miércoles, 29 de octubre de 2014

El lector como jurado. Las dos amigas y el envenenamiento, Alfred Döblin


Acantilado, 2007

         Un comentario aparecido años atrás en una revista dominical lo presentaba como una muestra de ‘novela basada en hechos reales’. Si bien no frecuento este género narrativo, lo cierto es que me intrigaba saber de qué se trataba. Me llevó bastante encontrar un ejemplar; parecía que Döblin había desaparecido virtualmente de las librerías. Al hallarlo, decidí encararlo como una forma de hacer umbral a su obra más conocida y reconocida, Berlín Alexanderplätz.

           Es una historia basada en un suceso ocurrido en los años ’20 del pasado siglo cuyas protagonistas son dos jóvenes mujeres casadas. Elli, más adolescente e inexperta, es sometida a vejaciones por su propio esposo. Con pocas oportunidades de salir de ese infierno, conoce a Gretchen –Margarete, quien tampoco era muy feliz con su pareja- y se confía a ella. Así nace entre las dos un vínculo que no sólo las fortalece entre las decepciones y violencias conyugales, sino que les permite descubrir y explorar una nueva sexualidad.

      El abandono del hogar y el regreso forzado al mismo, que sólo recrudece los malos tratos y distancia a las mujeres, dan origen a la idea de envenenar al marido de Elli, lo que ella misma ejecuta racional y desaprensivamente. Descubierto el crimen y un nutrido grupo de cartas intercambiadas durante ese tiempo -que denotan tanto la complicidad como los matices sexuales de la relación-, al fin son arrestadas y condenadas.

            Lo destacable en este libro es el estilo narrativo. En sentido estricto, es más un informe que una novela, en la que Döblin, haciendo uso de sus conocimientos de psiquiatría, compone magníficamente la psicología de sus protagonistas. Entre la alegre e infantil Elli y la inexpresiva y sumisa Gretchen construye una pareja con acentuados ribetes lésbicos, acompañados con muchos elementos de fantasía y ensoñaciones, necesarias para evadir la realidad de insatisfacción y agresión que les toca vivir. En este aspecto, la ficción ofrece un notable contraste entre la sórdida e irrelevante vida marital, con sus mandatos familiares que cumplir, y la alegría y realización plena que los personajes principales experimentan en cada encuentro.

        Hacia el final, Döblin exhibe un estudio grafológico de la personalidad de ambas amigas, con características clínicas de los rasgos y tendencias de cada una. Además, el volumen cuenta con un posfacio que pone en contexto las repercusiones del caso real y las exigencias del autor para con su historia, a la que necesita despojar de toda interpretación posible, de manera que sea el lector quien juzgue finalmente los hechos y disponga su veredicto personal.

         Escrito en un estilo fluido, sin ambigüedades, el texto abunda en elementos extraídos de la psicología, el conocimiento de la naturaleza humana y de la sociedad de su tiempo. Ameno, resulta algo distinto a la clásica novela.

viernes, 24 de octubre de 2014

En busca del tiempo perdido. 4. Sodoma y Gomorra, Marcel Proust


Losada, 2009

         Cuarto volumen de la obra, en la que el tema central es la homosexualidad. Proust, observador minucioso de su entorno social, divide el tema en dos, según sea su género: destina el término Sodoma a la homosexualidad ejercida entre varones y el vocablo Gomorra para aludir a la practicada entre mujeres, en franca derivación del origen bíblico de los mismos.

           La obra consta de una Introducción, donde se explica que la homosexualidad tiene raíces desde el inicio del mundo y algunos de ellos la practican aun a pesar de sí mismos, junto a cuatro capítulos en los que se abordan distintas visiones del tema, mientras se retoma el relato arrastrado del libro anterior.

           Nuevamente, el texto es poliédrico. Por una parte, narra las desventuras de su narrador con Albertine Simonet, su último amor, a la que sospecha lesbiana y desgrana todas las alternativas que se suceden. Por otro, centra su observación en el comportamiento de Monsieur de Charlus –hermano del duque de Guermantes- a quien, debido más a su curiosidad que a un celo profesional, el narrador descubre homosexual.

               En todas las líneas, repasa los pormenores de lo que acontece en los salones de las damas de la aristocracia, focalizando su mirada en los intereses mezquinos de arribistas, las envidias de las rivales y revelando una suerte de vivencia particular: un tren carreta que, debido al trazado de su recorrido, recoge a todos los invitados a uno de los salones distante de París, al que es necesario asistir para ‘ser alguien’. Como si ese tren cobrara vida propia.

