domingo, 16 de octubre de 2011

Una sabia soledad. Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal



Ediciones Destino Áncora y Delfín, 1990

     Deambulando por las redes sociales con el fin de encontrar algo interesante para leer, me topé con el título Una soledad demasiado ruidosa. Algo dentro de mí se accionó, puesto que empecé a averiguar sobre ella, alcanzando ese grado de excitación que poseo cuando me enfrento a los estantes repletos en una librería: espero que algún libro me agarre del cuello y me suplique que lo lleve. Eso fue exactamente lo que me ocurrió: este libro quería que lo comprase. Además, confieso que todo aquello que tenga relación con la soledad se halla entre mis temas favoritos de lectura; es que debe haber algo que despierta en mi una fuerza interior que logra que yo deje de ser yo, desarmándome por completo y dejándome rendida a los pies de las descripciones más nimias de la cotidianeidad, tal como me sucedió al leerlo.
     La obra pertenece a una vieja edición de Áncora y Delfín. La cubierta color celeste pastel se acompaña de un dibujo que semeja un barco moviéndose en altamar luchando al andar contra grandes olas, pero que, en realidad, es una figura construida por pedazos de una ciudad; un rompecabezas armado, con sus partes pegadas desprolijamente unas sobre otras, como si el tema central sólo fuera eso: una soledad construida por situaciones aisladas, inconexas, superpuestas gracias al relato del protagonista.
     Es una obra poética de lo más deliciosa, exquisita desde la primera hasta la última página. Ordenada en capítulos, con pocas comas y algunos puntos, en ella Bohumil Hrabal se desliga totalmente de los párrafos; pero, ¿para qué los querría?, ¿para despedazar aún más la soledad?
     Una soledad demasiado ruidosa transcurre en un subsuelo solitario, húmedo y oscuro, donde se mezcla el bullicio de las ratas, corriendo por las alcantarillas, junto a la sordidez mecánica que emite el ruido monótono de la máquina de prensar papeles. El estilo narrativo resuma tanto realismo, que se transpira una pastosa humedad en la que el amor por los libros traspasa el papel, trepa por las piernas y se apodera del lector, que puede palpar la angustia del personaje con la misma sensación táctil que brindan los granos de azúcar entre los dedos. Además, trasmite percepciones a través de imágenes cinematográficas y metáforas poéticas dejándole anonadado, con la boca abierta, tanta es la poesía contenida -que se halla reunida en pocas páginas, pero con un valor inmenso-.

"Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos.”

      Así comienza el relato de este escritor checo, que bien podría interpretarse como una carta dirigida a los lectores -con el objeto de generar conciencia sobre la importancia de la lectura- tanto como ser parte de un diálogo que el protagonista mantiene interiormente consigo mismo. Es la historia de Haňt’a, un hombre que adora el trabajo, se desvive reproduciendo paquetes prensados como si fuera una obra de arte de Piccaso, Klimt, Cézanne, Monet y que se pone contento cuando llena la propia cartera de libros para descubrir luego, en su casa, algo más de lo que él es. El trabajo para Haňt’a representa un calmante para aliviar el alma; es el alimento para apaciguar el hambre que despiertan tantos y tantos libros prensados y tirados a la basura. De todos modos, dice de ellos:

“…porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.”.

     Es un libro para aquellos que disfrutan de la profundidad de las palabras, de la soledad y de la sencillez de lo cotidiano.                                                    
 
Claudia Perez

3 comentarios:

  1. muy buweno tu coemntario. me dieron ganas de leerlo

    ResponderEliminar
  2. Me encantó este librito que leí hace como diez años, creo. Cada tanto vuelve a mi la imagen de ese viejito compactando libros junto a ratoncitos... preciosa novela

    ResponderEliminar
  3. Valeria,
    Si la verdad que es una hermosa novela, llena de poesía que desborda el libro y cada tanto ese viejito me visita y me deja alguna que otra frase...

    Gracias por comentar!
    Besos!
    Claudia

    ResponderEliminar