jueves, 29 de diciembre de 2011

El odio, elemento principal de una persecución. La boca llena de tierra, Branimir Šcepanovic.


Editora Nacional Madrid, 2003

            ¿En qué medida estamos dispuestos a tolerar lo que nos es ajeno?
            Un hombre enfermo vuelve a su Montenegro natal decidido a quitarse la vida antes que su dolencia se agrave tanto que se lo impida. Él mismo, en primera persona, nos hace saber sus sentires a medida que el regreso a su patria en tren va tomando forma. Una cosa es segura: ese regreso tiene carácter de fuga.
            Por otro lado, dos jóvenes, armados con sendos fusiles, se cruzan en su derrotero cuando aquél decide apearse en una vieja estación. La falta de saludo y la repentina carrera de ese hombre inician su persecución, que va ganando adeptos a medida que la trayectoria se extiende.
            Lo magnífico del texto es que entre perseguidores y perseguido, a lo largo de todo el relato, no media palabra alguna; sólo se perciben gestos a la distancia, de los que deviene una suerte de significado y significante, que en cada parte se decodifica de manera diferente. Mas lo que uno y otros comparten es el odio a lo distinto.
            Para mejor, el autor ha dispuesto los párrafos del fugitivo y los de sus seguidores intercalándolos unos a otros, con lo cual el lector va sabiendo cómo viven el mismo hecho ambos participantes. Notable resulta que, una vez concluida la fuga –cuando el hombre se enfrenta a la multitud-, aquello que es miedo convertido en odio, se transforma en horror y sin sentido en el resto, con lo que se reinicia la persecución; ahora, por simple curiosidad o arrepentimiento.
            En medio de ello, se dispone una historia de un familiar del fugitivo –en la que quien debía morir inmediatamente, posterga el hecho durante 10 años-, que aparentemente le brinda energías extra para sobrellevar el ingente esfuerzo que implica la loca carrera a la que ha decidido someterse. El espanto y la sorpresa final de esa runfla ya dispersa que aun lo sigue a la distancia, ante la muerte de su numen inspirador, culmina este breve trabajo de Šcepanovic, no sin antes aclarar que el difunto se había despojado de su ropa y de sus papeles de identificación -¿alusión a la opresión soviética, tal vez?-.
            ¿Un ser real o un espectro? Escrito en 1967, por momentos me recordó a Forrest Gump –una magnífica composición de Tom Hanks- corriendo de un lado a otro de los E.E.U.U., sin razón alguna -con un montón de seguidores que encontraban en él un motivo personal para seguirlo-.
            Narrado en escasa páginas, en estilo ameno y coloquial, sin búsqueda de efectos ni golpes bajos, se torna un relato sorprendente; una lectura en la que el tiempo dispuesto ha sido bien invertido.
           
Marcelo Zuccotti

sábado, 24 de diciembre de 2011

La fineza de un texto excéntrico. Nadie nada nunca, Juan José Saer


Seix Barral, 2009

          ¿Cuántas veces, y de cuántas maneras diferentes, puede ser contado un hecho? Tantos, como participantes o testigos haya habido en el mismo, seguramente. Ése es el núcleo central de la obra de Saer. Se que a mucha gente “no le va”; otros, reconocen su talento narrativo, pero no lo trascienden, porque “nunca pasa nada”. ¿Y si lo brillante estuviera en cómo se relatan los hechos, y no los hechos en si mismos? Sin duda, leer a Saer es todo un desafío.
            El Gato Garay vive en una casa en las orillas del río que sirve de balneario veraniego. Se gana la vida mandando sobres que figuran en la guía de teléfonos para una empresa dedicada a… Mantiene una relación –sexo mediante- con una de sus compañeras y además tiene un caballo al que respeta, pero el que no le es muy afecto. Como marco de referencia, hay un asesino serial de caballos que merodea furtivamente en las inmediaciones de toda la costa.
            El resto, lo componen el amigo Tomatis, que brinda cierta tranquilidad; un bañero que oficia de tal en la playa ribereña y un Ladeado, que se allega en canoa o embarcación tracción a sangre para proveerlo de enseres necesarios para la supervivencia. Porque Garay eligió pervivir.
            Saer nos cuenta el pasado del bañero –y por qué húbose dedicado a ello-; los pormenores de la oficina de redacción -en la que Garay sólo realiza un mínimo aporte- y algo de cada uno de los pequeños “testigos” de la vida diaria, capaces de refrendar las distintas versiones de un mismo hecho, pero cada cual en su estilo.
            No es una novela en el sentido estricto, donde hay una trama y un desencadenante final. Tampoco es un relato, puesto que su extensión y los detalles que abundan no corresponden al género. Entonces, ¿qué es? Es el arte de narrar, simplemente. Contar las cosas más cotidianas desde diversos puntos de vista, por personajes cuyas distintas vivencias generan diferentes análisis de un mismo y único hecho. Hay un narrador neutral, pero también hay un Yo que se hace cargo de su propia visión de los hechos.
            Lo central en los textos de Saer está en los tempos, la cadencia narrativa y las imágenes que se generan a través del relato, no en el motivo principal de él. Como si el énfasis, el acento, estuviera puesto más en la forma, en la construcción, que en el trasfondo, el contenido; una suerte de Gestalt. Por eso creo que este texto es excéntrico; no en el sentido de “fuera de lo común” o “sofisticado” –aunque algo hay de ello- sino en que el objeto numen es el relato mismo, no aquello que se narra. Las sutiles y minuciosas descripciones resultan más evocativas y sugerentes que aquello que acontece.
            Es un libro que se lee no sin dificultad. No porque sea abstruso e indescifrable, sino porque requiere cierto grado de concentración; no perder la secuencia de lo que se cuenta. Y hay que esforzarse para llegar a un final donde nada se resuelve. Salvo, claro, que se ponga la atención en el estilo. Ahí, Saer nos revela toda su maestría y la fineza de su arte.
           
