Colihue, 2008
Una profesora de Letras me sugirió el año pasado leer a Stendhal y luego a Flaubert, para comparar no sólo los estilos, sino cómo se modificaba la literatura a partir del último. Yo ya había incursionado en los relatos de éste, pero no había hecho frente aun a un trabajo tan minucioso como colosal. No por nada le llevó más de cuatro años escribirlo.
Si se quiere, la historia de una joven provinciana enamoradiza, fantasiosa e ingenua, cuya única pasión es beber el amor –¡la vida!- a raudales, hasta sus últimas consecuencias, resulta si no trillada, previsible. Pero el arte de Flaubert se manifiesta completamente en los detalles con los que va componiendo sus personajes. Un hombre sin grandes luces pero con aspiraciones sociales –Bovary- toma por esposa a Emma; un boticario servicial, a la vez que pedante, ambicioso y bien pagado de si mismo –Hommais- y el entorno que brinda una sociedad conservadora y pacata, que no escatima en aburrimientos varios, es el escenario indispensable donde se suceden los distintos adulterios, mentiras y engaños que conducen al trágico desenlace de la protagonista.
Pero no es una novela simple. Desde la construcción de los personajes hasta los objetos de los que se vale Flaubert para describir cada una de las escenas están pensados cabalmente. Así, a medida que las cosas se humanizan, las personas se deshumanizan, hallando una paridad tan representativa como inquietante. Por momentos, Emma asume el rol masculino al tomar decisiones trascendentes, y una gran cuota de rebeldía no disimulada hacia la sociedad tradicional se hace presente en todo el texto. El gesto final de la ruptura de la carta de renuncia al amor, después de haber disfrutado durante horas de su propia sexualidad -¡en un carruaje!- con aquel a quien estaba destinada es, de por si, la imagen más elocuente de que no se puede luchar contra la pasión que anida en nuestros corazones.
Yendo a su estructura, el uso de los tiempos verbales va definiendo lo que el autor ha diseñado sobre cada hecho, y el paso de un narrador que describe en detalle, a un relator inmaterial o a otro que filosofa sobre el acontecer –en todos los casos, adecuado para mantener el ritmo que, por otra parte, no es homogéneo, puesto que, por momentos, se lentifica e inmediatamente se acelera-, aporta un estilo propio a quien se lleva del lenguaje para provocar las reacciones del lector, sin dejar de mantener la coherencia del texto.
Párrafo aparte merece el uso del estilo indirecto libre, del que Flaubert hace uso y abuso para pasar del mundo exterior al interior, muchas veces valiéndose de la pregunta retórica. Un recurso magistral en manos de quien lo ejerce con maestría, que varios autores contemporáneos han copiado y utilizado hasta el agotamiento.
Por todos estos elementos, pero también por plantear una realidad social, donde se cuestionan la individuación, los alcances de la maternidad, los prejuicios puritanos y el ejercicio de la plenitud del gozo sexual –aun a expensas de los costos que estos conllevan-, es un libro con múltiples planos de análisis, tanto como de enseñanzas. Recomendable ciento por ciento.
Marcelo Zuccotti
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