domingo, 28 de abril de 2019

Novelas de Stefan Zweig. 4. Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Stefan Zweig


Acantilado, 2012

I.

            Continuando con la lectura del voluminoso ejemplar que reúne las novelas del autor, ésta ha resultado ser una suerte de chasco, dado que los posibles cursos de acción a partir del título sugerían múltiples derroteros y aquél por el que se decantó Zweig es, si no irrelevante, al menos algo mezquino.

II.

            Estamos en la Riviera francesa hacia fines de los años ’30 del siglo pasado. El narrador nos participa de una charla que ha tenido lugar entre dos matrimonios de origen diverso y él mismo, que concluye casi violentamente. Una señora de cuarenta años -a la que los contertulios conocían-, esposa de un hombre exitoso y madre de dos hijas, decide abandonarlos para seguir la estela de un joven en la veintena, de buenos modales, quien se hiciera presente en el lugar unos días antes y ha debido marcharse aprisa. La disputa da lugar a posturas enfrentadas entre los asistentes; los juicios de valor llegan a oídos de una anciana, Mistress C., quien aquieta los ánimos haciendo valer el respeto que le es debido.

III.

            La anciana escucha el argumento del narrador –vituperado por el resto de los asistentes-: una mujer puede enamorarse perdidamente de un hombre más joven en un solo día y echar por la borda matrimonio y familia en un abrir y cerrar de ojos. Para explicar su opinión, cita al narrador a solas y le confiesa su propia vivencia. A ella le ha pasado algo semejante treinta años atrás, cuando ya era viuda, tan solo en un día –las famosas veinticuatro horas-, pero también, dando muestras de sinceridad, le notifica su desencanto posterior.

IV.

            Con su personal estilo literario, la pluma de Zweig toca las fibras íntimas del lector, obligándolo a tomar partido por uno u otro juicio crítico. ¿Puede un adulto, con responsabilidad familiar y conyugal, conducido por un arrebato de pasión espontánea, abandonarlo todo por un amor fugaz? Es la pregunta que formula el autor. Con un estilo directo y sin ambages, Zweig compone un fresco de época, en la que aún Europa podía cuestionarse acerca de la validez del amor, de sus alcances y sus limitaciones. Una novela interesante sobre un tema algo trillado.

martes, 23 de abril de 2019

e-book 42. Náufragos. Blitz, David Trueba


Anagrama, 2015

I.

            Me hice de esta versión al poco de su lanzamiento, pues un espacio en la Red -que ya no existe- lo promovía entusiastamente. Si bien, con el pasar de los días la apreciación sobre la obra variaba -y mucho-, lo cierto es que esperó bastante tiempo para que, en medio de otras lecturas más densas, lo intercalara.

II.

            Beto es un joven español en la treintena quien, acompañado de Marta, su bella pareja, participa como finalista en un concurso de paisajes y jardines en Múnich. En medio de esto, recibe por error un mensaje telefónico de ella, dando a entender el fin de la relación. Ante el abandono, la soledad y la lejanía de su hogar, Beto decide no regresar a España y quedarse allí unos días más, hasta agotar los recursos con los que cuenta. Deprimido y dolorido, es hallado por Helga, la alemana sesentona que organiza el evento, quien le da asilo… y algo más.

La versión digital, gentileza de Epublibre

III.

            La breve novela de Trueba combina la ruptura y el desengaño amoroso clásico con elementos que provee la modernidad; bajo ese aspecto, el texto resulta trillado. Hasta se pueden encontrar clichés o frases hechas. Pero lo que propone al lector no es sólo identificarse con Beto –lo que es posible para quien ha pasado por el menester-, sino formular una pregunta que subyace: ¿puede tener lugar una relación carnal entre una mujer madura, descreída ya de todo, con un muchacho al que dobla en edad –y es más joven que su propio hijo-?, ¿existen probabilidades de éxito? Y si las hay, ¿cuánto tiempo podrán sostenerla? Yendo a lo profundo, ¿qué buscan ambas partes en esta circunstancia?

IV.

