Alfaguara, 2008
I.
Éste es el título con el que debutó
en las letras la autora, aparecido en 1971. Al tener noticias sobre su
contenido, decidí hacerme de una versión digital. Lo más sorprendente –y aquello
que, en definitiva, me inclinó hacia su lectura- fue que un ejemplar en papel
dormía una prolongada siesta sobre el escritorio de la Dirección del lugar donde presto
servicios. Imagino que su titular, perteneciente a la grey judía, lo tendría
allí por alguna razón que ignoro.
II.
El libro narra en primera persona la
infancia de la autora y de su entorno familiar, entre los cinco y dieciséis
años de edad, hacia fines de los años ’30 de siglo pasado. Da cuenta de aquél
Buenos Aires pujante que crecía lentamente bajo la égida de un gobierno
conservador, donde la colectividad judía –numerosa como hasta hoy- sufría del
mismo estigma que aquellos que abandonaban Europa debido al hambre, la guerra y
la persecución antisemita. El ascenso de Perón cambió el paradigma social y la
mirada de los porteños de clase media,
‘Perón ganó las elecciones.
No puede ser. Este no dura ni un mes. Diez años. Duró diez años. […] Y la
ciudad se llenó de negros. Eso es lo que hizo Perón: llenar la ciudad de negros.
Las chirusas se vienen con unas pretensiones que más que sirvientas parecen
princesas. No hables delante de la sierva que te puede denunciar.’
III.
Los avatares y diálogos de su madre viuda
junto a dos tías menores y feas –que quién sabe cómo llegaron a casarse- hacen
las delicias de la narración. Para colmo, se les une una abuela rusa con una
dieta estrafalaria, la ausencia de una figura paterna -de quien solo heredó
libros tras su deceso- y los comentarios propios de una idishe mame. De a ratos, el cóctel se vuelve explosivo.
La versión digital, gentileza de Epublibre
IV.
Decir que la breve novela es una
bocanada de frescura, apropiada para unas vacaciones de verano, sería mezquino.
No por nada ha sido dos veces finalista en certámenes literarios. La conjunción
de anécdotas familiares, personajes entrañables y escenas desopilantes –v.g.,
la de una niña judía que intenta tomar el catecismo-, arrancan sonrisas cuando
no la sonora carcajada a partir de una fina observación y de reflexiones
efectuadas con humor picante e irreverente,
‘Yo creo en el Demonio, en
el Infierno con el fuego y los tormentos eternos y todo lo demás. Si uno muere
con un solo pecado mortal, va al infierno. Si muere sinceramente arrepentido de
todos sus pecados, no importa cuántos ni cuán terribles hayan sido, aunque uno
se haya hecho la paja veinte veces por día durante toda su vida, igual va al
Paraíso. El Paraíso está lleno de pajeros arrepentidos, felices, cada cual con
su lira, su túnica blanca y sus sandalias doradas. Todos giran alrededor de
Dios Padre, que les sonríe y los quiere como si jamás se hubieran hecho la paja.’
Ameno y coloquial, me recordó a mis
tíos y abuelos, que solían narrar las mismas cosas.