              El estilo mantiene su aspecto coloquial e intimista, adoptando las formas de un diario o de una confesión, y si bien las circunstancias no dejan de ser significativas, el grueso del volumen me ha parecido no estar a la altura de los anteriores. Iteraciones, reelaboraciones y detalles que resultan intrascendentes acompañan a pocos datos de relevancia, como si hubieran estado destinados más a ocupar páginas que a entregar una descripción más completa del fenómeno social. 

              Destaco la misma fluencia de exposición y relato que los tomos precedentes pero por momentos se vuelve tedioso y superficial. Un libro en que el abordaje de la homosexualidad se queda a medias aguas entre la crítica despiadada y la comprensión y aceptación más anodina. Con una traducción impecable, habrá que esperar a su continuación para saber si ha tenido sentido leer el -hasta aquí- más de millar de páginas.

domingo, 19 de octubre de 2014

Amor perdurable. Querido Diego, te abraza Quiela, Elena Poniatowska


Impedimenta, 2014

          Había descubierto esta nouvelle epistolar hace ya algún tiempo, cuando en una librería de usados sostuve un ejemplar editado en 1978 por otra casa editora. No conocía a la autora –con ese apellido, la supuse de origen polaco- y lo dejé pasar. El lanzamiento de la presente edición renovó mi curiosidad y, si bien no soy propenso a leer novelas en forma de correspondencia, el buen recuerdo de los libros de Hanff y de Kressmann Taylor inclinó la balanza al escogerlo.

            En una docena de misivas, que parten el 19 de octubre de 1921 y concluyen el 22 de julio de 1922, Angelina Beloff o Belova, compañera durante diez años del muralista Diego Rivera –de quien tiene un descendiente-, nos hace conocer su desgarradora realidad de mujer amante que se ha quedado en medio de la miseria del París posterior a la Primera Guerra Mundial, sin recursos económicos y, sobre todo, sin su amor. Rivera ha partido hacia México, en busca de otros horizontes, y todo lo que había sido su vida hasta entonces, ha quedado atrás. Sólo hay silencio por única respuesta.

            ¿Se puede amar hasta el paroxismo, aun cuando es evidente que el objeto de nuestro amor ha dejado de correspondernos?; ¿se puede negar simplemente todo lo vivido en un lapso de una década con sólo cambiar de geografía?; ¿qué es peor: saberse y sentirse abandonado o ser humillado al recibir una magra manutención como único reconocimiento de lo que alguna vez fue pasión? Estas son algunas de las preguntas que el texto de Poniatowska sugiere al lector mientras va desgranando sus líneas.

            En medio de la escasez, del desamparo, de la muerte de su hijo, de la caridad de los amigos, Beloff se aferra al pasado para sobrevivir. Es ese amor eterno, perdurable aun después de su desaparición lo que mantiene con vida a su protagonista. Como contracara, la limosna y el olvido.

           Un libro intenso, conmovedor, bien narrado, que en su escaso ciento de páginas opone al Rivera artista de excepción al otro Rivera, el hombre tirano, miserable, ególatra. Escrito en estilo coloquial, sus páginas reflejan todo el amor, el dolor, la miseria y la emoción de que somos capaces cuando amamos sin medida.

martes, 14 de octubre de 2014

Entropía literaria. Ágape se paga, William Gaddis


Sexto Piso, 2008

            Hablando con un librero amigo salieron un par de títulos de esta casa editora entre los que se encontraba éste. Cuando me informé de qué trataba, no dudé en llevarlo. En un mundo cada vez más tecnológico, en el que la vida doméstica se halla invadida de aparatos eléctricos y mecánicos; donde las más elementales necesidades de los seres humanos –la alimentación, la higiene y el vestido- se cubren con productos que se elaboran mediante procesos automáticos a gran escala, y con el auge de las comunicaciones, capaces de acercarnos al otro extremo del mundo en nanosegundos, alguien debía advertirnos sobre el peligro de transformarnos en máquinas insensibles, que sólo responden a una función específica dentro de la sociedad. Gaddis se tomó esa molestia.

