jueves, 11 de abril de 2013

El club de los marginados. El corazón es un cazador solitario, Carson McCullers


Seix Barral, 2008


            Habíamos leído junto a Claudia ‘La balada del Café Triste’ y cada cual expuso su sentir acerca de él, en este mismo espacio. Ella tenía una edición antigua, aparecida en single. Mi versión, en cambio, es parte de una colección que reúne una serie de trabajos, de la que prioricé nuestro texto solamente. Pero me quedé con ganas de más Carson; entonces decidí leer ésta, su obra más reconocida.
            Ambientada en el sur de los Estados Unidos, narra las peripecias de la vida cotidiana de una galería de personajes locales, reunidos en torno a un (sordo)mudo, John Singer, quien no cuenta más que con su trabajo y la amistad con otro mudo, Spiros Antonapoulos, que sólo lo metía en problemas pero que le servía de lazarillo a la hora de ‘conversar’.
            También se encuentran Biff Brannon, propietario de un bar ubicado en la planta baja de su vivienda, con un matrimonio totalmente desgastado por el paso del tiempo; Jake Blount, un jornalero que intenta concientizar a los demás trabajadores de la necesidad de organizarse, sin éxito; Mick, una avispada nena de doce años, encargada de custodiar a sus hermanos menores; el doctor Copeland, un médico negro quien asiste a gente de su raza, totalmente despreciada, mas incapaz de integrar junto a él a sus hijos dispersos y un puñado de personajes que acompañan a éstos en su devenir. Mas todo gira en torno a Singer, protagonista –silente- de la historia.
            ¿Qué tienen en común todos los personajes de McCullers? Pertenecen a esa nebulosa clase de lo que llamamos ‘marginados’; eso sí, cada cual en su rol. Así, Singer es marginado por sus dificultades de comunicación –aunque puede escribir y darse a entender-; Blount es marginado por intentar algo que resulta un fracaso; Mick es marginada a conducir a sus hermanos, porque a su madre le resulta un fastidio; Copeland es marginado por asumir como propio el estigma de la raza negra –discriminada duramente en el sur del país- y Brannon es un infeliz que pasa su vida sin decidirse a tomar las riendas de los cambios que presume necesarios. De alguna manera, todos comparten una suerte de deja vu, de desidia y aquiescencia, un conformismo sedentario y aburrido, porque eso es lo que les ha tocado vivir.
            Yendo un poco más allá, el libro retrata la vida en los poblados sureños, donde conviven blancos y negros con la cálida brisa del verano y sus tardes sofocantes, sus días largos y abúlicos, alejados de la realidad de las metrópolis y su bullicio. Mas también es una historia que valora la amistad. Todo lo que Singer hace por su amigo Antonapoulos se debe a ese sentimiento profundo; por momentos, rayano en lo grotesco. Y la pérdida de ese amigo desencadena el final de la historia y de sus protagonistas.
            Un libro entrañable, con un estilo lento aunque ameno, donde la fluidez y sustancia se encuentra en los diálogos y no tanto en las descripciones. Buena ocasión para una lectura que se disfruta mucho.

