Han pasado más de tres décadas desde que adquirí
la colección a la que pertenece la obra siendo pocas las que he abordado.
Seguramente, debía esperar a una alineación
planetaria para que cuatro gatos
locos –nunca más apropiada la expresión- nos diéramos cita para encararlo e
intercambiar opiniones una vez concluida la lectura. De más está decir que,
apenas conocida la aceptación, salí a buscar la copia del film; tenía claro que
iba camino a ser un Pelibro memorable.
Libro
Basada
en la propia historia del autor, la novela tiene de protagonista a Randall P.
McMurphy, un delincuente –violó a una menor de 15 años- que, una vez apresado,
se ha hecho pasar por loco para no tener que sufrir el frío de la prisión ni
realizar trabajo alguno. Para evaluar su real estado mental lo trasladan a un
instituto psiquiátrico donde permanecerá en observación durante algún tiempo.
En
la institución, el director cuenta con personal idóneo para hacer frente a enfermos
irrecuperables y otros a quienes se permite entrar y salir a voluntad, cosa que
no siempre hacen porque se sienten más contenidos con las reglas y medicaciones
que procura allegarles la señorita Ratched, verdadero emblema de la enfermería.
Dueña
tanto del pabellón diario como de la voluntad de los enfermos allí presentes,
nada escapa a su mirada observadora. Mantiene un control férreo sobre todos,
pacientes y personal. Hasta que la llegada de McMurphy, con sus reclamos, sus
apuestas y la manipulación del resto de compañeros para sus propios fines –a
quienes no duda timar con las barajas- trastoca esa rutina tan aceitada que
Ratched se esforzó en construir.
Quien
narra la historia es el Jefe Bromden, un enorme mestizo vapuleado por la
sociedad, que no hallado mejor forma de sobrevivir que tomando a cargo la
limpieza de las salas con la escoba, haciéndoles creer a todos que es
sordomudo. McMurphy se dará cuenta del engaño y tendrá en él un confidente y un
compañero para cuando intente fugarse.
Así,
la novela discurre entre las oposiciones de sus dos protagonistas. McMurphy no
solo será líder del grupo, sino que hará realidad actividades desconocidas para
los internos logrando momentos felices y de triunfo para ellos –aun para
satisfacer sus propios intereses-. Ratched se ocupará de frustrar todo
cuestionamiento a su autoridad, valiéndose de su posición de poder.
Destaco
la composición psicológica de los personajes. A una enferma neurótica, obsesiva
y manipuladora, le opone un psicótico egoísta que solo busca su bienestar
mientras cumple su condena. Como es de esperar en una batalla tan desigual, la
tragedia no tardará en aparecer.
En
estilo coloquial, ameno y fluido, el texto alterna el diario acontecer de un
hospital con escenas desopilantes que hacen trepidante el ritmo lector hasta su
previsible final. Kesey construye con elementos tomados de la realidad, una
ficción que interpela sobre quiénes son realmente los enfermos mentales. Para
disfrutar de buena literatura.
Film
ATRAPADO
SIN SALIDA
¡Y
fue un Pelibro memorable! A esta altura, aun frente a la contundencia del
escrito de Kesey, creo que me inclino más por la versión cinematográfica de
Forman que, si bien se tomó algunas licencias respecto del texto original,
abrevió y condensó escenas que le dieron más ritmo al film. El uso de primeros
planos para capturar las expresiones de sus protagonistas; algunos planos
secuencias y un trabajo de montaje de excelencia han hecho que este film
trascendiera su tiempo.
A una iluminación más que
apropiada en interiores y una banda sonora que acompaña a la atmósfera del
instituto psiquiátrico, hay que añadir las consagratorias actuaciones de Jack
Nicholson en la piel de McMurphy y a Louise Fletcher en la de la enfermera
Ratched. Si hubo una pareja que encarnó de manera soberbia a un psicótico y una
neurótica, es ésta. El resto del elenco –con un casting más que adecuado-
comulga en una sinergia actoral sin par.
La realización se apega muy bien
tanto al escrito de Kesey como al espíritu del mismo. No son muchas las
ocasiones en que esto ocurre. También es destacable el despliegue de la cámara
y el minucioso trabajo de edición. Por todos estos motivos considero que ocupa
merecidamente un lugar importante entre las mejores películas de todos los
tiempos.
En lo personal, tuve la
oportunidad de ver el film cuando se lanzó aquí en el verano de 1976 –en ese
entonces, sin la edad necesaria para ingresar a la sala, pero la lasitud de un
improvisado cine en la costa balnearia me permitió recibir el impacto de
primera mano-. Recuerdo que los comentarios sobre los personajes y las
actuaciones eran la comidilla de todos los que gozábamos de unos días de
descanso en la playa.
En suma, si aun no hubieran
visionado este film, no dejen pasar más tiempo. Es una joya del séptimo arte,
de visita obligada.
Testimonio del Pelibro 40


