Destino, 2015
I.
Última entrega de esta trilogía, en la que la
inspectora de la Policía Foral Amaia Salazar investiga una serie de
asesinatos de niñas pequeñas ocurridos a lo largo de los últimos años. Al
parecer, todos ellos han sido parte de un ritual de sacrificio a Inguma, un
demonio mitológico que inmoviliza a los durmientes, bebe su aliento y se lleva
su vida durante el sueño. Quienes le ofrecen la vida de sus pequeñas son colmados
de bienes y recursos.
II.
La novela atraviesa distintos
planos. Inicialmente, retoma el hilo narrativo del volumen anterior en donde
quedó, incluyendo los temores de su protagonista, quien no puede despojarse de
los mismos hasta tanto no constatar que su principal motivo ha dejado de existir.
Después, surgen vinculaciones entre la historia familiar y los hechos que la
ocupan, que provocan giros en la investigación, donde nada es como aparenta
ser. Además, Redondo continúa utilizando las creencias del imaginario vasco
como nervio conductor de su relato.
III.
Una antigua historia de sectas, con
un líder carismático proverbial, capaz de manipular conciencias y decisiones,
es el entorno al que se enfrentan la inspectora y su equipo, donde los
involucrados participan de una suerte de omertá,
un silencio mafioso cuya violación cuesta la vida. Tampoco falta el componente
erótico, con la sensualidad a flor de piel entre Salazar y el juez de
instrucción, vínculo al que Redondo le da alas para añadir un plano más humano
y menos racional en su personaje principal.
IV.
De estilo coloquial y ameno, la
novela fluye bien aunque al hacer referencias a los trabajos anteriores le
quita independencia, forzando al lector interesado a leer encadenadamente esta
trilogía. Por lo demás, un policial bien logrado, trepidante por momentos, que
concluye acertadamente. Buena opción para tiempos de descanso.