Marcelo Zuccotti

martes, 20 de diciembre de 2011

Una novela que endurece el alma. Desgracia, John Maxwell Coetzee.

Debolsillo, 2011

   John Maxwell Coetzee narra una historia cruda que se desarrolla en su Sudáfrica natal, donde coexisten desigualdades sociales y el choque entre los distintos grupos sociales es, en muchos de los casos, violenta y machista.
     David Lurie es profesor de la universidad de Ciudad del Cabo, y tras enredarse con una  alumna, la vida se le torna difícil y escandalosa; recibe una denuncia por acoso sexual, lo apartan de su cargo y pierde su reputación. Por lo que busca alejarse de la ciudad y refugiarse en la granja de su hija Lucy.
    
Es un relato que ahonda en la soledad de las personas hasta que se ven atravesadas por circunstancias adversas y violentas dejando marcas inquebrantables. Es una historia visceral donde la impotencia crece de tal forma que nos deja sin aliento, con el corazón agitado y con un frío helado que se cuela encaprichado por la espalda.
     El escritor no deja ajeno al lector, no porque lo haya premeditado, sino que  la narrativa que utiliza obliga a mantener la atención sin parpadear, dejándonos con los ojos desorbitados. Es una lectura en la que nos obliga a tomar conciencia de otras culturas,  en el que la violencia que ejerce el hombre sobre la mujer es  algo “normal” para esas sociedades; es la forma de demostrar quién tiene más poder y así, una vez demostrado, ganar territorialidad, dejando a las mujeres desprotegidas, desamparadas y hasta anuladas.    
    Coetzee visitó este año la Argentina para hablar en el cierre del FILBA (Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires) y la escritora Matilde Sánchez, a modo de presentación, definió a Desgracia como Un realismo en sus huesos. Y cito textual sus palabras porque no hay mejor descripción que la que realizó para hablar de Desgracia:

“[…] Exiliado a esta miseria de la vecindad sin un lenguaje en común, se adentra en el corazón de lo real y la desgracia, al país interior en plena mutación: una nación sin nación, que ha perdido el lazo esencial, la lengua. El lenguaje ya no es vehículo de empatía y reconocimiento. Si al Magistrado de Bárbaros le cuadraba la expresión “en carne propia” (en inglés, in the flesh), estamos ahora ante una prosa descarnada y sin énfasis, una literatura en sus huesos. El nuevo régimen de contactos y proximidad entre los habitantes deberá tramitarse con ese resto apenas elocuente de lenguaje que dejaron a su paso las plagas, una lengua sin atributos, de monosílabos, que no puede descifrarse porque ha perdido incluso la gentileza irónica. Hay un outsider respecto de la versión oficial de la historia y de la posición dominante del varón blanco. Coetzee es exigente: no halaga al lector con guinios de complicidad sino que requiere la máxima atención a una prosa instrumental, a una pedagogía ascética que inculca el pudor de la carne y la autoridad. Así como David establece el lazo entre abuso sexual y dominación territorial, tambièn entabla una correspondencia entre la ética sexual y el vegetarianismo. ¿Cómo leer la escena de Desgracia en la que los cuerpos ya rígidos de los perros muertos deben ser rotos a golpes para caber en una bolsa de plástico, sino como la traumática reeducación de la vanidad del varón blanco? […]
En Desgracia el campo es exilio interior, los dominios de otra racionalidad y otro régimen de la lengua; el origen y el mito ya no son un refugio. No estamos ante el viaje de regreso a las raíces sino ante el destierro.”
    

                                                                                                   Claudia Perez



Fuente: http://filba.org.ar/fundacionblog/2011/09/20/una-literatura-en-sus-huesos/  

jueves, 15 de diciembre de 2011

Cómo nos duele la pérdida. El mar, John Banville


Anagrama, 2007

           Fue el contacto con un minúsculo esbozo aparecido hace ya unos años en una revista dominical que acompaña a un periódico local, en el que se lo ponderaba. Ganador del premio Man Booker 2005, la escasez de sus páginas como el alentador comentario prometía una buena y concentrada lectura. Para esto, ya había desgranado otro título del mismo autor, anterior al presente. Por eso volví a incursionar en el universo de Banville. Y no me defraudó; para nada.

            Esta novela es tripartita y narrada por completo por su protagonista. Por un lado, es la historia de Max Morden, su hija Claire y su esposa Anna -afectada por una dolencia en su fase terminal- en las circunstancias previas a la muerte de esta última. Por otro, hay una evocación de Morden –hombre ya maduro y en los inicios de la decadencia- respecto del despertar sexual en su pubertad, ocurrido con la familia Grace durante uno de los veraneos que solía pasar junto a sus padres. Finalmente, está la realidad de su propia vida presente, que transcurre -por decisión personal- en las instalaciones que han servido a aquella familia Grace como su lugar de veraneo, medio siglo antes. Todas ellas se intercalan, logrando un entretejido que posee elementos de digresión, pero que se suceden sin solución de continuidad, formando una trama sólida, compacta.

            Lo que subyace es la incapacidad del personaje principal de hacer frente a la muerte de su esposa. En realidad, ése ha sido el motivo por el que ha vendido su casa y se ha trasladado a ese lugar al que nadie con recursos suficientes –semejantes a los suyos- acudiría a concluir su vida. Es esa necesidad de esconderse la responsable última de su evocación infantil; como si sólo pudiera refugiarse en un pasado remoto que lo apartase del insoportable dolor que le supone la pérdida de quien no ha sido únicamente su cónyuge sino también, en gran medida, su alter ego.

