a la veintena, la mirada, la postura y el fuego en los ojos que reconociera en su difunto amigo. Para colmo, las marcas de nacimiento coinciden con las de aquél. Además, Isao es hijo de quien fuera preceptor de Kiyoaki, ahora regente de la Escuela de Patriotismo sostenida en base a aportes de ciertas personalidades del Japón.

III.

             Imbuido en la más férrea de las tradiciones, Isao sueña con alcanzar la pureza y el honor de los samuráis de fines de siglo XIX quienes, reunidos bajo la Liga del Viento Divino, intentaron restaurar la hidalguía de las costumbres niponas luchando con sus espadas contra las fuerzas del decadente Imperio Meiji, antes de ser masivamente masacrados. En una suerte de remake, medio siglo después, Isao intentará luchar de igual manera contra la corrupción que el capitalismo occidental generara en ese Japón de entreguerras.

IV.

            Con el mismo estilo poético del volumen anterior, Mishima nos adelanta lo que, al final, será su propio destino: la defensa del honor y la necesidad de darse muerte por su mano mediante la ancestral técnica del seppuku. El joven Isao, presa del fuego rebelde de la juventud, desoye las claras advertencias de Honda respecto de las acciones que se encamina a realizar. Y si bien todo el plan se desbarata por un oportuno llamado a las fuerzas policiales, las revelaciones posteriores a su prisión y liberación lo impulsarán más fuertemente a tomar una trágica decisión.

V.

            Todo el libro resuma un tono dramático acorde a la tragedia que se ha de desarrollar, pero las reflexiones de Honda sobre la posible reencarnación de Kiyoaki en Isao y la madurez de éste en todo momento, asumiendo las responsabilidades inherentes a un liderazgo basado en la pureza de su conducta, no eluden la mirada crítica de Mishima acerca del tibio rol de los militares en las revoluciones, la corrupción del Estado ejercida por una clase acaudalada y la emancipación de la mujer tras siglos de sometimiento. Un libro que refuerza la ansiedad por el que sigue.