Un intercambio con Paco y Wineruda surgió como respuesta a la lectura de
un libro de Clarke. El último de aquellos se explayó sobre el género de ciencia – ficción,
regalándonos una extensa lista de autores y obras. Como colofón, fanático de
Lem, sugirió el de marras como un libro señero en el área. Inmediatamente
decidí buscar el film homónimo y armar este Pelibro.
Libro
Stanislav Lem (Minotauro, 1993)
En
realidad, ésta ha sido una relectura,
puesto que el texto lo abordé hace muchos años en un viejo ejemplar. Al poco de
deshacerme de él, me arrepentí; años más tarde hallé esta edición en cartoné y
me lo llevé, dispuesto a indagar qué había llamado tanto mi atención. Y lo
encontré,
‘Nos internamos en el
cosmos preparados para todo, es decir para la soledad, la lucha, la fatiga y la
muerte. Evitamos decirlo, por pudor, pero en algunos momentos pensamos muy bien
de nosotros mismos. Y sin embargo, bien mirado, nuestro fervor es puro camelo.
No queremos conquistar el cosmos, solo queremos extender la Tierra hasta los
lindes del cosmos. Para nosotros, tal planeta es árido como el Sahara, tal otro
glacial como el Polo Norte, un tercero lujurioso como la Amazonia. Somos
humanitarios y caballerescos, no queremos someter a otras razas, queremos
simplemente transmitirles nuestros valores y apoderarnos en cambio de un
patrimonio ajeno. Nos consideramos los caballeros del Santo-Contacto. Es otra
mentira. No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos.
No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo, nos basta,
pero no nos gusta como es.’
Solaris es un planeta lejano al que
es enviado Kris Kelvin, un astronauta psicólogo, debido a que en la estación
espacial que gira en órbita estable alrededor de él han sucedido cosas
extrañas. Una vez allí se entera de la misteriosa muerte de Gibarian –quien
fuese maestro suyo cuando joven- aparentemente por suicidio, y el
comportamiento de sus compañeros Snaut y Sartorius es, cuanto menos, sospechoso.
Al parecer, el océano que rodea la
corteza del planeta es un ser orgánico y, posiblemente, inteligente a su
manera, capaz de modificar la órbita en la que deriva y generar figuras de
varios kilómetros de extensión y cientos de metros de altura, entre otros
fenómenos. Pero lo más importante es que puede adentrarse en el cerebro de los
humanos que ocupan la estación y generar visitantes
que remedan a seres queridos que los mismos han dejado en la Tierra.
El libro no es sólo una novela; va
mucho más allá de la ficción. Lem utiliza la trama para insertarnos una duda: ¿somos
capaces de comprender que pueden existir otros seres orgánicos que nada tengan
en común con el género humano tal como lo conocemos? Que no necesitan repetir
nuestra evolución; que pueden ‘vivir’ una vida distinta -hasta sin malicia y
sin ambición-, tal como ese océano que proporciona formas caprichosas a los
ojos de los astronautas sin el más mínimo sentido. Al tiempo, critica con
dureza nuestros mezquinos intereses de conquista; nuestra estrechez de
objetivos y expone con crueldad cómo intentamos encontrarle una explicación
racional a todo, con tal de que satisfagan nuestras ideas o búsquedas.
De estilo fluido, directo, cuestionador
y con escasos elementos, Lem construye una obra colosal, con mucho trasfondo
filosófico que promueve la reflexión acerca de nosotros mismos y la manera en
que solemos enfocar la vida y nuestro rol en el universo. Imprescindible para
todo buen lector.
Film
Andrei Tarkovski (Mosfilm, 1972)
La
realización de Tarkovski se apega muy bien al texto de Lem, salvo en escasos
pasajes donde el cineasta se toma alguna licencia e incorpora escenas que no
son parte de él, aunque no desvirtúan la esencia de lo que Lem quiere expresar;
por el contrario, intenta reforzar y ahondar la mirada psico – filosófica,
metafísica, que sobrevuela todo el libro.
A diferencia de otras películas del
género, donde el acento narrativo está puesto en la llegada a otros mundos; donde
dominan imágenes filmadas en exteriores y proliferan escenas sobre el cosmos
lejano, Tarkovski recluye su argumento en interiores –que se ve realzado por la
cotidianidad de los elementos que ambientan esa nave espacial, aludiendo
formalmente a la vida del género humano-, como si en vez de realizar un viaje
sideral al confín del universo, nos propusiera un descenso hacia nuestro propio
interior.
En este sentido, el film se vuelve
de una belleza inusitada, alternando largos monólogos con silencios cargados de
sentido, diálogos tan bien provocados que no les sobra ni falta nada, la música
de Bach sabiamente escogida y sobresalientes actuaciones de un más que escueto
elenco que transmite al espectador el drama moral que ese océano impone a los
habitantes de la nave espacial, jugando con sus recuerdos y sentimientos.
Con una narración en tempo muy lento, abundantes primeros
planos, detalles que se perciben solo en gestos y con un presupuesto del que
Hollywood al completo se reiría, dudo que este film pudiera ser del agrado del
gran público actual -acostumbrado a la rapidez del desarrollo y la inmediata conclusión-,
para quien el cine se vive más a manera de entretenimiento, show de efectos
especiales y vía de escape de los problemas que conlleva la vida en la
posmodernidad.
Para los que gozamos de ese cine
trascendente, profundo, que estruja el corazón del espectador, que siembra
preguntas de difícil respuesta y nos deja pensando, esta película es una obra
maestra. Tan imprescindible como la lectura del libro de Lem.
Testimonio del duodécimo Pelibro.