            De estilo directo, ameno y coloquial, Trueba plantea una suerte de recomposición: la de dos personajes solos, despojados de afectos, sin mayores perspectivas a futuro, náufragos a la deriva en el crepúsculo de aquello que se acaba; uno, de una relación que ya no ha de ser, el otro, enfrentando quizás la última ocasión de amor –o sexo- ante el ocaso de su vida. Por momentos graciosa y reflexiva, en otros, poco creíble, aunque siempre amable al lector, la novela se vuelve un  pasatiempo entretenido para leer de un sentón.

jueves, 18 de abril de 2019

Sin futuro. El chal, Cynthia Ozick


Lumen, 2016

I.

            Fueron varios los lectores amigos que visitaron esta obra de Ozick y, cada cual a su manera, realizó una recomendación oportuna, no sin dejar de advertir sobre la crudeza de su contenido. Merced a ello, apenas vi el título en una librería amiga lo adquirí y, al no haber leído ningún trabajo de la autora, resolví encararlo, máxime su brevedad.

II.

            El libro está constituido por dos textos; un relato de algo más de diez páginas que da origen a su nombre y una suerte de nouvelle que continúa al anterior mucho tiempo después. El chal al que refiere el título es el elemento simbólico que conecta a ambos. La primera, transcurre dentro de un campo de concentración, con tres protagonistas: Rosa, Magda (su bebé, arropado con esa prenda) y su sobrina Stella. No es solo el hambre y el maltrato a que se ven sometidas por los vigilantes nazis, sino la brutalidad del exterminio los que hacen de ‘El chal’ un texto tan maravilloso como desgarrador. Ese chal guarda cualidades propias de un objeto mágico y a la vez protector.

III.

            El contenido de ‘Rosa’ aborda una realidad de muchos sobrevivientes del Holocausto: la reinserción social y la continuidad de la vida tras un hecho tan horroroso como traumático. Ozick exhibe dos realidades, a saber: la de aquel que decidió dejar atrás –no sin costo- el trauma generado –encarnado en Stella-, y la del que no puede abandonar el pasado, como Rosa, su protagonista. Para ella hubo un ‘antes’, un ‘durante’ y un ‘después’. La vida como era en su casa; como lo fue en el campo de concentración, y en California treinta años después, respectivamente. Una mujer que no puede hacer pie en el país de llegada ni tener atisbo de futuro.

IV.

            Existe un plano, además, que Ozick no elude: el rol del ‘superviviente’ como objeto de estudio. Rosa denosta el ser minimizada y etiquetada como tal, porque esto restringe aún más su escasa vida social bajo la mirada de los demás. La transforma en alguien distinto, carente de integración; un paria. Y si bien entabla relación –sin quererlo ni buscarlo- con un polaco que intenta sacarla de su ostracismo, hay pocas probabilidades de éxito ante quien no ha podido superar la experiencia nazi.

V.

            Con un estilo directo -un estilete preciso y profesional en manos de un experto que no emite juicio personal ninguno-, Ozick construye un par de historias verosímiles, descarnadas, que sacuden al lector y lo obligan a abrir los ojos ante una realidad que sobrepasa con creces sus expectativas, al que llama a reflexión sobre aquello que fuimos (y somos aún) capaces de infligir a nuestros congéneres. Una gran obra, que se acompaña de un prólogo e ilustraciones alegóricas.

sábado, 13 de abril de 2019

Trilogía USA. Coalescencia. 1. Paralelo 42, John Dos Passos


Edhasa, 2006

I.

            Encarar esta trilogía surgió como una necesidad de indagar en el pasado cercano de los Estados Unidos, tras la lectura de los artículos de Gore Vidal. La totalidad del trabajo abarca un período sustancioso: desde fines del siglo XIX –con la extensión de la energía eléctrica a los hogares- hasta la presidencia de Roosevelt en 1945 y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Preferí ahondar en la mirada literaria, más rica y con profusión de matices, que la versión académica que brindan los libros de historia.

II.

            El presente volumen se inicia antes de 1900 y concluye con el ingreso de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, en 1917. Para elaborar una suerte de landscape, una vista panorámica, Dos Passos convoca a un puñado de personajes cuyas historias comenzarán a entrelazarse con el paso de las páginas –y el tiempo-. Así, reúne en episodios independientes a un descendiente irlandés confiado en la revolución socialista; un joven apuesto que alcanza el éxito por medio de un matrimonio conveniente; un aprendiz de mecánico que se gana la vida haciendo reparaciones; una jovencita que se convertirá en secretaria y otra que logrará fama en el campo de la decoración. Son elementos que coalescen para configurar un friso de época.

