Bruguera, 2008
I. Corría el mes de junio de 2013 y
fui a retirar un libro usado en las afueras de la ciudad. Quien me acompañaba
propuso visitar un conspicuo mall
de cercanías para almorzar y, de paso, distraernos un rato. Tamaña sorpresa fue
hallar este ejemplar en una librería; lo tenía apuntado hacía tiempo,
pero estaba agotado. Ahora, tras una docena de años esperando, decidí darnos la
oportunidad que merecíamos (ambos): es mi primer acercamiento a una obra de
Atwood.
II.
Esta distopía, ambientada en un E.E.U.U. futuro
de pesadilla posnuclear -donde emerge
la esterilidad-, plantea una sociedad que ha sido dividida y estratificada, de
manera que los hombres detentan el poder real. Las esposas de los Comandantes
se valen de sirvientas llamadas Marthas –con uniforme identificatorio-, para
efectuar las tareas domésticas, pero también existen un pequeño grupo de
Criadas –que visten de rojo absoluto salvo su cofia blanca- que estando al
servicio del Comandante, son las encargadas de la reproducción. Es decir,
vientres fértiles sin contaminación radiactiva –y en algunos casos, ex madres-,
capaces de preservar la especie.
III.
Para que no puedan escapar, son
continuamente vigiladas no solo por hombres sino también por otras Criadas, que
podrían denunciarlas. Además, su vestimenta les impide contacto visual con
otras personas y las han despojado de su verdadero nombre; ahora llevan el de
aquél que las sirve –en la acepción
sexual del vocablo- y es motivo de gratia
plena del conjunto de Criadas la llegada del ansiado embarazo –y posterior
alumbramiento (que no venga con deformaciones, claro)-. Por lo demás, su vida
no tiene otra finalidad y a medida que envejecen pueden ser retiradas junto a las
demás mujeres que no pertenecen a estas categorías: puro material de desecho,
confinadas en islas y condenadas a morir.
IV.
El lector asiste a la narración del acontecer
de la protagonista, que es una suerte de legado escrito –una acción prohibida-
y cuyo valor de realidad será juzgado por esa misma sociedad muchos años
después –de allí, que sea considerado un cuento-.
Atwood nos allega la descripción de la vida de una mujer en un mundo
férreamente totalitario que bien podría obedecer a cualquier clase de
dominación: política, filosófica, sexual, religiosa, etc., con sus propias
reglas y rituales –y, como sería de esperar, con ciertas licencias para los
poderosos-.
V.
De estilo directo y frontal, con escenas
fuertes en medio de una atmosfera opresiva, la novela resulta tan original como
fluida; atrapa desde el inicio por el carácter trepidante de su historia y, a
su vez, es un compendio de cómo enfrentar la adversidad con una dosis de
resiliencia esperanzadora, donde la palabra escrita (la literatura) se
convierte en el mayor símbolo de resistencia. Una lectura más que recomendable.