            El palíndromo del título obedece a una visión: toda la materia tiende al caos, fin último del universo –demostrado correctamente por la Segunda Ley de la Termodinámica-. La entropía, que mide el grado de desorden, siempre irá en aumento. Lo mires desde donde lo mires.

            Esta novela nos muestra a un hombre a punto de morir, postrado, junto a un montón de papeles, artículos periodísticos, libros y recortes esparcidos en derredor, formulando sus últimas apreciaciones acerca de la mecanización y el arte. Basándose en la aparición y desarrollo de la pianola -ese objeto mecánico dotado de un rollo perforado, que permitía sentirse un artista con solo colocar los dedos encima de su teclado ficticio-, el narrador se afana por darle forma a su crítica contra la llegada de la tecnología al arte, puesto que ella conspira contra la creatividad, último bastión del quehacer humano.

            Escrito de corrido y sin puntuación –un poco al estilo de Bernhard-, como si fuera una serie sucesiva de pensamientos expresados en voz alta, saltando de un tema a otro –a veces, sin conexión-, su protagonista nos hace partícipe del caos en que se han sumido sus reflexiones. Por sus páginas desfilan Platón, Huizinga, Tólstoi, Miguel Ángel, Turgueniev, Freud, Wagner, Glenn Gould, en una vorágine de temas relacionados con el rol de la inspiración y la creación artística, que debe ser rescatado de la homogeneidad a la que nos conduce esta modernidad tecnológica.

            En este sentido, Gaddis se burla del sueño democrático de que cualquiera puede alcanzar poder, fortuna, reconocimiento y acceder a los beneficios que el progreso y la mercantilización nos brindan, pues ese caos al que en definitiva nos dirigimos, todo lo impregna y lo vuelve efímero, estéril. Sólo en la apreciación artística podemos sentirnos en comunión con otros seres.

            Finalmente, es un texto complejo, ecléctico, donde abundan las críticas al entretenimiento, a la mediocridad, a la estandarización cultural, a los premios literarios y al negocio editorial -entre otros-. Supone un esfuerzo de concentración, pero sus líneas no tienen desperdicio,

‘Los libros candidatos al premio los lee un jurado cuyas decisiones son remitidas a los miembros del olímpico consorcio, que no pierden de vista el gusto de la multitud. Nosotros somos miles y ellos son millones, escribe la ficción que quieren o no escribas nada en absoluto.”

jueves, 9 de octubre de 2014

Llegar tarde. El mundo de afuera, Jorge Franco


Alfaguara, 2014

         Leí unas líneas aparecidas en una revista cuando un jurado presidido por Laura Restrepo le otorgó el Premio 2014 de Novela de esta importante casa editora. Luego, recordé que el autor era el mismo de aquella ‘Rosario Tijeras’ –libro que no pude conseguir aun-, que hasta tuvo una puesta cinematográfica. Por una suerte de sustitución decidí comprarlo y, cuando estaba promediando sus páginas, Franco se acercó a esta ciudad a realizar la presentación de este título, a la que no pude asistir por razones laborales.

        Es una combinación entre historia de amor -si se quiere, no correspondido-, un secuestro extorsivo chapucero y el encierro que recrea una fantasía intermedia entre el cuento de hadas y el castillo de cristal. El Mono se enamora de Isolda siendo chicos aun, cuando ella se pasea dentro del jardín que posee el castillo donde vive, que su padre ha construido en las afueras de Medellín, Colombia. El único contacto que ella mantiene con el exterior son las salidas para proveerse de vestidos, siempre acompañada de su institutriz, encargada además de educarla, pues Isolda no asiste a la escuela regular.

            Pasado el tiempo, el Mono y sus secuaces, habituados al robo y al malvivir, deciden realizar el secuestro de Isolda. Pero llegan tarde; su padre ha decidido enviarla al extranjero. Entonces, el plan sigue su curso pero el objetivo ahora es él, don Diego.

            Con diálogos logrados, escenas costumbristas y una prosa fluida, Franco logra componer una novela tensa en la que abundan traiciones, mentiras y toda una gama de artilugios que condimentan el relato, sin eludir el espiritismo y la homosexualidad. Pero también refleja la realidad social de una Colombia dividida entre los dueños de los recursos de producción –o vinculados a ellos- y el resto de la población, que se debate en la pobreza; todo esto sin aludir al narcotráfico aunque, a pesar de la omisión, sobrevuela la obra entera.

