lunes, 31 de marzo de 2014

Legado de familia. La buena letra, Rafael Chirbes


Anagrama, 2007

         Tanto énfasis había puesto Luna Llena en su reseña que lo apunté inmediatamente; máxime, porque yo no había leído nada de este autor. Esto, unido a la brevedad y tamaño del volumen en cuestión, fueron los disparadores que lo colocaron entre los libros que llevaría a mi lugar de descanso en vacaciones. Y, por supuesto, también era la manera de tener presentes a otros lectores de la blogosfera con sus recomendaciones.

            La novela se erige en torno de Ana, quien le escribe a su hijo todos los acontecimientos que tuvieron lugar desde que su esposo y ella se establecieron en Bovra, un pueblo en las cercanías de Valencia, desde que se casaron antes de la Guerra Civil española hasta el presente. Particularmente, Ana va desgranando los hechos que han tenido que ver con su familia política, en especial con su cuñado, su cuñada e Isabel, su concuñada. Es un relato despojado de pasión y sensiblería, como quien repasa todo aquello que le ha tocado vivir, al final de sus días.

            Así, nos enteramos de los avatares de la lucha por la supervivencia no bien acabó la guerra en el ’39, pues el estar del lado vencido la hacía más difícil. Y, a la vez, cómo habían sido las relaciones interpersonales, con una cuñada díscola, un cuñado creativo pero inconstante y una concuñada con aires de ‘señora’.



Chirbes con el fondo del Cerro Tronador, Bariloche, Argentina

          Pero lo más importante, es que Chirbes nos introduce en el mundo familiar del derrotado, destinado a toda miseria y pobreza –como si fuera el único culpable de lo sucedido-, quien para poder enfrentar esta situación extrema aprende a convivir con el miedo, a traicionar los ideales y los sueños y aceptar humillaciones –el consabido ‘agachar la cabeza y poner el lomo’- de manera de mantener cierto grado de cordura y equilibrio con el fin de alcanzar una oportunidad para poder vivir dignamente.

            Escrito en primera persona en estilo coloquial –como quien escribe una serie de cartas-, el libro es breve, y su lectura dinámica. Lo descarnado del texto realza las imágenes descriptivas, que se vuelen ciertamente emotivas en algunas escenas. A través de una prosa fluida, Chirbes se vale del tránsito de Ana para convocarnos a la reflexión sobre nuestro pasado familiar y nuestros afectos, tan necesario en tiempos donde la sociedad de consumo pareciera haber logrado imponer el individualismo y el tiempo presente como únicos ídolos a ser adorados. El bellísimo -y si se quiere, triste- final no está exento de una observación real y objetiva acerca de las jóvenes generaciones. Un libro para disfrutar y meditar.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Revivir el pasado. Ayer, Agota Kristof


El Aleph, 2009

        Me lo habían ofrecido en una librería en lugar de otro título más renombrado de la misma autora, hace más de dos años atrás, y lo dejé pasar –porque quería el otro, no éste-. Luego, fue Yossi Barzilai quien alentó esta lectura a través de su reseña y un posterior comentario. Al salir de vacaciones, decidí llevarme algunos libros recomendados por participantes de este espacio, de manera de tenerlos presentes, ahora que me habría de ausentar por dos semanas. Su corta extensión cubrió con creces mis dos horas de vuelo al destino elegido.

            Tobías no ha tenido suerte. Nació pobre, en un pueblo en el que su madre se prostituye por un plato de comida. Para colmo, en la escuela lo señalan y humillan debido a su condición. Una revelación que se convierte en secreto y un hecho de sangre lo obligan a cruzar la frontera, forjándose una nueva identidad. Ahora es Sandor, un joven que se gana el pan trabajando en una fábrica, desarrollando una tarea tan monótona como la vida que lleva y sórdida como el cuarto en el que vive.


Agota Kristof en Bahía López, Bariloche, Argentina

            En realidad, Sandor se recluye en una rutina abúlica para volverse insensible y así no tener que pensar en su pasado. Pero esa fortaleza imaginaria que le otorga la reiteración cotidiana se desmorona al descubrir el vacío que le confiere la soledad en la que vive. Por eso se refugia en una fantasía, en la que una mujer ficticia encarna sus deseos de una vida mejor. El tiempo, ese tirano burlón, le ofrecerá el reencuentro con la mujer amada, pero también con el secreto guardado que impide esa unión. Para peor, surge la propuesta de regresar al país de origen, con lo que Sandor, ahora nuevamente Tobías, deberá enfrentarse a su propio pasado, el que deseaba olvidar.