            Pero es también el repaso de su vida que, en muchos aspectos, ha dejado que desear o, al menos, no ha sido todo lo exitosa que sus allegados consideran. Un ser que se reconoce mezquino, sin grandes talentos, con una vida acomodada, más debido a la fortuna que al sacrificio. Alguien que hubiera querido ser otro, pero sin el coraje necesario para intentarlo. Un hombre que necesita imperiosamente saber qué tienen de común el amor y la muerte para esclarecer por qué aquel recuerdo infantil continúa rondando, a la vez que le permita enfrentar el dolor de la ausencia con entereza.

            Destaco la prosa de Banville, poética a ultranza –y agradezco al traductor por haber realizado semejante esfuerzo-. Las imágenes tanto como las escenas que tienen lugar son descriptas de tal manera que parecen fotografías panorámicas, donde el lector puede insertarse y participar siendo mudo testigo de lo que acontece y percibe,

“El sol de otoño caía sesgado en el patio, y los adoquines emitían un resplandor azulado, y en el porche una maceta de geranios producía las últimas flores encarnadas de la estación.”

            Además, párrafo aparte merece la oralidad con que fue escrito el texto, capaz de hacernos creer que Morden nos está hablando literalmente a los lectores, con la cadencia y la contradicción propia de quien está meditando lo que dice:

“Su consulta, no, sus habitaciones, uno dice habitaciones, al igual que uno le llama señor y no doctor…”

            Hacia el desenlace, el relato se vuelve previsible, con la evidente intención de Banville de capturar desprevenido al lector, algo que no logra. Él mismo lo declara, a través de Morden,

“Después de todo, ¿por qué iba yo a ser menos susceptible que cualquier otro escritor de melodramas a la exigencia del relato de un hábil giro que lo concluya?“

            De todas maneras, es una de las mejores novelas contemporáneas que he leído en los últimos años. La prosa jugosa y bien utilizada, acompañada de un estilo narrativo frontal, sin fisuras, con sutiles tonos poéticos, proporcionan un deleite no menor al que suscita la trama. Recomendable ciento por ciento.

Marcelo Zuccotti

jueves, 8 de diciembre de 2011

Realismo tradicional japonés. Rashomon y otros cuentos, Ryünosuke Akutagawa

Centro Editor de América Latina, 1970

            Lo encontré en una mesa de usados en un puesto ubicado en un parque, junto a una colección de otras tantas obras célebres, y lo llevé por no ser material fácil de hallar. La motivación hacia su lectura era doble. Primero, porque me recordaba el film dirigido por Akira Kurosawa que, basado en este título, obtuvo el galardón del Oscar a la mejor película extranjera en 1951 y, luego, por ser uno de los casi desconocidos libros que compone la no menos que discutible selección que destaca los “1001 libros que hay que leer antes de morir”.
            Este minúsculo texto de 92 páginas, a pesar de su rústica edición y del deterioro natural de más de cuarenta años de uso –estimo que por más de un asiduo lector- comprende cinco relatos escritos entre 1915 y 1919 por un autor dotado de sensibilidad no sólo para la narración de los hechos sino también para la creación de atmósferas adecuadas a la inserción de cada historia. Así, “Rashomon”, el primer cuento -que da origen al título- toma lugar en un edificio desvencijado de Kyoto, epicentro de los devaneos de un hombre que, siendo despedido por un samurai a quien servía, se debate entre el hambre y la muerte o la ignominia de convertirse en ladrón.
            En “La nariz” se narra el acontecer de un sacerdote al que la naturaleza lo dotó con una apófisis tan prominente que alcanza el propio mentón; de allí, la acción se desplaza a sus discípulos y a su afán de dejar de ser el centro de bromas. Luego, se pasa a “En el bosque”, donde se cuenta la historia de un asesinato, reconstruido a través de testimonios de personajes circunstanciales sometidos a sendas declaraciones frente a la policía -este cuento es el que toma Kurosawa para llevarlo a la pantalla-. La conquista amorosa que deviene en desprecio es el tema central de “Kesa y Morito” y, finalmente, con un relato que consta de veinte capítulos y ocupa la mayor parte del libro, se entrelazan soberbia, maldad y poder entre un hombre prominente y su pintor en “El biombo del Infierno”.
            Ambientados en el Japón tradicional de inicios de siglo XX, todos los relatos presentan esa característica típicamente oriental: la voz en off de los propios personajes que se cuestionan a sí mismos acerca de cómo actuar en el futuro inmediato, o las reflexiones sobre los motivos que condujeron hacia la tensa situación actual que, por otra parte, se vivencia como inminentemente trágica y crucial. La humillación, la deshonra, el vejamen y toda clase de bajezas propias de seres humanos se dan cita a través de los protagonistas, a quienes el respeto por las buenas costumbres, el culto a los ancestros tanto como el cumplimiento de las promesas formuladas resultan una pesada carga que sobrellevar, a la vez que se saben incapaces de renunciar a ellas.
            Una prominente selección de temas confiere densidad al núcleo narrativo y los elementos de que se vale el autor, junto a una prosa fluida y amena, otorgan solidez y contundencia. Demuestran que, aun en la brevedad, una historia puede ser muy bien narrada.
            Yendo a una cuestión fuera de lo literario, resulta llamativa la tendencia al suicidio presente en los escritores japoneses –y quizás también en su sociedad-. Tanto Akutagawa como Mishima y Kawabata pusieron fin a sus días en este mundo por propia voluntad.
            En suma, una combinación de buen gusto y firme estructura lo convierten en una belleza exótica que se disfruta tanto como un ciruelo en flor.
Marcelo Zuccotti