Marcelo Zuccotti

sábado, 6 de abril de 2013

La infancia en el recuerdo. Conversación en Sicilia, Elio Vittorini


Gadir, 2007

            Últimamente se me ha dado por frecuentar literatura de origen italiano. Más que por decisión propia, han coincidido otras razones: comentarios, reseñas, novedades. Lo cierto es que en pocos meses he abordado un amplio abanico de propuestas.
            Del autor sabía poco y nada hasta enfrentarme con su obra. Miembro de lo que se ha conocido como neorrealismo italiano, Vittorini parece haber captado la esencia del horror de la guerra y del fascismo. En este sentido, el texto se vuelve una defensa de la libertad, preguntándonos hacia dónde nos conduce el futuro.
            Esta novela narra la historia de Silvestro, un joven en la treintena, casado, quien recibe una carta de su padre anunciándole su separación de su madre y sugiriéndole una visita a ella, después que aquél hubiera abandonado el hogar familiar hace quince años. Oriundo de Siracusa, en Sicilia, con motivo de un nuevo festejo del santoral de su madre, decide llevar personalmente la tarjeta que todos los años le envía desde Milán, su lugar de residencia. Preso de angustias varias, sin fe en su pareja ni en el futuro, Silvestro encara el viaje que lo separa de su pueblo natal.
            En el trayecto, entra en contacto con la realidad del pueblo hambriento, la sordidez e ignorancia en la que se encuentran sumidos, la desesperanza que abate a sus pobladores, que solo pueden vivir de lo que se cosecha y el acontecer del sur italiano e insular, con su calor abrasador durante el verano y la enfermedad de malaria o tisis.
            Al reencontrarse con su madre, surge entre ambos una serie de intercambios acerca de la historia familiar que le descubren una realidad totalmente diferente de la que él recordaba. Hay múltiples alusiones al padre, a la sociedad local y, particularmente, a la comida fatto in casa, que evoca una infancia de pobreza, mas de mayor alegría que la que siente Silvestro en su presente.
            Ambientada alrededor de los años cuarenta de siglo pasado, este retorno a sus raíces se acompaña de una serie de personajes locales que sufren por el ‘mundo ofendido’, un diálogo en el cementerio con el espíritu del hermano muerto en el frente y la toma de conciencia acerca de quién es él en una sociedad que ya no existe, que se ha desmoronado.
            Cuando al fin regresa, lleva consigo en su cabeza a todos esos seres con los que intercambió palabras, el recuerdo de su madre, la figura de su padre y de su hogar. Pero… ¿existieron realmente, o sólo fueron fantasmas en un sueño que una borrachera proporcionó? Este final abierto que remata el libro me ha parecido de lo más acertado. El lector se va de él con esa sensación de que todo puede no haber sido más que una ficción que el protagonista sufrió una noche, donde una multitud de respuestas personales afloraron a la consciencia en esta fina evocación de su infancia, después de tanto tiempo.
            De lectura amena, abunda en diálogos y respuestas repetitivas, que si bien afirman los caracteres de los personajes, por momentos lo vuelven un poco denso. La fuerza del relato se halla en la composición de los mismos, tanto como en la descripción del entorno geográfico. Combina elementos de Robinson Crusoe, de Las mil y una noches y de la Divina Comedia. Resulta interesante para llevar de viaje o leer en vacaciones.

Marcelo Zuccotti

lunes, 1 de abril de 2013

La memoria del emigrado. La ignorancia, Milan Kundera


Tusquets, 2009

            Hacía ya mucho tiempo que no abordaba alguna obra del escritor checo; por ello quise refrescar mi contacto con él. Máxime, porque mi experiencia con su literatura mantiene ciertos altibajos. Su afamada ‘La insoportable levedad del ser’ casi me resultó igual a la primera mitad de su título, aunque me fue mejor con ‘La vida está en otra parte’. La presente, no tan publicitada ni fácil de localizar en librerías, picó mi curiosidad.
            En principio, estamos en 1989. Irena emigró desde Checoslovaquia a Francia debido a la persecución política de su marido, Martin, hace ya veinte años. A la muerte de éste, formó pareja con Gustaf, un sueco separado de su familia, quien ha decidido desarrollar una nueva sucursal de la compañía para la cual ambos trabajan, en la ciudad de Praga, ahora que el comunismo ha caído. Empujada por su amiga francesa Sylvie, Irena encara el ‘Gran Regreso’.
            A su vez, Josef, un veterinario checo emigrado a Dinamarca, también viudo, decide volver a Praga por unos días para visitar a su hermano y a un viejo amigo que lo ayudó a escapar del régimen soviético. Así, Irena y Josef, cruzan sus caminos en el aeropuerto de París rumbo a Praga. Ella lo recuerda de una reunión que había tenido lugar antes de marcharse al exilio, mientras que él no puede reconocerla, mas entabla conversación seducido por su belleza. De allí en adelante, la asimetría del inicio marcará a esta relación, conjugándose  elementos comunes de un pasado en el extranjero y visiones bastante distintas acerca del rol de aquellos que regresan a su patria después de muchos años de ausencia.
            Lo fuerte de la narrativa de Kundera es, en esta ocasión –aunque siempre presente en toda su obra-, el sentir del emigrado, poco menos que un paria en cualquier lugar. El autor describe magníficamente su pesar: es, ante todo, aquel a quien se hospeda en un país de recepción, debido a un sentimiento de solidaridad y compasión, que pierde esa condición de refugiado apenas vuelve a su tierra natal, pero que está obligado a hacerlo. Por otra parte, los años de ausencia lo convierten casi en un ‘traidor’ por no haberse quedado –haber resistido- cuando el resto de sus vínculos –familia, amigos- sí lo han hecho. Incapaz de reinsertarse en su sociedad debido a la pérdida de una historia común,  y de adaptarse a las nuevas condiciones por desconocimiento de los códigos actuales, el emigrado se vuelve un fantasma que deambula en medio de una sociedad que le es extraña, irreal. Es esta pérdida de lo colectivo la que impide su regreso definitivo. Los únicos que pueden comprender su sentir son sólo aquellos que han pasado por lo mismo; una clase descastada, un visitante eterno.
            Encuentros que se transforman en desencuentros, el denominador común de los emigrados es su memoria. Es ella el último bastión que cobija la identidad, en donde se asumen como ser; pero es también la responsable de la consecuente melancolía de vivir en un pasado que ya no es y del peso de la culpa de haberse ido.
            Con la presencia de un narrador, junto a un puñado de personajes secundarios que añaden matices de la vida del exiliado en el exterior tanto como de los que no pudieron emigrar, Kundera construye un sólido relato. Fluido y descarnado, retrata literariamente como pocos una realidad social de la Europa poscomunista. Buen libro.