            Escrito en estilo coloquial de frases cortas, Kristof compone esta breve novela con muchos elementos autobiográficos y escasos recursos literarios. La construcción psicológica de su protagonista, que se debate entre la displicente indolencia del presente y una propuesta de amor futura que resulta irrealizable, es el gran acierto de este libro. ¿Qué pasaría si todo aquello que deseamos olvidar se nos planta un día frente a nosotros? ¿Cómo nos sentiríamos si los sueños se convirtieran en realidad en condiciones que hacen imposible disfrutarlos a pleno?

            Mientras leía en el avión, llegaban a mi las palabras que Enrique Santos Discépolo escribió en 1934,

                                “Novia querida, novia de ayer,
                                ¡qué ganas tengo de llorar nuestra niñez!
                                Quien más… quien menos…
                                pa’ mal comer,
                                somos la mueca de lo que soñamos ser.”

            Un libro rotundo, de neto perfil psicológico, propicio para la introspección y el encuentro con la esencia de uno mismo.

viernes, 21 de marzo de 2014

Hacerse hombre. El día antes de la felicidad, Erri de Luca


Sexto Piso, 2010

         Este libro me encontró cuando una tarde andaba en pos de otro título. Lo hizo con  deliberada premeditación –no estaba puesto de canto sobre el estante, con lo cual sólo vería el escueto lomo, sino que se dispuso inclinado, de manera de ofrecer a la visión parte de la portada-. Debe haber estado al tanto de que ya había leído otra obra del mismo autor y me había gustado. Hasta es posible que haya entrado en contacto con este espacio y así saber mi opinión. Lo cierto es que la experiencia anterior fue tan grata, que reincidí.

            El texto narra la historia en primera persona de un joven de dieciocho años, huérfano de padre y madre quien durante gran parte de su niñez estuvo al cuidado de don Gaetano, el portero del conventillo donde vive. Ambientada en Nápoles a mediados de los cincuenta del siglo pasado, el protagonista, ávido de conocimiento, disfruta de la asistencia a la escuela pública, donde puede aprender acerca del mundo, tanto como de los libros que don Raymondo, el bibliotecario, le ofrece para leer, sin costo alguno, con la condición de que los devuelva en buen estado.

            Pero las mejores enseñanzas las obtiene de don Gaetano. De él aprende el oficio de las reparaciones domésticas, el juego de la escoba de quince y parte de la historia napolitana, desde la resistencia al fascismo hasta la persecución de los alemanes en retirada. Pero también la solidaridad con los judíos perseguidos, el heroísmo de los involucrados en las revueltas antes de la liberación por los americanos y, fundamentalmente, una serie de experiencias resumidas en frases cortas, como ésta,

‘El futuro es un criado lento, pero fiel’

            Junto a don Gaetano –tan huérfano como él- descubre los avatares del amor; el inicio en el sexo; a jugarse entero sin medir consecuencias; a defenderse de la agresión; a poner el tesón en aquello que se ama. Aquél, capaz de leer los pensamientos de las personas, le explica que, si aprende a comprender los signos que los anuncian, puede identificar cuál es el día anterior a la felicidad. Porque toda felicidad tiene un antes y un después; no se sale de ella de la misma manera que se entró. Esa experiencia signa el derrotero que todo hombre ha de seguir.

           Es una novela de iniciación, del pasaje de la adolescencia a la adultez. Una vez que hemos madurado lo suficiente, debemos afrontar nuestro destino. La propia vida se encarga de conducir nuestros pasos –como los del protagonista-. En eso consiste el ‘hacerse hombre’, aunque su costo sea tener que abandonar todo aquello que fuera nuestro mundo cotidiano hasta entonces. Quizás ése sea el precio de alcanzar la felicidad.

           Es un libro lleno de historias, apreciaciones y circunstancias graciosas, con una multitud de elementos nacidos de la pobreza y de la observación minuciosa de las costumbres de un pueblo. Escrito en lenguaje ameno, con escasez de recursos y cierta presencia de vocablos napolitanos –explicados inmediatamente-, resulta maravilloso que en poco más de cien páginas se pueda desarrollar semejante trama. Por momentos, acudió a mi mente el personaje Totó, de ‘Cinema Paradiso’, una obra maestra del séptimo arte, tan entrañable como la presente.

           Párrafo final para lo conmovedor. Don Gaetano dice haber vivido en esta tierra, Argentina, durante veinte años, antes de volver a su Nápoles, y hacia aquí envía al narrador al momento de partir. Literalmente,

‘Don Gaetano echaba de menos la naturaleza que conoció en Argentina. Las llanuras donde las manadas pastaban libres, los relámpagos se estrellaban “a golpes de tarantella y la tierra era la pista de baile del cielo”. Ser huérfano era la condición natural, todos eran huérfanos, animales y hombres sobre una llanura tan vasta como un océano. Bandoleros, curas sin sotana, anarquistas, irlandeses. Argentina te quitaba del corazón la causa de tu viaje, te daba espacio a discreción. Las soledades regulaban el aliento de cara a los horizontes.’

