I.
Me dejé llevar por una propuesta y
por una sensación. La primera obedecía a un grupo de lectores que compartiría
este libro durante el pasado mes de febrero. Quien inclinó a su favor la
adquisición y su lectura ha sido una reseña aparecida a principios de ese mes
en un periódico local, donde se hablaba de Ámsterdam y de un cuadro sobre los
hermanos De Witt. Tras la lectura de otra novela que se ambientaba allí y que,
asimismo, trataba de una pintura, decidí darle curso.
II.
Milton viaja de Buenos Aires a
Ámsterdam porque Rut, su pareja, ha conseguido una beca en el conservatorio de
allí. Él no tiene demasiadas opciones: debe aprender el idioma, su trabajo como
periodista free lance está en declive
–con cuestionamientos de todo tipo-, y aún le cuesta adaptarse a las leyes del
lugar donde vive: un país en serio, donde las normas de convivencia se respetan
a rajatabla, so pena de incurrir en delito –aunque sólo sea por no echar la
basura debidamente-.
III.
Esta novela que, imagino, recoge las
experiencias del autor -que ha vivido en aquella ciudad durante cierto tiempo-,
está narrada en primera persona y las peripecias de la vida cotidiana en un
lugar que desconoce, del que es ajeno y al que se tiene que adaptar, son parte
del contenido. El otro, son las andanzas del propio Milton tratando de
minimizar los gastos y entablar relaciones con el entorno.
IV.
Párrafo aparte merece el cuadro de
Jan de Baen sobre los hermanos De Witt. Otrora campeones en la defensa del
bienestar neerlandés, caen en desgracia merced a una guerra anglo francesa que
les quita beneficios y el renombre; el propio pueblo –simpatizante de su
oponente, la Casa de Orange- decide lincharlos y cometer horrores con sus cuerpos.
No queda clara la alusión entre la pintura y la situación de Milton –quien
narra los detalles de la historia-, si es que el vínculo existe, pero la obra
de Baen resulta por demás tan macabra como elocuente.
V.
Con una prosa bien llevada, Capelli describe con cierta agilidad los problemas que conlleva el radicarse en una tierra extraña, con otra idiosincrasia –respetuosa de las leyes y de los derechos ajenos, como no existe en esta tierra- y sin manejar el idioma, una falencia que debe ser subsanada en breve, so pena no solo de restringir las oportunidades laborales sino, además, de caer en la sospechas de todo vecino que ve en cualquier extranjero un foco de problemas. De estilo fluido y coloquial, la novela se lee fácilmente.
Pinta interesante. Me gustan estos relatos de experiencias en otro lugar que no es el tuyo y que normalmente nunca llega a ser tuyo. La adaptación y a la vez el impulso de querer mantener tus costumbres. Tiene posibilidades.
ResponderEliminarBesitos pacíficos
Las peripecias de Milton en tierra extraña también hablan de cómo es la realidad del emigrante respecto de sus propias expectativas (generalmente, tan idílicas como ilusorias). Es una novela fluida, Maja.
EliminarBesitos esperanzados.
Los holandeses son un pueblo extraño, su desprecio por loa primeros momentos de la pandemia en los paises del sur(Italia, España, Portugal, Grecia..) que luego se volvió em contra suya, manifestó un pueblo prepotente, extraño , con cierta consideración por lo superfluo antes que lo importante. Se pierden en eso.
ResponderEliminarSi aparece por aquí leeré la novela
Gracias Marcelo
Cuidaye
Sospecho, Wine, que lo que le ocurre al protagonista bien podría valer para cualquier país con apego por las normas de convivencia y respeto por el prójimo, algo que, como ya debes saber, los argentinos no tenemos incorporado. Es decir, no solo con los neerlandeses, por más que tú señales que son extraños. Si la ves por allí, dale una oprtunidad.
EliminarUn abrazo, Maestro!
Hace poco que he leído historias de emigración(dentro del país y a otros países y también épocas distintas con sus particularidades). Sería esta una forma estupenda de complementarlo. Además, unos vecinos míos vivieron allí un tiempo y me cuentan historias de entonces. Yo he estado de turismo, pero es tan distinto....
ResponderEliminarUn abrazo Marcelo.
Lo que narra el autor es el choque de las idiosincrasias, Ana; no tanto los efectos del desarraigo y extrañeza. Los argentinos (por no globalizar a Latinoamérica) no tenemos apego por las normas: rara vez cruzamos las calles por la senda peatonal; los ciclistas no respetan las señales viales; la basura se deposita en cualquier momento, nunca dentro del horario sugerido y solemos firmar leyes y acuerdos de toda índole con presteza y alegría, en la convicción de que no habremos de cumplirlos. En suma, solo podemos (sobre)vivir en esta tierra. Puede que España se nos asemeje, pero somos un prototipo mejorado, que se supera día tras día. Los Países Bajos, tanto como los nórdicos, nos parecen rígidos y acartonados (porque no permiten las 'licencias' con las que solemos vivir). Ojalá encuentres este libro por allí.
EliminarUn abrazo para ti.