III.

            Los personajes poseen un denominador común: las ansias de progresar y abandonar definitivamente las toscas familias de origen junto a la pobreza y estancamiento de los pueblos de los que provienen, intentando labrarse un futuro en una metrópoli. En aquel Estados Unidos se albergaban sueños de mejora y de movilidad social confiando en el esfuerzo personal y una dosis de buena fortuna. Las posibilidades de trabajo, las inversiones en la Bolsa o en la construcción, a más de los dividendos del incipiente desarrollo del petróleo como patrón tecnológico productivo, ofrecían buenas ocasiones para quienes se largaban en pos de una vida mejor.

IV.

           Lo remarcable del texto es su estructura. Dos Passos no sólo delinea a los protagonistas con características propias y únicas sino que, a través de relatos en paralelo, nos proyecta la vida de Edison o del propio presidente Woodrow Wilson y otros actores resonantes, a la vez que, bajo un parágrafo que se repite –el Ojo de la Cámara- recoge los titulares de los periódicos –de corrido y sin puntuación-, las estrofas de las cancioncillas de moda y el acontecer diario, para que el lector pueda componer una imagen de esa sociedad.

V.

            Con una pluma ágil e historias bien construidas, el autor nos allega una realidad social que ningún libro de Historia habría de presentar. La vida del hombre común, con sus afanes y sus debilidades, en un período promisorio. Para continuar leyendo.

lunes, 8 de abril de 2019

Inflexiones. Principio de incertidumbre, Ignacio Javier Olguín


Lamás Médula, 2017

I.

            Vi un suelto en una revista y llamó mi atención el título. Nada tiene que ver con el enunciado de Werner Heisenberg -el verdadero, no el de la famosa serie- según el cual es imposible determinar por completo el estado de un sistema –en realidad, no se pueden conocer con exactitud simultáneamente posición y cantidad de movimiento de una partícula-, con lo que, extendido al universo, indica que nuestro conocimiento resultará siempre limitado. Pero en cierta manera, hay un denominador común.

II.

            El libro se compone de una quincena de relatos en los que Olguín sugiere que todo puede ser de una manera, y terminar siendo de otra. Hay una exploración sobre esos momentos en que todo ha de cambiar –o no-, puntos de inflexión de historias cotidianas, brutales, violentas, tiernas o fantásticas, donde lo que se pone en juego son nuestras certezas sobre la continuidad.

III.

            Por sus páginas desfilan personajes y escenas propias de relatos de Borges, Cortázar, y Hemingway. Hasta se da el lujo de reunir en uno de ellos a Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik –un encuentro temporalmente casi imposible- o al propio Borges al cruzar una avenida. Algo de poesía mezclada con matices kafkianos, en medio de asesinato, violación, pesadilla, suicidio, enfermedad y otras situaciones límites, son la esencia del núcleo narrativo donde todo está por acontecer.

IV.

            Con un estilo directo, a veces descarnado y en otros, lírico, Olguín desgrana en menos de un ciento de páginas, pasiones humanas, fantasías, sueños y ficciones, donde campea la duda, la irracionalidad. Una obra que abreva en la larga trayectoria argentina de narrativa breve, con aportes externos y buena dosis de ingenio. Interesante propuesta.

miércoles, 3 de abril de 2019

Versión Original 21. En el mar de la intranquilidad. Libro del desasosiego, Fernando Pessoa


Emecé, 2005
       
             En esta ocasión, decidí rescatar el título de marras en virtud de la lectura de Antonio Tabucchi que me lo recordó. La presente es una reseña aparecida hace más de diez años en un espacio ya inexistente. Posee la frescura de quien está haciendo sus primeras armas en la reseña de ficción; aunque hoy, con mucha más experiencia y libros a cuestas, reescribiría gran parte de la misma. La dejo como tal, con minúsculas variaciones, de modo que sirva entonces como muestra de mi propia evolución lectora y escritora.


