Acantilado, 2012
Mantenía
una deuda enorme con el autor. No había visitado sus letras, aún cuando muchos
lectores con quienes intercambiamos opiniones así lo sugerían. Lo único que tenía
a mano era este volumen, que compila once de sus novelas y me pareció prudente
incluirlo para el presente año de lecturas. Es por eso que las reuniré bajo
este título. No seguirán el orden establecido por la casa editora, sino en
función de la oportunidad o de la disponibilidad de tiempo, según su extensión.
Es intención personal que estas novelas hagan una aparición mensual.
I.
Comienzo con una obra inconclusa. Al
parecer, Zweig trabajó magníficamente los primeros capítulos, pero alguna razón
desconocida impidió que los últimos tuvieran mayor gravitación. Esto es evidente
por la comparativamente escasa extensión de los mismos. Por ello, sólo podemos
apreciar su arte a medias, aunque mucho de su mirada y de su vocación humanista, que han sido un sello de su literatura, están presentes en esta novela.
II.
Clarissa es una joven austríaca,
huérfana de madre al nacer. Tiene un hermano dos años mayor y su padre
mantiene un alto cargo en el Ejército Imperial. Dueño de un carácter marcial,
distante, entregado totalmente a su trabajo de información, Clarissa crecerá
casi sin contacto familiar. A los ocho años, en 1902, es destinada a un
convento en las cercanías de Viena; allí permanecerá diez años hasta casi concluir
sus estudios, pues una importante noticia que aquél le hará saber en 1912,
la obligará a valerse por sí misma. Se emplea como auxiliar de Silberstein, un
neurólogo famoso, quien en 1914 la envía a Lucerna a participar en un congreso
pedagógico. Allí conoce a Léonard, el secretario del mismo, un socialista
francés con quien comparte puntos de vistas sobre la humanidad y terminan
enamorándose. Pero la guerra los sorprende en medio del idilio y cada cual regresa
a su hogar –ahora, como enemigos-. Solo que para Clarissa la situación es
distinta: se halla embarazada.
III.
Resulta llamativo cómo la trama se
resuelve en una serie de capítulos que sólo son bosquejos de lo que seguramente
Zweig tendría en mente. Pero todo su talento narrativo, la composición
psicológica de sus personajes y las oportunas escenas con que desarrolla el
contenido, no eluden su propia mirada sobre la Humanidad. En boca de Léonard
expone su propio pensamiento,
‘El nacionalismo lo corrompe todo. Es el mal
que coloca una única patria por encima de todas las demás. Nos involucramos de
lleno en las necedades que cometen nuestras naciones. En el patriotismo. ¿De
qué nos sirve ser honrados y bienintencionados si encima de nosotros hay un
puñado de personas que no quieren serlo? Ellos miran las banderas extranjeras
con la hostilidad del toro que se abalanza contra la tela roja. Tenemos que
romper con el patriotismo. ¡Al diablo con las naciones!’
IV.
Aún en la brevedad, existen una
serie de planos que son dignos de mención. El debate sobre el aborto –tema de
tanta actualidad- entre Clarissa y Silberstein es uno de ellos. La influencia
de la crianza de los niños en la evolución posterior de su personalidad y
temperamento es otro. El miedo a la deshonra, el uso de la mentira con fines
lucrativos y la aceptación de un matrimonio por conveniencia de ambas
partes son otros tantos. Da pena que Zweig no haya continuado la novela, que
podría haberse convertido en algo mucho más relevante.
V.
No obstante, más allá de las
limitaciones, ya sea por su estilo fluido, por los recursos literarios
utilizados, la construcción de sus protagonistas o por las ideas que exhibe en el transcurso
de las páginas, vale la pena leer esta novela, que deja sed de más. Un próspero
inicio en sus letras.