DeBolsillo, 2009
Este
segundo libro amanece en octubre de 1916 y se extiende hasta principios de 1918
(sospecho que hasta la firma del armisticio Brest – Litovsk, que puso fin a la participación
rusa en la Primera Guerra Mundial, con considerables pérdidas territoriales
para ésta). Consta de dos partes. La primera de ellas, la Cuarta Parte de la
obra general, aborda no sólo el desempeño de su protagonista, Grigori Mélejov,
en el frente ruso sino también el comienzo del descontento de un ejército mal
pertrechado, la militancia bolchevique –que profundiza aún más ese descontento-,
la destitución del zar en Febrero de 1917 y el ascenso de Kerenski al Gobierno
Provisional.
En la Quinta Parte, Shólojov no deja
pasar la oportunidad de incluir a su protagonista en el estado deliberativo de
la tropa respecto de las desavenencias entre Kerenski y Kornílov, a la sazón Comandante en Jefe, y
la creación del Ejército de Voluntarios –que se unirá posteriormente al
contrarrevolucionario Ejército Blanco tras el fallido intento de golpe de
Estado-. Además, los cosacos regresan a casa y se dividen en dos bandos: uno,
partidario del ejército bolchevique y otro, inclinado hacia la independencia
cosaca, con intención de resguardar solo las fronteras de los territorios del Don.
Por no tener que elegir entre su familia o su amante, Grigori Mélejov decide
quedarse con los bolcheviques, con quienes termina también desilusionado.
Con otro puñado de personajes
secundarios que aparecen para incluir nuevas historias y desaparecen como parte
de la continuidad narrativa, Shólojov nos muestra cómo va cambiando la
percepción de la guerra, primero internacional y luego civil rusa, en la mente
del labrador rural. A medida que transcurren las páginas, se hace más evidente
el despropósito de combatir en una lucha entre hermanos y la necesidad de
alcanzar la paz a cualquier precio, para volver al hogar.
Mélejov encarna, así, al labrador
que sufre un debate interno. Por un lado, él mismo pertenece a una familia de
pequeños propietarios rurales de tierras fértiles; por el otro, comprende la
necesidad de que cualquiera debiera tener acceso a una parcela de tierra con la
cual poder sobrevivir. Es esa duda sobre el sentido de pertenencia la que
conduce el vasto relato. No le convencen ni la defensa de los intereses
latifundistas –el motivo principal del Ejército Blanco-, ni tampoco la colectivización
de tierra y bienes que proponen los bolcheviques en el poder.
Haciendo gala nuevamente de un
estilo directo y coloquial, Shólojov nos traslada a la triste realidad del labrador –u
obrero- devenido militar, con responsabilidad sobre la vida de sus hombres, sin
eludir el horror de la guerra, la miseria del saqueo a los vencidos y la crueldad de los fusilamientos
sin juicio. Un volumen menos fluido que el anterior pero tan realista como
aquél.
Estos no son para mí aunque leo las reseñas con el mismo interés y de paso siempre aprendo algo.
ResponderEliminarBesitos marineros
Ya sabes que en este año soplan aires rusos por estas velas -y he de ser consecuente, vamos-.
EliminarPodría señalar que mantiene cierto carácter de epopeya tolstoiana, aunque con otros matices.
No importa que los dejes pasar. 'Lee; lee, que algo queda' dijo alguien... hmmm... era algo así... creo.
Besitos con dudas, Capitana.
Es la historia de todas las guerras. La diferencia es que la rusa cambió el mundo al menos unos 70 años. Lo curioso de la novela rusa en europa occidental( en occidente en geeneral)es que siempre llega la de los derrotados (o casi siempre) a diferencia del resto de las literaturas...cosas de la guerra fría ...;)(sí lo sé soy malo jajja)
ResponderEliminarun abrazo
No será éste el lugar, pero sería interesante debatir contigo si ese cambio aparejó progreso o atraso, Wine. Sobre todo, a juzgar por lo narrado por Alexéiev ni bien cayó el mundo soviético.
EliminarShólojov ha sido muy inteligente. Figura prominente del oficialismo stalinista -cooptado, sospecho yo- se las ha ingeniado para novelar una parte de la historia rusa, en favor de los cosacos del Don.
Imagino que el Gran Hermano Soviético, aún en su tumba, debe albergar justas dudas de no haberlo mandado a Siberia, ja, ja.
Un gran abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarEsto de tomar diazaepan...(estoy atontado) jaj perdón donde quise poner la historia de los vencedores, puse de los derrotados. En cuanto al cambio, pues es como todo, la dialéctica comunismo capitalismo, al menos permitió el avance de la industria armamentista :)Y la aparición del colmo del capitalismo, el neoliberalismo, la no intervención del estado (todo lo contrario que el comunismo) solo interviene el estado si dichos liberales pierden dinero (intervienen bancos y cosas así) luego ya, los ricos son más ricos y nosotros más pobres. En eso se quedó el comunismo...Ahora no mandan a Siberia te mandan a la miseria o al Mediterraneo en barcazas.. nada cambia querido Marcelo, nada cambia..
Eliminarun abrazo
Veo con cierto júbilo que tú, Utopía y yo estamos parados en la misma orilla política.
EliminarPuesto a reflexionar, me pregunto si con todos estos periféricos sudamericanos -entre los que me cuento-, al arribar a vuestras costas... ¿aceptarán nuestras barcazas cuando éstas lleguen a Libia o a Marruecos, en una suerte de refugiados al revés? Ja, ja. Seguro que tampoco.
Un abrazo, y cuídate del diazepam.