jueves, 1 de diciembre de 2011

Saldando una vieja deuda con la amistad. Cometas en el cielo, Khaled Hosseini


Salamandra, 2010

           ¿Cómo se hace frente a las diferencias étnicas?, ¿cómo sobrevive la amistad de dos niños que se criaron juntos, cuando la iniquidad de la guerra los separa definitivamente?, ¿cuánto tiempo perdura el remordimiento de no haber estado a la altura de lo que la amistad exigía?, ¿cómo acallar la voz interior que reclama justicia?
            Estas son algunas de las reflexiones a las que conduce la historia de Hassan y Amir, relatada por éste ultimo. Amigos desde la infancia y compañeros de aventuras, pertenecientes a distintas clases de la sociedad de Afganistán –lugar en donde se inicia la trama-, la cobardía de Amir ante la agresión del amigo genera un remordimiento que deviene en una brecha vincular, a la cual la posterior invasión rusa torna geográfica y el ulterior ascenso de los talibanes transforma en angustiosa.
            Por otra parte, la vida en el exilio americano, el desarraigo y la adaptación a una nueva realidad sin perder el contacto con las raíces, el descubrimiento del amor y los beneficios que otorga el disponer de plena libertad en el extranjero, son el costo de una entrega que se materializa cuando ese pasado brillante y memorable vuelve sobre Amir para exigirle una participación personal y absoluta en aras de saldar una vieja deuda de amigos. Una deuda que se lleva en el alma.
            En estilo coloquial y ameno, el autor no sólo se encarga de narrarnos el suceder de sus protagonistas, sino que también utiliza el relato para mostrarnos una realidad social basada en la estratificación y en la discriminación étnica –en este caso, entre pastunes y hazaras; pudiéndose trasladar a otros entornos-; la vida en esos pueblos otrora felices, hoy devastados por los gobiernos de turno, donde el fundamentalismo religioso y la intolerancia han hecho estragos y en los que los índices de supervivencia resultan escasos.
            Empero, la obra es también un canto a la amistad. Un sentimiento que traspone la muerte física y encarna en sus descendientes, aun a pesar del paso del tiempo y los recelos propios de una larga ausencia. Es una epopeya al rescate de la herencia, de una identidad más allá de la desesperanza y la desolación; una forma de mantener en la conciencia colectiva, en la memoria, todo aquello que ha sido parte de una infancia que se ha vivido en plenitud, a la que jamás se renuncia ni se olvida.
            En definitiva, es un libro destinado a aquellos que se permiten exponer sin tapujos la emoción a flor de piel. Si bien por momentos resulta un poco sensiblero y efectista, lo cierto es que Hosseini nos pinta un cuadro agridulce, sin enmascarar el dolor ni situarse en el rol de víctima.

Marcelo Zuccotti

jueves, 24 de noviembre de 2011

Una galería de arte hecha poemas. El cielo a medio hacer, Tomas Tranströmer


Nórdica, 2011

           La poesía, como género literario, no ha alcanzado la trascendencia que hoy se le reconoce a la novela o el ensayo. Supongo que ello obedece a la escasez del número de seguidores –que afortunadamente está en alza- más que a otras razones, lo que pareciera justificar el mayormente abúlico desinterés editorial hacia una clara política comercial que la promueva, debido a la ausencia de consumo masivo. También es cierto que con la vida “líquida” que se lleva en el mundo actual –en Occidente, al menos- leer poesía está devaluado. Basta con asistir a un encuentro de poetas para evidenciar que son muy pocos los que se atreven a escribirla, y eso que estamos ya lejos del respeto por las reglas de la métrica, consonancia, etc., con que se nos ha iniciado en nuestros cursos escolares. La poesía actual goza –saludablemente- de la libertad de expresión y de normativa, haciéndose más flexible su estructura, así como vasta su temática.
            Por esta razón resulta significativo que la elección del último Premio Nobel de Literatura haya recaído sobre este sueco, quien ya desde muy temprano se dedicó de lleno a la poesía como medio para hacernos conocer su interior a través de una rica imaginación. Fue la curiosidad, en síntesis, la que me condujo hasta él
            Si el arte de traducir es una tarea asaz difícil ya en los otros géneros –del que depende decisivamente el éxito o fracaso de una obra o autor-, ni hablar del esfuerzo que supone llevarla a cabo en poemas, donde las limitaciones propias del lenguaje de recepción hacen muchas veces imposible mantener la identidad del sentido expresado en lengua original. Por eso, en esta ocasión, el traductor nos aclara que ha intentado “reelaborar, travestir” los poemas dadas las dificultades que impuso trasladar el sueco al español.
            Esta obra es, entonces, una compilación de poemas de diversos libros del autor que, a lo largo de su trayectoria literaria, fueron editados en su idioma, para luego ser traducidos a un gran número de lenguas. Acompaña esta edición un prólogo editorial y un resumen autobiográfico.
            Lo más destacado es su estilo; Tranströmer es un mero observador, sin querer participar de los hechos, paisajes o estados del alma que le dan vida a sus poemas. Sólo expone –con maestría, eso sí- aquello que es motivo de su inquietud sin engolados ni aditamentos. Hasta puede decirse, minimalista,
“Cómo remaban silencio arriba.”
            El común denominador es su crítica certera hacia la sociedad de consumo, al “funcionalismo” –en sus palabras- de la vida moderna que olvida los aspectos sensibles en los que nos reconocemos como seres humanos. Su mirada es tan fría y desapasionada, como implacable.
                        “Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras,
                                    pero no lenguaje,
                        parto hacia la isla cubierta de nieve.
                        Lo salvaje no tiene palabras.
                        ¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
                        Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
                        Lenguaje, pero no palabras.”
           
            Cada poema resulta una pintura, un cuadro al que es preciso atender y observar. Cuando uno se toma el tiempo de hacer el ejercicio, se encuentran pinceladas maravillosas que sólo alguien versado en letras tanto como en emociones puede hacernos apreciar.
            En resumen, entrañables poemas recorren sus páginas, dotados de sensibilidad, calidez, realismo y fascinación que lo hacen apto para el deleite de quien se atreva a encarar su lectura. Para muestra, te dejo una imagen,
                                               “En mitad de la vida sucede que llega la muerte
                                               a tomarle medidas a la persona. Esta visita
                                               se olvida y la vida continúa. Pero el traje
                                                           va siendo cosido en silencio.”

