Una reseña sencilla me convenció
de buscarlo hace una docena de años. Hoy considero que aquel arrebato compulsivo me salvó de perder
una bellísima obra, descatalogada e inhallable, que atesoro como si fuera un
libro incunable. Su autor, nacido en 1914, fue uno de los últimos testigos de un
mundo que se desmoronaba: la Mitteleuropa
de los Imperios Centrales y todo ese crisol de razas, religiones e idiomas que
se cobijaron bajo una misma frontera, con su multitud de regiones geográficas.
No resulta extraño, entonces, que fuera el triestino Claudio Magris –que conoció
a von Rezzori-, quien se hiciera cargo de la presentación del ejemplar.
II.
La novela es una suerte de ejercicio ficcional
con tintes biográficos. El narrador –alter
ego del autor- describe Chernopol y sus gentes, en la región de Tescovina
–un eufemismo para Czernovitz, capital de la Bucovina, hoy dividida entre
ucranianos y rumanos-. Y nos sitúa en la infancia de tres hermanos, poco
después de la derrota de 1918 y el inicio del desmembramiento político. Así, es
la historia de una familia acomodada en la Europa Oriental en el período de
entreguerras, con un narrador que evoca mucho tiempo después la vida cotidiana
con las reflexiones propias de un hombre maduro, sin renunciar a la prístina mirada
de aquellos niños.
III.
Dividido en veinte capítulos, el texto
comienza con un estudio fenomenológico de la ciudad, la descripción de la
región y de la idiosincrasia de sus pobladores. A medida que nos adentramos,
van apareciendo los personajes que tendrán relevancia en la novela: el prefecto
ufano y ampuloso; el húsar alemán, modelo de comportamiento social; los
distintos institutrices y tutores de los niños, y un puñado de familiares y
vecinos que serán parte de cada uno de los episodios en que se verán
involucrados, sin eludir los problemas que acarrean las creencias religiosas:
cristianos ortodoxos, católicos, protestantes y un buen número de judíos, que
ya empiezan a sufrir pogromos y acciones netamente antisemitas.
IV.
Destaco la prosa de von Rezzori,
que se debate entre lo poético y lo reflexivo. El estilo se enmarca en el
recuerdo de tono decadente y nostálgico, propio de lo que ha de desaparecer. No
alberga esperanza alguna en el porvenir, como si el abandono de esa infancia
añorada y alegre coincidiera con el fin de un período histórico y personal,
arrasando con cualquier ilusión futura. El ignominioso fin del héroe infantil
es, asimismo, una metáfora irónica de su sociedad.
V.
Coloquial aunque denso, el libro exige la concentración lectora. Cuesta atravesar sus páginas, por más que conciten el interés y mantengan la tensión narrativa. El conjunto de matices hace de la obra un trabajo señero, que se halla entre lo mejor que he leído en el presente año. Más que recomendable para todo buen lector.