Marcelo Zuccotti

miércoles, 27 de marzo de 2013

La soledad, al cuadrado. Huir, Jean-Philippe Toussaint



Beatriz Viterbo, 2007

            Había salido una recomendación de este título en no se qué revista hace un par de años. Cuando anunciaron el lanzamiento de una nueva novela, recordé su nombre y busqué el libro anterior. Debo reconocer que la literatura francesa contemporánea es de mi agrado. Particularmente, en lo que concierne a la narración urbana. Por eso decidí su lectura.
            Este es un libro que plantea una dicotomía. ¿Cómo puede una pareja disociarse, de manera tal que mientras la mujer envía a su cónyuge a un viaje a la China – a encontrarse con un supuesto socio de ella-, que no es otra cosa más que un encubierto viaje de placer, se encuentre afrontando la muerte de su padre quien, por razones familiares y personales, habitaba la isla de Elba hacía varios años ya?
            Existe un notorio contrapunto entre ambos esposos. Mientras ella –Marie- se pasa los días en un hotel, encargándose del funeral de su padre, su marido –quien narra la historia- anda de un lado para el otro en medio de China, corriendo sus propias aventuras, sobre todo nocturnas. Por momentos, me recordaba esos films de acción y violencia ambientados en Oriente, al estilo ‘Lluvia Negra’.
            El desencuentro de la pareja es tan evidente que, en la escena del responso, donde sólo se conocen ambos cónyuges, con un montón de circunstantes alrededor –que sólo asistían a la misa habitual-, la soledad de ambos personajes es tan abismal que conlleva la ruptura en ciernes de la pareja. Por último, la secuencia final en medio del mar, el reencuentro de los protagonistas y el abandono hacia el llanto y la reflexión, me han parecido de lo más emotivo.
            No hay una gran historia; más bien hay un relato de grandes soledades, incompatibles y penosas, entre dos que poco tienen en común y quizás ya nada para decirse ni esperar. La soledad, esa protagonista silente, se ha adueñado del escenario.
            Ambientado contemporáneamente, el libro es fluido, ameno y se lee rápido. Sólo permite un par de meditaciones. ¿Hasta dónde se puede hacer frente a algo que ya dejó de ser significativo? ¿Cómo podemos decir adiós en circunstancias adversas? Una lectura para sacar provecho.

