De Bolsillo, 2007
Agobio. Es la primera palabra que viene a mi cada vez que leo a esta austríaca que no quiere salir de su casa. Agobio, resignación y soledad infinita. Como si todas las mujeres que encarnan sus personajes principales no pudieran acceder más que a maneras distintas de sufrimiento y displacer, y sólo a eso estuvieran condenadas. Sentí lo mismo cuando leí otro título suyo, “Deseo”, un libro que la mayoría de mis amigos no pudo superar más allá de la página 40.
En una atmósfera sórdida, Erika Kohut, una concertista frustrada, convertida en profesora de piano por la necesidad de sustento, vive junto a una madre omnipresente y vigilante. Esa mujer, que está cercana a la cuarentena, es controlada todo el tiempo por su progenitora que se desvive por ella a la vez que cuida y sobreprotege. Es una suerte de matrimonio establecido entre ambas a lo largo de los años. De hecho, comparten el cuarto y la cama. En esta situación particular, se hace presente un alumno diez años menor, que se enamora perdidamente de su maestra. Este hecho singular, al que no está acostumbrada, dispara en Erika una oportunidad para dar rienda suelta a aquello que anida en su interior; la unión del amor al dolor. Así, la falta de sensibilidad de la maestra, junto a la necesidad de saciar el ego por parte de su joven alumno conduce a ambos hacia una situación que tiene más de desencuentro y masoquismo que de amor y libertad.
La ausencia de comunicación, la imposibilidad de establecer una relación madura que les permita un canal de expresión apropiado será el denominador común en el desarrollo de la novela. Los torturados personajes viven una realidad opresiva, que solo puede ser canalizada en la violencia hacia el otro y hacia uno mismo.
No es un libro fácil de leer, mucho menos de tolerar, pues a la carga que supone un fondo de estrechez y agresión no siempre contenida entre madre e hija, habrá que agregar el aporte que un joven bien pagado de sí mismo hará a la hora de su máxima frustración en el ámbito sexual.
Con frases cortas y directas, Jelinek se las ingenia para adentrarnos en una escena de sadismo sin ambages e indolencia dosificadas por igual, donde lo importante no es la expresión de lo que se dice sino lo que se vive. Una carta será el elemento disparador de una mala interpretación, que desencadenará así los hechos finales. El sentimiento de autodestrucción surgirá, entonces, como una desgarradora vía de escape para dar cauce a un amor no correspondido.
Difícil y denso, resulta sólo recomendable para lectores curiosos, que deseen incursionar en la propuesta literaria de esta autora.
Marcelo Zuccotti
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