Anagrama, 2007
Tanto
énfasis había puesto Luna Llena en su reseña que lo apunté inmediatamente;
máxime, porque yo no había leído nada de este autor. Esto, unido a la brevedad
y tamaño del volumen en cuestión, fueron los disparadores que lo colocaron
entre los libros que llevaría a mi lugar de descanso en vacaciones. Y, por
supuesto, también era la manera de tener presentes a otros lectores de la
blogosfera con sus recomendaciones.
La novela se erige en torno de Ana,
quien le escribe a su hijo todos los acontecimientos que tuvieron lugar desde que
su esposo y ella se establecieron en Bovra, un pueblo en las cercanías de
Valencia, desde que se casaron antes de la Guerra Civil española hasta el
presente. Particularmente, Ana va desgranando los hechos que han tenido que ver
con su familia política, en especial con su cuñado, su cuñada e Isabel, su
concuñada. Es un relato despojado de pasión y sensiblería, como quien repasa
todo aquello que le ha tocado vivir, al final de sus días.
Así, nos enteramos de los avatares
de la lucha por la supervivencia no bien acabó la guerra en el ’39, pues el
estar del lado vencido la hacía más difícil. Y, a la vez, cómo habían sido las
relaciones interpersonales, con una cuñada díscola, un cuñado creativo pero
inconstante y una concuñada con aires de ‘señora’.
Pero lo más importante, es que
Chirbes nos introduce en el mundo familiar del derrotado, destinado a toda
miseria y pobreza –como si fuera el único culpable de lo sucedido-, quien para
poder enfrentar esta situación extrema aprende a convivir con el miedo, a
traicionar los ideales y los sueños y aceptar humillaciones –el consabido
‘agachar la cabeza y poner el lomo’- de manera de mantener cierto grado de
cordura y equilibrio con el fin de alcanzar una oportunidad para poder vivir
dignamente.
Escrito en primera persona en estilo
coloquial –como quien escribe una serie de cartas-, el libro es breve, y su
lectura dinámica. Lo descarnado del texto realza las imágenes descriptivas, que
se vuelen ciertamente emotivas en algunas escenas. A través de una prosa
fluida, Chirbes se vale del tránsito de Ana para convocarnos a la reflexión
sobre nuestro pasado familiar y nuestros afectos, tan necesario en tiempos
donde la sociedad de consumo pareciera haber logrado imponer el individualismo
y el tiempo presente como únicos ídolos a ser adorados. El bellísimo -y si se
quiere, triste- final no está exento de una observación real y objetiva acerca
de las jóvenes generaciones. Un libro para disfrutar y meditar.