I.
Hubo cierta pirotecnia cuando el
título de marras se lanzó al ruedo y, consecuentemente, cada vez que la autora
publicaba un nuevo trabajo que componía la trilogía –a la que se puede acceder,
compilada en un único volumen-. Su estilo descarnado, litigando contra las
convenciones sociales y los mandatos familiares cobró numerosos seguidores. Fue
saberse que habría un film basado en esta novela, que un aluvión lector pujó por imponerlo como nueva lectura.
II.
La novela está narrada por la protagonista en
primera persona y es, con mucho, una voz
autoral -que se asemeja a la de Harwicz pero con matices que las
diferencian-. Está casada y tiene un bebé de seis meses; vive en el entorno
rural de una ciudad francesa como una extranjera; tiene preparación
universitaria pero no la ejerce y su inestabilidad emocional es tan grande que
parece hallarse siempre cercana a un punto de ruptura, como asesinar con un cuchillo
a hijo y marido, o dejar caer simplemente al bebé desde sus brazos, o huir
repentina y definitivamente.
III.
Entre líneas, la narradora parece
sufrir una depresión posparto que la lleva a cuestionarse no solo el rol
materno sino el de esposa. Para colmo, ella se autopercibe un ser brutal, que responde mejor a los instintos –v.g.
una ninfómana sexual- que al estereotipo propuesto por las normas sociales. A
eso habrá que añadir cierta dosis de arrepentimiento por haber dado a luz y la
sensación de estar perdiendo el tiempo, sin otra cosa que hacer que vaciar los
pechos con el bebé.
IV.
Lo destacable del texto es la prosa precisa, y
por momentos poética, que utiliza Harwicz para allegarnos el estado de
alienación y la supina soledad en que se encuentra su personaje principal, que
se debate entre un marido viajero que ama la vida al aire libre, la carga
continua que supone una maternidad no asumida, la fantasía sexual con el vecino
y los recelos de su suegra que intuye el desequilibrio de su nuera. La
sensación de una ira desmedida a punto de convertirse en violencia desatada es
el plato fuerte del libro.
V.
De estilo frontal y crudo, con frases que reflejan cabalmente el estado de deliberación interna de su protagonista; escenas que contrastan lo apacible de lo que ocurre con la indómita furia interior y una serie de reflexiones acerca de los roles –incluyendo el del lenguaje-, Harwicz entrega una novela breve pero contundente, cuya tensión narrativa no decae nunca. En suma, una obra para recomendar. No necesita ni de la promoción de haberse usado como argumento para perder la tenencia de su hijo ni de la actuación de Jennifer Lawrence en la realización cinematográfica homónima. Vale por sí misma.

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