I.
Es uno de esos títulos de
literatura universal que engalanan cualquier biblioteca; por eso lo adquirí, a
sabiendas que era poco probable que lo leyera -eso sí, en una edición ejemplar-.
Menuda sorpresa hube de llevarme cuando la responsable del taller en el que
participo avisó a fines del año pasado que habríamos de encarar su lectura. Si
bien esta clase de novela no es de mi interés, no obstante, aproveché la
ocasión para darle curso y evaluar su vigencia.
II.
No aludiré a la historia, pues es bien
conocida por todos. Solo me detendré en algunos aspectos que hacen de la obra
algo señero en esta materia y, si cabe, sirve de elemento disparador de toda
una suerte de historias que componen un subgénero en sí mismo. Lo primero que
salta a la vista es la estructura: es una narración basada en los diarios de
Jonathan Harker y de Mina, su esposa, junto a los que, en forma de apuntes,
lleva el Dr. Seward. A esto hay que sumarle el texto de las cartas o telegramas
intercambiados con Van Helsing –o con Lucy-. Es decir, la originalidad estriba
en que asistimos a un relato contado por
papeles.
III.
Después, está la alternancia
protagónica. Si al principio es Harker quien nos introduce en la descripción
del Conde Drácula y su castillo, luego el peso gravitatorio lo lleva Mina, la
única mujer entre un puñado de hombres bien intencionados, pero poco preparados
para enfrentar al Mal. Es ella, con su sagacidad –y excelente perspectiva-
quien conduce hacia los hechos desencadenantes del final. Así, su marido pasa a
ser un hombre de paja, sin más
intención que cobrar su venganza. El resto de personajes, con Van Helsing al
frente –hombre versado en vampiros-, dan forma material tanto a la narración
como a la tensión siempre creciente.
IV.
Existen dos tópicos a destacar. Uno de ellos
es la connotación sexual que
adquieren tanto las succiones como las transfusiones. Lucy, ya bajo el dominio
de Drácula, requiere la entrega de sangre y todos los hombres en derredor la efectúan.
Solo a su prometido –Lord Godalming- le cabe al final liberar su espíritu, en
un acto que presenta ribetes de orgasmo.
La otra, es la forma en que Stoker resuelve el conato feminista de Mina. Si se
dejara avanzar su capacidad, adoptaría un rol dominante –que no es el que
propugna la sociedad victoriana de su tiempo-. Por eso, el ocaso del Conde restituye el orden social: la mujer, a
sus quehaceres domésticos y la inopia.
V.
Por último, es de agradecer –y recomendar- la edición. No sólo por el cuidado de su traducción sino por los aportes de su Introducción que hacen, a la puesta en contexto y elementos de análisis, brindar profundidad para valorar su vigencia -aunque, como siempre, es preferible consultar a posteriori, para no incurrir en spoiler ninguno-. En suma, una excelente novela (tomadlo en cuenta, viniendo de un profano).