martes, 20 de diciembre de 2011

Una novela que endurece el alma. Desgracia, John Maxwell Coetzee.

Debolsillo, 2011

   John Maxwell Coetzee narra una historia cruda que se desarrolla en su Sudáfrica natal, donde coexisten desigualdades sociales y el choque entre los distintos grupos sociales es, en muchos de los casos, violenta y machista.
     David Lurie es profesor de la universidad de Ciudad del Cabo, y tras enredarse con una  alumna, la vida se le torna difícil y escandalosa; recibe una denuncia por acoso sexual, lo apartan de su cargo y pierde su reputación. Por lo que busca alejarse de la ciudad y refugiarse en la granja de su hija Lucy.
    
Es un relato que ahonda en la soledad de las personas hasta que se ven atravesadas por circunstancias adversas y violentas dejando marcas inquebrantables. Es una historia visceral donde la impotencia crece de tal forma que nos deja sin aliento, con el corazón agitado y con un frío helado que se cuela encaprichado por la espalda.
     El escritor no deja ajeno al lector, no porque lo haya premeditado, sino que  la narrativa que utiliza obliga a mantener la atención sin parpadear, dejándonos con los ojos desorbitados. Es una lectura en la que nos obliga a tomar conciencia de otras culturas,  en el que la violencia que ejerce el hombre sobre la mujer es  algo “normal” para esas sociedades; es la forma de demostrar quién tiene más poder y así, una vez demostrado, ganar territorialidad, dejando a las mujeres desprotegidas, desamparadas y hasta anuladas.    
    Coetzee visitó este año la Argentina para hablar en el cierre del FILBA (Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires) y la escritora Matilde Sánchez, a modo de presentación, definió a Desgracia como Un realismo en sus huesos. Y cito textual sus palabras porque no hay mejor descripción que la que realizó para hablar de Desgracia:

“[…] Exiliado a esta miseria de la vecindad sin un lenguaje en común, se adentra en el corazón de lo real y la desgracia, al país interior en plena mutación: una nación sin nación, que ha perdido el lazo esencial, la lengua. El lenguaje ya no es vehículo de empatía y reconocimiento. Si al Magistrado de Bárbaros le cuadraba la expresión “en carne propia” (en inglés, in the flesh), estamos ahora ante una prosa descarnada y sin énfasis, una literatura en sus huesos. El nuevo régimen de contactos y proximidad entre los habitantes deberá tramitarse con ese resto apenas elocuente de lenguaje que dejaron a su paso las plagas, una lengua sin atributos, de monosílabos, que no puede descifrarse porque ha perdido incluso la gentileza irónica. Hay un outsider respecto de la versión oficial de la historia y de la posición dominante del varón blanco. Coetzee es exigente: no halaga al lector con guinios de complicidad sino que requiere la máxima atención a una prosa instrumental, a una pedagogía ascética que inculca el pudor de la carne y la autoridad. Así como David establece el lazo entre abuso sexual y dominación territorial, tambièn entabla una correspondencia entre la ética sexual y el vegetarianismo. ¿Cómo leer la escena de Desgracia en la que los cuerpos ya rígidos de los perros muertos deben ser rotos a golpes para caber en una bolsa de plástico, sino como la traumática reeducación de la vanidad del varón blanco? […]
En Desgracia el campo es exilio interior, los dominios de otra racionalidad y otro régimen de la lengua; el origen y el mito ya no son un refugio. No estamos ante el viaje de regreso a las raíces sino ante el destierro.”
    

                                                                                                   Claudia Perez



Fuente: http://filba.org.ar/fundacionblog/2011/09/20/una-literatura-en-sus-huesos/  

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