Marcelo Zuccotti

jueves, 17 de noviembre de 2011

Haciéndonos cargo de las despedidas. El buen dolor, Guillermo Saccomanno


Booket, 1999

           ¿Qué hace que una obra sea apreciada más que otras a la hora de galardonarla con un premio? Esa fue mi curiosidad y, al ver que ésta había obtenido el Premio Nacional de Novela en Argentina en el año 2000 –alentado además por la brevedad de su extensión-, me decidí a leerla.
            El libro se divide en tres partes, cada una compuesta de varios capítulos. En la primera, “Escribir”, un hombre rememora parte de su infancia, fundamentalmente su relación con su padre –un bohemio marxista-, la de éste con el entorno familiar –en el que destaca la férrea personalidad de la abuela materna- y donde se describe el barrio y las aspiraciones de cada personaje. La dicotomía entre lo que se es y lo que se desea ser, las oposiciones de ideas e interpretaciones y una muerte que se prolonga más allá de la resistencia de los cercanos, son el nervio conductor del relato.
            En “Cenizas”, el propietario de un hotel en un balneario –que se deduce Villa Gesell- se erige en narrador de un suceso local que lo tuvo a él mismo como protagonista secundario y testigo mudo de lo ocurrido entre un escritor –trabado en un cuento sobre la muerte de su abuela- e Inés, una conocida tanto de aquél como del narrador. La muerte y la exposición personal es el denominador común de esta parte, donde el acontecer se convierte en historia para ser contada.
            Por último, el protagonista de la primera parte, crecido y devenido en escritor, repasa la enfermedad y deceso de su padre, entremezclado con la historia de él mismo e Inés, relatada ahora en primera persona y de quien rescata sólo aquellos pasajes que se relacionan con la muerte. De esta manera, se hilvanan en “Réquiem” las tres secciones en la que el dolor que provoca el fin de la existencia de nuestros seres queridos anuda los relatos.
            La resignación de aquello que es inevitable, la renuncia a alcanzar lo que se desea, la necesidad de enterrar al dolor -no se tolera la idea de liberarse de él, puesto que no puede haber regocijo- y la práctica morbosa que ese sentir produce en ciertas almas, es la esencia de un exorcismo que Saccomanno pretende comunicarnos a través de una prosa fluida tanto como sentida. Es la expresión de esa necesidad de encarnar todo dolor que nos hace meditar y madurar –el que muchas veces evadimos-, al que hace alusión.
            En resumen, un libro sin golpes bajos, reflexivo sobre aquello que es difícil de abordar; ese costado tan sensible e inherente al ser humano, como la vida misma.

Marcelo Zuccotti

jueves, 10 de noviembre de 2011

La escritura, como una identidad recobrada. Leer y escribir, V.S. Naipaul


De Bolsillo, 2002

            Ilustre desconocido por mi hasta hace poco menos que un par de meses, me sorprendió saber que se le había otorgado el Premio Nobel de Literatura en 2001. De entre toda su obra rescaté este título porque imaginaba que habría de contener, a partir de su propia experiencia, una serie de tips o consejos útiles tanto para aquel que se dedicase a leer asiduamente –como es mi caso-, como para quien deseara convertirse en escritor. No estaba muy lejos de lo que supuse.
            Este trabajo consiste en un escrito preparado para la Fundación Charles Douglas–Home - director del Times de Londres desde 1982 hasta su muerte, en 1985-. Se divide en dos partes. En la primera, de título homónimo, Naipaul repasa su relación personal con el libro y la lectura, básicamente desde su infancia hasta su juventud. Nacido en Trinidad, en el seno de una familia de origen hindú, el autor destaca aquellos libros que le resultaron significativos, así como la influencia de su padre en su apego a la lectura y la escasa relevancia de la escuela sobre la misma –a no ser un ejercicio abusivo de memoria en pos de alcanzar alguna de las becas en el exterior que el gobierno otorgaba a los postulantes-. Luego, revisa sus años en Inglaterra –tenía 18 años y realizó la secundaria gracias a esa beca- y la manera en que la literatura reavivó su pasión por escribir, “una forma de autoestima, un sueño de liberación, una idea de nobleza”. Finalmente, aborda el hecho de escribir; cómo hacerlo, cómo enfrentar falsos supuestos y dejar que la experiencia nos guíe hasta encontrar el estilo, etc. Allí narra cómo decidió volver sobre las fuentes de su historia familiar y, por extensión, a la de su pueblo.
            En la segunda parte, analiza su vínculo con sus raíces, la India. Mas no lo lleva a cabo con una mirada nostálgica sino con la valorización de quien rescata del origen familiar lo puramente típico, sin idealizaciones ni melancolías. Inicia la sección narrando las sensaciones de su viaje al país de sus ancestros, poniendo énfasis en las penurias y desdichas de un lugar misérrimo. Luego, expresa que la India fue tierra arrasada por los musulmanes durante siglos, tal que ha sido necesario reconstruir con una mirada más “nacionalista” su propia historia que, al parecer, sólo data desde la colonización británica, como si el único período anterior que fuera digno de memoria hubiera sido aquél entre los siglos V y VII, preislámico, que aun se evoca con esplendor. Esto da lugar a la justificación de su imposibilidad de escribir una novela basada en su historia, puesto que se desconocen los hechos tanto como la vida diaria. Por último, repasa el origen de la novela, la evolución del género con sus técnicas y su visión de la literatura a futuro.
            Es un libro corto, que se lee fácil y rápido y que puede servir como una enseñanza para quien decida ser parte de la literatura contemporánea, sobre todo a la hora de definir los temas a abordar.