Marcelo Zuccotti

viernes, 22 de marzo de 2013

Un judío, entre la nostalgia y la ilusión. No tan distinto, Marcelo Birmajer



Norma, 2005

            No es uno de los libros más conocidos del prolífero Birmajer; más bien resulta uno de aquellos que ha pasado por las librerías sin pena ni gloria. De hecho, me costó encontrarlo. Yo sólo había leído un comentario –o un párrafo- sobre su contenido y quise indagar.
            Saúl Bluman es un comerciante judío del barrio de Balvanera –más conocido por Once- en Buenos Aires y a los cuarenta años de edad ha perdido a su querida esposa Berta, víctima de un accidente automovilístico. Al tercer año de duelo, decide recorrer nuevamente las costas de Israel, donde fue feliz junto a su cónyuge. Así se inicia una de las dos partes en que se divide esta novela, que tiene como epicentro las ciudades de Jerusalem y Tel Aviv. Hospedado por el hijastro de un primo a quien no conoce, dentro de una comunidad ortodoxa, alternando con noches de hotel, Saúl irá trasegando el dolor de su pérdida y el recuerdo de un pasado común con Berta, a la vez que se preguntará por la existencia de Dios y su propio sistema de creencias.
            Tiempo después, ya en la segunda parte del libro, con motivo de una entrevista que intenta capturar sus experiencias del viaje, destinada a un programa de la Colectividad, se vincula con su entrevistadora, Bea, iniciando una nueva relación que se consuma años más tarde. Debido a su cumpleaños, ésta decide invitarlo a descubrir Cuba -lugar que ella ya ha visitado-, junto al sol de las playas de Varadero y la calidez de La Habana. En pleno disfrute del amor, conoce a un personaje prófugo de la Justicia, capaz de volver los muertos a la vida. Al ayudarlo a escapar de la isla, en compensación materializa nuevamente a Berta, quien sostiene una charla con Saúl, antes de desaparecer para siempre. A partir de aquí, Saúl se libera de la nostalgia y se dispone a profundizar su relación con Bea.
            Con un texto fluido y ágil, Birmajer compone al típico judío no practicante, que se debate entre el gnosticismo y la fe de sus ancestros. Por otro lado, nos presenta la emotividad de su protagonista, tironeado entre la melancolía por el amor perdido y la ilusión del hallazgo de uno nuevo. No se por qué, pero Saúl me recordó al Yasha de “El mago de Lublin”, de Isaac Bashevis Singer, reseñado en este espacio. Como si hubiera habido una reelaboración del personaje y una adecuación a la narrativa. Si bien se acude a elementos más propios del género fantástico, esta corta novela se lee fácilmente, dejando un sabor dulzón y esperanzador.
           
Marcelo Zuccotti

domingo, 17 de marzo de 2013

Fantasmas a la hora del te. Mil grullas, Yasunari Kawabata



Emecé, 2010

            Ya son varios los títulos de este autor japonés que he visitado y debo reconocer que nunca deja de sorprenderme su talento descriptivo a la hora de crear atmósferas. Seleccioné este libro porque se lo signa particularmente entre lo más representativo de su estilo literario y coincide con una nueva reedición que la casa editora brinda a sus ansiosos seguidores, después de años de ausencia en las librerías.
            En esta ocasión, Kawabata desarrolla el clásico triángulo amoroso utilizando la tradicional ceremonia del té y toda la simbología de sus célebres tazones. Kikuji Mitani, hijo de un acaudalado señor, es invitado a una de estas ceremonias con motivo de cumplirse el cuarto aniversario de su defunción. Con poco más de veinte años, Kikuji es persuadido por una antigua amante de su padre, Chikako, a fin de presentarle a la joven Inamura, una muchacha de belleza sensual a quien considera adecuada para ser desposada por el casadero Kikuji, sobre quien pretende influir. Mas aparece un contratiempo; la viuda señora Ota, acompañada de su hija Fumiko, se hacen presentes –sin ser invitadas- en la reunión y amenazan con desbaratar el plan urdido por Chikako.
            Así, se nos hace saber que el difunto señor Mitani, muy amigo del señor Ota, desplazó de sus atenciones a Chikako en beneficio de la señora Ota, al haber enviudado ésta –puesto que ella y su pequeña hija no tenían cómo enfrentar la vida-. Por despecho, Chikako ha maltratado y despreciado a la señora Ota, alertando a la esposa del señor Mitani.
            Kikuji –un joven voluble e inexperto-, al concluir la ceremonia es abordado por la señora Ota quien, dado el parecido físico con su padre, confunde el ayer con el hoy, y la evocación de esa relación con el ausente los conduce al sexo. A partir de allí, las mentiras, los celos y un brutal sentimiento de culpa en cada uno de los protagonistas, se alternan con el carácter hereditario de los cuencos, capaces de hablar por sí mismos como testigos silentes del pasado inmediato, todo ello dispuesto en un brumoso escenario de posguerra, propicio para que los fantasmas de los muertos sobrevuelen continuamente el relato.
            Como siempre, la novela de Kawabata se resuelve trágicamente hacia las páginas finales. La desesperanza, los remordimientos, la codicia y el sacrilegio de deshonrar la memoria de los que ya no están, no pueden alcanzar otra conclusión.
            Con un estilo minimalista, enfocado en el desarrollo de la psicología de sus personajes, y una trama sólida, Kawabata se las ingenia para hacernos partícipes de su desencanto, su desazón por la pérdida de un glorioso y ancestral pasado histórico y su rechazo a la modernidad japonesa en la que discurrió sus últimos años. Recomendable.
            Marcelo Zuccotti

