Anagrama, 2010
Empujado por otros lectores a incursionar en las letras de Bernhard, decidí hacer mis primeras armas con este volumen corto, que viene precedido por un reconocimiento mundial y ha colocado a su autor en la cúspide de los escritores austríacos más relevantes del siglo pasado.
Escrito en primera persona, Bernhard describe su relación con Paul Wittgenstein, sobrino del afamado filósofo Ludwig, con quien ha mantenido una relación de amistad con características particulares. Así, expone que el vínculo fue construido por ambos, aun a sabiendas de las enormes diferencias de apreciación que mantenían respecto de los hechos artísticos. Bernhard reconoce que esa amistad ha requerido de ingentes esfuerzos de uno y otro para sostenerse en el tiempo.
Recluido en un hospital debido a una cirugía de tórax en 1967, el autor comparte el predio con su amigo aunque se encuentran en pabellones distintos; uno, en el de los que intentan recuperarse de una enfermedad pulmonar, el otro, en el manicomio donde son atendidos aquellos que presentan rasgos de locura. Su salud se encuentra tan debilitada que se le hace imposible allegarse hasta el pabellón donde se halla Paul y, en todo ese lapso sólo han podido encontrarse una única vez, más por tenacidad de Paul que por sus propias posibilidades.
Con una prosa repetitiva, ansiosa y reconcentrada, Bernhard repasa cómo se conocieron, qué rasgos de la personalidad de Paul le atrajeron sobremanera, por qué se hicieron amigos y la importancia de la presencia de Paul en su vida, haciendo de este análisis descarnado y minucioso una apología, un canto a la amistad.
También incluye su mirada crítica sobre su propio trabajo de escritor y exhibe sin pudor su total descreimiento de los premios que se les otorgan, a los que considera más de índole política y comercial que un motivo de reconocimiento a la trayectoria literaria. El episodio que relata una premiación nacional no tiene desperdicio. Por otra parte, desmenuza los trastornos de Paul –muchos de los cuales parece haber compartido con su tío- sin establecer juicio, pues comprende cabalmente sus obsesiones y exabruptos, su naturaleza excéntrica y desordenada, haciendo una despiadada burla a lo que la sociedad considera ‘normal’.
Finalmente, escribe este libro para expurgar en parte su sentimiento de culpa por haber abandonado al amigo, negándose a visitarlo en sus últimos tiempos, porque el dolor de asumir el deterioro de los momentos finales le habría causado mucha más angustia que la ausencia; de esta manera, rescata del olvido y la intrascendencia la historia común que los ha tenido por protagonistas de una amistad sui generis.
Es un texto denso, escrito casi de corrido, con frases que se repiten machaconamente, pero que bien vale la pena atravesar porque su contenido lo amerita. Sin dudas, un muy buen libro.