viernes, 3 de febrero de 2012

La tranquilidad de quien nada sabe. Corazón tan blanco, Javier Marías


Alfaguara, 2009

           Muchas fueron las almas que me lo recomendaron; por eso lo compré y estuve macerando un par de años. Al final, me decidí a leerlo porque su prosa me sabe a certezas.
            El padre de Juan Ranz –homónimo al protagonista, quien cuenta la historia en primera persona- se ha debido casar tres veces para que la existencia del narrador tuviera lugar. El primer matrimonio se mantiene en el más absoluto desconocimiento. Del segundo, sólo se sabe que fue efímero. Bastó con volver del viaje nupcial para que su flamante esposa decidiera suicidarse en plena reunión familiar –estando él ausente-. La hermana de la occisa, al poco, decidió convertirse en mujer de ese hombre desconsolado y darle nacimiento al personaje que relata.
            Con el transcurso del tiempo, el hijo ha elegido pareja con quien casarse y pasar su luna de miel en La Habana. No está muy convencido de la conveniencia de su cónyuge, tanto como de haberla seleccionado. Una vez en Cuba, una mujer local, al verlo en el balcón, le confunde una noche con alguien a quien ella esperaba. A partir del reclamo, se disparan sensaciones, hechos, anécdotas y un repaso del porqué del ser de nuestro protagonista.
            Secretos, medias palabras, asesinato e instigación, son parte del universo de este relato de Marías, lleno de subterfugios, meandros, pliegues y extensiones que dan cuenta de una imaginación febril, a la vez que denotan su conocimiento acerca de aquello que anima el alma humana. ¿Qué es la vida sin pasión?, ¿cómo dar cauce a una necesidad de proyección?, ¿cuánto estamos dispuestos a soportar las consecuencias de lo que ya consideramos una mala elección? Pues de esto se trata esta historia. Una relación mal avenida entre padre e hijo; una nuera como elemento desencadenante del pasado y todo aquello sobre lo que nunca preguntamos ni nunca quisimos saber, se nos desmorona encima, como quien abre la puerta de un desván atosigado de cosas que esperan nuestra decisión, y nos sepultan apenas abrirlo.
            Para el autor, a veces resulta preferible mantenernos en la ignorancia más supina de aquello que nos es inherente, pues el hecho de hacernos conscientes nos compromete a tomar parte o volvernos objeto de la más acérrima crítica.
            Bien narrado, coloquial y fluido, las páginas se recorren casi sin hesitar. Si bien la trayectoria tiene algo de zigzag, lo cierto es que la prosa es contundente y reflexiva. Basado en palabras de Macbeth, resulta una excelente lectura para meditar acerca de nuestras decisiones y las consecuentes responsabilidades a afrontar.
           
Marcelo Zuccotti

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