Cómo llegué al libro

          Una reunión con un amigo, café mediante, y el comentario de una profesora de Letras en una noche de sábado, me brindaron los argumentos necesarios como para encarar su compra y su posterior lectura, mas…
        No contento con lo que obtenía del seguimiento de las líneas, decidí consultar a alguien que había hecho un estudio más profundo tanto del autor como de su obra. Y mi desazón fue aún mayor.
            Porque si hubo en mi vida de lector una obra que me transmitiese tamaño desencanto, abandono y sin sentido, ha sido ésta. No por nada tardé un año en concluirlo. Si no hubiera estado bien conmigo, cualquier noche podía poner ‘The Wall’, de Pink Floyd, como fondo, y llevar el caño a mi sien apretando bien las muelas.
        Cada párrafo, inconexo con los demás, pueden leerse uno tras otro, o salteados, al mejor estilo de ‘Rayuela’, de Cortázar. De alguna manera, su lectura me recordó a un texto muy difundido en los años ’70, para el lector católico: Los cinco minutos de Dios, cuyas reflexiones eran independientes unas de otras, y cubrían el escaso tiempo (un viaje en bus, un recreo en la escuela) que uno les iba a dedicar. Pero aquel mensaje tenía algo de esperanzador; en cambio, éste es la encarnación de la desesperanza.

Qué destaqué
            
         Lo que une a todo el texto es un dolor metafísico. A Soares (el semiheterónimo de Pessoa; es decir, un Pessoa ‘mutilado’, como él mismo expresó) le duele la vida, la existencia. Como si todo el acontecer no tuviera sentido alguno. Por algo le llevó dos décadas escribir los fragmentos que lo componen, y entre medio se sucedieron hechos importantes. Nada menos que la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa.
          Para un hombre nacido ‘en los intersticios de la aristocracia y la alta burguesía’ de fin de siglo XIX, el desmoronamiento del orden y de la sociedad a la que pertenece, y la consiguiente masificación de la cultura, todo esto le resulta intolerable. No sólo se queda sin pasado, sino que además lo embarga un funesto pesimismo acerca del futuro.
            Es por eso que se refugia en la contemplación y en el ensueño; la propia soledad que conlleva la pérdida de sentido lo conduce a ello. No tiene importancia alguna realizar acciones de defensa; se está derrotado antes de empezar. Por otra parte, para mantener una vida decorosa en medio de la sociedad, Soares - Pessoa apela a mantener la fachada y encerrarse en el sueño, único lugar al que solo uno mismo tiene acceso, y donde pueden corporizarse todas aquellas ilusiones de gloria, de manera perenne y duradera, como forma de sorda lucha contra el hastío y la hostilidad al que  se ve sometido su mundo contemporáneo.
         Por último, la ponderación de lo estético tiene que ver con una contraposición a la modernidad y al utilitarismo, panacea de los bienes de la época, y la inacción se sustenta en la convicción de que, una vez realizada una obra, nunca será tan perfecta como la soñada.

Qué me dejó
            
        Por momentos me llenó de pesadumbre y congoja; en otros, no pude menos que reconocerle un estilo literario tan poético, que daban ganas de seguir padeciéndolo,

‘A mi, cuando veo un muerto, la muerte me parece una partida. El cadáver me impresiona como una vestimenta que se dejó. Alguien partió y no necesitó llevarse puesto ese uniforme único que hasta allí vistió.’

        No obstante la mezcla de melancólicas argumentaciones sociológicas, estéticas y filosóficas que componen este no-libro, junto a otras apreciaciones de índole personal y literaria, poseen cierto grado de validez,

‘Necesitar el dominio sobre los demás, es necesitar a los demás. El jefe es un subordinado.’

            Toda la obra está sumida en una tristeza infinita: la que supone el asumir la imposibilidad de alcanzar jamás el bien deseado y la pérdida de ideales, con lo que solo nos queda el tibio resplandor de lo ilusorio.

‘Te amo como al poniente o a la luz de la Luna, con el deseo de que el momento perdure, pero sin que de él sea mío más que la sensación de tenerlo.’

            Un texto tan colosal como el ‘Ulises’, de Joyce. Para tener en cuenta.