Marcelo Zuccotti

jueves, 3 de noviembre de 2011

Versión moderna de una Odisea alemana. El regreso, Bernhard Schlink


Anagrama, 2007

           Peter Debauer relata su infancia en Breslau, donde sus abuelos editaban novelas y dejaban en sus manos las pruebas de impresión, para usar los reversos como borrador, con la condición de no leer la parte escrita. Un día, desobedece la consigna y se ve atrapado por la historia de un soldado alemán del frente ruso que, al regresar a su casa al fin de la guerra, después de muchas peripecias y varios años de ausencia, es recibido por su mujer, casada ahora con otro hombre con quien tiene dos hijas. Desafortunadamente, las hojas que indicaban el título, el autor y el desenlace han sido usadas. Pero está dispuesto a conseguirlos.
            Así se inicia esta novela, una suerte de reelaboración moderna del mito homérico de Ulises, basada en el género literario del “regreso”, muy popular y extendido en Europa durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y el ocaso del nazismo. Lo interesante es que el protagonista, en su afanosa búsqueda de saber cómo termina su lectura, se ve ahondando en su propia biografía. Un padre ausente o muerto, una madre muy evasiva respecto del pasado y la búsqueda del fin de su lectura lo conducen hacia su pueblo natal. La historia del protagonista se entremezcla, así, con la de su novela, desdibujándose la línea que separa ficción de realidad, derivando hacia alternativas insospechadas.
            Una trama bien llevada, en estilo fluido y ameno, es el nervio conductor del texto, en el que Schlink incorpora elementos autobiográficos junto a otros recursos –medias palabras, la aparición velada de detalles del pasado, etc.- con los que va modelando un relato sólido, de forma tal que Debauer compone un Ulises moderno, que orilla el tema del nazismo sin adentrarse de lleno en él.
            Contiene también un aspecto filosófico nada desdeñable. Schlink propone una discusión acerca de la responsabilidad en el estado de derecho. ¿Hasta qué punto el autor de un libro es responsable del escrito?; ¿no será que el responsable es el lector, puesto que suya es la interpretación que hace de lo leído en él? Por otra parte, si la condena de un delito de asesinato de un ser humano depende de la ponderación de cuánto dolor ocasiona la ausencia del mismo a sus parientes y amigos –tal como resulta en culturas tribales-, ¿no será mejor aislar y exterminar a todo el grupo, de manera que no quede nadie para reclamar? Esa burda explicación del nazismo, de su modus operandi respecto de los judíos, -que se intenta a modo de justificación, si es que la hubiere- es la que el autor critica acerbamente.
            Es decir, en el libro se postula que hay quienes piensan que no sólo no alcanza con hacer el bien sino que para lograrlo hay que mezclarse con el mal y dejarse poseer por él. Acaso, ¿no tuvo Ulises que valerse de argucias y mentiras oportunas y bien dispuestas para poder regresar a su Itaca y a Penélope? En ese sentido, el relato se vuelve introspectivo, pues profundiza sobre los límites que pueden alcanzar nuestros principios morales, toda vez que son sometidos a un miedo visceral, mortal. Indaga en la naturaleza del Mal -que supone parte constitutiva del ser- y cómo éste aflora en circunstancias extremas. Pero, a diferencia de posturas mucho más comunes –y más superficiales-, el Mal no está en los demás; se halla en nosotros mismos.
            Para sostener esta reflexión, se narra un “experimento” en el que Debauer toma parte –muy similar a los reality shows del estilo “Gran Hermano” (“Big Brother”)- donde se ponen de manifiesto conductas primitivas que provocan humillación vergonzante. Finalmente, el autor redondea la épica odisea que su personaje principal protagoniza a lo largo del relato, quien salió a buscar el fin de una novela para hallar a su regreso su propia identidad. Un libro sustancioso y recomendable.

Marcelo Zuccotti

jueves, 27 de octubre de 2011

Ascenso, auge y caída del héroe romántico. Rojo y negro, Stendhal


Cátedra, 2005


            Esta es la historia de Julián Sorel, arquetipo del héroe romántico y, como tal, signado por la fatalidad. Nacido en una aldea cercana a Jura, Francia, el menor de muchos hermanos, su figura y sensibilidad contrasta de manera evidente con la rudeza y tosquedad del entorno familiar. Eso le permite allegarse a un seminario en el que aprende el latín, lo que le vale alcanzar el cargo de preceptor de los hijos del alcalde local… y enamorarse de su esposa, madre de tres hijos y mayor que él. Las habladurías y los anónimos juegan el resto, con lo que la relación concluye cuando el protagonista se ve obligado a abandonar el pueblo para rescatar lo poco de honra, si es que alguna le queda aun a su amante.
            Ya en París, su circunspecta educación, su belleza física y su parco espíritu clerical le franquean el acceso a la familia del marqués de La Mole, cuya hija Matilde encarna el modelo de aristócrata soberbia, altiva, en clara competencia con el carácter de Sorel. A la frialdad y arrogancia inicial que se plantea entre ambos, le sucede una pasión imposible de refrenar entre dos jóvenes que pertenecen a distintos estratos sociales.
            Con la presencia de un relator -quien varias veces se permite opinar en forma personal acerca de lo que va sucediendo-, y ambientada en Francia alrededor de 1830, en plena Restauración monárquica pos-napoleónica, la deshonra de la joven casadera –que acusa un embarazo- suscita la ira de un padre celoso que, al pedir referencias de su descastado futuro yerno, deniega el matrimonio entre Matilde y éste debido al contenido de una carta escrita por la antigua amante, en la que denuncia el afán del joven por escalar socialmente. Esto conduce al inevitable desenlace en el que Sorel intentará asesinar a la responsable de su infelicidad, siendo atrapado y condenado a morir en la guillotina.
            Yendo al texto, destaco la forma en que Stendhal va hilvanando la trama. El curso principal no impide apreciar los elementos sociales de los que se nutre; así, las oposiciones Napoleón – Monarquía, jansenismo y liberalismo; la burguesía provinciana -tan ufana como insulsa- frente a la miseria indigna de los plebeyos, son parte del juego de claroscuros de los que el autor dispone para condimentar una historia que por momentos fluctúa entre el entusiasmo y el aburrimiento.
             Párrafo aparte merecen las meditaciones del personaje principal estando en reclusión; un alegato de la forma en que la Iglesia manipula las conciencias; cómo la Justicia sólo se inclina hacia el lado del que más tiene, etc. Las ideas del propio Stendhal se corporizan en él.
            El verdadero amor de Sorel no es el ascenso social; es la mujer del alcalde que se le brinda íntegra, sin condiciones, y con quien vuelve a compartir sus horas finales. Matilde de La Mole encarna ese objetivo de vida acomodada y segura, sin penurias, mas no deja huellas en su corazón. Él mismo reconoce su alienación en aras de los beneficios; por eso acepta su destino, como pago a su ambición.
            La edición viene provista de una escueta biografía del autor y de una interpretación de la obra, con sugerencias para su lectura. El título parece obedecer a la contraposición entre la monarquía liberal de Carlos X o del ejército de Napoleón –que usaban el rojo como divisa-, y la Iglesia, con su característico color negro. En suma, una novela histórica clásica, en tiempos de efervescencia política y social.
Marcelo Zuccotti

