Cátedra, 1983
Aparecida
hace más de tres años en otro espacio, esta reseña refiere a un libro que yo he
valorado mucho al pasar el tiempo y otros textos. No se si hoy suscribiría parte
de estas líneas, pero he decidido mantenerlas para ser fiel al propósito de
respetar las impresiones extraídas al concluir la lectura.
Fue una de esas amables
coincidencias la que me condujo a él. Resulta que un amigo lector nombró una de
las obras de Hawthorne, editada en nuestra lengua por una reconocida casa
catalana, cuyo costo excedía lo sidéreo. Al ir en busca de un texto de Bowles o
de Berger -no recuerdo bien- en una tienda de libros usados, me topé con éste a
un precio mucho más que accesible y lo llevé. Lejos estaba de saber que esta
edición se hallaba agotada en las librerías locales aunque, por fortuna, hoy puede
encontrarse el título bajo otro sello. Esperó pacientemente su oportunidad y
aquí está.
La historia combina un delito de
usurpación, con una maldición que se propaga a través de las generaciones.
Comienza a mediados del siglo XVII con la disputa por un terreno en Nueva
Inglaterra que pertenecía a Matthew Maule del que es despojado solapadamente
por el coronel Pyncheon y en el cual éste funda su propia estirpe. Acusado de
brujería y colgado en Salem, el primero maldice al último, y es esta
imprecación la que se va transmitiendo cual herencia genética, a lo largo de
doscientos años.
Ambientada en una época cercana a
1850, Hawthorne compone un relato donde lo único que permanece en el tiempo –y
es el núcleo de lo que acontece en la narración- es esa vieja casona construida
por el coronel, con sus siete habitaciones, una chimenea central ubicada en la
sala principal, que se convierte en el centro de la casa, y en la que cuelga un
retrato de quien la fundara.
Pero no es solo la historia de dos
familias sino también, en gran medida, la de la emancipación americana, donde
el litigio territorial representa la lucha entre el colono, que se gana la
tierra trabajándola, y la madre patria, que otorga sus tierras a quienes la apoyan.
Plena de simbolismos, encontramos tres figuras femeninas –que responden a
sendas imágenes temporales- y una galería de personajes secundarios que, en ese
transcurrir, sostienen la indispensable veracidad de los sucesos, a la vez que
fortalecen la trama. Además, no está exento el carácter religioso de la lucha.
Siendo uno de los motivos por el que muchos ingleses abandonaran sus lugares de
origen, la novela detalla la mirada de una mayoría puritana acerca de su
sociedad.
En un estilo fluido y coloquial,
Hawthorne nos provee de un narrador que, por momentos, sólo es un espectador;
en otros, toma el curso principal del relato con el fin de hacernos reflexionar
acerca de los acontecimientos que han tenido lugar y disparar los nuevos. Es de
recordar que la historia con fantasmas y “brujos” -aunque sólo sean talentos
hipnóticos- han sido siempre del agrado del público anglosajón.
La necesidad de integrar las
visiones desemboca en una –si se quiere, trivial- historia de amor que se
vuelve capaz de unir ambos opuestos, como síntesis del pasado, dando lugar a un
futuro promisorio que deje atrás las disputas y permita el desarrollo de una
sociedad basada en la equidad, la democracia y ese “destino manifiesto” que
tanto se nos ha hecho conocer.
La presente edición consta de un
análisis que resulta excelente guía interpretativa, aunque sugiero leerlo a
posteriori. Es un buen libro, en el que la historia atrapa gran parte del
tiempo, pero tiende a caer en un costado sensiblero y romanticón hacia el final,
fruto –pareciera- de la necesidad de darle cauce a una esperanza en el porvenir,
tanto como de agradar al gran público.
No estoy segura de interpretar correctamente lo que dices del final de la novela pero me parece que sólo le falta la bandera norteamericana ondeando en su mástil...
ResponderEliminarEl final intenta ser superador de los opuestos, pero tiende a hacerlo de manera sensiblera y tibia. No se si le falta la bandera del Tío Sam, pero sienta la base del 'American way of life'.
EliminarUn beso, Agnieszka.
Es la misma impresión que tengo de este libro y de otros libros de Hawthorne, punto por punto y coma por coma. Muy valorado en EEUU con incontables adaptaciones al teatro y al cine pero no llego a conectar, me quedo con un " está bien" o " es un buen libro como tú dices pero me queda siempre una sensación de vacío. Trivial, como dices tú. Un abrazo.
ResponderEliminarLo que rescato es ese contrapunto entre el usurpador y el dueño del terreno y toda la simbología que incluye el entrar o salir de la casa. El resto, trivial, sin duda, Yossi. Mucho más hacia el final.
EliminarUn gran abrazo!
Aunque he visto comentarios de varios libros de Hawthorne no sé porqué no me animaba a leerlo, y acabo de entenderlo al leer tu reseña y el posterior comentario de Yossi. Creo que los comentarios que he leído lo que me transmitían es un poco eso, un "está bien, pero...", quizás esa trivialidad que mencionáis. No sé, no descarto leerlo, que yo soy muy cabezona ;)
ResponderEliminarBesos Marcelo!
Hawthorne tiene unos cuentos muy buenos; de hecho, 'Wakefield' sobresale y 'La hija de Rappaccini' también. En su momento, me había gustado el libro, siempre que dejara afuera ese final, entre trivial y trillado. Por lo demás, es buena lectura, Ana.
ResponderEliminarUn beso grandote!
Mira por donde, un libro de segunda mano de los pocos que dices comprar :))
ResponderEliminarNo he leído nada y anoto al autor para el futuro. Lástima ese final comercial, algo que me disgusta siempre cuando lo detecto.
Un gran abrazo!!
Sí, casualmente! Hawthorne está considerado uno de los 'padres' de la literatura norteamericana junto a Melville y Thoreau. Me gusta más como cuentista. Este no está mal, salvo el final, que le quita un poco de brillo.
EliminarUn beso grande, U-to!