           ¿Cómo puedo no amar este libro, que describe en este párrafo la sensación exacta que  percibe quien ha estado en medio de nuestra pampa una noche despejada, sin luna, con todas las estrellas a disposición? Luego, en poco más de tres páginas, captura la esencia de nuestras propias vivencias, las que hacen que uno las añore cuando se aleja del país. Realmente, ha sido un encuentro reconfortante tanto con nuestros orígenes inmigrantes, como de nuestro pasado local. Vaya por ello mi absoluto reconocimiento a su autor. Una obra inolvidable, para no dejar de leer.

sábado, 15 de marzo de 2014

Heterodoxias. Velocidad de los jardines, Eloy Tizón


Anagrama, 1992

          Este título apareció hace mucho tiempo; dicen que pocos tuvieron noticia de él por estas costas. Al lanzarse en el Viejo Continente un nuevo trabajo del autor alguien de la blogosfera refirió a éste. Estaba a punto de llevarme otro libro de la librería cuando lo vi y, en la solapada complicidad establecida entre su brevedad y mi curiosidad, me incliné por él.

           Confieso que me sentí perplejo, confuso, al concluir los dos primeros relatos, de un total de once que compila este libro, por cierto heterodoxo. A medida que me adentraba en ellos iba comprendiendo un poco más hacia dónde me llevaban. El libro está atravesado por un collage de imágenes que tienen mucho de desesperanza, de nostalgia evocativa, de infancia inconclusa y, por qué no, de ejercicio literario que intenta construir ficciones a partir de percepciones y sensaciones. Así, tanto puede servir a esos fines una carta para un escritor muerto, la búsqueda de un balneario en medio de una guerra, la alarma de un viajante, el sinsentido de una pareja en la que ella perdió la historia, una sociedad clandestina que trafica refugiados o la elección de la más linda de la clase del menos agraciado de los candidatos, entre otras.

            Con frases cortas que definen sentires y generan atmósferas, como microfotografías de objetos varios, unas superpuestas a las otras –una especie de ‘puntillismo’ que va delineando una figura más abarcadora que sólo se aprecia al tomar la debida distancia-, Tizón compone personajes cotidianos, cercanos a cualquier lector pero lejanos en sus circunstancias. Como si los cánones del relato hubieran sido abandonados o descentrados y se valiera de esa pérdida de nitidez para alcanzar una cadencia propia, una pulsión. Es esa forma desenfocada de la narración lo que la vuelve ajena y a la vez original.

         Particularmente, me han gustado los últimos relatos, donde con pocos elementos y magros recursos el autor logra transmitir plenamente la esencia de emociones y situaciones, haciendo que el lector se vuelva un espectador partícipe aunque silente de lo narrado.

         Fluido, con una prosa que mantiene cierto carácter poético y propone tiempos distintos según protagonistas y entornos, el libro adquiere sustancia al pasar las páginas. Quizá no del gusto del lector del cuento tradicional, pero sin duda novedoso y –asumo- algo vanguardista, resulta una bocanada de aire fresco para los cultores del género.

lunes, 10 de marzo de 2014

Hojas en la calle. Juego y distracción, James Salter


Muchnik, 2002

          El autor parecía haberse puesto de moda entre lectores que alababan otra de sus obras, la que aun no pude hallar. Sí había leído -y gustado- la colección de relatos ‘La última noche’, cuya reseña publiqué en este mismo espacio. Cuando vi este título, no dudé en llevármelo, presa de una enorme curiosidad, pues se trataba de una edición anterior a la que circula desde hace poco, y de la que nadie, al parecer, ha hecho comentario aun. Quien golpea primero, golpea dos veces, dicen.

           Es la historia de Phillip Dean, un guapo norteamericano de veinticuatro años, contada por un allegado, quien en base a comentarios del protagonista, fragmentos de su trato personal y una buena dosis de imaginación relata su idilio con Anne-Marie Costallat, una adolescente francesa de la que se enamora. Lo que en principio iba a ser una visita de un par de semanas para fortalecer el idioma, se transforma en un tórrido vínculo que perdura varios meses.