jueves, 20 de octubre de 2011

El eterno deambular en medio de la diáspora. Los planetas, Sergio Chejfec


Alfaguara, 2010
            Asomó en mis manos una frase de este libro y anduve largo tiempo en su busca, sin éxito. Como me ocurre frecuentemente, basta que deje de perseguirlo para que una editorial decida proveerme del fruto de tantos desvelos. Esta edición viene a cubrir su falta de los escaparates, después de haber aparecido en 1999.
            Lo que me decidió a leerlo fue una imperiosa curiosidad por saber cómo se ha abordado el tema de los desaparecidos desde la literatura local, sin partidismos ni abanderamientos. Así, este título ofrece una visión enriquecedora, superadora de las apologías y vituperaciones propias del encarnizado enfrentamiento setentista que anegó de sangre el país –y la mayor parte del continente- y que, en gran medida, aun sigue siendo motivo de encendidos debates.
            Los protagonistas de la historia son dos, el relator y M –ambos pertenecientes a la grey judía-, amigos de la infancia con juventudes compartidas, en la que M, aparentemente sin motivo alguno, es secuestrado y desaparecido durante la última dictadura militar. Ambientado en Buenos Aires y sus alrededores, el relator –una suerte de alter ego de Chejfec- va evocando al amigo ausente a través de anécdotas escolares y familiares, cuyas imágenes recuerdan la prosa de Calvino en “Las ciudades invisibles” o las minuciosas descripciones de Saer en “Glosa”.
            ¿Cómo hacemos para sobrellevar nuestra vida presente y futura con la ausencia de alguien cercano a nosotros, que el sinsentido nos ha quitado? Para el autor –como para tantos en iguales condiciones- la única respuesta es la evocación. Esa “maldita manía” de recordarlo a cada instante, en el momento menos pensado y en los lugares más inverosímiles.
            Los pormenores del despropósito, así como las historias narradas por el ausente en un tiempo anterior, sus sueños –y los de su familia-, el derrotero de su pensamiento y los debates acerca de todo aquello que constituye nuestros miedos, anhelos, realizaciones, etc., son parte de esta sentida trama de un amigo –muy amigo-, al que no le queda más que sostener –mantener vivo, pues de eso se trata- a M a través del recuerdo.
            Ingenioso también resulta el título. Así como cada planeta del sistema solar –y, por extensión, el universo- sigue su propia trayectoria en una órbita que, por otra parte, no es cualquiera, sino la única posible debido a la interacción gravitatoria que el resto de cuerpos masivos cercanos ejercen sobre él, de la misma manera es la naturaleza de la relación que mantienen ambos personajes, cada cual en su deambular celeste, sin intersecciones, pero con influjos recíprocos.
            Las construcciones que la mente rescata de algunos hechos, así como las acciones cotidianas se entremezclan durante el relato logrando que, por momentos, se desdibuje la delgada línea que separa ficción y realidad. Y lo más destacable: el ausente deja de serlo siempre que esté presente en nuestra memoria colectiva, sin negaciones ni olvidos que sólo tienden a volvernos cómplices en el silencio; ese mismo en el que han querido sumir a tantas voces.
            En suma, una suerte de aguerrido homenaje –con dientes apretados y puño cerrado- para todos aquellos que hoy no están físicamente, pero que siempre vivirán en nuestro interior.
Marcelo Zuccotti

