Alfaguara, 1997
I. Fue mi debut con las letras del
escritor andaluz, de las varias que aun esperaban su momento. Me incliné por ella
debido a que era la primera en ser incorporada al tótem de pendientes y,
además, en edición en papel. Parece que la novela ha sido exitosa, puesto que
la primera edición data de marzo de 1997 y el ejemplar en mis manos, de tan
solo un mes después. Por otra parte, al no frecuentar más que esporádicamente
el género policial, supuso un aire de renuevo en mis lecturas.
II.
Un maduro inspector de policía acaba de volver
tras muchos años de ausencia a su ciudad –probablemente, la Úbeda natal del
autor-, trasladado desde el País Vasco (Bilbao), para esclarecer el salvaje crimen
de una niña. Como única compañía, cuenta con los consejos de quien fuera su
mentor cuando adolescente -un padre confesor partidario de la República- y unos
pocos indicios que brinda la maestra de la niña.
III.
Ambientada durante la transición
española, el traslado no ha sido solo una cuestión profesional: su esposa ha
debido ingresar en una institución psiquiátrica después de ser acosada por
llamados telefónicos con amenazas de una muerte inmediata. Mientras el
protagonista comienza a indagar y a atar cabos, su decadente entorno de soledad,
noches en vela y alcohol, se ve modificado por la cercanía de la docente, con
quien logra intimar. Así, al acecho y a la espera de un nuevo intento, la
trepidante trama alcanzará su clímax hacia el desenlace.
IV.
En esta novela magistral, en la que no falta ningún
elemento propio de un policial negro
al uso, Muñoz Molina anuda diversos planos. Por un lado, está el terrorismo que
persigue las huellas del policía; por otro, la psicología de un pedófilo
maníaco, incapaz de concretar su deseo y luego está la dicotomía en que se
debate el inspector entre mantener su matrimonio o darle cauce a un nuevo amor.
Todo ello, envuelto con plenas referencias al sangriento pasado de la Guerra
Civil. Un cóctel explosivo, imposible de abandonar.
V.
De estilo frontal y directo, con
lenguaje coloquial y algunos modismos regionales, escenas crudas –que pueden
herir la susceptibilidad de los lectores-, una adecuada construcción psicológica
de los personajes y ciertos tonos románticos que no amenguan la tensión
principal sino que la consolidan, el autor ofrece una obra que contiene todos
los arquetipos que la convierten en un friso de época. Muy recomendable.