Emecé, 2005
En esta ocasión, decidí rescatar el título de marras en virtud de la lectura de Antonio Tabucchi que me lo recordó. La presente es una reseña aparecida hace más de diez años en un espacio ya inexistente. Posee la frescura de quien está haciendo sus primeras armas en la reseña de ficción; aunque hoy, con mucha más experiencia y libros a cuestas, reescribiría gran parte de la misma. La dejo como tal, con minúsculas variaciones, de modo que sirva entonces como muestra de mi propia evolución lectora y escritora.
Cómo llegué al libro
Una
reunión con un amigo, café mediante, y el comentario de una profesora de Letras
en una noche de sábado, me brindaron los argumentos necesarios como para
encarar su compra y su posterior lectura, mas…
No
contento con lo que obtenía del seguimiento de las líneas, decidí consultar a
alguien que había hecho un estudio más profundo tanto del autor como de su
obra. Y mi desazón fue aún mayor.
Porque
si hubo en mi vida de lector una obra que me transmitiese tamaño desencanto,
abandono y sin sentido, ha sido ésta. No por nada tardé un año en concluirlo.
Si no hubiera estado bien conmigo, cualquier noche podía poner ‘The Wall’, de
Pink Floyd, como fondo, y llevar el caño
a mi sien apretando bien las muelas.
Cada
párrafo, inconexo con los demás, pueden leerse uno tras otro, o salteados, al
mejor estilo de ‘Rayuela’, de Cortázar. De alguna manera, su lectura me recordó
a un texto muy difundido en los años ’70, para el lector católico: Los cinco minutos de Dios, cuyas
reflexiones eran independientes unas de otras, y cubrían el escaso tiempo (un
viaje en bus, un recreo en la escuela) que uno les iba a dedicar. Pero aquel
mensaje tenía algo de esperanzador; en cambio, éste es la encarnación de la
desesperanza.
Qué destaqué
Lo
que une a todo el texto es un dolor metafísico.
A Soares (el semiheterónimo de Pessoa; es decir, un Pessoa ‘mutilado’, como él
mismo expresó) le duele la vida, la existencia. Como si todo el acontecer no
tuviera sentido alguno. Por algo le llevó dos décadas escribir los fragmentos
que lo componen, y entre medio se sucedieron hechos importantes. Nada menos que
la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa.
Para
un hombre nacido ‘en los intersticios de la aristocracia y la alta burguesía’
de fin de siglo XIX, el desmoronamiento del orden y de la sociedad a la que
pertenece, y la consiguiente masificación de la cultura, todo esto le resulta
intolerable. No sólo se queda sin pasado, sino que además lo embarga un funesto
pesimismo acerca del futuro.
Es
por eso que se refugia en la contemplación y en el ensueño; la propia soledad
que conlleva la pérdida de sentido lo conduce a ello. No tiene importancia
alguna realizar acciones de defensa; se está derrotado antes de empezar. Por
otra parte, para mantener una vida decorosa en medio de la sociedad, Soares - Pessoa
apela a mantener la fachada y encerrarse en el sueño, único lugar al que solo
uno mismo tiene acceso, y donde pueden corporizarse todas aquellas ilusiones de
gloria, de manera perenne y duradera, como forma de sorda lucha contra el
hastío y la hostilidad al que se ve
sometido su mundo contemporáneo.
Por
último, la ponderación de lo estético tiene que ver con una contraposición a la
modernidad y al utilitarismo, panacea de los bienes de la época, y la inacción se
sustenta en la convicción de que, una vez realizada una obra, nunca será tan
perfecta como la soñada.
Qué me dejó
Por momentos me llenó de pesadumbre
y congoja; en otros, no pude menos que reconocerle un estilo literario tan
poético, que daban ganas de seguir padeciéndolo,
‘A mi, cuando veo un
muerto, la muerte me parece una partida. El cadáver me impresiona como una
vestimenta que se dejó. Alguien partió y no necesitó llevarse puesto ese
uniforme único que hasta allí vistió.’
No obstante la mezcla de
melancólicas argumentaciones sociológicas, estéticas y filosóficas que componen
este no-libro, junto a otras apreciaciones de índole personal y literaria,
poseen cierto grado de validez,
‘Necesitar el dominio sobre
los demás, es necesitar a los demás. El jefe es un subordinado.’
Toda la obra está sumida en una
tristeza infinita: la que supone el asumir la imposibilidad de alcanzar jamás
el bien deseado y la pérdida de ideales, con lo que solo nos queda el tibio
resplandor de lo ilusorio.
‘Te amo como al poniente o
a la luz de la Luna, con el deseo de que el momento perdure, pero sin que de él
sea mío más que la sensación de tenerlo.’
Un texto tan colosal como el ‘Ulises’,
de Joyce. Para tener en cuenta.