domingo, 16 de octubre de 2011

Una sabia soledad. Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal



Ediciones Destino Áncora y Delfín, 1990

     Deambulando por las redes sociales con el fin de encontrar algo interesante para leer, me topé con el título Una soledad demasiado ruidosa. Algo dentro de mí se accionó, puesto que empecé a averiguar sobre ella, alcanzando ese grado de excitación que poseo cuando me enfrento a los estantes repletos en una librería: espero que algún libro me agarre del cuello y me suplique que lo lleve. Eso fue exactamente lo que me ocurrió: este libro quería que lo comprase. Además, confieso que todo aquello que tenga relación con la soledad se halla entre mis temas favoritos de lectura; es que debe haber algo que despierta en mi una fuerza interior que logra que yo deje de ser yo, desarmándome por completo y dejándome rendida a los pies de las descripciones más nimias de la cotidianeidad, tal como me sucedió al leerlo.
     La obra pertenece a una vieja edición de Áncora y Delfín. La cubierta color celeste pastel se acompaña de un dibujo que semeja un barco moviéndose en altamar luchando al andar contra grandes olas, pero que, en realidad, es una figura construida por pedazos de una ciudad; un rompecabezas armado, con sus partes pegadas desprolijamente unas sobre otras, como si el tema central sólo fuera eso: una soledad construida por situaciones aisladas, inconexas, superpuestas gracias al relato del protagonista.
     Es una obra poética de lo más deliciosa, exquisita desde la primera hasta la última página. Ordenada en capítulos, con pocas comas y algunos puntos, en ella Bohumil Hrabal se desliga totalmente de los párrafos; pero, ¿para qué los querría?, ¿para despedazar aún más la soledad?
     Una soledad demasiado ruidosa transcurre en un subsuelo solitario, húmedo y oscuro, donde se mezcla el bullicio de las ratas, corriendo por las alcantarillas, junto a la sordidez mecánica que emite el ruido monótono de la máquina de prensar papeles. El estilo narrativo resuma tanto realismo, que se transpira una pastosa humedad en la que el amor por los libros traspasa el papel, trepa por las piernas y se apodera del lector, que puede palpar la angustia del personaje con la misma sensación táctil que brindan los granos de azúcar entre los dedos. Además, trasmite percepciones a través de imágenes cinematográficas y metáforas poéticas dejándole anonadado, con la boca abierta, tanta es la poesía contenida -que se halla reunida en pocas páginas, pero con un valor inmenso-.

"Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos.”

      Así comienza el relato de este escritor checo, que bien podría interpretarse como una carta dirigida a los lectores -con el objeto de generar conciencia sobre la importancia de la lectura- tanto como ser parte de un diálogo que el protagonista mantiene interiormente consigo mismo. Es la historia de Haňt’a, un hombre que adora el trabajo, se desvive reproduciendo paquetes prensados como si fuera una obra de arte de Piccaso, Klimt, Cézanne, Monet y que se pone contento cuando llena la propia cartera de libros para descubrir luego, en su casa, algo más de lo que él es. El trabajo para Haňt’a representa un calmante para aliviar el alma; es el alimento para apaciguar el hambre que despiertan tantos y tantos libros prensados y tirados a la basura. De todos modos, dice de ellos:

“…porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.”.

     Es un libro para aquellos que disfrutan de la profundidad de las palabras, de la soledad y de la sencillez de lo cotidiano.                                                    
 
Claudia Perez

viernes, 7 de octubre de 2011

Una divertida parodia de la sociedad de nuestros días


Anagrama, 2003
            Mis amigos lectores más cercanos coincidían en advertirme la escasa trascendencia de su contenido, desalentando mi lectura como quien acaso debiera rehuir una propiedad signada por una maldición. Debió ser justamente por eso que, haciéndome eco de una sugerencia de Claudia, acepté la propuesta y me tomé el tiempo para leerlo.
            Si existiera un personaje más bizarro y desmañado, seguramente no empalidecería a éste. Ignatius J. Reilly es un gordinflón treintañero, que vive en una desvencijada casa de Nueva Orleans junto a su madre viuda, sin intención ninguna de trabajar ni aportar más que gastos y problemas. Pero además tiene ínfulas de gran hombre, habiendo estudiado en la universidad, con lo cual trata de sobrellevar su cómoda existencia escribiendo triviales relatos testimoniales en una serie de cuadernos comunes. Siempre, claro está, a expensas de su madre.
            La necesidad familiar de dinero destinado a saldar deudas obliga a este perezoso vividor a proveerse de alguna remuneración, para lo cual primero desembarca en una empresa textil en debacle –de la que es removido al promover una huelga entre los trabajadores con el fin de desplazar a su jefe administrativo-, pasando luego a pertenecer a una empresa de vendedores ambulantes de salchichas, a la que no engrosa tanto sus arcas como a su propia panza.
            Acompañan a semejante protagonista una madre cincuentona con ganas de dejar de vivir miserablemente; una compañera de estudios, que en toda postura política ve motivos suficientes para tener sexo; un policía de patrulla que no es estimado en lo más mínimo por su jefe; una copera con aires de bailarina; la dueña de un boliche de mala muerte que trafica pornografía; el joven playboy heredero de una fábrica textil –que pretende deshacerse de ella-; su esposa, que sólo intenta poner en práctica la caridad aprendida en panfletos de psicología, con la empleada más antigua de la fábrica –en edad de jubilarse-, y un negro que –empujado a conseguir trabajo por las autoridades policiales- hace las delicias del lector con los comentarios más sagaces, plenos de acidez y sarcasmos acerca de su condición de negro y de lo que acontece en su derredor. El cóctel resulta más que explosivo; desopilante.
            Lo más destacable es la manera cómo Toole va hilvanando la trama a través de sus personajes. Cada uno de ellos compone un estereotipo definido, pero absolutamente convertido en un garabato de si mismo. Desde el negro que habla en dialecto comiéndose las eses, hasta la vieja empleada que va a trabajar en camisón, todo resulta una gran parodia destinada a hacernos reír desde el inicio al final. Ni hablar del mastodóntico personaje principal, embustero, ventajero y holgazán, adicto a ver películas sólo para criticarlas. Realmente, toda la obra resulta un disparate tragicómico.
            Si bien reconozco que entre las líneas hay una crítica mordaz a la sociedad de consumo, los intelectuales y el “establishment”, a la vez que es divertida y amena, no puedo dejar de señalar –a mi entender- que la misma está sobrevaluada en la consideración de la crítica. Tal vez, como alguien de mi entorno supo apuntar, las ventas de este libro –galardonado en 1981 con el Pulitzer- se vieron incrementadas al hacerse pública la tragedia del autor, y de su madre, que tardó once años -después de la muerte de aquél- en conseguir no sin arduos esfuerzos que alguien lo publicara. Un premio, pues, para tanta constancia.
            Marcelo Zuccotti