Losada, 2010
El
quinto volumen de esta narración relata sólo los detalles de la relación de
Marcel con su tan amada como detestada Albertine Simonet, protagonistas de una
relación que se debate entre el odio y el amor de forma tormentosa,
intempestiva y, por momentos, dolorosa.
El narrador sabe perfectamente que
su amada le miente descaradamente, que no existe una Albertine sin mentiras.
Sin embargo, intenta rescatarla de lo que él considera su afición a otras
mujeres. Para ello, le propone irse a vivir a su casa, en ausencia de sus
padres quienes, por diversos motivos –visitas y desempeños varios- deben
ausentarse de la misma. Su madre no aprueba esta situación, como tampoco su
relación con la joven, e intenta influir a través de cartas pero conociendo la
naturaleza enfermiza de su hijo, no tiene más remedio que dejar que las cosas
fluyan.
Al ofrecerle a Albertine vivir junto
a sí, Marcel procura alejarla de su necesidad de dar curso a su naturaleza
lésbica, con lo cual se prodiga en múltiples actividades en las que ambos
puedan participar –de manera de ocupar su tiempo e impedir cualquier encuentro
furtivo-, o bien, que alguien pueda controlar las salidas de su amada cuando
ésta realiza actividades personales. Lo que tarda en advertir es que quienes se
hacen depositarios de ese control, bien podrían entrar en complicidad con ella
–como lo reflejan los diálogos y meditaciones personales hacia el fin del
libro-.
Yendo a la novela en sí, es fantástico
el desarrollo y evolución de cada uno de los personajes, apoyados en una
puntillosa construcción psicológica de cada uno. Así, el título de esta parte
obedece a que Albertine se encuentra prisionera de Marcel, puesto que no posee
libertad suficiente para satisfacer su elección sexual; pero, al mismo tiempo,
también Marcel es esclavo de la situación, al no disponer él mismo de su libre
albedrío, teniendo que compaginar actividades sociales y salidas varias con el
objeto de obstaculizar esos posibles encuentros. Por eso, concluye en que todo
se ha vuelto un despropósito y lo mejor será dejarla en libertad de acción.
Pero esa posibilidad es tan dolorosa como proseguir en la mentira; Marcel lo
sabe y debe decidir.
Respecto al estilo literario, sus
descripciones de sentimientos y circunstancias siguen siendo maravillosas, como
lo demuestra el siguiente párrafo,
‘Podía sentar a Albertine
en mis rodillas, tener su cabeza entre mis manos, podía acariciarla y pasar
largamente mis manos sobre toda ella, pero, como si manipulara una piedra que
encierra la saladura de los océanos inmemoriales o el rayo de una estrella,
sentía que sólo tocaba la envoltura cerrada de un ser que por el interior
accedía al infinito.’
En virtud del equilibrio y
coherencia interna del texto, del acabado análisis de la naturaleza humana que
vierte a través de sus líneas, del estilo algo pomposo pero siempre poético con
que narra las alternativas del amor/odio y la solidez de sus comentarios, éste
volumen merece estar entre los mejores de tamaña empresa, al igual que el
primero.