La
génesis de esta combinación tuvo lugar en octubre de 2018 cuando pude acceder a
un ejemplar del libro, una primera edición en español que data de 1951; por eso
también se incluye bajo la etiqueta de incunables.
Al poco, hallé una copia del film –que había pasado ignorado para mi-, y me
propuse incluirlo para el presente año.
Libro
TIERRA
MÁRTIR
Alan
Paton (Emecé, 1951)
El pastor negro Stephen Kumalo, con
residencia en Ndotsheni, Natal, recibe una carta de otro sacerdote en
Johannesburgo, anunciando que ha encontrado a su hermana Gertrude ‘muy enferma’
y le ruega que los visite. Así comienza el periplo del viejo pastor, que deberá
hacer acopio de entereza y templanza, ante la tragedia que le habrá de sobrevenir,
tanto en la persona de su hermana como en la de su propio hijo, del que tampoco
tiene noticias desde hace mucho. Para colmo, antes de partir, un asistente le
pide que investigue el paradero de la hija de otro fiel.
Ambientada en Sudáfrica en 1946 -un
par de años antes de que se declarase el Apartheid- y estructurada en tres
partes, la novela expone las irreconciliables diferencias que se suscitan entre
los hombres blancos, con su cultura occidental –y cristiana, en este caso-, y
la vida tribal y ancestral de la raza negra nativa. Además, un luctuoso suceso
policial envolverá a un poderoso y reconocido hombre blanco y al pastor, de
manera de oponer ambas figuras, constituyendo a cada una de ellas en arquetipo
de la vida y la perspectiva de las dos razas en pugna.
Paton exhibe una convivencia que se
va tornando cada vez más difícil, sin eludir los problemas y la explotación que
la raza blanca ha generado en la sociedad nativa con la excusa del progreso y
el bienestar para todos. Para ello, se centra en las minas de oro, verdadero
motivo de la colonización neerlandesa e inglesa que, para usufructuar los
beneficios, necesitaba de la mano de obra barata que sólo los nativos podían
ofrecer. Es por eso que incluye en el texto la lucha obrera –no violenta- de
reclamos salariales, junto al impacto que los medios de producción capitalista
ejercían en la población nativa, con su secuela de miseria, delincuencia y
prostitución.
No obstante, el autor se vale de uno
de sus personajes para exponer sus propias ideas, culpando a la raza blanca de
haber sido incapaz de prever las transformaciones a las que sometió a una raza
primitiva y tribal con la llegada de su cultura occidental, tanto en lo social
como en lo religioso. También promueve el asistencialismo y la educación que
sólo los blancos podrían conducir de manera que el resto de la población
pudiera autosustentarse, a partir del reparto de tierras y de la producción
agropecuaria.
Con un estilo ameno y coloquial, casi
evangélico, protagonistas bien delineados y una sólida descripción narrativa,
Paton aboga por un futuro en convivencia armoniosa entre razas.
Film
LLANTO
POR LA TIERRA AMADA
Darrell James Roodt (Distant
Horizons, 1995)
Existen dos
realizaciones basadas en el mismo libro. La primera, data de 1951 y fue
dirigida por Zoltan Korda. La segunda, es la presente.
Tanto el guión como la puesta en
escena respetan en gran medida el contenido del libro de Paton, su ambiente
temporal y su geografía. La fotografía es la gran protagonista del film, con
sus maravillosos landscapes y
claroscuros. Filmada en ambiente natural en Sudáfrica, combina la grandeza del
paisaje, lleno de verdes y ocres, con la grisura propia de las ciudades
populosas como Johannesburgo. La música, a cargo de John Barry, mantiene el estilo
clásico y romántico que le supimos conocer en otro film con la sabana africana
de fondo, Out of Africa.
Respecto de las actuaciones
protagónicas a cargo de James Earl Jones y Richard Harris, si bien cumplen con
eficacia cada cual su rol, no son tan emotivas como las que figuran en el libro
original, ni tan contrapuestas. Cierto es que toda la Primera parte del libro
de Paton –casi la mitad del texto- transita con la historia del pastor, sin
referencia alguna al hombre blanco –razón por la cual el director fija a Harris
en la escena inicial, para que el espectador lo tenga presente y no se olvide
de él-, pero tampoco hace del encuentro una suerte de acentuado colaboracionismo
entre razas, como Roodt nos intenta hacer creer.
El resto del elenco acompaña la
historia con solvencia, pero Roodt no puede salvar, solo con la solidez de las
actuaciones, la ausencia de todas las reflexiones enriquecedoras que Paton
efectúa en medio de las escenas trascendentes. Al film le falta la chispa que
sí aparece en el libro. Por lo demás, una buena historia con altibajos.
Testimonio del Pelibro 17