I.
Un solitario comentario en la Red acerca de
este libro me procuró el interés necesario para buscarlo. Luego apareció algún
otro título del autor que me recordó la espera del presente. Finalmente, al
querer orillar la literatura periodística decidí incluirlo entre mis lecturas
del año, en especial porque tenía más de investigación o semblanza que de
novela al uso. Algo de lo que Truman Capote explotaría con creces.
II.
Este
trabajo es un compendio biográfico de Joseph Ferdinand Gould, un egresado de
Harvard proveniente de una acomodada familia de Nueva Inglaterra, que arribó a
Greenwich Village, Nueva York, hacia 1916 y por espacio de cuatro décadas hasta
su deceso se dedicó a una vida bohemia, en calidad de escritor, mendigo,
gorrón… es decir, un personaje local conocido por todos.
III.
Dividido en dos partes, Mitchell realiza
primero una semblanza de Gould, aparecida en The New Yorker –del que era
redactor- en 1942. Diminuto y de baja estatura, Gould es un hombre que dice
entender el lenguaje de las gaviotas; ha medido el cráneo de los indios Chippewa
–de los que ha aprendido su baile étnico- y confiesa estar escribiendo la Historia oral de nuestro tiempo, una
suerte de colección de diálogos, entrevistas y observaciones de los ciudadanos
de Nueva York con los que el propio Gould ha interactuado, cuyo material –reunido en cuadernos- asciende ya a varios volúmenes de la Biblia, en extensión.
IV.
Luego,
bajo el título de marras, Mitchell vuelve a Gould ya como conocido, como alguien a quien le ha seguido la pista a lo largo de
los años, cautivado por el misterioso contenido del supuesto libro que Gould
guarda tan celosamente. Si bien el protagonista le facilita algunos ensayos –que
lo tienen como figura principal-, nunca accede a enseñarle lo que pudiera haber
recogido como testimonio de los demás, algo que Mitchell considera como la voz de la ciudad. A la muerte de
Gould, se dispara la búsqueda de tamaña obra, aunque aquél ya supone su
desenlace.
V.
Asistiendo
a fiestas a las que no estaba invitado; durmiendo en los bancos de estaciones
de bus o en albergues para vagabundos, solicitando ‘aportes’ para la Fundación
Joe Gould, este hombrecito parece haber encontrado una manera de sobrevivir sin
molestarse por lo que digan de él. Con una prosa que alterna lo periodístico
con lo conmovedor, fluida y amena, Mitchell construye un texto a la altura de
tan significativo personaje, con el telón de fondo de un Village que ha sabido
de sus andanzas y excentricidades. En suma, una lectura agradable y tiempo bien
invertido. Hay película del año 2000, dirigida y protagonizada por Stanley
Tucci, con Ian Holm en el rol de Gould.