            Ambientado en 1971 en medio de un Estado con participación militar, el autor intercala episodios que narran la historia de don Diego -desde su estadía en Berlín, donde descubre a quien sería su esposa, hasta su posterior establecimiento en el país-, con las circunstancias que viven cada uno de los personajes que acompañan al Mono en sus andanzas y los hechos que vinculan a ambos protagonistas.

           Destaco el equilibrio que mantiene la novela a lo largo de su contenido. Esa alternancia entre pasado, presente y actualidad de sus personajes principales le confieren frescura y suspenso hasta su desenlace final. La ilusión de crear un entorno ideal para un hijo, que no se vea contaminado ni amenazado por los sucesos exteriores; la tentación de la vida fácil y disoluta y la imposibilidad de prever el futuro –porque la vida no avisa lo que ha de ocurrir- hacen de ésta una novela entretenida y ligera, dotada de cierta dosis de humor y de una mirada perspicaz de la sociedad de su tiempo.

sábado, 4 de octubre de 2014

El hilo de la vida. Distancia de rescate, Samanta Schweblin


Random House, 2014

           Me habían cursado una invitación a la presentación de este libro algunos días atrás, a la que no asistí por el prurito de no dejarme influir por lo que allí se dijera. Sí presencié en 2009 la que correspondió a su obra anterior, ‘Pájaros en la boca’ –libro que no leí (aun)- puesto que lo hacía como corresponsal de otro espacio literario. Mi historia con la obra de Samanta data de 2005, cuando tuve la feliz idea de encarar su primer trabajo, ‘El núcleo del disturbio’, donde ya se perfilaba a una eximia narradora de cuentos. A cambio de mi ausencia, decidí comprar y encarar ésta, su primera novela.

            Amanda decide irse de vacaciones junto a su pequeña hija Nina a un lugar distante con el fin de descansar y abandonar momentáneamente la jungla de cemento en la que vive. Su marido sólo asistirá los fines de semana, por razones de trabajo. Apenas llega a destino, conoce a Carla, una bella mujer diez años mayor, que le narra la historia de lo sucedido con su hijo, David, fruto de una intoxicación, por no haber sabido reaccionar a tiempo. Lo que prosigue, es el calvario de Amanda y Nina en ese pueblo, donde no hay asistencia médica periódica; tan solo una ‘curandera’ local que oficia de tal, y en el que el uso de pesticidas, a la vez que embellecen el entorno geográfico, quizás no sean tan inocuos a los seres humanos.

            El título alude a la distancia máxima que un progenitor debería estar respecto de su vástago para poder actuar inmediatamente en caso de peligro. Así, Schweblin introduce la idea del hilo que vincula a padres e hijos, que se tensa en toda ocasión de riesgo para los últimos, -como ser poner los dedos cerca de una terminal eléctrica o caminar bordeando la piscina-. Y, por extensión, al hilo que conduce la vida de los seres humanos, que se transmite entre generaciones.

            Rescato dos elementos importantes de esta breve novela de algo más de cien páginas –en verdad, una nouvelle, que sería más breve si se redujera el interlineado doble; aunque esto y el tamaño de fuente facilitan su lectura-. Lo más sencillo de exponer es la atmósfera de inquietud, de angustia que Schweblin construye desde el inicio. Hay un tiempo que corre, que apremia –no se sabe bien por qué- y una combinación de secretos, verdades a medias, brujerías y admoniciones funestas sabiamente ejercidas, que cargan el aire de temor y suspenso a medida que se desenvuelve el relato. En este sentido, recrea aquellas que supieron elaborar Henry James y Alfred Hitchcock.

           Lo más difícil es explicar la estructura. Amanda le va narrando lo sucedido a David –que al parecer sólo ella ve, una suerte de alter ego del narrador-, quien a su vez intenta conducirle el relato y el enfoque para que pueda descubrir los motivos que dieron origen a lo acontecido. Intercalando los diálogos entre Carla y Amanda, con los que sostiene con David en lo interior, la autora compone un argumento poliédrico que va ensamblando las partes a medida que se transitan las páginas. Es una manera novedosa aunque ecléctica de desarrollar la trama.

           Un libro fluido, coloquial, donde todo lo que está por ocurrir ya ha ocurrido. Un auspicioso debut en este género, que mantiene las características y el estilo narrativo que identifican a Schweblin como un sello personal. Lectura muy recomendable.