martes, 12 de marzo de 2013

El juego del gato y el lector. La interpretación de un libro, Juan José Becerra


Candaya, 2012

           Un matutino local había hecho el comentario de este libro –que tiene a una lectora como coprotagonista- un domingo en su página central, cuando aun esta edición española no había arribado a nuestras costas. ‘¡Vaya!, debe ser interesante’, me dije. Apenas tuve noticia de su llegada, lo fui a buscar –hipotecando parte de mi vivienda, dicho sea de paso-.
            Mariano Mastandrea es un escritor que ha publicado una novela titulada Una eternidad la cual, por razones de índole comercial, de marketing o simplemente de oferta y demanda, ha terminado sus días en una mesa de saldos de nuestra Avenida Corrientes, famosa tanto por sus librerías como por sus salas de espectáculos. Entre decepcionado y molesto, Mastandrea se pasea diariamente por allí como por el resto de la ciudad, intentando descubrir a alguien que esté leyendo su libro para tener su opinión. Recorre distintos barrios y parajes por este motivo, rayano en la obsesión, hasta que un día, en una línea de subterráneos, da con una joven y bonita mujer que porta en sus manos un ejemplar del mismo. La persigue y aborda en un banco del Jardín Botánico cuando ésta se dispone a leer, sin más presentaciones que la de ser el autor del libro y querer saber por qué lo lee. A partir de allí se entabla una relación entre escritor y lectora, que se convierten en pareja. Al menos, mientras Camila Pereyra –conocida como ´La loca de los libros’- concluye con la lectura de la novela.

Becerra en Plaza Sarmiento, San Martín de los Andes, Neuquén, Argentina

            Lo interesante del texto es cómo Becerra entrelaza la ficción y la realidad de ambos personajes, haciendo continuas alusiones al libro de Mastandrea, de manera que las personas físicas terminan siendo personajes de la narración. Por otra parte, demuestra admirable ejercicio en la composición de sus psicologías, pues a un autor depresivo y ensimismado, que solo cree en el fracaso como destino del arte, le contrapone una lectora crítica que vive con sus padres, desprejuiciada y obsesiva, quien sólo ve por -y a través de- la literatura, último bastión de una realidad efímera y banal.
            Becerra también hace uso del arte en beneficio del texto, incluyendo el análisis de una serie de cuadros de Edward Hopper en los que las mujeres leen –o hacen que leen-, con los que Camila decide decorar el departamento de un ambiente y escasa ventilación en el que vive  Mastandrea. Así, le confiere al relato mayor profundidad y riqueza, pues los va vinculando con lo que sucede entre sus protagonistas.
            Finalmente, el estilo coloquial de la narración, unido a su dinámica ágil y amena, hacen del libro una lectura entretenida que no elude reflexiones filosóficas sobre la literatura, el arte, el amor y el placer. Y deja abierta la puerta para el debate –eterno- sobre quién resulta más importante: quien lee o quien escribe.

Marcelo Zuccotti