           El contraste entre la vacua experiencia del narrador, testigo privilegiado de los sucesos, y la pasión desatada entre los personajes principales, resalta la trama sensual, que abunda en escenas de sexo juvenil y desenfrenado, descrito con buen gusto. Ambientada en la Francia de los sesenta, los hechos se van desarrollando a lo largo de una serie de pueblos –desde París a Nancy-  los que Dean y su pareja van visitando, como dos hojas en la calle empujadas por el viento del amor.



Salter en Lago Gutiérrez, Río Negro, Argentina

            La prosa de Salter es fluida, repara en detalles que brindan profundidad al relato pero no alcanza la intimidad que experimenté anteriormente. Si bien colorea de manera magnífica los pormenores y atmósferas de una relación condenada al fracaso desde su inicio, el desenlace si se quiere trágico resulta previsible.

           Con algunos elementos operísticos que recuerdan ‘Madama Butterfly’, de Puccini, combinados con imágenes que bien podrían haber sido incluidas en la realización ‘Una relación pornográfica’, de Frédéric Fontayne, el libro discurre a dos aguas, entre un erotismo puro, sin igniciones, y una sensualidad carente de emociones fuertes. Lo que para Anne-Marie es el comienzo de un proyecto que podría concluir en una relación estable a futuro, para Dean no es más que el punto de partida del consabido deterioro que toda relación conlleva en el tiempo. Es ese cinismo de emprender un compromiso con el otro, sabiendo de antemano lo efímero y circunstancial que será, el que atraviesa las páginas. Como si esa mirada diametralmente opuesta basada en las diferentes expectativas de ambos confiriera al final una suerte de justificación.

               De todas formas, resultan amenos tanto el argumento como el paseo por los distintos poblados de una romántica Francia, que siempre nos permite viajar en sueños.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Odas al espíritu americano. Hojas de hierba, Walt Whitman


Losada, 2009

          Cuando vi esta edición bilingüe disponible en las librerías, no dudé en hacerme de un ejemplar. En verdad, sentía curiosidad acerca de su poesía a sabiendas de la alta estima que tenía de Whitman nuestro maestro de las letras, Jorge L. Borges. Y encarar tamaña lectura suponía tanto un desafío a la constancia como un póstumo homenaje personal a quien había sido devoto de estos versos.

            El libro compila la totalidad de trabajos de Whitman, que fueron agregándose edición tras edición hasta conformar el presente volumen. Así, comienza con una Introducción a modo de semblanza y resumen de vida y trabajos, que el propio traductor delinea en escasas páginas. Luego, se inicia repasando las ‘Dedicatorias’, una serie de poemas destinados a objetos varios; ‘A partir de Paumanok’, un cúmulo de cantos en los que se ensalza la vida de los Estados de la Unión y la democracia, y el sensacional ‘Canto de mí mismo’, verdadera profesión de fe en el futuro de la nación, con múltiples enseñanzas.

            Para continuar, en ‘Niños de Adán’ se festeja la vida, a través de los placeres del sexo como alimento del alma, y en ‘Cálamo’, la materia de alabanza es la camaradería –aunque rayana en la homosexualidad, como han querido ver algunos analistas-. La Guerra de Secesión se pone de manifiesto tanto en ‘Toques de tambor’ como en las ‘Memorias del Presidente Lincoln’. De allí en más, se reúnen una serie de imágenes que incluyen pensamientos, evocaciones de Europa, paisajes, manifestaciones artísticas, viajes y eventos que ha tenido a Whitman como asistente, pasajero, orador o simple espectador.


O Captain! My Captain!

            Por momentos, ampuloso y omnipotente; de a ratos introspectivo y reflexivo, todo el texto recuerda al libro de los Salmos de la Biblia, en el que se ha sustituido a Dios como centro de adoración y se ha colocado a los Estados, su gente y sus actividades como objeto de culto. No es para menos. Unido al pensamiento positivista de la época se ubican todas las realizaciones en el campo del progreso científico e industrial que la Unión ha alcanzado a partir de su independencia de la Inglaterra de la Revolución Industrial. Para más, hay un claro panteísmo religioso; la Naturaleza posee un espacio destacado, pues el poeta viene a unirla junto al alma del hombre. 

           Acompaña la edición un Glosario de términos, que en lenguas de origen diverso el poeta ha tomado e incluido en sus versos, a modo de aclaración. No se si estoy muy conforme con la traducción realizada, aunque sin dominar lo suficiente el idioma original me abstengo de hacer un juicio crítico. Por lo demás, los poemas se leen bien; sin embargo, la lectura corrida puede volverse algo tediosa, por lo que sugiero intercalarla con textos más amenos. Quizá lo óptimo sea destinar el volumen a la mesa de luz, e ir desgranando sus páginas antes de dormir, como quien se deleita despuntando el vicio de la poesía previo al descanso reparador.